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Martin Luther King: «Intenté amar y servir a los hombres

26 octubre, 2016

Fuente: http://www.rafaelnarbona.es

La sociedad necesita santos y demonios. Aparentemente, Martin Luther King pertenece a la categoría de los santos, pero su evolución política hacia un socialismo democrático le convirtió en un demonio. El pastor bautista había combatido en sus inicios la segregación racial, pero no tardó en comprender que las discriminaciones (legales, laborales, sociales) persistirían mientras existiera pobreza. Por eso dedicó sus últimos años a denunciar las lamentables condiciones de vida de los afroamericanos, los amerindios, los puertorriqueños, los mexicanos y la “white trash” (basura blanca). Este giro hizo brotar las discrepancias dentro de sus propias filas, argumentando que esa estrategia exasperaría la violencia de la derecha racista, que les acusaría de comunistas. Martin Luther King escuchó, pero no se desvió de su nueva meta. Comenzó a recorrer el país reclutando a voluntarios para crear un “ejército multirracial de los pobres”, dispuesto a marchar sobre Washington y emprender una campaña de desobediencia civil, capaz de obligar al Congreso a firmar una Declaración de los Derechos Humanos del pobre. La prensa conservadora afirmó que Luther King instigaba una insurrección y, en cierta medida, no se equivocaba, pues reclamaba “una reconstrucción de la sociedad” suficientemente radical para acabar de una vez por todas con el racismo, la pobreza y el militarismo. Eso sí, la insurrección de la que hablaba se basaba en la desobediencia civil no violenta, no en la lucha armada, que siempre repudió. No podía ser de otro modo, pues Luther King, firme defensor de la dignidad del ser humano, siempre se manifestó contra el uso de la fuerza. Por esa misma razón, acusó a Estados Unidos de ser “el más grande proveedor de violencia en el mundo” y expresó públicamente su oposición a la guerra del Vietnam, recriminado al gobierno por actuar como una potencia colonial, sin ningún respeto hacia los derechos humanos. Martin Luther responsabilizó al gobierno norteamericano del exterminio de un millón de vietnamitas, “particularmente niños”. Time y The Washington Post le llamaron demagogo, mentiroso y traidor, pero Luther King no retrocedió un paso, denunciando la complicidad de Estados Unidos con las dictaduras de América Latina: “Siempre estamos en el lado equivocado de la historia”. Criticó la filantropía, abogando por un “socialismo democrático” que pusiera fin a las injusticias sociales. La filantropía nunca ha inquietado al poder, pero cualquier pretensión de transformar el orden social y económico, le ha parecido una intolerable subversión. La socialdemocracia propugnada por Luther King no puede estar más alejada del modelo soviético, pero las oligarquías financieras siempre agitan el fetiche del marxismo-leninismo para desacreditar cualquier iniciativa reformista, cuyo objetivo no es la dictadura del proletariado, sino el bienestar de todos los ciudadanos, especialmente de los más débiles y vulnerables.

A finales de marzo de 1968, Martin Luther King se desplazó a Memphis (Tennessee) para solidarizarse con los basureros negros que se habían declarado en huelga para mejorar sus salarios. Cobraban significativamente menos que los blancos y no les pagaban su sueldo si las inclemencias climatológicas impedían realizar las tareas de limpieza, una medida que no afectaba a sus compañeros blancos. Luther King habló el 3 de abril en un templo bautista, utilizando unas palabras proféticas: “Puede que yo no vaya allí con vosotros, pero creo que llegaremos como pueblo a la tierra prometida”. Al día siguiente, fue asesinado, presuntamente por un atracador de poca monta, James Earl Ray, movido por el odio racial. Se trata de la versión oficial del magnicidio, pero hay razones consistentes que cuestionan su credibilidad. El asesinato de Martin Luther King provocó una oleada de disturbios por todo el país, que se reprimieron con brutalidad, movilizando a la Guardia Nacional. El Presidente Johnson intentó acallar las protestas decretando un día de de luto nacional (el primero por un afroamericano) y envió al funeral al vicepresidente. La ceremonia reunió a 300.000 personas. Se escuchó una grabación de su último sermón y Mahalia Jackson cantó su himno favorito, “Take My Hand, Precious Lord”. Los basureros negros consiguieron que la ciudad de Memphis aceptara sus reivindicaciones.

Martin Luther King no era un ingenuo. Sabía que las injusticias no desaparecerían hasta que se produjera un cambio interior en las conciencias: “Hay que cambiar radicalmente de valores. Debemos pasar de una sociedad orientada hacia las cosas a una sociedad orientada hacia la persona”. Luther King consideraba que la guerrilla del Che sólo era “una ilusión romántica”. Ahora sabemos que esa ilusión romántica condujo a una dictadura. Ese hecho sólo corrobora que la desobediencia civil es una alternativa mucho más ética y eficaz. Las marchas de Luther King acabaron con las discriminaciones legales de los afroamericanos. Las protestas de Gandhi permitieron que la India adquiriera la independencia política. Por desgracia, esos éxitos no significaron el fin de todas las injusticias, pero sí pusieron fin a situaciones injustas, señalando el camino de un activismo político orientado a luchar por la libertad, la paz y la igualdad. Pastor bautista, Martin Luther King afirmaba que “el que oprime al pobre afrenta a Dios; en cambio, el que obra con solidaridad y misericordia, lo honra”. Durante sus años universitarios, Luther King había leído a Kierkegaard, Karl Jaspers, Heidegger y Sartre: “Aprendí mucho con esas lecturas. La incertidumbre y fragilidad del ser humano no es una experiencia interior, sino un reflejo del mundo en el que vive”. Cuando finalizó sus estudios, ya había elaborado una síntesis entre sus creencias cristianas y su conciencia social: “Mi espíritu se volcó en el Sermón de la Montaña y en la estrategia de la resistencia activa pacífica. Cristo proporcionaba el espíritu y la motivación; Gandhi, el método”. Durante sus años de activismo social y político, nunca ignoró el peligro al que se exponía. De hecho, sufrió varios atentados que casi le cuestan la vida. Poco antes de ser asesinado, confesó cómo le gustaría ser recordado: “Cuando llegue ese día quiero que podáis decir que traté de ser justo y que intenté caminar junto a los que defendían la justicia; que puse mi empeño en dar de comer a los hambrientos; que siempre trate de aliviar al desamparado. Quiero que digáis ese día que dediqué mi vida a visitar a los que sufrían en las cárceles, que intenté amar y servir a los hombres todos, mis hermanos”.

Martin Luther King nos enseñó que “cada uno tiene la responsabilidad moral de desobedecer las leyes injustas”, que “la injusticia sufrida por otros es una amenaza para el bienestar de cada uno de nosotros”, que “una justicia aplazada durante mucho tiempo es una flagrante injusticia”, que “esperar demasiado ha significado casi siempre nunca”, que “los motines no arreglan nada”, que “no se debe menospreciar el poder de la no violencia”, que “la violencia acaba engendrando lo mismo que busca destruir”, que “el odio sólo agrava el mal y la injusticia”, que “la oscuridad no puede acabar con la oscuridad”, que “sólo el amor puede transformar el mundo”, que “los males del capitalismo son tan reales como los males del militarismo y del racismo”, que “la verdadera compasión es mucho más que arrojar una moneda a un mendigo”, que “no se puede condenar la violencia de los oprimidos, sin condenar la violencia de los opresores”. Martin Luther King consideraba que la prioridad eran las personas, no la propiedad privada, que actúa como piedra angular del racismo, el militarismo y la explotación económica. “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”, repitió en varias ocasiones. Hoy podemos decir que su vida ha sido motivo de esperanza y sigue alimentando la esperanza de todos los que trabajan activamente para construir un mundo diferente.