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Los cubanos y la normalidad

7 May, 2015

Fuente: EL PAÍS SEMANAL

Si de repente Cuba se convirtiera en un país normal, se tambalearía la economía de la nostalgia.
KARELIA VÁZQUEZ 3 FEB 2015 –
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Marco Rubio, congresista de Florida (EE UU). / MICHELE EVE SANDBERG (CORBIS)

En Miami la noticia de la “normalización” de las relaciones entre Cuba y EE UU fue recibida con perplejidad por unos, alegría por otros y finalmente con un preventivo silencio por todos dada la cercanía de las comidas navideñas y el elevado riesgo de bronca familiar. La capital del exilio cubano es cada vez menos homogénea. Una encuesta de la Universidad de Florida asegura que un 68% de los residentes de Miami-Dade, donde viven más cubano-americanos, está de acuerdo con la decisión del presidente Obama. Entre los menores de 30 años la cifra sube al 88%. Acostumbrados a manejarse en lenguaje críptico, los cubanos han empezado a referirse al asunto como “el suceso que tuvo lugar el día de San Lázaro”. De este modo se intenta neutralizar una pelea generacional que saca lo peor de cada uno.

Lo quieran o no, buena parte de los exiliados de Miami vive por y para Cuba. Algunos incluso siguen viviendo allí. Cincuenta años de no normalidad han servido para crear una auténtica industria de la nostalgia y una amalgama de servicios diseñados para complacer las necesidades y expectativas de los que quedaron atrás. Sistemas de pago para recargar sus móviles, tiendas que venden piezas de repuesto para coches soviéticos marca Lada o casas de empeño que prestan joyas a los que viajan a la isla, preocupados por mantener intacta su imagen del emigrante de éxito.

Un vistazo al género que vende la tienda Valsan (nombre que combina los apellidos de sus creadores, Valdés y Sánchez) basta para entender que solo alguien que viaje a Cuba llenaría sus maletas en ese sitio. Mosquiteras decoradas con cintas rosas para cunas de bebés, figuritas de yeso y otros materiales poco nobles para decorar el salón, básculas portátiles para que no le timen los vendedores callejeros, adornos para el pelo confeccionados en plástico de brillantes colores y pañuelos estampados para cubrir los rulos. También hay fundas para proteger del polvo el televisor, o cualquier electrodoméstico que supere los 40 años de existencia, y pantalones de mujer de materiales sintéticos que no transpiran, no aptos para el clima de la isla, pero que allí por razones inexplicables triunfan. Los de dentro conocen bien la oferta de Valsan, y piden con pleno conocimiento de causa.

Si de repente Cuba se convirtiera en un país normal, dejaría de generar nostalgia y peticiones de objetos absurdos o en desuso en el resto del mundo. Los familiares de Miami dejarían de sentir pena (y algo de culpa) por los que se quedaron del otro lado, y de desvivirse por complacer sus necesidades y caprichos. Se tambalearía la economía de la nostalgia. Cerrarían cientos de negocios y se perderían otros tantos puestos de trabajo. Es difícil imaginar Miami sin cubanos, y viceversa. En Hialeah, la ciudad más cubana del condado, las calles tienen dos numeraciones y no hay GPS que se aclare. La primera la puso el Estado de La Florida, y la segunda, los cubanos, y están orgullosos de ello. Poco importa lo poco funcional que sea. La gente sigue comiendo arroz con frijoles y apenas habla inglés.

Son cuestiones prácticas, y no filosóficas, las que preocupan al exilio de Miami y a buena parte de los que aún viven en Cuba. Entre ellas, el incierto destino que tiene ahora la Ley de Ajuste Cubano, bautizada como “ley asesina” por el Gobierno de La Habana. Es un instrumento legal que supone un trato de favor para los cubanos cuando pisan territorio estadounidense y les garantiza la residencia permanente. Se apoya en la ausencia de relaciones diplomáticas entre ambos países y en la falta de libertades en Cuba. Si la situación cambia, la ley ya no tendrá sentido. Existieron excepciones migratorias similares para ciudadanos de la Unión Soviética, los países de Europa del Este y la Nicaragua sandinista. Todas fueron revocadas cuando esos países dejaron de ser enemigos. Lo que más asusta de ser normales es perder ese privilegio. La normalidad tiene un precio.

A esa tierra la llamó Florida

23 May, 2013

Fuente: EL PAÍS SEMANAL

 31 MAR 2013 – 00:00

Como no podía ser de otra forma, Ponce de León murió a consecuencia de un flechazo indígena en 1521. En este óleo de Thomas Moran se narra su encuentro con los nativos de Florida en 1513. / ALBUM / PHOTOAISA

¿Sabía que la bandera de España ha ondeado en el territorio que hoy es Estados Unidos durante 308 años frente a los 237 de la enseña de las barras y estrellas? Los tres siglos de presencia española en Norteamérica fueron una aventura tan extraordinaria como desconocida.

Centrémonos, obviando Canadá y México, en la tierra que hoy ocupa EE UU. La historia europea del hoy país más poderoso del mundo empezó cuando Juan Ponce de León llegó el 27 de marzo de 1513, hace 500 años, a las costas de una península que llamó Florida por la frescura de su vegetación y porque, como hoy, era Domingo de Resurrección, Día de la Pascua Florida.

Ponce fue el descubridor oficial de Florida, pero hoy sabemos que cuando él y sus hombres pisaron tierra, después de ser recibidos a flechazo limpio por los indios, encontraron al menos a uno de ellos que chapurreaba el español. Se cree que hubo una partida de españoles que recorrió aquella tierra (¿1499?) en busca de esclavos.

Repasemos la vida y milagros de Ponce antes de acercarnos a la asombrosa huella de España en Estados Unidos. En sus Mitos y utopías del Descubrimiento, el profesor Juan Gil, miembro de la Real Academia Española, dice que, según el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo, Ponce nació “hacia 1474”. Otros autores apuntan a 1460. Su lugar de nacimiento pudo ser Santervás de Campos (Valladolid) o San Servos (León). Guerreó en la Reconquista hasta que, en 1493, pasó a Indias. Ayudó primero a colonizar La Española y en 1508 conquistó la isla de Borinquen, hoy Puerto Rico, de la que fue gobernador.

En 1513 pone proa a la misteriosa isla de Bimini, pero llega a la costa de Florida. Bordea sus cayos y es el primero en enfrentarse a la corriente del Golfo, clave para la navegación en los siglos venideros. Ponce no busca la fuente de la juventud. Esta fábula, como las siete ciudades de Cíbola, hechas de oro, venía de atrás. Hubo aventureros que hablaban de baños relajantes en una isla paradisíaca, llena de árboles, flores y mujeres, por supuesto desnudas. El de 1521 fue su último viaje. Los indios volvieron a recibirlo con el arco presto. Herido de un flechazo, regresó a Cuba para morir en La Habana a los 61 años. Su tumba está en la catedral de San Juan de Puerto Rico.

Ponce fue el descubridor oficial de Florida, pero no el primero en llegar. Cristóbal Colón también descubrió oficialmente América en 1492. Pero tampoco fue el primero. Según el historiador estadounidense David J. Weber, hubo exploradores asiáticos que llegaron por el estrecho de Bering. Y grupos nórdicos que se instalaron hacia el año 1000 en Terranova.

Retrato de Ponce de León como “descubridor de la Florida”, el primer español y europeo que pisó tierra norteamericana de forma oficial. /ORONOZ / PHOTOAISA

Es verdad que españoles fueron los primeros europeos en toparse con el impresionante río Misisipi (río Espíritu Santo, lo llamaron), si bien en aquel momento no estaba Hernando de Soto, como siempre se ha escrito, sino uno de sus hombres, Álvarez de Pineda. El descomunal Gran Cañón del Colorado (Arizona) también fue descubierto por españoles, aunque entre aquellos no figuraba Francisco Vázquez de Coronado, de quien se ha dicho que fue el primero en verlo: fue una partida que él envió bajo el mando de García López de Cárdenas.

San Agustín, en Florida, es la primera ciudad permanente de EE UU. Fundada por Pedro Menéndez de Avilés en el año 1565, en su impresionante castillo de San Marcos aún ondea la Cruz de San Andrés o Cruz de Borgoña, bandera de España en el siglo XVI.

Al rebuscar en la historia nos encontramos con tres asentamientos que, aunque no prosperaron, son anteriores a San Agustín: San Miguel de Guadalupe (1526), Santa María de Filipino (1559) y Santa Elena (1560), sobre la que Weber dice que sus restos estuvieron hasta finales de 1990 “¡bajo el hoyo ocho del campo de golf de los marines estacionados en Parris Island, en Carolina del Sur!”.

La investigadora María Antonia Sainz Sastre (La Florida en el siglo XVI. Exploración y colonización; Fundación Mapfre) sostiene que Menéndez de Avilés “lleva consigo al primer negro libre en la historia de Norteamérica, Juan Garrido”, y que “dispuso de tanta confianza de Felipe II que este le ofreció en 1574 comandar una gran armada para luchar contra los herejes en Flandes y donde fuera necesario”. Pero el conquistador murió aquel mismo año de tabardillo, una especie de tifus.

San Agustín desmiente que el Thanksgiving Day, la gran fiesta familiar estado­unidense, proceda de la primera comida de acción de gracias que hicieron los pioneros ingleses en Plymouth en 1621, al año de bajarse del Mayflower. Según el historiador de Florida Michael Gannon, la primera misa, celebrada por el padre Francisco López de Mendoza, y la primera comida de acción de gracias fueron en San Agustín, donde los españoles comulgaron y compartieron sus alimentos con los indios. Fue en 1564, 57 años antes del Thanksgiving Day.

La gesta española empieza en Florida y se extiende por el territorio. California, por ejemplo, le debe mucho al conquistador catalán Gaspar de Portolá y a fray Junípero Serra. El primero, desde los presidios (fortalezas militares), y el segundo, desde sus misiones. Ahí tenemos San Francisco, Los Ángeles o San Diego. Todo empezó con el apoyo de tres grandes hombres: el rey Carlos III, el conde de Aranda y el ministro de Indias José de Gálvez.

Gálvez es apellido respetado en EE UU. Más que nada por el sobrino de José, Bernardo de Gálvez. Al general Washington le hubiera costado ganar la Guerra de Independencia contra los ingleses (1775-1783) si no hubiera sido por la campaña de este joven brigadier en 1779. España apoyó a los americanos contra una Inglaterra dispuesta a devolver Gibraltar si se mantenía neutral. Según el profesor José Manuel Pérez Prendes, “este dato, que aún hoy sorprende, está recogido en documentos oficiales del Ministerio de Asuntos Exteriores del año 1966”.

La intervención de Gálvez y su flotilla fue crucial para los patriotas: despejó el puerto de Nueva Orleans y tomó la mayor base inglesa en el sur, Pensacola. Atravesó la bahía de Mobile bajo el fuego cruzado de los cañones enemigos. Lo hizo solo. Nadie más se atrevió. Por eso Carlos III le permitiría más tarde llevar el lema “Yo solo” en su escudo de armas. La ciudad de Galveston, en Tejas, lleva su nombre.

El menorquín Jorge Farragut también luchó en aquella guerra. Acabó de comandante del Ejército americano. Y de tal palo, tal astilla. Su hijo David Farragut, ya nacido en EE UU, tuvo un papel extraordinario en la guerra civil (1861-1865) al lado de la Unión, presidida por Abraham Lincoln, cuando arrebató Mobile Bay y Nueva Orleans a los confederados. Como Gálvez antes, cruzó en barco la bahía mientras bramaba: “¡Al carajo los torpedos! ¡A toda máquina!”. David Farragut, de sangre española, fue, nada menos, el primer almirante de la Armada de Estados Unidos.

Mapa de Florida de 1570 perteneciente al ‘Theatrum Orbis Terrarum’, considerado el primer atlas moderno. / ALBUM /ORONOZ / PHOTOAISA

Por cierto: cuando George Washington jura su cargo como primer presidente de EE UU (Nueva York, 30 de abril de 1789), en la ceremonia, muy bien sentado, está el embajador de España, Diego de Gardoqui.

Curiosa historia la del dólar. Se llamó Spanish dollar. Aún lleva en su signo las dos columnas de Hércules. Según Pérez Prendes, la moneda es de origen mexicano: al ocupar parte del territorio de la Nueva España, los gringos exigieron a sus habitantes un peso como tributo. A este impuesto los lugareños lo llamaron “un dolor”.

Y qué decir del ‘cowboy’ americano, que no es sino un trasunto descarado del vaquero español desde el sombrero del jinete hasta las pezuñas del caballo. Como españoles eran el pastoreo, la trashumancia y el propio ganado: vacas, ovejas o cerdos llevados a América desde las marismas del Guadalquivir. Abramos un diccionario inglés: buckaroo (vaquero), sombreroSpanish saddle (silla de montar), lasso (lazo),bronc (bronco), mustang (mesteño), cinch (cincha), chaps (chaparreras), lariat (la ­reata), hackamore (jáquima, cabestro). Por no hablar de corral, hacienda, plaza o siesta.

¿Le sorprende que un pionero americano como Daniel Boone (1734-1820) adoptara la nacionalidad española y fuera nombrado por un gobernador español comandante de un distrito de Misuri?

Volvamos al principio: la bandera española se plantó en Florida en 1513 y se arrió en 1821, 308 años más tarde, aunque la inmensa mayoría de los americanos cree que todo empezó con la colonia de Jamestown (Virginia) en 1607. Olvidan que los jesuitas establecieron allí sus misiones 37 años antes. No es extraño: la, por otra parte, magnífica Enciclopedia Británica, en su entrada sobre la historia de EE UU (Global Edition, 2009), despacha a Ponce con una línea; dedica un párrafo a Hernando de Soto y un tercero, compartido, a Menéndez de Avilés y Coronado. Reconoce como españolas San Agustín y Santa Fe (de Los Ángeles o San Francisco, ni pío), y remata el brevísimo texto con una frase que produce sonrojo: “Pese a estos comienzos, los españoles tuvieron poco que ver con el desarrollo inicial de los Estados Unidos”.

Dicen los americanos que España fue al Nuevo Mundo buscando “tres ges” (God, gold and glory: Dios, oro y gloria). No está mal visto. Pero si conocieran a fondo sus orígenes europeos, a lo mejor se daban cuenta de que el famoso “sueño americano” empezó siendo un sueño español.