Fuente: http://www.rafaelnarbona.es
No soy un gran aficionado a los deportes, pero no me han pasado desapercibidos dos acontecimientos que muestran las dos caras de la alta competición. Me refiero al incidente entre Marc Márquez y Valentino Rossi en el Circuito Internacional de Sepang, y al gesto de Sonny Bill Williams, jugador neozelandés de rugby de los All Blacks, con un niño de catorce años. Márquez y Rossi se disputaban la tercera plaza en una carrera decisiva. Márquez tal vez pecó de agresividad, pero eso no justifica que Rossi le propinara una patada para quitárselo de encima. Se ha escrito mucho sobre el incidente y quizás no es posible formular una versión definitiva. Sin embargo, los datos de telemetría indican que la palanca de freno de Márquez sufrió un impacto, lo cual provocó que se bloqueara la rueda delantera y se produjera una caída. Cualquiera puede apreciar que Rossi abrió su trayectoria hasta casi detenerse en una curva, aguardando al español con una mirada intimidatoria y forzándole casi a abandonar la pista, poco antes de que su pierna se levantara del estribo, intencionada o instintivamente. Si lo que pasó durante la carrera fue lamentable, lo que ha sucedido después ha resultado particularmente bochornoso. Rossi insultó a Márquez, sus hinchas llegaron a pedir que en la próxima carrera le rompiera la tibia y el peroné, dos periodistas se colaron en la casa del piloto español e intentaron humillare, desencadenando un altercado. ¿Quién ha salido perdiendo? Indudablemente, el deporte. No es un espectáculo edificante para los más jóvenes, que casi siempre buscan a sus ídolos entre los deportistas de elite.
Afortunadamente, el neozelandés Sonny Bill Williams, con sus tatuajes de tipo duro y sus músculos de ex boxeador invicto, ha dado una lección de ternura y humanidad. Un adolescente se lanzó al campo para agasajar a su ídolo. Los miembros del equipo de seguridad le arrojaron al suelo sin contemplaciones, pero Sonny intervino y pidió que le dejaran en paz. Abrazándole, le llevó hasta sus padres y le regaló su medalla de campeón del mundo. No está de más decir que el rugby siempre ha fomentado el respeto hacia el adversario. A pesar del contacto físico, los jugadores no se odian. El famoso Haka, el himno guerrero de los maoríes que entonan los All Blacks antes de cada encuentro, no es un desafío, sino una plegaria por los vencidos, semejante a la de algunas tribus cazadoras que piden perdón al animal abatido. La patada de Rossi me ha recordado el cabezazo de Zidane. Algunos dirán que la comparación es excesiva, pero no hay que olvidar el riesgo de una caída cuando circulas a más de doscientos kilómetros por hora. Las trágicas muertes de Tomizawa y Simoncelli en fechas recientes nos recuerdan que el motociclismo es un deporte de alto riesgo. Sé que los circuitos están preparados para minimizar los daños, pero los que conducimos motos y hemos sufrido alguna caída a velocidades infinitamente menores, no ignoramos lo que significa volar o rodar por el suelo, sin saber cómo acabará la trayectoria. La sensación de vulnerabilidad es tremenda. Es evidente que un piloto profesional está mentalizado para enfrentarse a esta clase de situaciones, pero nunca deberían producirse por culpa de un gesto antideportivo. Me produce indignación que algunos justifiquen a Rossi, alegando que Márquez le estaba tocando las narices. De acuerdo con este argumento, lo mejor es propinar un puñetazo al rival, cuando éste intenta romper tu concentración con artimañas inapropiadas.
El deporte a veces produce tristeza, pero en otras ocasiones nos muestra la grandeza del ser humano. El 29 de julio de 1973, se disputó en el Gran Premio de Fórmula 1 de los Países Bajos. En la curva más rápida del circuito, el piloto británico Roger Williamson sufrió un aparatoso incidente. Se reventó uno de los neumáticos y el coche volcó, deslizándose en llamas por el asfalto durante casi trescientos metros. Sólo el piloto David Purley detuvo su monoplaza en el arcén y cruzó la pista, intentando salvar a Roger, que no había sufrido graves lesiones. Purley pidió ayuda a los comisarios para darle la vuelta al coche, pero no llevaban ropa ignífuga y no se atrevieron a acercarse. Williamson murió abrasado. Purley había rociado el coche con un extintor, pero el incendió se había reavivado tras unos segundos. Incomprensiblemente, la carrera no se interrumpió. Al comprobar que no podía hacer nada más, Purley se sentó en el suelo y lloró con el casco en la mano. Su acción le reportó medallas y reconocimientos. Doce años más tarde, murió en un accidente de aviación, pilotando un pequeño aparato. Se le recuerda como a un gran héroe de la Fórmula 1. David Purley y Sonny Bill Williams son el mejor rostro del deporte. Los títulos tienen un valor relativo. Las victorias verdaderamente importantes se producen en el terreno moral. Desde mi punto de vista, lo que hace inolvidable a Roald Amundsen no es la conquista del Polo Sur, sino su muerte mientras intentaba rescatar a bordo de un hidroavión al ingeniero Umberto Nobile, que se había extraviado durante una expedición al Polo Norte. En el deporte, las gestas más memorables no son las que marcan un nuevo récord, sino las que sirven como ejemplo de superación y coraje, revelando que el ser humano puede luchar contra cualquier límite. Sin juego limpio, el deporte sólo es un negocio, no una inspiración.
RAFAEL NARBONA
Publicado en El Imparcial (07-11-2015). Si quieres leer el enlace original, pincha aquí.