Archive for noviembre 2014

Las cartas de La Pirenaica: el mapa radiofónico de la resistencia antifranquista

30 noviembre, 2014

Fuente: http://www.eldiario.es

Los periodistas Rosario Fontova y Armand Balsebre analizan en el libro Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo el archivo histórico que conserva unas 15.500 cartas remitidas a la emisora por oyentes que sorteaban la censura.
Radio España Independiente emitió durante más de 35 años desde Moscú y Bucarest para convertirse en la voz de los vencidos en la Guerra Civil.

Juan Miguel Baquero 01/07/2014 – 23:46h

Habla Radio España Independiente, estación Pirenaica… Con esa radiofónica entrada, la voz de los vencidos en la Guerra Civil sorteó la censura de la dictadura durante más de 35 años. Era una manera de conservar la memoria de los caídos, de matar el hambre de reivindicación, el anhelo de libertad. Como ejemplo, el programa Correo de La Pirenaica daba lectura a cartas enviadas desde España o cualquier paraje recóndito del exilio republicano. Los periodistas Rosario Fontova y Armand Balsebre han analizado el archivo histórico que conserva unas 15.500 de estas misivas. Lo cuentan en el libro Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo (Cátedra, 2014).

La emisora del Partido Comunista español, ubicada primero en Moscú (Rusia) y luego en Bucarest (Rumanía), emitió de manera ininterrumpida desde 1941 hasta su cierre el 14 de julio de 1977. Su programado final coincidió con las primeras elecciones democráticas que enterraban el régimen militar. Las Cortes Constituyentes acogían a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, a Rafael Alberti, y La Pirenaica echaba el cierre. Había sido hasta entonces el altavoz del antifranquismo.

«Cuando ponen en marcha el Correo de La Pirenaica estaban abriendo la llave para convertir una radio de partido en un medio de comunicación de masas», dice Balsebre. Aquella suerte de corresponsales eran combatientes republicanos, exiliados, expresos, obreros, campesinos, mineros, profesores, amas de casa, escritores y estudiantes. Los «ojos y oídos de La Pirenaica» que hacían llegar sus cartas vía L’Humanité, periódico del Partido Comunista Francés, y por La Unitá, de los comunistas italianos.

Entre el memorial de agravios, el relato traía el drama de la guerra, el reguero de fosas comunes antes y después del conflicto, las cárceles, la inmigración, la falta de acceso a una educación digna o la insoportable carestía de la vida. Las cartas de La Pirenaica analiza el contenido de los textos que se han conservado. Y los perfiles de quienes los remitían. Como El Veleño, voluntario de la 52 Brigada, luego preso y torturado. Había escrito asiduamente a Radio España Independiente y en una de esas cartas recordaba, en 1962, «a los 600 compañeros que tenemos enterrados en Vélez-Málaga por los verdugos fascistas y todos sabemos quiénes fueron los denunciantes».

Se hacía eco así de las ejecuciones ocurridas durante la guerra y la posguerra en Andalucía, cuenta Rosario Fontova. Eran menciones continuas a paseos, violaciones, asesinatos que fabrican una radiografía «espeluznante». «Mataron toda la flor del pueblo», decían desde Casares (Málaga). Martín, un oyente de Osuna (Sevilla) describe el lujoso panteón de mármol que se había hecho construir el alcalde, Antonio Fernández Calvo, «y al lado reposan sin flores en tierra los hijos mártires de Osuna que él ordenó fusilar». Desde Sevilla, una carta denunciaba cómo el alcalde de Paradas, un «célebre pistolero llamado don Ángel que en 1936 abusó de las muchachas más bellas del pueblo amenazándolas con asesinarlas».

Un lamento coral de las distintas sensibilidades ideológicas contra el imperio del terror impuesto por la dictadura, dicen los autores de la obra, acentuado por la ejecución del dirigente del PCE Julián Grimau en 1963. Voces de la disidencia que la España de Franco no pudo silenciar. «Pensamos que llegaron a enviarse más de 100.000 cartas aunque la mayoría se perdieron», según Balsebre. Documentos que sirvieron para denunciar el terror, el cautiverio de presos políticos, para encontrar desaparecidos… escritos con diferentes tipos de letra y hasta con tinta invisible para sortear la censura.

Registro sonoro en el que también cabían las coplas de Antonio Molina, La Niña de los Peines, Juanito Valderrama o incluso Raimon. También la voz del poeta Marcos Ana, símbolo de la represión y de la propia emisora. Y la de Pilar Aragón, locutora del Correo y de Página de la mujer. Había oyentes que llamaban a la estación «sedante tras la dura lucha por la existencia». Otros, directamente «oxígeno». El aparato radiofónico emitía en la clandestinidad y así se oía en España, a oscuras, con la obligación inexcusable de mover el dial al terminar la sesión.

En la presentación en Sevilla de Las cartas de La Pirenaica, el director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, Luis Naranjo, calificó el volumen como «la voz de los vencidos, un mapa de la resistencia antifranquista». Para el periodista Paco Lobatón, el libro es «un diamante oculto que los autores han rescatado en un ejercicio de periodismo documental exquisito». Un retorno único, mantiene, «del mensaje que La Pirenaica trataba de transmitir y que tiene que ver con una sociedad española que sufría la dictadura franquista».

El tsunami antisocial en Europa

29 noviembre, 2014

Fuente: http://www.vnavarro.org

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 1 de julio de 2014.

Este artículo documenta el enorme daño que las políticas neoliberales impuestas a las poblaciones de los países de la Eurozona están causando a las clases populares, y muy en particular a las de los países periféricos como España. El artículo también señala que tales políticas se contraponen incluso con la legislación aprobada por el Parlamento Europeo y por las convenciones internacionales.

Es evidente que las políticas públicas neoliberales (que incluyen la desregulación de los mercados laborales y financieros, la reducción de los salarios, la reducción e incluso eliminación de la protección social y la privatización de las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar) llevadas a cabo por partidos gobernantes conservadores, cristianodemócratas, liberales y socioliberales (incluyendo un gran número de partidos gobernantes socialdemócratas) están llevando a la Unión Europea y a la Eurozona al desastre económico y social. Estas políticas, promocionadas e impuestas por el eje Bruselas (la Comisión Europea), Berlín (la coalición presidida por Angela Merkel) y Frankfurt (el Banco Central Europeo), conocido irónicamente como “el eje del rigor”, están dañando enormemente el bienestar de la población y arruinando la economía, además de desmontar los Estados del Bienestar de cada país, debilitando la Europa Social. La evidencia de ello es robusta y convincente.

El informe más reciente acerca de ello es el preparado por Cáritas, la organización católica, titulado La crisis europea y su coste Humano, que analiza la situación social de Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia. El informe documenta cómo los recortes de gasto público han afectado muy negativamente a los grupos de ingresos más bajos de las clases populares, aumentando su malestar y desempleo (muy en especial entre los jóvenes). El informe documenta también el crecimiento de las tasas de suicidio, de pobreza, de exclusión social, de estrés social y de vivir sin techo. Como subraya el informe, la crisis está afectando a los grupos más vulnerables, que han tenido menos responsabilidad en el inicio y desarrollo de la crisis, precisamente en los países con menor protección social y menor desarrollo de su Estado del Bienestar, tales como España. De ahí que el informe concluya que “Lo que está ocurriendo es profundamente injusto”. Entre los servicios públicos más afectados, el informe Cáritas cita los servicios sanitarios públicos, cuya calidad se ha deteriorado, dificultando el acceso a la atención sanitaria de los grupos más vulnerables.

Estos estudios confirman otros más académicos, como el bien conocido trabajo de David Stuckler y Sanjay Basu titulado The Body Economic: Why Austerity Kills, que calcula que más de 10.000 suicidios adicionales se deben a las consecuencias de los recortes en Europa (y en EEUU). Las revistas médicas Lancet y British Medical Journal también han alertado de los impactos negativos de las políticas de austeridad en la salud y bienestar de las poblaciones. Todos los estudios académicos creíbles sobre este tema apoyan las conclusiones de Cáritas. “Las políticas de austeridad no están funcionando y una alternativa es necesaria”.

Otros estudios han documentado también el impacto negativo que el desempleo y la bajada generalizada de salarios están teniendo en la población, habiendo sido responsables del crecimiento de la pobreza y de la exclusión social. Así, para la Organización International del Trabajo (ILO), estas políticas han sido responsables de que el desempleo haya crecido hasta 116 millones de personas en la UE (representando una tasa de desempleo de un 24%). La ILO informa de que, como resultado de dichas políticas, hoy existen 800.000 niños más en situación de pobreza que hace cinco años. La ILO indica que, si se sigue por este camino, Europa tendrá pronto de 15 a 20 millones más de pobres que ahora. Incluso el Employment Committee del Parlamento Europeo ha publicado otro informe en el que acusa a la Troika (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) y a los Ministros de Economía y Finanzas de la UE de estar creando un tsunami antisocial. Una conclusión semejante aparece en otro informe, este del Comisario de Asuntos Sociales de la propia Comisión, que subraya que este desastre social está perjudicando al desarrollo económico de la UE.

¿Por qué estas políticas continúan siendo aplicadas?

Una respuesta creíble que se ha dado a esta pregunta es que los elementos de decisión de la Unión Europea, el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, están controlados por personajes de ideología neoliberal que tienen una visión ajena y distante de la realidad. Los documentos de estas instituciones rebosan optimismo, subrayando que las políticas de austeridad están teniendo un impacto muy favorable en el desarrollo económico y en la recuperación de los países que las están desarrollando, incluyendo los países periféricos de la Eurozona. Uno de los portavoces del “eje del rigor” es el conocido liberal Olli Rehn, el Comisario europeo para Asuntos Económicos y Monetarios, miembro del grupo liberal europeo al cual pertenecen los partidos liberales españoles como CDC, C’s y UPyD, que han estado promoviendo y aplicando estas políticas con el apoyo del grupo conservador al cual pertenecen el PP y Unió Democràtica, que comulgan con el credo liberal. Esta ideología domina también el Banco Central Europeo y el gobierno Merkel. Todos sus documentos presentan una Europa que no existe, irreal, señalando erróneamente que las políticas de austeridad están funcionando y, por lo tanto, que Europa ya está fuera de la crisis.

El argumento de que la persistencia de estas políticas (que han dado un resultado tan negativo) se debe al dominio ideológico de neoliberalismo es válido, pero requiere otra pregunta que uno debe hacerse: ¿por qué la ideología dominante es la neoliberal? La respuesta es que esta ideología sirve a los intereses financieros y económicos que dominan la UE. En realidad, dichos intereses, a través de esos partidos políticos, han impuesto (con toda opacidad y sin transparencia) unas reglas (como el Pacto Fiscal que prohíbe en la práctica a los Estados estar en déficit) que no se pueden cambiar y condenan a la UE a tener que seguir esas políticas, continuando causando un enorme daño a las clases populares.

Frente a esta situación, se requiere una movilización general frente al “eje del rigor”, exigiendo su desaparición por ser organismos antidemocráticos e ilegales. Soy consciente de que tal propuesta será inmediatamente desechada como utópica e irrealizable, percepción que es siempre promovida cuando la estructura de poder es cuestionada. En realidad, un número creciente de asociaciones europeas está señalando la violación sistemática de las leyes aprobadas por el Parlamento Europeo y por los Parlamentos nacionales por parte del “eje del rigor”. La aprobación del Pacto Fiscal se hizo en varios países, incluyendo España, con gran opacidad, nocturnidad y alevosía. Y todo ello a espaldas del propio Parlamento Europeo. Varios sindicatos europeos han señalado las constantes violaciones de la Carta Social Europea y el Consejo de Europa ha documentado la frecuente violación de los derechos humanos que está ocurriendo en la UE, violación implícita en las políticas impuestas por el “eje del rigor”. Esta rebelión, que indudablemente se extenderá a lo largo del territorio europeo, debería incluir actos de desobediencia civil que tuvieran como objetivo la democratización de las instituciones europeas, sin excluir la alternativa de los estados de separarse de dicha Unión, en solitario o colectivamente, si los cambios no son factibles. La situación social en Europa, y en particular en los países periféricos, es intolerable.

Barberá obliga a pagar por exhumar una víctima del franquismo

28 noviembre, 2014

Fuente: diario EL PAÍS

La alcaldesa de Valencia carga los costes a los familiares que perdieron una subvención por los retrasos del Ayuntamiento.

ADOLF BELTRAN Valencia 2 JUL 2014 – 14:30 CET210

De «anacronismo en el ámbito de los derechos humanos» ha calificado Matías Alonso, portavoz del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica, el hecho de que el Ayuntamiento de Valencia, que preside Rita Barberá, del PP, permita, por fin, después de cinco años de retrasos, que sean exhumados de una fosa común del cementerio civil de la ciudad los restos de Téofilo Alcorisa, víctima de la represión franquista, pero ordene a la vez que los familiares se hagan cargo de los costes. Ocurre que la familia tuvo que devolver una subvención de 50.000 euros lograda para ello en 2009 en aplicación de la Ley de Memoria Histórica precisamente debido a la dilación del caso.

Alcorisa, padre de un guerrillero del maquis, fue detenido por la Guardia Civil en 1947 en Santa Cruz de Moya y su familia no supo hasta 60 años después que había sido trasladado a Valencia, donde murió durante su detención, supuestamente al ahorcarse con los cordones de sus zapatos. Localizado su cuerpo en un fosa del cementerio, su exhumación se ha convertido en un largo pulso con el Ayuntamiento que preside Rita Barberá, de la que solo logró la oposición arrancar un acuerdo para permitirla después de que el bufete del exjuez Baltasar Garzón se hiciera cargo hace solo unos meses del caso ante los tribunales.

Pese a que como ha señalado Alonso este miérocles, en una conferencia de prensa junto al secretario general del PSPV-PSOE en la provincia de Valencia, José Luis Ábalos, debería tratarse de «un empeño meramente humanitario», las condiciones que la junta de gobierno que preside Barberá impone para la exhumación pueden llevar los costes a unos 45.000 euros, de los que la familia no dispone, como ha explicado la hija del fallecido Pilar Alcorisa, que ha asistido al acto junto a su marido, Luis Romero.

La familia logró una ayuda de 50.000 euros en la época del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero que tuvo que devolver por las dilaciones en la resolución del caso. Ahora no podría volverla a solicitar porque el Gobierno de Mariano Rajoy ha acabado hasta con la oficina que las concedía. Podría plantearse una iniciativa de mecenazgo ciudadano para recoger el dinero, pero tanto Alonso como Ábalos lo han descartado. «Estamos hablando de un tema muy especial», ha indicado Alonso, que ha recordado que el grupo de desapariciones forzosas de la ONU está siguiendo lo que ocurre con esta complicada exhumación. «No es solo un tema administrativo», ha añadido Ábalos, que ha presentado iniciativas sobre el caso en el Congreso, donde es diputado. «sino de un asunto político, de un claro ejercicio de obstrucción por parte de Rita Barberá».

El Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica ha preparado alegaciones ante el Ayuntamiento de Valencia y se dispone a volver a movilizar a entidades e instituciones, mientras la familia planteará en el juzgado, a través de Garzón, la situación creada. «Con la misma documentación, otros alcaldes del PP han resuelto casos parecidos rápidamente», ha comentado Alonso, que ha citado a los alcaldes de Paterna, Segorbe o Borriol. El Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica ha resuelto 18 exhumaciones similares en la Comunidad Valenciana. «El único caso que sigue abierto es este», ha señalado su portavoz.

La concejal delegada de Cementerios del Ayuntamiento de Valencia, Lourdes Bernal, ha salido al paso de la denuncia sobre los problemas para exhumar el cuerpo de Teófilo Alcorisa,muerto en un cuartel de la Guardia Civil en Valencia ocho años después del final de la Guerra Civil, tras ser detenido sin más epxlicaciones en 1947 en su aldea de Santa Cruz de Moya. Según Bernal, el Ayuntamiento tramita el caso «siguiendo los cauces reglamentarios».

En un comunicado en respuesta a las afirmaciones del coordinador del Grupo por la Recuperación de la Memoria Histórica, Matías Alonso, Bernal ha insistido en que en el pleno municipal del mes de febrero se aprobó la exhumación de los restos de Teófilo Alcorisa, por lo que no se está «torturando» a la familia como pretende hacer ver «este señor».

«Por parte de la Delegación de Cementerios se le ha facilitado toda la información habida y por haber, con total transparencia, y se les ha tratado con el mimo y la exquisitez que caracterizan al personal del servicio. Por tanto, pedimos que deje de verter una opinión política en el asunto y sea realista porque le importa más obtener rédito electoral que apoyar a la familia en esta circunstancia tan delicada», ha asegurado la concejal.

Según Bernal, se han llevado a cabo «todas las comunicaciones y publicaciones pertinentes» y «se está a la espera» de que se presente el proyecto modificado por parte de los representantes de la familia Alcorisa, ya que «a fecha de hoy todavía no han presentado la modificación».

Lourdes Bernal ha añadido por último que exige a Matías Alonso que «respete» a los familiares de las personas que se encuentran en la misma línea de exhumación y que «siga los cauces marcados por la ley, respetando también el trabajo de los funcionarios y, cómo no, a sus representados».

José María Maravall: «Me gusta demasiado estar en la oposición»

27 noviembre, 2014

Fuente: EL PAÍS SEMANAL

Asegura que sigue agitado por dentro, aunque parece blindado. Argumenta que por “carecer de sentimiento de culpa”.
Amigo de Felipe González, fue ministro de Educación y Ciencia, pero él siempre ha preferido andar, buscar, conocer. Ahora le gustan sus nietos y Madrid, una ciudad que se le desdibujó desde el coche oficial.

JUAN CRUZ 13 JUL 2013 – 00:00 CET

Dice que su padre, el historiador José Antonio Maravall, era un hombre centrado y que él no lo es, que lleva una vida agitada, y que por ser así le puso los pelos de punta a su familia cuando era un estudiante. Aquel joven Maravall también ponía nerviosos a los guardias de Franco, que lo llevaron a prisión dos veces.

Pero esa, la de un hombre descentrado, no es la impresión que desprende José María Maravall, que fue ministro de Educación de Felipe González cuando se estrenó el socialismo en el poder, y que padeció una revuelta estudiantil que a él le puso los pelos de punta. Entonces (era la época del Cojo Manteca, recuérdese) la policía reprimió a los estudiantes que se levantaron contra su ley, y él asumió aquellos cristales rotos ofreciéndose a hablar con los que estaban al frente de la revuelta. En este país de ordeno y mando, los suyos entendieron que había claudicado.

Él no entendió que su actitud representara una claudicación: había ido a ver a los chicos, estuvo en el hospital con una alumna que había sido herida por la policía, recibió a los delegados de los estudiantes, estudió sus propuestas, les dijo qué podía conceder y qué era imposible dar… Se había comportado como es ahora también, un político de educación anglosajona que piensa que probablemente el otro tiene también algo que ofrecer. Algún tiempo después, en su coche de profesor de la Complutense, acogió como autoestopistas a aquellos que le fueron a ver al ministerio en medio de la revuelta. “¿Qué tal todo?”, le dijeron los chicos. “Nunca hubiera creído que un día íbamos a coincidir en el mismo coche”, les dijo.

Las fuerzas de seguridad que habían reprimido la revuelta no eran “mantequillas Arias”, le había dicho el ministro del Interior, que entonces era José Barrionuevo. Ahora él recuerda aquellos incidentes con la paciencia perturbada de un profesor que entonces estaba a la vez en los dos sitios de la mesa, en el de los estudiantes y en el del ministro. Porque en cierta manera este maestro ya veterano que goza discutiendo “con mis doctores”, los que preparan sus tesis con él, sigue siendo como un estudiante que escribe sus libros sobre sus rodillas en lugar de acogerse a las ventajas del cuarto en el que apila libros, apuntes y recuerdos. Es, dice, la costumbre de criar a los chicos mientras trabajaba en casa.

Es muy poco bullicioso, a pesar de esa idea que tiene de sí mismo como hombre que agitaba a los padres y que sigue agitado por dentro. Antes, dice, era muy inquieto, iba y volvía, aceptaba conferencias en Rusia, en Nueva York. “Ahora me cuesta más”. A veces la vida es como una hoja, va y se posa. “Sí, estoy más asentado en Madrid de lo que ha sido mi costumbre”.

Y disfruta Madrid. “Siempre he tenido una relación de amor-odio con la ciudad”. La parte de amor se ha incrementado; le encanta “patear Madrid”. Y le gusta trabajar de noche. Como un estudiante. Ahora el profesor tiene cuatro doctorandos a su cargo; “ellos me sacan a cenar, tenemos broncas monumentales sobre cosas que han escrito. Son muy francos y yo también lo soy, y alcanzamos la brutalidad en ocasiones”.

Una especie de mayéutica radical, quizá. En todo caso es una discusión “enriquecedora” que le ha devuelto a otros tiempos, cuando era profesor en Inglaterra y se relacionó con otros maestros y con sus alumnos y aprendió a aceptar que el otro quizá sabe más. Luego quiso llevarlo a la práctica, pero en España no había mucha costumbre.

Como a otros de su generación (Solchaga, Solana…), la política lo levantó de la enseñanza. En 1979 entró en la comisión ejecutiva del PSOE; luego estuvo seis años en el Gobierno. Ahí se acabaron los jóvenes estudiantes y también se acabó Madrid. Un político es alguien que va en un coche para asistir a un mitin, a un consejo; la ciudad es un paisaje al borde del camino que hacen otros. “Madrid se me desdibujó”. Salió de ese vientre, volvió a dar clases y se reencontró con la ciudad.

El ejercicio del poder era un paréntesis, dice, para disfrutar de lo mejor que para él tiene este compromiso público: las campañas electorales. Un compañero suyo le dijo un día: “Lo malo de mi relación con la política es que me gusta demasiado estar en la oposición”. Y mientras estás en el poder, las campañas electorales te devuelven en cierto modo al puesto del aspirante, que es el sitio de la oposición.

De educación anglosajona, piensa que probablemente el otro tiene también algo que ofrecer
Se recorrió España; armaba con Joaquín Almunia y una comisión de cinco personas el armazón de las campañas y salía a vender socialismo: la que hubo después del 23-F, la de la defensa de la Constitución, la del referéndum andaluz, las campañas electorales, por la reconversión industrial… El profesor trasplantado a la calle. “Como chiquillos”. De excursión por una España que entonces aún aspiraba a no ser conocida ni por la madre que la parió.

“Era prolongar la época estudiantil”. Un desbordamiento de energía al que él respondía con una incapacidad que le acompaña, no sabe decir que no. “Tomaba el tren en Granada, y venía a discutir con Paco Bustelo y con Pablo Castellano a un hangar a Madrid. Me encantaba ese debate constante, esa exploración de España, esas relaciones personales crecientemente profundas”. Fue también embajador informal, en misiones para estudiar qué se hacía por esos mundos con los misiles de crucero y con los Pershing. Eso le puso a Felipe González una idea en la cabeza: podía ser el profesor Maravall ministro de Exteriores. José María dijo no.

Esa parte de la moneda le gustaba, andar, buscar, conocer. “La parte oficial no; había una cámara de televisión que me grababa desde que salía por la puerta”. Eso es insoportable, y no solo por eso, pero también por eso, dejó el cargo y no quiso prolongarse en otro puesto.

Para él Felipe era Isidoro, un joven sevillano que iba a La Granja a discutir con él, con Ignacio Quintana, con otros, textos de Marcuse. Cuando cayó Rodolfo Llopis, Isidoro se hizo carne y adoptó el nombre de Felipe González. Desde entonces, sin altibajos aparentes, quien fue su presidente sigue siendo un amigo, y un referente.

Como ministro, el único enfrentamiento no fue el que tuvo con los estudiantes. “El más terrible fue el que hubo con la Iglesia. No imaginaba que iban a llegar a extremos personales tan inapropiados para esa institución… Y el de los estudiantes, claro, fue muy tremendo. Teníamos a toda la progresía del mundo mundial en el ministerio, y nos montan aquello. Nos causó gran estupor ver aquella columna de cuatro mil o cinco mil estudiantes avanzando por la calle de Alcalá. Unos días antes, Miguel, mi hijo mayor, me había dicho: ‘Oye, ¿no se te ocurrirá quitar la selectividad de septiembre?’. Si él lo decía es que algo estaba pasando. Y pasó”.

En medio del jaleo murió el padre. Él había sido un profesor republicano que, luego, como otros, aceptó el franquismo. Cuando José María tuvo uso de razón política, el padre aceptó el activismo antifranquista del hijo. “Era un hombre tímido que escondía una infinita calidez”, que le enseñó a su hijo a amar a Albert Camus y a mirar las películas de Claudia Cardinale. José María era el mayor de cuatro; a los 7 años ya recitaba de memoria La chanson de Roland. Y en la adolescencia el padre lo llevaba a la librería de Sánchez Cuesta, en Madrid, a que se familiarizara con las primeras lecturas serias de su vida ­(Graham Greene, Tagore, Hemingway), “hasta los primeros textos de Marx que tengo ahí”. A los 14 años estaba en el Colegio Estudio cuando la Falange entró a arrasarlo; ya él sabía que el país era oscuro, “pero desconocía que además esa oscuridad podía tomarla con el sitio donde estudiábamos”. Luego vinieron los partidos de la izquierda clandestina, el progresivo crecimiento de un progresista. La madre, María Teresa, era vasca, “fuerte, delgada, indestructible”, una de las primeras mujeres universitarias.

Contra mí o contra otros, me alegra que la gente defienda aquello en lo que cree”
¿Y este país ahora? “Vivimos una época de sufrimiento y oscuridad. Siniestro. En política se están perdiendo pilares esenciales de lo que es ya este país. La democracia consiste en arreglar los problemas, y me alegra que la gente se manifieste para reclamarlo. Contra mí o contra otros, que se manifieste, que la gente defienda aquello en lo que cree. Frente a la situación, compromiso, y yo soy optimista porque creo en el compromiso”.

La educación está en la calle, es el tema más caliente. Otra vez. ¿Qué piensa de esta ley que llaman “Wert”?, ¿qué no le gusta?

–Lo peor, la discriminación que arbitra. Que el Estado pague con dinero público la discriminación de género, con pruebas desde los 11 años que son reválidas, significa volver al pasado creyendo que con eso superaremos el fracaso escolar. Hablan del informe PISA y lo manipulan de mala manera. España tiene un sistema educativo universal desde hace 35 años, Francia lo tiene desde hace más de un siglo. Lo que llaman fracaso escolar se produce sobre todo por aquellos hijos de padres que no tuvieron ningún tipo de educación. Si España tuviera los niveles de escolarización de Francia no habría ninguna diferencia, pero es que además estamos en el mismo nivel que Luxemburgo o que Austria.

Tímido como un maestro anglosajón, tiene la mirada escrutadora de quien se ha pasado la vida examinando o convenciendo. Parece inexpugnable, por eso le pregunto qué le blinda, y él dice: “Carecer de sentimiento de culpa”.

Esclavizados y transparentes

26 noviembre, 2014

Fuente: EL PAÍS SEMANAL

Pese a las enormes e innegables ventajas de las nuevas tecnologías, se trata de instrumentos de dominio y control. Desde hace poco empiezo a recibir comentarios envidiosos por no haberme entregado a ellas.

JAVIER MARÍAS 7 JUL 2013 – 00:00 CET

Si desde hace una década o más mis amistades me insistían con fervor exagerado en que utilizara ordenador e email y móvil y cuantas maravillas electrónicas vinieron luego; si, al ver que no había forma de convencerme, me miraban con una mezcla de horror y conmiseración, como si al excluirme de su mundo feliz me hubiera convertido en un primate; si dudaban entre reírme la gracia o considerarme paranoico cuando yo aseguraba que todos esos inventos, pese a sus enormes e innegables ventajas, me parecían sobre todo instrumentos de dominio y control; si así eran las cosas, desde hace poco empiezo a recibir comentarios envidiosos del tipo: “Qué astuto fuiste al no entregarte en cuerpo y alma a las nuevas tecnologías. No sabes de la que te has salvado. Por culpa de ellas vivimos en un permanente infierno, sin descanso”. Muchas personas –al menos las que aún trabajan– se levantan de la cama y se encuentran con 20 o 40 mails nuevos en su correo. Eso después de haberse quedado la noche anterior hasta tarde contestando los más posibles de la jornada previa. Jamás tienen ya la sensación de haberse despejado el terreno, de haber cumplido con sus tareas y poderse dedicar un rato a leer, dar un paseo, ver una película o –lo que es más increíble– trabajar en lo que de hecho trabajan, para lo cual no les queda apenas tiempo. A mí mismo –sin email ni móvil ni nada– me ocurre a veces: se supone que escribo novelas, y que a algunos individuos les conviene que lo siga haciendo: a mis agentes, a mis editores varios, a los libreros, a los distribuidores. Pues bien, a menudo he de luchar contra los propios interesados y contra mucha más gente para encontrar “huecos” en los que dedicarme a lo que me dedico. Me lleva tanto tiempo despejarme el campo de asuntos aledaños a mi oficio que hay días en que, cuando por fin me siento ante la máquina para meterme en mi absurdo mundo ficticio, estoy agotado y se me han hecho las seis de la tarde. Estoy seguro de que si además tuviera correo electrónico, nunca volvería a escribir una novela. Nada grave para el conjunto de la población, por otra parte.

Pero cada vez hay más “arrepentidos”. Un periodista inglés me dijo hace poco que se había instalado un dispositivo que le impedía acceder a su email cinco horas diarias. Él mismo calificó de “patético” haber debido recurrir a la autoprohibición, como esos ludópatas que, en un momento de sobriedad, piden a los casinos que les denieguen la entrada. Hay gente que tiene los programas Freedom y SelfControl –explícitos nombres– para limitarse la navegación por Internet. El novelista Franzen extrajo la tarjeta inalámbrica de su ordenador y cortó el cable Ethernet para convertir aquél en una mera máquina de escribir sin acceso a la Red. Un exdirector de medios en Twitter, experto tecnológico, ha resuelto usar un viejo móvil Nokia sólo para hacer llamadas, se deshizo de su iPhone, toma notas con bolígrafo y cuaderno y lee libros en papel nada más. Otros sujetos “a la vanguardia de la tecnología están poniendo todo su empeño en hacerla retroceder unos pasos”, informa Nick Bilton, al menos en lo que respecta a sus vidas: desconectan el móvil al salir de casa, el wifi por las noches y los fines de semana, asimismo leen en papel en vez de píxeles en una pantalla.

Añadan a todo esto las recientes “revelaciones” hechas por el digno y sensato Edward Snowden, al cual persigue ahora la Administración de Obama por denunciar los abusos de dicha Administración y de la del Reino Unido en el espionaje masivo de las comunicaciones de los ciudadanos del mundo entero. He escrito esa palabra entre comillas porque hacía falta ser muy ingenuo para creer que cuanto se lanza a Internet no estaría sujeto, antes o después, al escrutinio de nuestros Gobiernos cada vez más totalitarios. Al contrario, se lo hemos puesto en bandeja. Si siguiéramos utilizando papel, sobre y sellos, como hasta hace nada, no digo que no pudieran inspeccionar nuestras misivas, pero les costaría muchísimo más tiempo y esfuerzo. Hoy mismo leo que, según Snowden, el Reino Unido pinchó más de 200 cables de fibra óptica, y que cada uno de ellos traslada en un día la información equivalente a 192 veces el contenido de todos los libros de la Biblioteca Británica. “Estamos empezando a dominar Internet”, decía con ufanía el autor de un documento ahora filtrado. Lo que más me inquieta es “empezando”, porque significa que lograrán ir mucho más lejos. Los investigados son, en su inmensa mayoría, “ciudadanos sobre los que no pesa sospecha alguna”. Y no se debe olvidar que, si el Estado puede conocer y almacenar nuestras comunicaciones, eso estará también al alcance de cualquier otra organización preparada.

Ustedes verán. Pero si nuestros Gobiernos nos tratan como a delincuentes, si han decidido saberlo todo sobre nosotros, lo público y lo privado y lo íntimo, si ya no podemos tener secretos de ninguna índole, habremos de actuar como delincuentes. Ya saben que la Mafia siciliana se comunica sólo mediante los piccini, papelitos escritos a mano que un recadero lleva del remitente al destinatario: la única manera de que nadie intercepte el mensaje, en principio al menos. Nos obligarán a seguir su ejemplo. Si nos ven como a criminales, nos tocará esquivar a nuestros gobernantes e intentar defendernos. Para cualquier cosa que no queramos que nadie sepa, habrá que volver al siglo XIX. Un gran engorro, desde luego. Pero, puestas así las cosas, yo no me asomaría a Internet, jamás, para nada que alguien pudiera volver en mi contra.

El Pardo. Detenido en el tiempo

25 noviembre, 2014

Fuente: EL PAÍS SEMANAL

Es un paraíso natural a las puertas de Madrid. Tiene un tamaño 50 veces mayor que el Central Park neoyorquino
Es también un testigo de la historia desde hace 600 años. Lugar de recreo de reyes y símbolo de la dictadura de Franco.
Sigue siendo un rincón vedado en su mayoría al público. Así es por dentro.

JESÚS RODRÍGUEZ Madrid 9 JUL 2013 – 00:00 CET3

Las garitas están vacías. No se oye una mosca. La soledad es absoluta. Estremece. Con parsimonia, un empleado del Patrimonio Nacional va capturando con una pértiga coronada por una malla cada hoja que flota sobre la superficie de la piscina azul y crema escondida en un rincón del palacio de El Pardo. Resplandece como un manantial. Como si en cualquier momento se fuera a zambullir el dictador. Todo el conjunto está como lo dejó en su último verano: el del 75. Con su chiringuito con cocina de butano, las sillas de publicidad de Pepsi y los columpios de los bisnietos, hoy rodeados de malas hierbas.

Esta piscina en perfecto estado de revista fue construida en 1942 por su arquitecto de cámara, Diego Méndez (el mismo que proyectaría su última morada del Valle de los Caídos), aprovechando un desnivel en el costado de esta quinta de caza de los monarcas españoles desde el siglo XV. Esa zona de recreo, invisible entre pinos y cedros, se convertiría en un rincón infranqueable de la intimidad de los Franco. Al igual que las cuatro habitaciones del matrimonio, situadas (por razones de seguridad) en lo más profundo del palacio, con vistas al sombrío patio central: un tabernáculo al que solo tenían acceso un par de camareras. El resto del servicio apenas vislumbraba al general; se intuía su presencia por los taconazos que propinaban a su paso los guardias y ujieres de librea, que resonaban en todo el recinto palaciego, como recuerdan sus antiguos servidores. En esta piscina accedió a posar en 1960 para la prensa, acompañado por sus nietos, como un sexagenario entrañable, dentro de un cuidado ejercicio de lavado de imagen; en ese mismo publirreportaje le retrataron jugando al tenis (en realidad, en posición de saque). Fue una rendija en la opaca existencia de la corte de El Pardo. Las cámaras nunca volvieron a penetrar en ese entorno. Que durante 35 años simbolizó el poder. Un lugar que inspiraba temor y veneración. Una burbuja cerca, pero lejos, de Madrid. La alegoría de la dictadura.

Unos cientos de metros más allá, en la espalda del palacio, incrustada en el antiguo cuartel de la guardia pretoriana del general (el Regimiento de la Guardia de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, convertido en 1976 en Guardia Real), semioculta en un jardín neoclásico y enmarcada por un paseo decorado con azulejos con el yugo y las flechas, uno se topa con esa cancha de tenis donde Franco peloteaba enfundado en un pantalón largo de franela blanca. Su red se ha pulverizado. Pero durante décadas, la rutina de ocio del inquilino de El Pardo fue sagrada. Y se completaba con la caza y la pesca en temporada. Cada domingo, fútbol en el televisor de madera de su cuarto de estar, y dos días a la semana, cine en el viejo teatro de corte de Carlos III del palacio, con merienda incluida. Ese teatro reconvertido en sala de cine ha sobrevivido, aunque sus frescos fueron cubiertos con papel pintado a finales de los cuarenta. También sobrevive el pomposo palco real con su incómoda docena de sillas de pesada madera labrada para el general y su círcu­lo, y los dos proyectores Marino Vincitor 60, que dieron vida en este recinto durante más de 30 años a 2.094 películas (antes de que se estrenaran en los cines de la capital). La última, el 26 de octubre de 1975, tres semanas antes de su fallecimiento y un mes después de que firmara cinco sentencias de muerte. Se titulaba El veredicto.

Puntualmente, a primera hora de la tarde, tras deglutir en silencio el rancho de la Guardia junto a la Señora (Carmen Polo) y sus dos ayudantes militares en el comedor de diario (tapizado de seda, con muebles de Fernando VII y abigarrado de relojes, jarrones, cuadros y candelabros), si al general se le antojaba jugar al golf, se desplazaba en coche a 300 metros de casa, atravesaba la plaza del Caudillo (él mismo), pasaba junto a la iglesia de la Virgen del Carmen (consagrada con ese nombre en honor a su mujer), cruzaba el puente sobre el Manzanares, envuelto en fresnos, sauces y chopos, y hacía unos hoyos en un pequeño campo que le había habilitado el Patrimonio Nacional: el organismo propietario de los Reales Sitios, al mando efectivo del cual estaba Fernando Fuertes de Villavicencio, visir de El Pardo –y de La Zarzuela– hasta seis años después de la muerte del dictador. Así explica la personalidad de ese valido un miembro de la escolta, que, tras la muerte de Franco en 1975, se convirtió (como muchos de sus compañeros) en guía turístico del palacio: “Aquí no se clavaba un clavo sin que lo supiera Fuertes. Era un tipo duro y estirado. Había sido futbolista y militar africanista. Se paseaba por el palacio con una fusta y un perrillo, y como viera algo fuera de sitio, te soltaba un zurriagazo. En la escolta del Caudillo entrabas por enchufe; porque conocías a alguien y porque no tenías ningún pariente rojo; y eso era extensivo al Patrimonio Nacional; el día que me presenté a Fuertes iba temblando. Me dijo: ‘¿Ve usted qué bien voy peinado y afeitado? ¿Ve usted cómo llevo planchada la camisa? ¿Ve cómo brillan mis zapatos? Pues así es como le gusta al Caudillo. Aplíquese el cuento”.

El golf de Franco aún existe, pero está abandonado. La hierba permanece bien cortada, pero ya nadie juega allí. Sus hoyos son un recuerdo del pasado. Del que solo los más viejos de los 3.500 vecinos de El Pardo (un tercio tiene más de 65 años y la mayoría trabajó a las órdenes del dictador) guardan memoria. En realidad, la mayor parte nunca le vio en persona y jamás se cruzó con él por el pueblo, que en 1951 fue absorbido por Madrid ante su imposibilidad de subsistir como municipio al carecer de suelo (que era y sigue siendo propiedad del Patrimonio Nacional) y, por tanto, de recaudar impuestos.

Al margen de esos lugareños, pocos visitantes suben a pie la cuesta que sortea este peculiar golf y finaliza en el convento de los capuchinos; y menos aún los avisados que se paran ante el portillo de esa explanada, intentando recrear la imagen del general, con visera, bombachos y un hierro 4 en la mano a modo de cetro, dominando el territorio del que fue monarca absoluto 35 años. Lo abandonó agonizante el 9 de noviembre de 1975 en dirección al hospital de La Paz. Había sido operado en secreto a vida o muerte seis días antes en el espartano botiquín de la Guardia. No regresaría. Su viuda aguantaría aquí hasta el 31 de enero de 1976. A las seis de la tarde de aquel sábado, partía desconsolada entre los gritos de ritual de sus incondicionales. Media hora más tarde se arriaba el guion de Franco. Caía el telón. Y el palacio se quedaba flotando en la historia. Sin que nadie supiera muy bien qué hacer con él. La Administración del Estado se había desplazado cinco kilómetros hacia el este, hacia el palacio de la Zarzuela, donde Franco había instalado (y aislado) al príncipe Juan Carlos en marzo de 1960. La Zarzuela, históricamente un modesto pabellón de recreo de los reyes de España, destruido en la Guerra Civil y rehabilitado en tiempo récord por orden de Franco, sería el nuevo eje del poder. En agosto de 1976 se abría el palacio de El Pardo al público. Y en 1983 (tras años de obras y con 25 nuevas habitaciones), como residencia de dignatarios extranjeros. En estos años se han alojado en torno a 200. Pero su popularidad siempre ha sido escasa. El Pardo arrastra demasiados fantasmas.

Hoy, apenas 40.000 personas visitan cada año el palacio. Las calles, con nombres patrióticos, permanecen desiertas entre semana. Y muestran un caduco mobiliario urbano. Solo las frecuentan jubilados y militares con la pluralidad de uniformes de la Guardia Real. El ambiente es castrense. En cuanto la fotógrafa de EL PAÍS saca su cámara, un todoterreno de la Policía Militar se acerca con las luces centelleantes y un guardia exige que la guarde: “Está prohibido echar fotos a menos de 300 metros de los acuartelamientos”, vocea.

Un tercio de los 3.500 habitantes de El Pardo tiene más de 65 años y la mayoría trabajó para el dictador
En El Pardo hay pocas tiendas y ningún supermercado; carece de servicio de urgencias, pediatra, biblioteca y polideportivo; pero contabiliza 40 bares, anclados estéticamente en los setenta, especializados en platos de caza. El pueblo, creado en torno al palacio y habitado desde el siglo XV por los servidores de los monarcas, cuenta con una población menguante: mil habitantes menos que hace 10 años. Y en caída libre. No hay suelo donde construir. Pertenece al Patrimonio. Que por ley no puede vender ni un metro cuadrado. Las pocas viviendas que no pertenecen al Patrimonio son caras. No llegan jóvenes y los hijos de los pardeños no tienen más remedio que marcharse. Pedro Rodríguez, octogenario, escolta de Franco, después capitán de la Guardia Real y desde siempre vecino del poblado de Mingorrubio (un conjunto de 387 viviendas construidas por Diego Méndez a partir de 1953, a cinco minutos del palacio, para albergar a los miembros de la Guardia, y que llegaron a cotizarse durante el boom inmobiliario a 500.000 euros), explica que el 60% de los vecinos del poblado tienen más de 80 años y votan en masa al PP: “Todos estamos retirados. Somos 130 viudas y 43 viudos. Y nuestras casas ya no las vendes ni por 300.000. Ya me dirá qué futuro tiene esto”.

La historia del monte de El Pardo, de este inmenso territorio de 15.700 hectáreas de bosque mediterráneo (50 veces el tamaño del Central Park neoyorquino) a las puertas de Madrid, vedado a los ciudadanos, trufado de cuarteles y de grandes y pequeños palacios (El Pardo, La Zarzuela, la Quinta y la Casita del Príncipe), y con una fauna de 4.000 gamos, 3.600 ciervos y 500 jabalíes, se inició muchos siglos antes de que Franco tomara posesión de este Real Sitio el 15 de marzo de 1940, un par de semanas antes de que celebrara su primer año triunfal y una después de que redactara una nueva Ley del Patrimonio Nacional que ponía a su disposición todas las antiguas posesiones de la Corona española. Antes de Franco, este callejón sin salida ya estaba atrapado en el tiempo.

El Pardo es una escenario con 600 años de historia que comenzó a forjarse cuando el rey Enrique III eligió esta dehesa como coto de caza (la afición congénita de los monarcas españoles) en 1405 y mandó construir un caserón sin muros, con la naturaleza por jardín, que ascendería a la categoría de palacio real con Carlos I y Felipe II, a partir de 1547; que sería ennoblecido artísticamente en el siglo XVIII por Felipe V, y cuyo terreno sería delimitado por una tapia de ladrillo (que aún existe) de más de 80 kilómetros de perímetro por su hijo Fernando VI (que también regularizó la propiedad del monte en favor de la Corona). Más tarde, sería su hermano Carlos III el que reformaría el palacio hasta proporcionarle el doble de su tamaño inicial y dio entidad a la contigua Casa de Oficios, el lugar donde se alojaban (por gremios y categorías) todos los servicios de esta corte de recreo (y que fue mandada derruir por Franco a comienzos de los sesenta bajo el influjo de su segundo arquitecto de confianza, Ramón Andrada, que redibujaría el perfil urbano del pueblo a partir de 1962 según los gustos del dictador).

Ya en el siglo XIX, Fernando VII enriquecería el palacio con muebles y tapices (algunos de Goya). En 1869, tras el destronamiento de su hija, Isabel II, durante el sexenio democrático, iban a ser desgajadas del monte y vendidas a particulares 5.000 hectáreas (las del Castillo de Viñuelas y La Moraleja), y en un alarde progresista, el Gobierno suprimiría los cuarteles de los guardias de corps del rey, que habían velado durante cuatro siglos las espaldas de los monarcas, para convertirlos en hospicio. Lo continuaría siendo durante 70 años, hasta que Franco se instalara en el palacio y situara a su escolta (Guardia Mora incluida) en esos mismos edificios, que hoy albergan a la Guardia Real.

El palacio fue testigo y protagonista. Aquí falleció Alfonso XII en 1885 y en sus jardines se selló cuatro días antes el Pacto de El Pardo entre los líderes conservador y liberal (Cánovas y Sagasta) para garantizar la estabilidad del país ante la temprana muerte del monarca (y con su esposa, María Cristina de Habsburgo, embarazada de pocos meses). Con ese hijo póstumo, Alfonso XIII, El Pardo recuperó su papel de escenario de cacerías del monarca y sus amigos (lo bautizó Coto de Caza Número 1), hasta caer en el olvido (frente al auge veraniego de Santander y San Sebastián), con el único paréntesis de haber albergado a su prometida, Victoria Eugenia de Battenberg, días antes del enlace, en mayo de 1906. Las imágenes de la época muestran aquel pueblo que se encontró la sofisticada princesa británica como un territorio primitivo y sin asfaltar, con el palacio con el aspecto de un museo mortecino, y la vieja Casa de Oficios, como una modesta corrala galdosiana. En tiempos de miseria era normal el acceso clandestino al monte de cazadores furtivos y madrileños que buscaban leña. Una escena que se haría habitual durante la Guerra Civil.

Curiosamente, este Real Sitio iba a resucitar en 1931, con la II República. Ya en los primeros días del nuevo régimen se iba a suscitar un debate en torno al futuro de los bienes del Patrimonio Real, transformado en un organismo denominado Patrimonio de la República, dependiente del Ministerio de Hacienda, que se hizo cargo e inventarió por primera vez los bienes históricos (entre ellos, cerca de 160.000 objetos) de la monarquía española. En el caso del monte de El Pardo, se barajó dedicar algunos miles de hectáreas para construir colonias de casas baratas y hacer del palacio un museo nacional. No cuajó. Sus últimos días de esplendor antes del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 llegaron de la mano de Manuel Azaña, presidente de la República desde abril de ese año, que se enamoró del Real Sitio y su microclima (más benigno que el de Madrid), pernoctó en el palacio y el palacete de la Quinta del Duque del Arco (un pequeño dominio de caza en el monte, rodeado de una hectárea de bellísimos jardines, y que hoy carece de función institucional) y celebró aquí varias reuniones ministeriales. Nunca olvidó aquel tiempo de calma antes de la tempestad. El mismo día del golpe de Estado de 1936, se encontraba paseando entre los rosales de la Quinta. El jefe de su escolta le tuvo que sacar a la carrera en dirección a Madrid ante la amenaza de los oficiales sediciosos del Regimiento de Ingenieros de El Pardo, que se habían puesto del lado de Franco. En sus memorias, en 1937, Azaña todavía pensaba que volvería algún día a ese paraíso: “Cuando gane usted la guerra, Negrín, me permitirán ustedes que deje de ser presidente de la República, a cambio de que me nombre usted para el cargo que más me gusta. El de guarda mayor y conservador perpetuo de El Pardo, con mero y mixto imperio dentro del monte, para hacer de él lo que en cualquier país de gusto estaría hecho desde hace mucho tiempo. Sin retribución alguna, ni otra recompensa que el derecho a vivir en cualquiera de estas casas, no en palacio, ciertamente”.

Durante la guerra, el palacio albergaría una división del Ejército republicano, a las Brigadas Internacionales y, al final de la guerra, a un grupo de comunistas que se negaban a rendirse. Milagrosamente, el palacio salió ileso. Y con su tesoro artístico intacto. Todo había sido perfectamente almacenado y protegido por los funcionarios del Patrimonio de la República.

En El Pardo hay pocas tiendas y ningún supermercado. Carece de biblioteca y de pediatra, pero tiene 40 bares
“Este paisaje es el mismo que se podía divisar hace mil años”, explica Ángel Muñoz, ingeniero forestal y encargado de los bosques y jardines del Patrimonio. Para entender El Pardo hay que trepar al mirador de Valpalomero. Desde este promontorio se divisa la apabullante extensión natural del monte, dominado por la cuerda del Guadarrama, y que se extiende entre Madrid, Aravaca, Majadahonda, Las Rozas, Torrelodones, Hoyo de Manzanares, Colmenar Viejo, Tres Cantos y Alcobendas. A un lado se divisa el enjambre de la capital, en el que sobresale el perfil de cuatro rascacielos; al otro, un paisaje idílico de encinas y alcornoques que se extiende hasta donde la vista permite. Las urbanizaciones han avanzado hasta la tapia histórica, pero no han conseguido atravesarla. De sus casi 16.000 hectáreas, 14.758 están protegidas como zona de reserva y se mantienen cerradas a los visitantes; en 1976, el Rey abrió otras 842 para el uso público, las que se extienden por la orilla izquierda del Manzanares; es hoy la parte más deteriorada, de menor interés ecológico y más amenazada por los incendios.

Cuando se pregunta a los responsables del Patrimonio Nacional (un organismo adscrito al Ministerio de la Presidencia) las razones por las que el monte permanece vedado al público, se limitan a responder con dos leyes. La primera, la propia de ese organismo, de julio de 1982, que explica: “Tienen la calificación jurídica de bienes del Patrimonio Nacional los de titularidad del Estado afectados al uso y servicio del Rey y de los miembros de la Real Familia para el ejercicio de la alta representación que la Constitución y las leyes les atribuyen”. La segunda, el Plan de Protección Medioambiental del Monte de El Pardo, de agosto de 1997, que proporciona a este territorio una tutela superior a la de los parques nacionales: “El objetivo de la zona de reserva es preservar recursos bien conservados, frágiles, representativos o singulares, por lo que quedan excluidas del uso público. Solo se permitirá el acceso al personal gestor y, en su caso, al de investigación y al necesario para actuaciones de manejo de hábitats y poblaciones, con objeto de impedir un desarrollo regresivo de la sucesión natural, habida cuenta de la continua actuación a que han estado sometidos los ecosistemas implicados”. Ángel Muñoz sintetiza: “Esto se ha preservado porque ha estado cerrado; si no, se habría extinguido. Es un monte muy frágil, que ha tardado siglos en formarse. Una joya. El pulmón de la capital. Si desapareciera, los madrileños tendríamos muchos problemas con el aire que respiramos”.

El Plan de Protección del monte le proporciona una tutela superior a la de los parques nacionales
Acompañados de Paco, el guarda mayor de El Pardo (vestido, como sus 43 compañeros de oficio, con el tradicional uniforme de pana y sombrero con escarapela), logramos cruzar uno de los portillos que dan paso a este paraíso escondido. Cada guarda controla en torno a 1.000 hectáreas. El monte está dividido en 28 cuarteles (con nombres como La Angorrilla, Trofas, Somontes, El Portillo…) presididos por una casa rural habitada por un guarda forestal. Hay centenares de caminos, arroyos, cuestas y barrancos, cada uno con su nombre. Es un complejo laberinto natural habitado por plácidos gamos y ciervos (que no se esconden de los visitantes), de una belleza jamás mancillada por el hombre. Posiblemente, su gran joya sea el embalse que baña el monte, construido en 1970 para regular el cauce del río Manzanares sobre Madrid, invisible desde cualquier punto exterior a esta zona reservada. En torno a sus 550 hectáreas se ha ido creando, a 10 kilómetros de la Puerta del Sol, un ecosistema dominado por el Guadarrama (nevado hasta bien entrada la primavera), donde la hierba y las encinas descienden hasta sus meandros, y que ha ido desarrollando una población autóctona de cigüeñas negras, grullas, garzas, gaviotas y cormoranes. Cuando uno lo contempla, se pregunta: “¿Estamos en Madrid?”.

¿Qué futuro le aguarda a El Pardo, a este Real Sitio con seis siglos de historia? Si en el aspecto ecológico está claro que mantendrá su estado virginal mientras las leyes no digan lo contrario, por el contrario, el núcleo urbano, presidido por un palacio que es un museo sin visitantes y una residencia para invitados ilustres cada vez con menos huéspedes ilustres, carente de suelo edificable y servicios, con una población envejecida y una presión de los domingueros en fin de semana, parece condenado a la decadencia. En realidad, se ha ido convirtiendo en una extensa y discreta zona militar y en una gran base logística a disposición del palacio de la Zarzuela, con el que se comunica a través de carreteras privadas. En este enclave de 3.500 habitantes se concentran, además de los 1.700 miembros de la Guardia Real en sus tres acuartelamientos (con un presupuesto anual de 45 millones de euros), el Canal de Experiencias Hidrodinámicas de la Armada, el Regimiento de Guerra Electrónica y el Centro de Mantenimiento de Material de Transmisiones. Por si fuera poco, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ha situado su base operativa en las inmediaciones de las citadas unidades. Y la Guardia Civil (el primer círculo de seguridad del Rey, al frente del cual está el coronel Francisco López Requena) ha ampliado y modernizado el cuartel de San Quintín (la base de escoltas de la familia real), a la entrada del pueblo, construyendo un enorme edificio de hormigón y cristal colgado sobre el río y con capacidad para más de 500 agentes de élite al servicio de La Zarzuela que ha costado unos 20 millones de euros. Con ese vecindario, no es de extrañar que El Pardo sea el distrito con menos delincuencia de Madrid.

Pero quizá el mejor símbolo de la decadencia de El Pardo sea su cementerio; el panteón del franquismo. Aquí están sepultados los militares, jerarcas, industriales y financieros que le prestaron apoyo durante 40 años; incluso su mujer. Nadie se acuerda de ellos. Empezando por los dos presidentes de Gobierno que yacen espalda con espalda: Luis Carrero Blanco y Carlos Arias Navarro. A pocos les dice ya algo su nombre. Como el de El Pardo.

«La clase trabajadora debe volver a darse cuenta de que lo es»

24 noviembre, 2014

Fuente: http://www.eldiario.es

Mariana Vilnitzky 30/06/2014 – 20:22h

Salvador Bolancer es uno de los pioneros que llevaron adelante la empresa recuperada Mol Matric, con más de 30 años de experiencia y una de las primeras, si no la primera, en España. También es impulsor de otras cooperativas, del movimiento cooperativo en sí, y de organizaciones de economía social y solidaria como Coop57. Hoy jubilado, sigue colaborando y dando charlas sobre su experiencia. Le motiva saber que lo que cuenta puede impulsar movilizaciones por un futuro mejor en quienes más lo necesitan.

En Mol Matric recuperaron la empresa en un momento muy complicado, 1981. ¿Qué puede recomendar a la gente hoy, que pierde el empleo con las quiebras?

La gente que se encuentra en la misma circunstancia en la que estábamos nosotros reacciona de otra manera. Yo les diría que sean capaces de no arrugarse a la primera de cambio; de no echarse para atrás. Cuando les dicen: «Aquí se ha acabado la empresa», mucha gente responde: «Prefiero que me den el paro y los cuatro duros de indemnización que me toquen, y ya me espabilaré luego. Prefiero olvidarme de todos los problemas». Yo les digo que empiecen a pensar que hoy en día, después de que se les acabe ese paro, no se sabe cuánto van a tardar en conseguir alguna otra cosa. Además, cuando consigan algo, será por menos de la mitad de lo que estaban cobrando anteriormente. Ante esa perspectiva, hay motivos válidos para decir: «Vamos a ser valientes: vamos a implicarnos».

¿Qué significa exactamente «implicarse»?

Significa entre otras cosas, por ejemplo, involucrarse en la gestión y dirección de su propia empresa, cooperativizada. Ojo, en nuestro caso no era que la compañía no tuviera trabajo o no hubiera mercado. Había mercado y así se demostró. Por eso pudimos sacarlo adelante. Ahora también existen estos casos, pero no se reacciona.

Pero aunque lo hagan, hoy van a juicio, se presentan los trabajadores para quedarse con la empresa, y muchos pierden. No ganan a pesar de que tengan argumentos válidos en el concurso.
Eso también pasaba en nuestra época. Se ganaba en los tribunales porque los trabajadores apretaban. Si los trabajadores iban arrugados, el juez les daba carpetazo. Si los trabajadores iban en lucha, al final terminaban ganando.

Pero hoy muchos trabajadores se van a la primera negativa.

Eso también pasaba antes. En nuestro caso, que era una empresa de 50 trabajadores, 15 o 20 se dieron a la desbandada a la primera. El empresario había montado otra cosa y se fueron con él. Nos quedamos 30. Luego había gente con la que era imposible pactar nada. No es fácil. Eso suele ocurrir en todas partes.

¿Qué hicieron ustedes?

Nuestra lucha comenzó cuando vimos que empezaba a haber movimiento en la empresa, que sacaban las máquinas y las herramientas. No era simplemente una quiebra. Nos habían dejado de pagar, nos debían meses. Entonces, lo primero que hicimos fue proteger la empresa. ¿Qué quiere decir eso? No dejamos que nadie se llevara ninguna máquina de valor. Que a nadie se le ocurriera llevarse nada, ni siquiera entre los mismos trabajadores, que siempre hay el típico listillo que se lleva cosas. Lo que nos dimos cuenta es de que podían desaparecer materiales que luego nos costaría muchísimo recuperar.

¿Cómo protegían la empresa?

Siempre, día y noche, alguno de nosotros hacía guardia hasta ver qué ocurría. Intentábamos no dejar pasar nada más que a la gente que tenía que trabajar.

¿Cómo no llegó la policía y los sacó, si la empresa no era suya?

Era un momento delicado. La policía no podía venir así como así. Era 1981, en plena Transición. Estaba Adolfo Suárez en el Gobierno. Los políticos no se atrevían a decir: «Tira a quemarropa». No era posible.

Pero ahora la policía intervendría.

Creo que si a los trabajadores no les pagan, los dejan en la calle, se hacen fuertes y se quedan en la empresa, algo tendrán que ganar. La resistencia a veces es muy sorprendente. Pero para eso necesitas tener un núcleo de gente que esté dispuesta a una serie de cosas, a manifestarse, a dormir en las instalaciones, a hacer de eso su vida. No es decir: «Me voy a una manifestación, vuelvo por la tarde, y mañana Dios dirá». Deben quedarse y seguir, por la noche y durante el día, con todo el mundo implicado, la familia, los niños, y todos lo que tengan alrededor; si tienen, también los amigos. Especialmente tiene que estar implicada la familia directa. Así ocurrió con nosotros.

¿Llevaban a la familia a la fábrica?

Las familias ayudaban mucho. Por ejemplo, hicimos algo que ahora le llaman «escrache», que era ir a buscar al responsable de la desgracia. Ahora se ha puesto de moda por los desahucios, pero entonces lo hacíamos nosotros. Organizamos una marcha a Cadaqués porque nos enteramos de que el dueño tenía una casa allí, que usaba en el verano. Alquilamos un autocar y nos fuimos con todas las familias, vestidos de azul, con niños y carritos. Todas las familias. Nos presentamos frente a su casa unas 70 personas, y quien primero nos recibió fue la Guardia Civil. Pero sus miembros se quedaron desbordados. «Miren», les dijimos, «nosotros no queremos hacerle ningún mal a nadie, pero hay un señor ahí que lleva ya dos meses sin pagarnos y no sabemos nada de él. No nos dice nada y venimos a ver si podemos entrevistarle aquí». Como no estaba, porque sabía que iríamos, le dejamos escrito en la puerta a lo que habíamos ido, y por qué lo estábamos buscando, y nos fuimos pegando pasquines. Después fuimos a su casa de Martorell, a otro taller que tenía. Intentamos hacer una lucha muy constante. Día sí y día también. Mientras, había un grupo que se quedaba en la fábrica. La fábrica nunca se quedó sola. Teníamos un retén por la noche y durante el día.

¿Por qué en casos similares la gente no hace lo mismo hoy?

En nuestro caso, era una época política muy distinta de la de ahora. Durante la crisis de los años ochenta existía una lucha obrera muy constante, muy fuerte. Los trabajadores eran muy conscientes de que eran trabajadores y no otra cosa. La democracia burguesa se ha preocupado mucho de hacer que los trabajadores se individualicen muchísimo, y cada uno piense que ya no es trabajador, sino otra cosa. Decían que los trabajadores éramos clase media. Hasta hace no mucho, el trabajador que de alguna manera ganaba un salario mínimamente bueno en una empresa saneada, y con eso quiero decir que percibía alrededor de dos mil euros limpios, ya pensaba que no estaba en la clase trabajadora, sino en la clase media. Eso se terminó en el momento en que ha llegó la hecatombe. Muchísima gente que se embarcó en una serie de circunstancias en su vida, ahora está en una pobreza absoluta, sujeta a desahucios.

La lucha de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca parece, en la actualidad, la más cercana a la de ustedes…

Curiosamente, hasta hace poco, a las reuniones de desahuciados solo iban los inmigrantes. Los españoles desahuciados no querían dejarse ver, se ocultaban. Querían que no se supiera que ellos eran pobres también. Últimamente ha cambiado el chip y la gente comienza a decir sin vergüenza cuál es su situación. Formaba parte de esa característica de no reconocer la clase social en la que se encuentran.

Aun así, los trabajadores no parecen movilizarse como ustedes… Hoy, un obrero a quien explotan puede que vaya a votar a un partido liberal que rebajará sus derechos, o a uno de ultraderecha que culpabilizará a inmigrantes…

Cuando la bonanza económica y la burbuja inmobiliaria han convencido a la gente para que se endeudara de tal manera que no pudiera ni rechistar. Ahí nos hemos desorganizado. Antes, mientras la clase trabajadora estaba muy organizada, la clase burguesa casi no lo estaba. La CEOE, por ejemplo, no existía. Se la inventaron entonces. Los patrones estaban bastante más desorganizados que los trabajadores. Ahora ocurre lo contrario. Los trabajadores están desorganizados, y los patrones están muy organizados. Saben cuáles son sus objetivos y los han conseguido. Querían el neoliberalismo europeo y estadounidense, y lo han logrado. Aun así, creo que hay signos de que todo puede cambiar.

¿Antes no había nada que perder?

Nada. Estaba todo perdido. Eso lo está comenzando a sentir ahora la gente joven. Hasta hace unos años, un chico de 25 años podía pensar que pronto se compraría un coche. Ahora muy pocos pueden pensarlo. No encuentran trabajo. No encuentran futuro. Viven con la pensión de los abuelos.

¿Pero hay conciencia entre ellos?

Si todavía creyéramos que somos trabajadores, juntos tendríamos prácticamente todo en nuestras manos. Si se quiere producir algo, lo tienen que hacer los trabajadores; no lo pueden hacer los capitalistas porque, entre otras cosas, son pocos y algunos no saben nada del trabajo en sí. Por tanto, somos los trabajadores quienes tenemos que tirar adelante cualquier iniciativa de trabajo y para crear nuevas expectativas económicas. Esta es una idea antigua, pero es aquí a donde tenemos que volver. Sí que hay signos de esperanza. Hace poco estuve en las Marchas de la Dignidad, en Madrid. Sin que estuvieran los sindicatos mayoritarios, que sin ellos antes era muy difícil movilizar a la gente, hubo una gran marcha. Se ha conseguido todo eso sin ellos.

Ha habido el 15 M, ha habido marchas y, sin embargo, ha sido un año nefasto para los trabajadores. Ha habido ERE, despidos indiscriminados más sencillos y con menores indemnizaciones… Las marchas terminan y toda la fuerza de la ley permite que continúen los ERE.

Aquí está el quid de la cuestión. Tenemos que intentar que este tipo de movimientos no sean como los hongos y se acaben. Que sea una cosa continuada. Esto es lo que se están planteando muchas organizaciones todavía pequeñas, pero que más adelante pienso que pueden ser muchísimo más potentes.

¿Qué papel desempeñan los sindicatos?

Se han ido desclasando, burocratizándose muchísimo. En los años setenta no podíamos ni pensar que un sindicalista fuese corrupto. Ahora tenemos sindicalistas implicados en fraudes. Hay sindicalistas que se han convertido en funcionarios, y eso no puede ser. Tiene que ser gente trabajadora. Ante estas circunstancias, hay una desmotivación generalizada. Seguro que las organizaciones sindicales no tienen toda la culpa, sino la misma sociedad que hemos creado entre todos.

A veces no se continúa, o no se empieza, con empresas cooperativas porque los mismos trabajadores no se ponen de acuerdo. ¿Cómo se hace para cambiarlo?

En Mol Matric había un buen grupo de gente concienciada y además un grupo que creíamos posible que nosotros, como trabajadores, en cooperativa, podríamos continuar con la empresa. Pero había otros grupos, organizados políticamente, que no creían que el cooperativismo fuera una salida para nada. Incluso más, creían que era una especie de parche, y de autoexplotación que ayudaba al capitalismo. Toda esta gente se fue apartando, y quedamos los que creíamos que sí podíamos.

¿De verdad las cooperativas no corren el riesgo de autoexplotarse?

Inicialmente es posible que lo hagan, pero eso luego debe cambiar. En nuestro caso, al principio nos pusimos unos salarios de subsistencia, algo que duró unos cinco años. Eso le sucede a cualquiera que quiera tirar adelante un proyecto. Nosotros nos pusimos en consonancia con el sector, y tuvimos que trabajar muchísimo la solidaridad interna. Eso quiere decir que si había que repartir 1.000 euros, se daban 100 a cada uno, sin categorías. Luego hubo que regularizarlo. Un peón no puede ganar lo mismo que un director, porque nadie querría ser director. Hay que tenerlo muy regularizado, y deben entenderlo todos. Eso, sin que se dispare mucho. Una diferencia de 1 a 3 o 1 a 5 en un nivel muy alto.

También deben tener conocimientos empresariales. ¿Eso cómo se consigue?

Tienen que buscar buenos asesores. En nuestro caso nos ayudó mucho David Santacana, del Colectivo Ronda. Era un economista que cambió las multinacionales por la economía social. Nos planteó, por ejemplo, que no teníamos que embarcarnos con un cliente en más del 30%. ¿Por qué? Porque si en un momento determinado ese cliente se va o no te paga, te hunde. Si te deja de pagar el 30% te hace tambalear, pero no te hunde.
Santacana se reunía con nosotros una vez por semana en el consejo rector.
Existen actualmente personas que asesoran para que las iniciativas puedan salir adelante. Solo hay que querer hacerlo, y esforzarse para seguir adelante.

Democracia

«Hay que saber pactar para continuar»

Muchas veces las cooperativas se rompen porque las personas no se ponen de acuerdo. ¿Cómo se hace?
En una cooperativa, sin pactos no vas a ninguna parte. Si la gente que lidera, que hace de motor, se cree el proyecto y convence al resto, entonces se puede salir adelante. Si todo el mundo quiere dirigir la orquesta, se rompe. Cada uno tiene que ser eficiente en el sitio en que sirve. El gerente debe tener conocimientos para ser cooperativista y capacidad para dirigir.

El riesgo es que el líder no considere otras opiniones, y el resto se desmotive…

Es normal. En un principio, eso nos pasó a nosotros. El resto no veía el proyecto claro, y empezaron a ver a los líderes como si fueran los dueños. Y claro, si es así el enfrentamiento está servido y se pierde el interés. Entre nosotros hubo gente que planteó que había que hacer grupos sindicales. Esa no es la salida en el cooperativismo. Si no estás de acuerdo con los líderes, debes presentarte al consejo rector y dirigir la cooperativa desde ahí. En los consejos rectores está la gente elegida por todos los trabajadores. O se cambia de chip desde el principio o no funciona.

¿Qué decisiones puede tomar el consejo rector?

Nuestro consejo rector se reunía semanalmente y tomaba las decisiones cotidianas. Si había cualquier asunto mínimamente difícil, una reducción en el salario, aceptar según qué trabajo, todo eso se llevaba a la asamblea general, con el voto de todos los trabajadores. Se hacían inicialmente muchísimas y eran larguísimas. Luego, las asambleas se hacen cada tres meses, y más si hay alguna eventualidad.
Normalmente, se intenta por todos los medios que las asambleas sean lo más democráticas posible. Siempre hay quienes son más influyentes y tienen más peso que otros. Pero las cooperativas funcionan así: un socio, un voto.

Solidaridad

Claves de 30 años de cooperativismo

¿Cuál es la clave del éxito de Mol Matric, después de 30 años como empresa recuperada?

Lo que nos ha funcionado es que haya una parte de la gente muy técnica, que supiera del trabajo y de los números, pero también una parte social, solidaria en lo interno y en lo externo de la cooperativa. La parte social es tan importante como el trabajo en sí. Debe haber gente que piense en las personas, desde la posibilidad de realizar una salida al campo con todas las compañeras y las familias, hasta la posibilidad de hacer una recolecta y mandársela a los más pobres de la tierra, como nosotros, que tenemos proyectos de solidaridad con el Sáhara y con Nicaragua. También tenemos una masía que compartimos, y una parte de las tierras se las prestamos a una gente para ver si pueden sacar adelante un proyecto agroecológico propio.

También supongo que influyen unas buenas cuentas…

Por supuesto, hay que comer. Hay que mantener el estómago y el espíritu. Cuando se forma una cooperativa, hay que pensar en ganar tres veces los salarios: una parte es el salario, el equivalente va para Hacienda, y el otro igual sirve para reponer maquinaria, material, y parte social. Si la gente gana dos mil, la empresa tiene que generar seis mil.

Una monarquía tapiada

23 noviembre, 2014

Fuente: http://www.eldiario.es

Isaac Rosa 01/07/2014 – 07:43h

Como ya estamos en verano, hoy les propongo un paseo en bicicleta, para oxigenarnos de tanta actualidad tóxica. Es un paseo largo, así que traigan provisiones.

Uno de mis sitios favoritos para montar en Madrid es el Monte de El Pardo. O para ser más exactos, su exterior, pues el 95% de su superficie está cerrada por tapias y alambradas, prohibido su acceso. De modo que los ciclistas damos vueltas siguiendo el perímetro, y apenas vemos un poco de su interior por las pocas puertas que permiten asomarse. Solo asomarse.

Todo el que pasa por allí piensa lo mismo: quién pudiera entrar, aunque sea solo una vez. Pero el Monte del Pardo es uno de los espacios más inaccesibles de España. En sus 15.000 hectáreas solo entra el personal que lo vigila y lo conserva, algunos investigadores por su valor biológico, y nadie más. Bueno, también una familia. Y sus amistades. Pero no me hagan hablar ahora de esa familia, que quiero dar un agradable paseo en bicicleta.

Como decía, el Monte de El Pardo es uno de los lugares más cerrados de España. Al ser parte del término municipal de Madrid, resulta que más de un 25% del territorio de la capital está cerrado, prohibido el acceso. Siempre me han dicho que el motivo es conservacionista: la única manera de mantener intacto un espacio tan singular, de tanto valor ecológico, y fundamental para que los madrileños respiremos.

Mientras pedaleo, me da por pensar en otros espacios naturales que tienen tanto o más valor que El Pardo, y sin embargo no están cerrados. En algunos casos están abiertos, aunque sometidos a normas restrictivas, como los Parques Nacionales. En otros, cerrado pero visitable en pequeños grupos y previa cita, como el Hayedo de Montejo. Pero El Pardo no, en su caso permanece blindado, como no lo está ningún otro espacio natural.

Ni se me pasa por la cabeza reclamar la apertura de El Pardo. No discuto su valor natural, y no tienen que convencerme de cómo quedaría si los domingueros lo pudiésemos visitar sin restricción los fines de semana.

Pero al pasar por otra de las puertas de la tapia, me acuerdo de nuevo de esa familia, la que sí puede entrar y hacer uso del monte. De hecho, viven en su interior: su residencia oficial está dentro, lo que convierte al Monte de El Pardo en el patio de su casa, para su uso y disfrute. Y por lo visto lo usan, y lo disfrutan.

Cómo lo usan y lo disfrutan, no lo sabemos. Y será que ya llevo mucho rato pedaleando y me pesan las cuestas, pero empiezo a cabrearme. ¿Qué es eso de que el Monte de El Pardo sea el jardín particular del rey y su familia? Y de sus amistades.

Pese a su enorme valor natural, El Pardo no depende del Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, no lo controla la autoridad de los Parques Nacionales. Pertenece a Patrimonio Nacional, entidad que administra los bienes “de titularidad del Estado afectados al uso y servicio del Rey y de los miembros de la Real Familia para el ejercicio de la alta representación que la Constitución y las leyes les atribuyen”.

Ah, bueno, pienso más relajado, aprovechando una cuesta abajo: son bienes del Estado, es decir, de todos los españoles. Y son para uso del rey, pero para que ejerza sus funciones representativas como rey. Vale, no estamos hablando de su coto privado.

¿O sí? Una nueva cuesta arriba se me atraganta, y entonces me acuerdo de un episodio reciente que dice mucho de qué significa “afectados al uso y servicio del Rey”. El caso de Corinna, ¿la recuerdan? La amante del rey (perdón, la “amiga íntima”). Resulta que Juan Carlos, como hacían antes los señores con las queridas, decidió ponerle piso a su chica. Y para tenerla cerca, dónde mejor que en El Monte de El Pardo. Aprovechó una casa ya existente, conocida como La Angorrilla, y la acondicionó para que viviera Corinna. Las obras y decoración de la casa, que imagino nada baratas, las pagamos nosotros, sobra decirlo. Y la casa no crean que está pegada a la tapia, sino en mitad del Monte, junto al embalse. Comunicada por una carretera directa con la Zarzuela, para facilitar las visitas amorosas.

De modo que Corinna se pasó cinco años (repito: cinco años) viviendo a nuestra costa, dentro de un sitio inaccesible para cualquiera, y a cuerpo de reina, nunca mejor dicho. Ah, y protegida por el CNI. Y dedicada a sus negocios, no sabemos cuáles. Según se publicó por ahí, se trajo también a su hijo, y el muchacho tenía afición a montar en quad: esas motos de cuatro ruedas que sirven para pegar saltos por el campo. ¿Por dónde creen que hacía el cabra con su motito el niño? Pues por el Monte de El Pardo, el mismo monte hiperprotegido y delicadísimo donde ni los guardas usan coche.

Todo esto son rumores. Cosas que se oyen. Como quien pedalea por fuera de la tapia y oye el motor del quad al otro lado. No sabemos hasta dónde es cierto, porque el gobierno se niega a informar, pese a las preguntas parlamentarias de Izquierda Unida. Una y otra vez recuerdan que, como es patrimonio nacional, es asunto del rey y su familia, y no hay más que contar. No exagero, escuchen a la vicepresidenta: “El Gobierno no tiene datos ni tiene por qué tenerlos, porque es lógico al ser de uso de la Jefatura del Estado”. Toma transparencia.

Esperen, que paro un momento, bebo agua y recupero la respiración. Me detengo en una de las entradas, y veo un cartel que dice “Coto de caza nº1”. Ah, lo había olvidado. El Monte de El Pardo es también un coto de caza. Ha sido durante siglos el cazadero privado de los reyes de España, donde abatían sus piezas favoritas. Por eso lo cerraron en su día, para que no se escaparan los animales y no entrasen cazadores furtivos. El coto lo disfrutó bien el dictador Franco: famosas fueron sus cacerías (no se pierdan este Nodo), a las que invitaba a su corte particular, y donde se cerraban buenos negocios, a lo Berlanga.

Hoy en El Pardo no se puede cazar, pero de hecho se caza. Para controlar el equilibrio de las especies, dicen. Miles de piezas abatidas cada año, no sabemos por quién: si son los propios guardas, si es el rey, cuya afición a la caza es bien conocida, o sus amistades a las que puede invitar a cazar en el selecto Monte, sin que nos enteremos, porque es patrimonio nacional y son asuntos suyos.

Tanto le gusta cazar, que pidió que le pagásemos un pabellón de caza dentro del recinto. Una construcción donde conservar sus muchos trofeos (elefantes, osos, ciervos…). Y por supuesto, estábamos dispuestos a pagárselo, dando por hecho que sería “para el ejercicio de la alta representación que la Constitución y las leyes les atribuyen”. Tres millones y medio de euros.

Voy ya justo de fuerzas con la bici, así que disculpen si desvarío: ¿por qué está cerrado el Monte de El Pardo, como no lo está ningún otro espacio en España? ¿Para conservar su riqueza natural? ¿Solo por eso? ¿O para que el jefe del Estado pueda disponer del recinto a su gusto? De hecho, la ley de 1997, que regula su protección ambiental, empieza recordando que el “objetivo principal” del Monte es quedar afecto al rey, y a ese objetivo “debe subordinarse cualquier uso o actividad que pretenda realizarse”. De modo que las medidas de protección ambiental solo se harán “en la medida en que son compatibles” con esa afección.

Así que al llegar a casa, agotado de la ruta, pienso que la monarquía española encuentra su más perfecta metáfora en El Monte de El Pardo: un lugar cerrado, tapiado y alambrado, cuyo interior ni siquiera adivinamos, donde solo es posible ver la rápida entrada y salida de coches y comitivas oficiales, donde de vez en cuando se oye un disparo o el motor de un quad.

Así ha sido durante demasiados años esta monarquía: un coto privado, un espacio blindado en cuyo interior el rey hacía y deshacía a su aire. Así ha sido hasta que él mismo incendió el monte con sus imprudencias, y hemos visto el humo desde fuera, nos hemos escandalizado, hemos exigido saber más.

Esa es la mejor imagen del rey español: un monarca que vive en un palacio lejos de nuestra mirada, dentro de un gran coto de caza para su disfrute, donde puede alojar a su amante en una casita perdida en el monte. Todo muy medieval. Será el cansancio, pero me siento más que súbdito. Vasallo.

No me gusta ninguna monarquía, pero pienso en otros reyes europeos cuyas residencias oficiales están en el centro de la ciudad, donde cualquiera puede ver quién entra y sale de palacio. En cambio la monarquía española mantiene su residencia lejos de los ciudadanos, tras la tapia, en medio del monte inaccesible, donde un yerno delincuente puede reunirse con sus compinches con toda tranquilidad.

Una inaccesibilidad y secretismo que no han desaparecido con el nuevo rey, que sigue viviendo allí, y ya veremos hasta dónde es «renovador». Es verdad que en los últimos años la tapia se ha agrietado, y vemos algo más del interior. Pero la operación sucesoria ha supuesto una capa de cemento institucional en las zonas más descompuestas de la tapia, y los principales medios de comunicación han vuelto a levantar la alambrada.

Hasta aquí llega el paseo en bicicleta. Agotador, sí.

(Aprovecho para contarles que voy a estar unos meses sin aparecer por aquí, por decisión propia. Nos volveremos a ver pronto, espero. Gracias.)

New York Times publica la lista de mayores defraudadores españoles

22 noviembre, 2014

Fuente: http://www.bolsaclick.com

Emilio Botín y su familia, José María Aznar, Dolores Cospedal o Rodrigo Rato son algunos de los nombres de la lista de defraudadores.

28 enero, 2013

Aclaración: este artículo fue escrito hace ya medio año en base al oportunismo de algunos, que modificaron un artículo del profesor Vicenç Navarro y que numerosos medios, incluidos algunos partidos políticos, confundieron por el artículo genuino. Desde Bolsaclick lamentamos que haya ocurrido este suceso y toda la confusión que pudo crearse a partir de esta noticia.

Emilio Botín y su familia, José María Aznar; Dolores Cospedal; Rodrigo Rato; Narcís Serra; Eduardo Zaplana; Miguel Boyer; José Folgado; Carlos Solchaga; Josep Piqué; Rafael Arias-Salgado; Pío Cabanillas; Isabel Tocino; Jordi Sevilla; Josu Jon Imaz; José María Michavila; Juan Miguel Villar Mir; Anna Birulés; Abel Matutes; Julián García Vargas; Ángel Acebes; Eduardo Serra; Marcelino Oreja, son algunos de los 569 españoles que depositaban su dinero en en el extranjero sin que éste fuera declarado en España.

Así lo asegura una información publicada por el rotativo más prestigioso del mundo, The New York Times, en una serie de artículos sobre el Presidente del Banco Santander, Emilio Botín.

En el último capítulo que ha visto a la luz de este serial versa sobre el ocultamiento por parte de Emilio Botín y de su familia de unas cuentas secretas establecidas desde la Guerra Civil en la banca HSBC.

Al parecer, en esta entidad financiera había 2.000 millones de euros que nunca se habían declarado a las autoridades tributarias del Estado español y que ahora ha salido a la luz a merced de la acusación realizada por un empleado del banco que se ha decidido a publicar los nombres de las personas que depositaban su dinero en la entidad sin que éste fuera declarado en los países de origen de los señalados.

Entre ellos había nada menos que 569 españoles, incluyendo a Emilio Botín y su familia, con grandes nombres de la vida política y empresarial como los citadas en la introducción. Habrá que esperar a las primeras reacciones.

Balance de una guerra

21 noviembre, 2014

Fuente: http://www.elperiodico.com

En 1914, los militares embarcaron a sus países en un conflicto desastroso en el que todos perdieron.

Josep Fontana. SÁBADO, 28 DE JUNIO DEL 2014

La primera guerra mundial fue un error histórico en el que las potencias europeas consumieron sus fuerzas en un conflicto en el que todas iban a resultar perdedoras, lo que retrasó un futuro de progreso al que parecían apuntar los avances de la cultura y de la ciencia en los primeros años del siglo XX (los nuevos lenguajes de las vanguardias del arte y los fundamentos de la revolución científica son anteriores a 1914).

La mayor de las responsabilidades correspondió, sin duda, a los militares, que embarcaron a sus países en un conflicto desastroso manejando un nuevo y mortífero armamento cuyos efectos reales no entendían, lo que implicó el inútil sacrificio de millones de vidas humanas. Pero no es menor la de los políticos, que se dejaron convencer sin valorar el coste de la empresa y la escasa entidad de las ganancias que podían obtener.

Parece claro hoy que la responsabilidad inmediata del inicio del conflicto -hoy se cumplen 100 años del atentado de Sarajevo- hay que atribuirla al Gobierno alemán. Como nos muestra John C. G. Röhl en su monumental biografía del káiser Guillermo II, los altos mandos del Ejército alemán estaban esperando la oportunidad de declarar una guerra preventiva contra Francia y contra Rusia antes de que completasen sus campañas de rearme, contando con que Gran Bretaña, que estaba ocupada en el conflicto de Irlanda, se abstendría de participar. De modo que «no solo los generales alemanes, sino algunos civiles de alto rango en el Gobierno, celebraron el asesinato de Sarajevo como una afortunada oportunidad de iniciar la llamada guerra preventiva».

No había de costarles convencer al emperador, que tenía su propia interpretación acerca de este asunto: «El segundo capitulo de las invasiones de los bárbaros ha comenzado. Tercer capítulo: lucha de los germanos contra los rusos y contra los galos por su existencia. Ninguna conferencia podrá evitarlo, porque no es una cuestión política, sino de razas… Se trata de la existencia de la raza germánica en Europa».

Había por lo menos otros dos motivos para justificar esta aventura. El primero de ellos, la realización del sueño colonial: en 1900 Gran Bretaña tenía 367 millones de súbditos coloniales, Francia tenía 50 millones y Alemania tan solo 12, menos que los holandeses o los belgas. El segundo, la voluntad de frenar el ascenso del SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán, que en 1912 era, con 110 diputados, el más numeroso en el Reichstag, donde no podía derribar a un Gobierno con sus votos pero sí controlar los presupuestos.

Como ha señalado Max Hastings, los alemanes se equivocaron en 1914 al optar por la guerra, «subestimando el peso económico e industrial del poderío de su país». De haberse mantenido 30 años más en paz, podrían haber alcanzado el mismo dominio sobre Europa del que hoy disfrutan, ahorrándose los costes de perder dos guerras mundiales.

Pero el mayor de los errores fue sin duda el que cometieron los dirigentes de Gran Bretaña embarcándose en una guerra que no afectaba a sus intereses y en la que no tenían nada sustancial que ganar. Niall Ferguson afirmó en The pithy of war que fue mucho peor que una tragedia, «fue el mayor error de la historia moderna». Gran Bretaña sufrió grandes pérdidas en vidas humanas y se arruinó económicamente. Sus dirigentes se habían equivocado, al igual que los de Francia y de Italia, al pensar que podrían compensar los enormes gastos del conflicto con las reparaciones que habrían de pagar los alemanes. Rudyard Kipling, que había perdido a un hijo en la guerra, lo decía en unos versos que expresaban el sentir popular británico: «El precio de nuestras pérdidas nos lo tendrán que pagar en mano, no a otros ni en otro momento. Ni el extranjero ni el sacerdote han de decidirlo. Es nuestro derecho».

Solo que no había de donde sacar estas reparaciones, de modo que los vencedores quedaron tan empobrecidos como los vencidos, y con grandes deudas con Estados Unidos, que había acumulado en esos años la mayor parte de las reservas mundiales de oro como consecuencia de sus ventas a los beligerantes, lo que explica que comenzase ahora «el siglo norteamericano», con el dólar como moneda de referencia.

Desaparecidos los viejos imperios que habían mantenido la estabilidad del mundo desde la edad media, la Europa de la posguerra no consiguió recuperar su equilibrio. En The Deluge. The Great War and the Remaking of Global Order, el mejor estudio hasta hoy publicado acerca de las consecuencias de la guerra, Adam Tooze sostiene que fueron precisamente los norteamericanos, que habían alcanzado un grado de poder nunca conocido en la historia, los responsables de ello al imponer que se firmase una paz sin victoria, por una parte, y desentenderse después de unas consecuencias que habían de llevar a un nuevo conflicto mundial.