Archive for the ‘franquismo’ Category

Fotos inéditas de la presencia nazi en España: “El franquismo fue una anomalía fascista en Europa”

8 May, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Lucas Marco

SEGUIR AL AUTOR/A

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Funeral oficiado por las autoridades religiosas en el cementerio de Alicante por la muerte de marineros alemanes en la costa de Calp en 1943.
Funeral oficiado por las autoridades religiosas en el cementerio de Alicante por la muerte de marineros alemanes en la costa de Calp en 1943. CENTRO DE INTERPRETACIÓN DE LOS REFUGIOS SÉNECA Y BALMIS (ALICANTE)

1 de abril de 2023 22:30h

Actualizado el 07/04/2023 08:49h

La investigación sobre la presencia nazi en la España franquista, tanto durante la Guerra Civil como en la posguerra, desvela poco a poco aspectos desconocidos. Tras la Segunda Guerra Mundial, los aliados solicitaron al dictador Francisco Franco la entrega de 104 criminales nazis refugiados en España. “Franco no entregó a ninguno, la derrota de Hitler dejó al franquismo como una anomalía fascista en la Europa de la segunda mitad del siglo XX”, explica a elDiario.es el antropólogo Joan Salazar, coautor de La memòria segrestada. Nazis al País Valencià, la guía dedicada al alumnado y al profesorado de los institutos públicos editada recientemente por el Aula Didàctica de la Memòria Democràtica creada por la Conselleria de Educación de la Generalitat Valenciana.

A pesar de la debilidad y el aislamiento del franquismo tras la contienda mundial, los criminales nazis siguieron campando a sus anchas por España. “La razón es ideológica, formaban parte del mismo esfuerzo y momento histórico”, dice Salazar en referencia a ambos regímenes. La guía didáctica, elaborada por varios docentes de secundaria y especialistas en la materia (María José Soriano, Juan Vicente Morales, Andrea Moreno y José María Azkárraga), aporta fotos inéditas tanto de miembros de la División Azul como de actos en Alicante.

Algunas de las imágenes más novedosas, provenientes del Centro de Interpretación de los refugios Séneca y Balmis de Alicante, muestran un funeral en el cementerio de la localidad, adornado con banderas de esvásticas nazis y oficiado por las autoridades religiosas por la muerte de marineros del submarino alemán U-77, hundido frente a las costas de Calp en 1943.

Miembros valencianos de la División Azul. ARCHIVO J. M. AZKÁRRAGA

La guía pretende que el alumnado valenciano de secundaria trabaje materiales relacionados con la memoria democrática en las aulas. Joan Salazar, responsable junto con la historiadora Esther López Barceló del Aula Didàctica de la Memòria Democràtica, presentada esta semana en la antigua prisión franquista de Sant Miquel dels Reis de Valencia, destaca el “trabajo con fuentes históricas” y “documentos primarios” para “construir el conocimiento histórico”. “No se trata de dar un contenido elaborado sino de abordar las fuentes, algunas de ellas inéditas, y plantear una serie de actividades que permiten tratar temas, personajes y acontecimientos”, apostilla.

Un método “científico, riguroso y crítico”

La guía, encargada por la dirección general de Innovación Educativa de la Generalitat Valenciana, propone ir más allá del “aprendizaje pasivo de los hechos históricos” para dar al alumnado “herramientas para reflexionar sobre el pasado pero también sobre el presente”. “Hace falta hacerlo con un método científico, riguroso y crítico”, señala Joan Salazar, quien destaca que se trata de todo un “reto”.

El diseño de la guía didáctica, “claro y cuidado” a cargo de Rosa Bou y Kumi Furió, de Limoestudio, está pensado para el uso en el aula incluso con un formato horizontal. “Son los primeros materiales didácticos que abordan el tema en clave autonómica, con información de nuestro territorio y siguiendo un eje cronológico, desde la participación de la Alemania nazi en la Guerra Civil entre 1936 y 1939 hasta el refugio de criminales en nuestra costa hasta los años noventa”, indica el coautor de la obra.

Miembros de la División Azul jurando obediencia a Hitler. ARCHIVO J. M. AZKÁRRAGA

Los autores han planteado todo tipo de ejercicios y actividades dinámicas para el alumnado e incluido recomendaciones bibliográficas y recursos en internet. Mediante códigos QR, pueden acceder a documentales para responder a las preguntas que plantean las actividades propuestas.

A pesar del mito de que el dictador libró al país de la participación en la Segunda Guerra Mundial, los contenidos inciden en la colaboración entre el régimen nazi y la España franquista. Las autoridades españolas “enviaron a 40.000 soldados a luchar después de hacer un juramento a Hitler, dieron toda clase de recursos al Tercer Reich mediante una red de centenares de empresas para su guerra total en Europa e invitaron continuamente a jerarcas nazis y miembros de sus instituciones, incluso las SS y la Gestapo”, recuerda Joan Salazar.

“Se repite, como un mantra, que el nazismo y el fascismo italiano colaboraron con el bando franquista, pero eso es quedarse corto”, concluye Salazar.

Sobre este blog

Espai que combina l’actualitat al voltant de les polítiques de les administracions valencianes en matèria de memòria democràtica i exhumació de fosses amb continguts més especialitzats sobre la història de la repressió franquista i els avanços en les investigacions acadèmiques. Reportatges, entrevistes, actualitat, opinions, informació sobre recerques universitàries o publicacions…

ETIQUETAS

Los nadies de la Guerra Civil

7 May, 2024

Fuente: http://www.infolibre.es

Urania Mella con María Gómez en la cárcel de mujeres de Saturraran (Motrico, Vizcaya) a principios de los años 40
Urania Mella con María Gómez en la cárcel de mujeres de Saturraran (Motrico, Vizcaya) a principios de los años 40 Proxecto nomesevoces.net

Francisco J. Leira Castiñeira

1 de abril de 2023 19:44h

Actualizado el 02/04/2023 06:00h

Una práctica común entre lectores y escritores a la hora de devorar un libro es anotar en sus márgenes comentarios referidos al mismo o ideas que surgen con su lectura. Esta práctica es conocida por marginalia y ha sido estudiada por filólogos debido a la cantidad de información y reflexiones que dejaron grabadas autores como Juan Ramón Jiménez o Mark Twain. Es una práctica que seguimos haciendo muchos de nosotros para recordar aquello que quedó al margen de la narración y queremos subrayarlo.

Este símil puede aplicarse a lo que ha sucedido en la historiografía hasta hace pocos años. Por suerte, cada vez son más los historiadores-as que incluyen en su narrativa la marginalia de los nadies (Eduardo Galeano), de los ninguén (Xosé Neira Vilas), los menores, porque tienen un poder menor (Pier Paolo Pasolini), es decir, los olvidados de la Historia. De este modo, podemos abordar el pasado desde otra perspectiva, más compleja, cambiante y porosa. Todos tenemos cierta capacidad de agencia, de decisión, pero está ligada a nuestra relación con el entorno sociopolítico y cultural, y al momento histórico. Por eso, estudiar a la gente corriente, nos evoca un reflejo más fiel de aquel universo sociocultural que tratamos de reconstruir pero que nunca conoceremos del todo. Pero, no solo representa lo que fuimos, sino también lo que somos: personas, y como tal no podemos clasificarnos de manera dicotómica como si no estuviésemos sometidos a una constante evolución del pensamiento, ni que nuestro comportamiento actúe constantemente como, en teoría, nosotros mismos nos definimos. ¿Acaso los seres humanos no somos contradictorios? Pongamos unos ejemplos del libro Los Nadie de la Guerra de España (publicado en Akal),

Alicia Solleiro recuerda cómo la primera vez que vio a su madre, Urania Mella, tras la salida de esta última de la cárcel de Saturraran, le respondió negativamente a la pregunta de si la quería. El motivo estribaba en que la familia del marido de Urania la culpaba de ser la causante del asesinato de este por parte de los golpistas. Ella rompió el techo de cristal participando en organizaciones obreras como el Socorro Rojo o la Asociación de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo de la localidad de Lavadores (ahora perteneciente a Vigo). Posiblemente, como consecuencia de la socialización familiar (su abuelo era Juan Serrano Oteiza, y su padre, Ricardo Mella, dos influyentes intelectuales anarquistas), participó en política, así debe ser reivindicada su figura, no por ser hija de. Su marido, Humberto Solleiro, también fue un destacado sindicalista de Vigo, aunque no tuvo la repercusión de su esposa.

Con el golpe de Estado, les abrieron un juicio sumarísimo por vía militar con sentencia a pena de muerte para ambos, aunque, finalmente, solo ejecutaron a Humberto. A Urania le conmutaron la sentencia por cadena perpetua, y salió de prisión a mediados de los años cuarenta. El adoctrinamiento de las también víctimas de la represión franquista, en este caso, la familia de Humberto, hizo que buscaran una explicación y un chivo expiatorio, y esto provocó que descargaran su ira contra Urania. Por este motivo, que es difícil de justificar, pero que ha de comprenderse por la complejidad de aquel periodo de violencia y miseria moral, todos sus hijos mantuvieron una idea negativa sobre ella. Ese pensamiento cambió en Alicia cuando llegó la adultez y empezó a descubrir quién había sido, qué había conseguido, su lucha en defensa de los más desfavorecidos (era profesora de mujeres con pocos recursos) y cómo fue condenada. Cuando Alicia comenzó a asentar su vida en Cataluña, empezó a militar en las mismas organizaciones en las que lo hiciera su madre.

Por eso, es difícil juzgar la actitud de la familia de Humberto Solleiro cuando culpan de la muerte de su hermano, a su esposa. La sinrazón, la falta de comprensión de lo que ha ocurrido o, incluso, un intento por salvar la vida de sus sobrinos hizo que cargasen contra la madre y no les permitieran verla más que un par de veces antes de morir. Este matiz, no es una postura equidistante, puesto que ya lo advertía Pierre Vilar, al afirmar que “comprender no es justificar”.

Este tipo de historia, la que se lee en los márgenes del pasado desde lo particular a lo general, sirve para conocernos como conjunto y como individuos

Ruptura de lazos solidarios

Otro ejemplo de esto es el juicio que le abrieron a la primera alcaldesa de Galicia, María Gómez, afiliada a Izquierda Republicana. Tras esa causa militar, fueron asesinados cuatro políticos de la pequeña localidad en la que residía, A Cañiza, y ella fue recluida en la cárcel de mujeres de Saturraran. Al leer las declaraciones, comprobamos que se acusan los unos a los otros ante las imputaciones de los nuevos poderes despóticos de los sublevados. En vez de escudarse en que defendían la democracia, se atribuían entre sí las acciones que habían llevado a cabo: reunirse en la Casa Consistorial y hacer una requisa de armas tras la noticia de un golpe de Estado. Seguramente, no fue a causa de las declaraciones vertidas tras la coacción y las amenazas, pero el resultado fue la ruptura de los lazos de solidaridad existentes en aquel tiempo.

La crisis infinita Ver más

Este tipo de aspectos pueden ser irrelevantes al estudiar a los grandes personajes, los generales, políticos o intelectuales, casi siempre hombres que ostentaron poder. Es verdad que, desde los últimos años, ha habido un cambio historiográfico relevante que trato de continuar, igual que lo es que las biografías de los grandes políticos o monarcas poco tienen que ver con las realizadas hace años (sirvan de ejemplo las de Alfonso XIIIy Miguel Primo de Rivera escritas por Moreno Luzón o Alejandro Quiroga). Sin embargo, reivindicar la vida de los menocchios de la historia (en referencia al protagonista del libro de Carlo Ginzburg El queso y los gusanos) nos permite desentrañar, a partir de pequeñas cosas, cómo la sociedad interactuó con su contexto y, en consecuencia, cómo lo hacemos nosotros en la actualidad. Este tipo de historia, la que se lee en los márgenes del pasado desde lo particular hacia lo general, sirve para conocernos como conjunto y como individuos, así como para que se comprenda la importancia de la Historia, que no está circunscrita a un pequeño grupo, sino que la hacemos todos nosotros día a día.

Los personajes que cito dejaron tras de sí poca documentación. Algunas cartas, entrevistas a los familiares, un juicio, mas no un gran archivo como los que pueden haber legado los ministros o presidentes del Gobierno. Por eso, requiere de una interpretación, en ocasiones arriesgada, de una parte, muy concreta de sus vidas para reconstruirlas. No obstante, tratar de alcanzar ese objetivo permite entender no solo a María Gómez, a Urania Mella, a Humberto Solleiro y a sus hijas, sino muchas otras historias que el paso del tiempo hizo caer en el olvido y que las instituciones no quisieron que fuesen recordadas. De esta forma, las personas citadas dejan de ser individuos para convertirse en colectivo, en esa parte de la sociedad, de la mayoría de nosotros, que permanecemos en silencio en los bordes de los libros de Historia, pero que determinamos el devenir de los acontecimientos. Llevemos al centro de nuestras narraciones lo que antes solo escribíamos en los márgenes.

Francisco J. Leira Castiñeira (A Coruña, 1987), es doctor en Historia y autor de ‘Los Nadies de la Guerra de España’ (Akal, 2022).

Cuando la dictadura acogió a miles de niños extranjeros (incluso en la casa de Franco) para limpiar su imagen

1 abril, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Franco y las tres niñas austriacas que tuvo acogidas, en el Pazo de Meirás.
Franco y las tres niñas austriacas que tuvo acogidas, en el Pazo de Meirás. Fundación Nacional Francisco Franco

Marta Borraz

16 de marzo de 2023 23:13h Actualizado el 17/03/2023 19:57h

El primer tren partió de Viena el 18 de febrero de 1949. Era un convoy prestado por el Ejército británico y en él viajaban 497 niños y niñas en dirección a España. Con una tarjeta atada al cuello en la que figuraban sus datos personales y pocas más pertenencias que lo que llevaban puesto, atravesaron Europa para llegar a la frontera con Irún, donde les esperaba un banquete antes de ser repartidos por las ciudades en las que vivirían unos cuantos meses. Fue la primera de las seis expediciones con las que 4.000 menores austriacos y alemanes fueron acogidos en familias españolas a finales de los 40 mediante un operativo puesto en marcha por la dictadura y que contó con la implicación directa de Francisco Franco.

El último 8 de marzo antes de ser aplastado por Franco

Se trató de un plan vendido por la dictadura con el fin de socorrer a los niños víctimas de la Segunda Guerra Mundial, que serían auxiliados por parte de familias católicas y centros religiosos en el marco de la ayuda humanitaria que ya estaba desarrollándose entre países. Sin embargo, su objetivo último fue propagandístico, una forma de intentar romper el ostracismo que sufría el país por alinearse durante la contienda con la Alemania e Italia nazis. La España de Franco, vetada de las conferencias de San Francisco y Postdam, que conformarían el nuevo orden mundial, iba a ser también excluida de Naciones Unidas y otros organismos internacionales.

Algunas investigaciones han puesto el foco, en los últimos años, en este plan poco conocido. La última acaba de ser publicada en la revista Ayer por la doctora en Historia Lurdes Cortès-Braña. Un asunto de Estado: la acogida de niños en la geopolítica del primer franquismo detalla la maquinaria puesta en marcha por el régimen, que involucró a todo el aparato político para una obra aparentemente pequeña. La investigadora ha buceado en archivos, fondos, publicaciones institucionales y en prensa de la época, además de haber recopilado decenas de testimonios de aquellos niños.

“Ya a finales de 1940 hubo una oferta por parte del régimen a Bélgica que causó estupefacción por la miseria imperante en la España de posguerra, pero fue al final de la Segunda Guerra Mundial cuando se lanzó el plan, que además tardó cuatro años en hacerse efectivo”, cuenta Cortès-Braña, que pone el foco en cómo lo que se pretendía era “ofrecer un espejismo de normalidad y prosperidad en un contexto de aislamiento internacional”. Es decir, “su finalidad última era propagandística”.

Niños austriacos en el tren, con sus tarjetas de identificación al cuello Cáritas de la Archidiócesis de Viena

Tanta relevancia tuvo la operación en su momento que hasta el propio Franco acogió a tres niñas austriacas en la residencia familiar de El Pardo, detalla el artículo. La investigadora detalla que la palabra “Caudillo” consta manuscrita en el listado de las expediciones “junto a los nombres de M. Altvater, E. Altvater y E. Auinger (números 551, 552 y 553)” y es un hecho del que el propio Franco “informó” a un corresponsal estadounidense al que concedió una entrevista. La Fundación Nacional Francisco Franco, dueña de un gran archivo histórico con los documentos del despacho y dependencias del dictador, posee fotos de las pequeñas.

Repartos entre familias

En total, de Austria llegaron 2.981 niños y de Alemania 974. Tenían entre seis y doce años y habían sido seleccionados en sus escuelas con “preferencia de familias católicas”, según estipuló el Ministerio de Asuntos Exteriores al hacer el ofrecimiento formal en 1945. El protocolo se repetía en cada expedición: llegaban entre enorme expectación popular y se les distribuía entre las diferentes diócesis. Generalmente, explica el estudio, se les recibía en los ayuntamientos para repartirlos entre familias e instituciones, un momento que algunos recuerdan “como una subasta” porque “todos querían niñas pequeñas de pelo rubio y ojos azules” y quienes no respondían al perfil, lo vivían con angustia.

Para Cortès-Braña es “revelador” de la importancia que el régimen le dio al plan el hecho de que a cada operativo acudían “numerosísimas” autoridades, así como su proyección en el noticiario oficial NO-DO. Se intentaba, además, que “todo el tejido social participara” en los operativos, como ocurrió en el caso de Sabadell, que acogió a 24 niñas austriacas con la colaboración de las asociaciones municipales, comercios, peñas o incluso el Club de Natación. Su alcalde les dio la bienvenida afirmando: “España y su Caudillo conocen las miserias del mundo, por eso en su remanso de paz acoge a estas niñas”.

Los párrocos y los alcaldes recomendaban “buenas familias”, algo que hacía referencia tanto a su posición económica como a su religiosidad y perfil político. Habitualmente “eran las familias acomodadas” de los municipios: alcaldes, médicos, farmacéuticos, militares o párrocos, cuenta la investigadora. “Se trataba de una operación de imagen, de forma que la vivencia de los niños debía ser la mejor posible”, teniendo en cuenta que el contexto estaba marcado por la posguerra y el racionamiento.

Una maquinaria a su servicio

Franco puso toda la maquinaria del Estado a merced del operativo, en el que jugó un papel clave el ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo, encargado de intentar abrir vías para romper el aislamiento internacional de España. Varios departamentos ministeriales, agentes políticos y administrativos y la Iglesia católica estuvieron implicados. Esta última especialmente, debido a “su gran penetración social”, a través de sus organizaciones de seglares y un contexto de “absoluta simbiosis” entre la institución y el régimen franquista, explica el artículo.

Expedición de niños en la Estación del Oeste de Viena, acompañados por el padre Hartwig Balzen Cáritas de la Archidiócesis de Viena

El plan fue en la práctica acordado entre los cardenales primados de España y Austria, donde la contraparte que llevó a cabo el operativo fue Cáritas Austria, que a pesar de que solicitó a la dictadura encarecidamente que no participara Falange, acabó haciéndolo. En nuestro país, el grueso del proyecto cayó en manos de la Asociación Católica (ACE), una organización de apostolado seglar que “fue el embrión de Cáritas España”, según Cortès-Braña, y cuyo presidente era Martín Artajo. La sección de Mujeres y Mujeres Jóvenes de la organización fueron las encargadas de llevar a cabo la parte asistencial, labor que compartirían con las afiliadas de Auxilio Social y la Sección Femenina.

La investigación recién publicada hace hincapié en que a pesar de la “instrumentalización” que hizo la dictadura de la acogida, la inmensa mayoría de los menores, que estuvieron en España entre seis y nueve meses, vivieron una experiencia “cálida e inolvidable”. Se integraban en las familias y en sus costumbres e incluso muchos alargaron la estancia inicialmente prevista o repitieron. Algunos fueron adoptados y otros volvieron de vez en cuando a nuestro país, de vacaciones, o incluso se quedaron a vivir

Y el objetivo del régimen, ¿se cumplió? “Las expediciones de niños no fueron decisivas, pero sí un elemento más, quizás la imagen más amable de la ofensiva diplomática de Franco en varios frentes”, explica la historiadora. Finalmente, la influencia de la Guerra Fría y la “progresiva división del mundo en dos bloques enfrentados” (los soviéticos se convirtieron en la nueva amenaza) acabaron por terminar con el aislamiento de España con la resolución de la ONU de 1950 que abrió el camino a su incorporación “y propiciaron su permanencia”. “Cautiva y desarmada la oposición internacional al régimen franquista, la guerra diplomática había terminado”, concluye Cortès-Braña.

La represión a la católica que padeció España desde la guerra civil: “Franco mató en nombre de dios hasta el último día”

7 marzo, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Francisco Franco, y su mujer Carmen Polo, asisten a la celebración de la eucaristía en la Plaza de España de Sevilla en 1968
Francisco Franco, y su mujer Carmen Polo, asisten a la celebración de la eucaristía en la Plaza de España de Sevilla en 1968

Peio H. Riaño

29 de enero de 2023 22:04h

Actualizado el 30/01/2023 21:53h

“Detente enemigo que el corazón de Jesús va conmigo” (sic). El lema iba prendido al sombrero cordobés de uno de los grupos paramilitares más sangrientos que actuaron en la guerra civil española, en la represión de los pueblos del Aljarafe sevillano. El “detente” guiaba las barbaridades que cometió esta columna franquista, que controlaba el temido Ramón de Carranza. Con el corazón de Jesús estaban legitimados para “limpiar los pueblos de gente roja”, como indica el historiador Paco Espinosa, autor del libro Contra la República. Los “sucesos de Almonte” de 1932. Laicismo, integrismo católico y reforma agraria.«

Cuando los obispos se exhibían brazo en alto» o cómo la iglesia apoyó al franquismo

El grupo arrasó desde Huelva a Sevilla, entre agosto de 1936 y marzo de 1937, cuando la columna pasó a formar parte de la Falange. Estas “escuadras negras” participaron en la primera fase de la “limpieza política”. En Huelva, hasta el inicio de los tribunales militares, en marzo de 1937, fueron asesinados 2.376 hombres y 86 mujeres.

La historia de Atilano Coco es más conocida porque el director Alejandro Amenábar la recuperó para el cine en 2019, en la película Mientras dure la guerra. El pastor protestante, profesor, masón y amigo de Miguel de Unamuno fue secuestrado y asesinado por los franquistas en diciembre de 1936 en Salamanca. Había cometido el pecado de no creer en la religión católica.

Fue paseado en una de las sacas que conducían a los presos de la prisión provincial al monte de La Ordaba, en la carretera de Salamanca a Valladolid. Como tantos otros, fue asesinado sin causa judicial. Como en el caso de Andalucía, era la práctica propia de los falangistas y los miembros de la paramilitar Guardia Cívica, con la complicidad de los guardias civiles que vigilaban la cárcel.

“No verá usted a un católico matar en nombre de su religión. Otros pueblos tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”, aseguró el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este jueves para demostrar la supuesta superioridad de la religión católica sobre las demás tras el asesinato de un sacristán en Algeciras. El político gallego borró de un plumazo una parte de la historia española al ignorar la Inquisición o la Cruzada franquista, entre otros capítulos del pasado.

Las autoridades franquistas justificaron la sublevación contra la democracia como cruzada o guerra santa y la idea fue apoyada por la inmensa mayoría del episcopado español, a pesar de la repulsa de la Europa católica. “Franco estuvo matando en nombre de dios hasta el último día”, indica por teléfono el historiador y profesor de la Trent University de Ontario (Canadá) Antonio Cazorla. De esta manera responde a la polémica aseveración.

La santa cruzada

Cazorla rescató hace años las cartas que los españoles escribían a Franco y en las que se podía encontrar peticiones de clemencia y alabanzas por la causa que había iniciado. Durante el franquismo, “la mayoría de los españoles tenía que tener mucho cuidado con lo que decía, no fuese a ser que, siendo afectos, neutros u hostiles al régimen, lo dicho fuese o pareciese inconveniente a la autoridad”, explica Cazorla en el libro Cartas a Franco de los españoles de a pie (1936-1945).

El 2 de septiembre de 1937, la Asociación Española de Señoras de la Virgen del Pilar escribe al General Franco una carta en la que le manifiestan su “reconocimiento por esa gloriosa cruzada tan justamente emprendida y dirigida por V. E. para salvar a nuestra querida España de la Barbarie comunista y felicitándole también por las brillantes victorias obtenidas en esta santa cruzada”.

En esta correspondencia puede comprobarse la particularidad española en los fascismos europeos de los años treinta, con la participación de la Iglesia católica en la sublevación contra la República. Franco fue defendido como el Salvador de la España Católica. Cazorla indica que “a veces se simplifica el papel de la Iglesia y de los religiosos en este período”. “Mientras que no cabe duda de que la mayoría de los clérigos, y del mundo católico en general, apoyaban a Franco, también es cierto que algunos religiosos intentaron interceder por las víctimas de la dictadura”, asegura.

Aquella población adepta a Franco lo describía en sus cartas personales como “el jefe el alma del movimiento Católico y Nacional español”. La cruzada religiosa era conocida en el extranjero. El 1 de octubre de 1938 le escribe el ciudadano canadiense Arthur Blanchette: “Dándonos las gracias, querido Generalísimo, yo os deseo todas las posibilidades de un éxito rápido sobre sus adversarios Rojos y la restauración de las antiguas glorias y esplendores de la España Católica” [sic].

La espada contra los infieles

Desde Venezuela, un tal Antonio. J. C. S. escribe a Franco, en septiembre de 1937, una carta en la que incluye un poema revelador con el que le desea “buen término la gigantesca obra de regeneración” que está ejecutando: “Al libertador de España / El paladín de la Victoria / Con santo Amor y pasión / Es escogido por la Gloria / Para salvar a su Nación. / Puso su espada en su diestra / El Señor de los señores / Para herir a la siniestra / Cuadrilla de malhechores. / Fieras sin Patria ni hogar / Perversos desde la cuna / Engendros de Lupanar / Influenciados por la luna. / Satanás en forma humana / Cuya maldad inaudita / Persigue al alma cristiana / Para hacerla una maldita”.

El 25 de febrero de 1940, un tal José G. felicita al dictador desde Navarra por la nueva Ley [la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 9 de febrero de 1939], “que declara guerra sin cuartel a la Masonería y Sociedades secretas, que han sido la causa de los males, que durante muchos años han asolado a nuestra querida patria España y con ello ha dado V. E. una gran satisfacción y aliento a los que precisamos de querer ante todo a España y sobre España, solamente consideramos a DIOS, ya que DIOS y España son nuestros más grandes amores por los que tenemos que seguir sacrificándolo todo, incluso hasta la vida”.

En nombre del catolicismo se asesinó a los enemigos, pero también apelándolo podían librarse de la muerte. El 3 de junio de 1940, Amalia P. de A. escribe a Carmen Polo para que se apiade y evite que su marido masón sea fusilado. “Mi esposo José A. M., pertenecía a la Masonería; está detenido desde el 29 de Abril del 39, hizo su retractación a la Iglesia, en marzo del 39, en el Sanatorio de San José, como consta en este Obispado. Pues al estar en esa secta, hará tan solo como muchas veces se hacen las cosas, por los amigos” [SIC]. Y reclama: “Señora, por caridad, pídaselo a su esposo, que sea ese el obsequio para el día de su Santo, que se apiade de mis pobres hijos”.

Legitimar el castigo

Gutmaro Gómez Bravo es el historiador que más ha investigado el sistema de represión, con libros como La redención de penas: la formación del sistema penitenciario franquista, 1936-1950. Explica a este periódico que la represión en nombre de la fe se legitimó desde el mismo golpe de Estado. “No hay ninguna duda de la persecución y represión por motivos religiosos. Los judíos, los masones, los protestantes fueron homologados e identificados como el mal y legitimaron su castigo. La participación de la Iglesia es precisamente la particularidad del totalitarismo franquista comparado con el de Mussolini y Hitler”, sostiene Gutmaro Gómez Bravo.

En el centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca se conservan decenas de miles de expedientes clasificados por la Brigada Político-Social con denuncias contra los ciudadanos por sus creencias y que se mantuvo activa entre 1938 y 1977. Ahí están las pruebas que contradicen las creencias de Núñez Feijóo. La represión en nombre de dios estaba institucionalizada de tal manera que los censores literarios debían cumplimentar una ficha en la que se especificaba si el autor o autora “atacaba” al “dogma”, a la “moral”, “al Régimen y a sus instituciones” o a “la Iglesia o a sus Ministros”. Cualquiera de estos informes repletos de tachones en rojo muestran cómo la Iglesia católica también reprimió durante más de cuatro décadas las libertades de los españoles.

––––––––––––––––

El valor del periodismo

elDiario.es se financia con las cuotas de 60.000 socios y socias que nos apoyan. Gracias a ellos, podemos escribir artículos como éste y que todos los lectores –también quienes no pueden pagar– accedan a nuestra información. Pero te pedimos que pienses por un momento en nuestra situación. A diferencia de otros medios, nosotros no cerramos nuestro periodismo. Y eso hace que nos cueste mucho más que a otros medios convencer a los lectores de la necesidad de pagar.

Si te informas por elDiario.es y crees que nuestro periodismo es importante, y que merece la pena que exista y llegue al mayor número posible de personas, apóyanos. Porque nuestro trabajo es necesario, y porque elDiario.es lo necesita. Hazte socio, hazte socia, de elDiario.es.

ETIQUETAS

  • He visto un error⚠️

Muere Carlos Saura, director fundamental en la historia del cine español, a los 91 años

24 febrero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

El director de cine y fotógrafo, Carlos Saura
El director de cine y fotógrafo, Carlos Saura Eduardo Abad / EFE

Javier Zurro

10 de febrero de 2023 16:23h

Actualizado el 10/02/2023 23:56h

El director de cine Carlos Saura, autor de obras maestras como Cría Cuervos, La prima Angélica o La caza, ha fallecido a los 91 años. Saura, uno de los directores más importantes e influyentes de la historia de nuestra cinematografía, experimentaba problemas de salud desde el pasado año. Ya en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián, donde presentaba su último documental dedicado al arte y la pintura, tuvo que cancelar su asistencia por una caída que le dejó bastante afectado. Desde entonces no había realizado apariciones físicas, y había cancelado cualquier acto programado. Este sábado 11 de febrero, Saura debía recoger el Goya de honor, que finalmente se le entregará de forma póstuma a uno de los mejores directores que ha habido en el cine español.

‘Saura(s)’: siete hijos y un documental para intentar explicar a Carlos Saura

Saura representó la modernidad en un país gris. Su cine era pura revolución en una España sumida en el franquismo y la censura. Desde obras como La caza (1966), Peppermint Frappé (1967) o Ana y los lobos (1973), radiografió al franquismo y a una burguesía aspiracional que habría comprado los dogmas de la dictadura. Obras que burlaron la censura, con la que tuvo más de un encontronazo, y que eran absolutas cuchilladas a los valores impugnados por Franco. Un cine que era absolutamente radical en lo estético y en lo temático, llegando a realizar hasta una película que era todo un bofetón a la Guerra Civil -quizás la mejor realizada en España- en La prima Angélica (1974). En su cine fue clave Geraldine Chaplin, actriz que protagonizó sus obras más vanguardistas y con la que tuvo una relación sentimental de quien nació su hijo Shane. Saura tendría otros tres hijos con Mercedes Pérez y una última hija con la actriz Eulalia Ramón, Anna Saura, productora de sus últimos trabajos y su mano derecha y apoyo en los últimos años.

Su cine se convirtió en especialista en burlar las tijeras censoras, esas que sí cortaron la aparición de Buñuel como verdugo ajusticiando a unos presos mediante garrote vil en Llanto por un bandido (1964). Junto a Elías Querejeta, figura fundamental en su carrera y con quien produce sus mejores obras desde La caza en adelante, consiguen estrenar filmes tal cual los concebían. Lo hacían presentando el internegativo en vez del negativo original a la censura, o incluso presentando un guion ampliado con escenas que sabían que recortarían por su carácter provocador a fin de que no repararan en las esenciales de la historia originalmente concebida.

Ambos se aprovecharon de las ansias de vender la dictadura fuera de España, y es así como el cine de Saura viajó por los grandes festivales internacionales, donde su nombre hizo ruido desde el primer momento y donde le colocaron la etiqueta de autor, una etiqueta que a él le encantaba y que aquí se empeñaban en no utilizar. La prensa afín al franquismo nunca le consideró un gran director, y fueron las críticas de otros países, especialmente las de Francia, las que le auparon a la categoría de autor sin ningún tipo de discusión. Un autor que directores como Bong Joon-Ho, Julia Ducournau o Tarantino mencionan cuando hablan de sus maestros. 

“Hasta Spielberg lo dijo en algún momento”, recordaba Saura en una entrevista donde confesaba que le encantaba la palabra “autor”. “Todo el mundo estaba en contra de mí porque yo me consideraba un autor, todo el mundo decía: ”este imbécil que se considera un autor“, así que fíjate cómo cambia todo. Decían que eso era una cosa muy elitista, que había que hacer un cine popular para todo el mundo y yo creo que no hay una contradicción entre las dos cosas”, decía entonces. 

El reconocimiento a Saura llegó tarde. Su humildad, su forma llana de hablar, su exceso de alardes hizo que también tras el franquismo una generación tardara en reconocerle. Han sido los directores de una generación posterior como Juan Antonio Bayona, Paco Plaza, Carla Simón o Carlos Vermut los que realizaron una tarea en que se reconociera su trabajo como el del maestro que siempre fue. Un maestro humilde que costó que le reconocieran en su país. “Siento que me respetan mucho más ahora. Hay un reconocimiento mucho más grande, no sé cuál es el motivo”, solía comentar Saura.

Carlos Saura junto a Geraldine Chaplin, actriz e influencia fundamental en su cine más moderno Fototeca EFE

Un año después de la muerte de Franco dirigiría la que muchos consideran su mejor película, Cría Cuervos, un filme presentado en Cannes, algo que fue fundamental para Saura, que reconocería después que de no ser por el certamen su carrera podría haber terminado en ese momento: “Si no fuera por el premio en Cannes y la locura que se montó… Aquí hubo un crítico muy conocido que la destrozó. En Berlín fue La caza y dijeron que era mi mejor película, que yo no lo creo, pero al salir de la premiere un crítico español me dijo: ‘vaya mierda que has hecho’”.

Es el director español que más galardones ha ganado. Dos Osos de Plata al Mejor director por La caza (1966) y Peppermint Frappé (1967); un premio BAFTA por Carmen (1983); Premio del Jurado en Cannes por La prima Angélica (1974) y un Gran Premio del jurado, por Cría Cuervos en un certamen en el que compitió hasta en ocho ocasiones y cuyo nombre es uno de los elegidos que en la última edición, la 75, adornaban las cortinillas que se veían antes de cada proyección. Solo tres españoles estaban: Buñuel, Saura y Almodóvar, los tres autores más importantes de la historia de nuestro cine,

Niño de la guerra

La vida de Carlos Saura y su cine están marcados, como la historia de nuestro país, por la Guerra Civil. Saura se definía a sí mismo como un niño de la guerra. El golpe estado llegó cuando él tenía cuatro años, y su familia dejó Huesca y se refugió en las zonas republicanas de Madrid, Barcelona y Valencia. Una experiencia traumática que siempre recordaba y que siempre mentaba. En los últimos años, con el auge de la extrema derecha, usaba su propio ejemplo para alertar de lo que se volvía a escuchar. 

Sus vivencias quedaron plasmadas en uno de sus últimos trabajos, el emocionante corto Rosa, Rosae, un trabajo animado con sus propios dibujos y con la canción de Labordeta que hablaba de la infancia que tuvo que vivir el conflicto y vivir con sus heridas. También la Guerra Civil era el escenario de su mayor éxito de público, Ay, Carmela, la adaptación de la obra de José Sanchís Sinisterra con guion de Azcona por la que ganó el Goya a la Mejor película y al Mejor director.

Carlos Saura (derecha), en una de sus primeras apariciones públicas en 1958 en el Festival de Cine de San Sebastián Fototeca EFE

La guerra estaba también en esa original y brillante aproximación que era La prima Angélica, pero las heridas estaban en La caza, con esos señores buscando conejos en un paraje que esconde los muertos republicanos que no tuvieron sepultura. 

Tras la guerra, Saura se trasladó a Madrid, en 1941, donde estudió bachillerato y donde comenzó a trabajar como fotógrafo y a estudiar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), donde comenzó en 1952 y se diplomó cinco años después gracias a la práctica Tarde de domingo. También trabajó allí como profesor de prácticas escénicas. Su debut llegaría en 1957 gracias a Los golfos (1957), un filme sobre la juventud en los márgenes que ya participó en el Festival de Cannes y ya provocó la ira de la censura.

La música, su otra obsesión

Existe otra gran área temática que agrupa buena parte de la filmografía de Carlos Saura, especialmente la de las últimas décadas. Son sus películas dedicadas a la música tradicional no solo española, sino de otros países como Portugal, Argentina o México. Se negaba a decir que sus filmes fueran sobre el ‘folclore’ porque detestaba esa palabra. “Mis obras mantienen las formas antiguas, las vestimentas, los detalles… Pero a mí lo que me gusta es actualizarlo”, explicaba sobre su estilo. Consiguió imágenes hipnóticas retratando el flamenco, los fados, el tango… todo gracias a la fotografía de Vittorio Storaro, otro de sus grandes colaboradores y uno de los mejores directores de fotografía de la historia del cine.

Una relación que comenzó de forma tímida con el ballet en su particular versión de Bodas de sangre (1981), y que se consumó en Carmen (1983), adaptación flamenco del clásico de Merimée que marcó las líneas estilísticas de su cine musical. Una película visualmente arrebatadora, con unos travellings siguiendo a los zapatos de las bailarines que siguen siendo un prodigio de puesta en escena y por la que ganó el Bafta a la Mejor película extranjera. Tras ellas vendrían El amor brujo (1986), Sevillanas (1992) y Flamenco (1995). 

Tres años después le reclamarían para retratar de la misma forma las danzas y músicas de otros países. Argentina fue el primer país, y su Tango fue tal éxito que se convirtió en el filme elegido por ellos para representarles en los Oscar e incluso llegó a estar entre las cinco finalistas. Sería la tercera, tras las logradas por Mamá cumple cien años y Carmen. Tras el Tango llegarían Fados, Zonda, y El rey de todo el mundo.

Mucho más que un director.

Carlos Saura fue un director que siempre abrazó la técnica. Nunca sintió añoranza por la película cinematográfica, y se dejaba seducir por cada innovación. Siempre pegado a su cámara de fotos, que cambió de analógica a digital sin trauma y con alborozo. “Yo soy muy pro-avance de la técnica. La gente se olvida que el cine es un invento científico, sin conocimientos científicos no hubiera existido el cine, ni la fotografía, dependemos de eso y hay que aceptarlo. Al que pinta y al que escribe les vale con un lápiz y un papel, pero nosotros necesitamos un soporte técnico y ahora es una maravilla, es un sueño”, dijo en la edición de Seminci donde presentaba Zonda, folclore argentino en 2015.

Carlos Saura conversa con Juan Luis Arsuaga durante el rodaje de ‘Las paredes hablan’ Óscar Orengo / Flamingo Comunicación

La fotografía fue su otra pasión, pero no la única. Saura no podía quedarse quieto. Su inquietud artística se manifestó en películas y fotografías, pero también en cuadros, esculturas y novelas que han sido traducidos a varias lenguas. Incluso ha dirigido en seis ocasiones ópera y varias obras de teatro. En los últimos años su obsesión fueron los ‘Fotosaurios’, una intervención artística en la que regresaba a sus propias fotografías para alterarlas con pintura.

El proyecto inacabado

Hiperactivo, Saura siempre tenía un proyecto en mente En cada entrevista contaba nuevas ideas. Quería rodar con Rosalía, a la que admiraba, pero siempre hubo un proyecto que estuvo en su cabeza y que nunca pudo terminar. Su película sobre Picasso, que acabó con la etiqueta de proyecto maldito. Se intentó levantar en muchas ocasiones. El director ya había dirigido una película sobre un pintor, Goya en Burdeos, pero aquí se pensaba centrar en los 33 días (de hecho, ese era el título de la película, 33 días) que el artista tardó en pintar el Guernica. Era un filme que hablaría, al final, sobre España, sobre la Guerra Civil, e incluso en alguna ocasión desveló que el filme tendría viajes fantásticos en los que el propio Picasso entraba en su propia obra.

Para dar vida al pintor siempre existió un nombre, Antonio Banderas, que durante años estuvo vinculado al proyecto y que incluso durante un tiempo tuvo a Gwyneth Paltrow como protagonista. Uno de los golpes más duros para Saura fue ver que Banderas interpretaba a Picasso en una serie de televisión, pero sin embargo seguía empeñado en realizarlo aunque ya fuera sin el actor malagueño. En el último festival de Málaga contaba que seguía ahí, aunque había girado y ahora se centraba “más en la relación de Picasso con Dora Maar, que fotografió cómo pintaba el cuadro”. Allí, Saura dejó una frase que sonaba a despedida. Con serenidad, sin un solo titubeo, decía a la prensa que no temía a la muerte, y que cada día que amanecía y abría los ojos daba las gracias. Una frase que desprendía el espíritu de Saura, esa humildad de un artista fundamental sin el que es imposible entender nuestra historia reciente.

Una investigación familiar saca a la luz los nombres de decenas de víctimas de un campo de concentración franquista

26 enero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

  • La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha ayudado a destapar la identidad de 33 prisioneros que fallecieron en el campo de la Santa Espina, en Valladolid; “Me gustaría encontrar sus restos. ¡No era un perro, era mi padre!”, asegura el hijo de una de las víctimas
  • — La represión franquista en el fútbol salta por fin a la cancha
Una de las pocas “informaciones” publicadas por la prensa franquista sobre el campo de concentración de La Santa Espina (El Norte de Castilla, 28 de julio de 1938).
Una de las pocas “informaciones” publicadas por la prensa franquista sobre el campo de concentración de La Santa Espina (El Norte de Castilla, 28 de julio de 1938).

Carlos Hernández

22 de noviembre de 2022 22:51h 

“Busco a mi abuelo Pedro Gallardo Díaz. Ayuda, por favor”. Ese breve texto apareció en la pantalla del ordenador un caluroso 31 de agosto de 2019. A pesar de ser domingo, Marco González acababa de abrir el buzón del correo electrónico de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Recibía mensajes similares cada día: “No sé qué fue de mi padre”. “Necesito saber dónde murió mi abuela”. “Desconozco el paradero de los restos mortales de mi bisabuelo” … Tocaba aplicar el protocolo habitual: contactar con el remitente e iniciar la investigación.17.000 kilómetros para recoger el anillo y el reloj que los nazis arrebataron a un prisionero español

Lo que Marco no podía imaginar en ese momento es que aquel escueto mensaje iba a permitir sacar a la luz el terrible secreto que escondía uno de los 300 campos de concentración que Franco abrió por toda España: el ubicado en el monasterio de la Santa Espina, perteneciente a la localidad vallisoletana de Castromonte.

“Contacté con la ARMH porque ya no sabía qué hacer para descubrir lo que le había pasado a mi abuelo”, cuenta. Pedro fue el autor del email y relata a elDiario.es cómo y por qué comenzó a buscar respuestas: “Fue hace cuatro o cinco años. Mi mujer, Mari Carmen, empezó a hacerme preguntas sobre mi abuelo porque había visto una foto suya vestido de uniforme. Entonces fui consciente de que no sabía nada de él. Pregunté a mi padre, su hijo, que también se llama Pedro, y me dijo que había muerto en la guerra, pero que no sabía nada más. Nunca habían hablado del tema. Había mucho miedo a abrir la boca”. 

Hambre, enfermedades, malos tratos y mucho frío

El campo de concentración del monasterio de la Santa Espina fue abierto por las tropas franquistas en agosto de 1937. El ejército ocupó el edificio religioso, originario del siglo XII, sin importarle que una parte del inmueble fuera la sede de un orfanato repleto de niños. Los propios documentos militares franquistas reconocían las limitaciones del recinto: “Aislado en pleno campo […]. Es un edificio en buen estado de conservación, pero en su mayor parte está ocupado por un establecimiento de beneficencia para enseñanza y en la parte que ha quedado libre en el piso superior y cerrado de unos claustros, solo hay capacidad para unos 600 prisioneros”. 

El monasterio de la Santa Espina fue utilizado como campo de concentración franquista entre 1937 y 1939. Creative Commons / Luis Rogelio HM

Poco a poco, empezaron a llegar las respuestas. Su abuelo, Pedro Gallardo Díaz, trabajaba en las minas de La Carolina (Jaén) cuando se produjo el golpe de Estado de julio de 1936. Enrolado en el ejército republicano, su pista se perdía en la guerra. ¿Habría muerto en combate? Esa era la opción más plausible hasta que apareció un documento clave: un certificado de defunción en el que se decía que había fallecido en el campo de concentración franquista de la Santa Espina por una “tuberculosis gaseosa” y que había sido enterrado en el cementerio del propio recinto.

Pedro le dio la noticia a su padre, que se quedó absolutamente perplejo. “Estoy sorprendido, pero estoy contento de saber la verdad”, confiesa a elDiario.es. “Siempre había oído que a mi padre lo mataron en la guerra y fíjate… Muy cerca de donde vivo estuvo el campo de concentración franquista de Castuera, un sitio terrible. Yo lo he visitado alguna vez. Saber ahora que mi padre estuvo en un lugar parecido… en un campo de concentración… No me lo podía imaginar”, asegura.

Esa capacidad se sobrepasó en un 700 %, ya que en su interior llegaron a hacinarse 4.300 cautivos. Incluso la censurada y propagandista prensa franquista dejó entrever la masificación del recinto. Así lo describía el ABC de Sevilla en julio de 1938: “Todo el Monasterio bulle de humanidad apretada y sin ansias; turbión humano como cuando este arroyo baja crecido en primavera y se arrastran sus aguas, sin voluntad y perezosas, declive abajo, desilusionadas hacia el Duero; sino que, a esta corriente humana, si le falta como al arroyo crecido la voluntad, le falta también la transparencia y el rumor alegre de las aguas primaverales”.

El frío no fue el único enemigo. Algunos reclusos llegaron a morir de hambre. El máximo responsable de la Inspección de Campos de Concentración presumía ante Franco de haber logrado en La Espina un superávit económico de 20.967 pesetas

Para estirar su capacidad, los responsables del campo de concentración no dudaron en utilizar también una iglesia cercana y los claustros inferiores del monasterio. Unos claustros descubiertos donde los prisioneros no podían protegerse del frío, la lluvia y la nieve y que los propios informes militares franquistas consideraban “inhabitables” durante los duros meses del invierno. Tanto fue así que, en varios escritos, los ingenieros del ejército sublevado recomendaron el cierre del campo si no se tapiaban esos claustros. El recinto, sin embargo, permaneció abierto hasta noviembre de 1939, ocho meses después de acabar la guerra.

El frío no fue el único enemigo al que tuvieron que vencer los prisioneros para intentar sobrevivir. El historiador Enrique Berzal destaca que “la alimentación, a pesar de lo propagado por las fuentes oficiales, siempre fue insuficiente. Testimonios de la época aseguran que el menú en la Santa Espina pocas veces eludía las lentejas con caldo, y que algunos reclusos llegaron a morir de hambre”. Paradójicamente, el máximo responsable de la Inspección de Campos de Concentración presumía en sus informes de ahorrar buena parte del dinero presupuestado para alimentar y vestir a los prisioneros. En el escrito que el coronel Martín Pinillos envió a Franco en diciembre de 1938, se jactaba de haber logrado en el campo de concentración de la Santa Espina un superávit económico de 20.967 pesetas.

Las enfermedades, los malos tratos y la parasitación de los prisioneros fueron otras de las consecuencias de la enorme masificación. El tifus exantemático, provocado por el piojo verde, se cebó con los forzados huéspedes del monasterio. La sarna y las enfermedades del aparato digestivo también se propagaron debido a la mala alimentación y a las condiciones insalubres del agua.

“Se prohibió el uso de una fuente que existe en la fachada por su contaminación”, rezaba un informe franquista de junio de 1938 en el que se añadía: “Agua de aseo. Se utiliza la de un canalito que se ha construido que deriva de un canal de riego. El agua de este canalillo no solo sirve para el aseo de los prisioneros sin que después de ser utilizada a este menester pasa a un sistema de letrinas de agua corriente para el servicio del Campo”.

Esta insalubridad omnipresente se veía agravada por la falta de la debida asistencia sanitaria ya que, según Berzal, aunque era uno de los pocos campos de concentración que contaba con enfermería, estaba condicionado por “una traba insalvable: la carencia de medicinas”. 

La foto de Pedro Gallardo Díaz, vestido de uniforme, que empujó a su nieto a investigar los detalles de su muerte.

Un tormento más que sufrieron los prisioneros de la Santa Espina fue el adoctrinamiento al que eran sometidos por sus guardianes. Obligados a ir a misa, cantar el Cara al sol, realizar el saludo fascista y asistir a las llamadas “charlas patrióticas”. En ellas, más que consignas lo que recibían eran amenazas. Así se reflejó en una de las escasas informaciones sobre este campo de concentración aparecidas en la prensa franquista: “El delegado local de Prensa y Propaganda, Pedro Muñoz, advirtió a los presentes ”Hoy España está en la Cruz y aun vuelve suplicante sus ojos hacia sus hijos, a los que la traicionaron, esperando como Cristo la palabra de arrepentimiento para perdonarlos; y los que no lo hagan, es mejor que se marchen lejos, muy lejos, porque en la España de Franco no caben más que los hombres, pero nunca las alimañas“.

Una fosa con al menos 33 prisioneros muertos

83 años después, Malena y Óscar se presentaron en el monasterio de la Santa Espina. Los dos voluntarios de la ARMH recorrieron su cementerio, construido en 1887, en busca de lápidas, marcas o señales que pudieran indicar el lugar de alguna fosa de la época en que operó el campo de concentración. Como era de esperar, no hallaron nada determinante. Continuaron su investigación en el archivo y el registro civil de la localidad de Castromonte, a la que pertenece el edificio religioso.

Y fue allí donde los encontraron: Marcos, Pedro, Diego, Fermín, Francisco, Antonio… Un total de 33 nombres de prisioneros que habían perecido en el campo y que aparecían como enterrados en el cementerio de la Santa Espina. Además de los datos personales de los fallecidos, aparecían las causas oficiales de sus muertes. Si creemos lo que se anotó por orden del comandante del campo, un tercio de ellos murió de “bronconeumonía”. El resto, a pesar de ser jóvenes de entre 17 y 40 años de edad, fueron registrados como víctimas de “endocardiatis”, “paro cardiaco”, “conmoción cerebral”, “anemia cerebral”, “congestión pulmonar” o “insuficiencia cardiaca”, entre otras supuestas dolencias.

Extracto del certificado de defunción de Pedro. En él se registra su muerte por “tuberculosis gaseosa” el 3 de marzo de 1939.

Llama la atención que todas las víctimas, salvo dos, fueron registradas entre febrero y mayo de 1939. No aparece ningún muerto en 1937 y solo dos en 1938. “¿Pudo, por tanto, haber muchos más fallecidos que no fueron registrados?”, se pregunta Marco González: “Los datos son los que son, aunque con la metodología del fascismo español nada es descartable”. 

Esa duda se ve alimentada por otro hecho: documentos franquistas que se conservan en el Centro Documental de la Memoria Histórica mencionan los nombres de dos prisioneros fallecidos en la Santa Espina que, sin embargo, no constan en el registro municipal de Castromonte. Marco denuncia, además, la falta de colaboración en esta investigación de Los Hermanos de La Salle, la congregación religiosa que gestionó el monasterio hasta el pasado verano: “Eran los propietarios de ese pequeño cementerio. Es imposible pensar que no hubiera un libro de defunciones y enterramientos”.

Plano del campo de concentración de La Santa Espina realizado por los ingenieros del ejército franquista.

Ahora el empeño de la ARMH se dirige a localizar la fosa en la que enterraron a las víctimas. “El problema es que ese cementerio, hasta su ampliación, ha tenido mucha actividad funeraria, sobre todo desde la inauguración del nuevo pueblo en los años 50”, apunta Marco. “Es posible que el lugar fuera reutilizado para nuevos enterramientos. Aun así podemos intentarlo, realizando sondeos en algunos puntos. Será muy importante la colaboración vecinal”, asegura. 

“Me gustaría encontrar sus restos. ¡No era un perro, era mi padre!”. El hijo de Pedro Gallardo Díaz ya no piensa rendirse: “Aunque solo encontremos un hueso… o dos. Quiero sacarlo de allí y traerlo al pueblo para descanse junto a su esposa, en el mismo sepulcro”. El nieto va un paso más allá: “Sería un descanso encontrar a mi abuelo. Yo ese día gritaría ¡Viva España!, porque yo amo a mi país. Y también le diría a Franco ”Jódete, cabrón“, porque sería una victoria frente a quienes le intentaron hacer desaparecer”.
https://datawrapper.dwcdn.net/maHjt/1/

ETIQUETAS

El trabajo forzado de los ‘rojos’ en campos de concentración que Franco usó para erigir “la Nueva España”

4 enero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Prisioneros trabajando para dejar la carretera limpia en Pola de Gordón (León), en septiembre de 1937.
Prisioneros trabajando para dejar la carretera limpia en Pola de Gordón (León), en septiembre de 1937. Biblioteca Nacional de España

Marta Borraz

20 de enero de 2023 22:54h
Actualizado el 21/01/2023 15:26h 

Los pasajeros que salieron de Barcelona en dirección a Madrid y de Madrid hacia Barcelona nunca llegaron a su destino. A las 4.03 de la mañana del 3 de diciembre de 1940 ambos trenes colisionaron a 51 kilómetros de Zaragoza dejando 50 muertos y 90 heridos. Fue al accidente ferroviario más grande de Aragón. El choque movilizó a las poblaciones cercanas en auxilio de las víctimas, pero también fueron enviados los trabajadores forzados que el sistema franquista mantenía en una localidad a menos de 10 kilómetros de la catástrofe. Se da la circunstancia de que tuvieron que socorrer a jefes y escoltas de otros compañeros prisioneros debido a que numerosos viajeros de uno de los trenes eran militares de permiso.

El trabajo forzado con el que el franquismo construyó parte de las vías de tren de España

La anécdota la contó La Vanguardia al día siguiente, que destacó “la eficacia y entusiasmo” con el que los trabajadores realizaron las tareas de auxilio. No es fácil encontrar en prensa de la época referencias a la mano de obra forzada que el régimen franquista empleó durante la guerra y la dictadura ni tampoco existe un censo oficial, pero en enero de 1939 más de 95.000 prisioneros de guerra integraban los llamados batallones de trabajadores y 4.500 presos en las cárceles eran usados como mano de obra. Un año más tarde fueron 92.000 y 18.700 presos.

Son datos recopilados en el libro Desafectos. Batallones de trabajo forzado en el franquismo, que el historiador Juan Carlos García Funes acaba de publicar con la editorial Comares Historia. La obra es una ambiciosa radiografía, el compendio más completo hasta el momento sobre el tema, centrado en los llamados batallones de trabajadores, una de las tipologías que existió. Porque el régimen puso en marcha dos sistemas de mano de obra forzada: uno el de redención de penas, realizado por presos encarcelados y otro, el que analiza Funes, llevado a cabo por prisioneros de campos de concentración.

Esta última “es la mayor forma de trabajo en cautividad de la España contemporánea, no se ha conocido antes el uso de una mano de obra de tal magnitud”, apunta el historiador. Si los campos de concentración distribuidos por toda la geografía ha sido una forma de represión desconocida hasta ahora, lo mismo ocurre con el trabajo forzado a ellos vinculado. Eso a pesar de que fue un modo de explotación de quienes eran considerados enemigos de España: el número de prisioneros derivados al trabajo forzado superó prácticamente de forma constante la mitad del total de encerrados en los campos. En abril de 1938 eran el 56 %, el 59 % en julio del 39 y el 68 % a principios del 40.

Prácticamente desde el inicio de la sublevación militar contra la II República, los franquistas comenzaron a disponer de este sistema, que fue en aumento a medida que conquistaban territorios. La forma de organización fueron los batallones de trabajadores, de los que hubo distintos tipos. El rastreo que Funes ha hecho de publicaciones de otros autores, fondos, archivos, centros documentales y todo tipo de fuentes le han llevado a identificar 290 batallones, aunque calcula que fueron más, que funcionaron desde 1937 hasta 1942, cuando el sistema comenzó a adelgazar. Son incalculables las millones de horas de trabajo que invirtieron.

Nunca lo llamaron “trabajo forzado”

“El franquismo nunca usó la palabra trabajo forzado, pero no se puede hablar de voluntariedad por ningún lado, además de que se daba en condiciones extremas y de explotación”, cuenta el historiador. No solo los prisioneros sufrían la privación de libertad, también hambre y sed, enfermedades, frío y maltratos físicos. “El horizonte era incierto porque eran prisioneros de guerra, no tenían una condena, así que no sabían cuánto tiempo iban a estar allí ni podían imaginar cuánto iba a durar la guerra. Era un trabajo muy militarizado, bajo el sometimiento y la disciplina”, añade el experto.

Las Fuerzas Armadas, de hecho, fue el gran protagonista del sistema. Aunque el régimen creó la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP) como organismo fundamental para gestionar la red, los militares eran quienes capturaban a los prisioneros, se encargaban de clasificarlos, organizar los batallones, distribuirlos por todo el territorio y cederlos a administraciones públicas o empresas. La última palabra, explica Funes, “era directamente de Franco”, que “decidía en todo momento a dónde iban a trabajar. Todo el uso que se hace de los batallones pasaba por él”.

Prisioneros trabajando en los talleres del campo de concentración de la Universidad de Deusto en Bilbao Biblioteca Nacional de España

Los batallones estaban formados fundamentalmente por prisioneros de guerra capturados directamente en los frentes, es decir, soldados del Ejército Republicano. Una vez llegaban a los campos de concentración, se discernía quienes pasarían a trabajo forzado a partir de su clasificación en afectos, desafectos y afectos dudosos al “Glorioso Movimiento Nacional”. Los afectos pasaban a formar parte del Ejército franquista, los dos últimos grupos constituían los batallones. Una vez los sublevados ganaron la guerra, pasaron a engrosarlos jóvenes llamados a filas a los que también se les hacía la misma selección.

De ello se encargaban las comisiones de clasificación, que realizaban las indagaciones recopilando información de las poblaciones de origen de los prisioneros, a los que además interrogaban. “Pedían informes a las autoridades, al alcalde, al cura, a la Guardia Civil, a la Falange local… para que dieran cuenta de la ideología que habían profesado antes del Golpe de Estado”, cuenta Funes. Por otro lado, a los cargos importantes dentro del Ejército Republicano “se les enviaba a consejos de guerra y acababan o ejecutados o sometidos a penas de prisión muy altas”, añade.

Además de la clasificación ideológica, se llevaba a cabo una selección en función de aptitudes y habilidades para el trabajo, lo que acabaría inclinando la balanza hacia un tipo de batallón u otro. Era habitual que las unidades, que se distribuyeron por prácticamente todo el territorio nacional, fueran cambiando de ubicación en función de las solicitudes. “Recorrí media España gratis invitado por el caudillo”, llegó a ironizar en un homenaje en 2004 Félix Padín, militante de la CNT que formó parte de varios batallones.

Los tipos de trabajo fueron muy variados y estuvieron muy vinculados a las necesidades del momento. Algunos se llevaron a cabo en los mismos campos o en fábricas o talleres con vigilancia, otros en grandes emplazamientos abiertos. Durante la guerra, hacen más tareas de retaguardia y en el frente. Cavan trincheras, construyen fortificaciones, carreteras y puentes, desactivan bombas o desarrollan tareas de higiene y limpieza o de extracción de minas. Además llevaron a cabo la pavimentación de ciudades y pueblos, recuperación de automóviles y tendidos eléctricos, mejora de suministros,  levantamiento de vías de tren… “Se utilizó para ganar la guerra y después para reconstruir el país”, apostilla Funes.

El investigador ha podido analizar también casi 200 solicitudes de prisioneros hechas por distintos organismos y empresas entre 1937 y 1939. La inmensa mayoría trabajaron para el propio Ejército, pero también otras instituciones se dirigieron a las autoridades militares para reclamar trabajadores. Entre las administraciones había diputaciones, ayuntamientos, gobiernos civiles y algún ministerio. Las empresas no fueron el grupo de peticionarios más destacado porque se sirvieron más en la posguerra del otro sistema de trabajo forzado franquista, el de la redención de penas, pero también hay constancia de algunas.

Muchas relacionadas con la minería, entre ellas Basconia C.A, la Sociedad Minas de Aralar S.A o la Sociedad Española de Talcos de León S.A. Además destacaron también los trabajos relacionados con las infraestructuras ferroviarias e hidráulicas. Hay varias peticiones de MZA, la compañía de ferrocarriles que luego formaría parte de Renfe o Entrecanales y Távora S.A. “Hay que tener en cuenta que en ese momento la industria estaba intervenida militarmente, por lo que pedía mano de obra para objetivos y trabajos exigidos por el Ejército”, remacha Funes.

En el siguiente gráfico se puede ver la cantidad de trabajadores reclamados por los tres principales peticionarios en función del tipo de trabajo.

“Rehabilitación moral, patriótica y social”

Los batallones de trabajadores se pusieron en marcha como vía de gestión de un cada vez más creciente número de prisioneros, pero Funes apunta en su investigación a que “estableció las bases de la reconstrucción y construcción de ‘la Nueva España’. ”Hay que tener en cuenta que hasta ese momento la clase trabajadora venía de un momento en el que se había sindicado y había desafiado los esquemas clásicos, pero el golpe de Estado manda un nuevo mensaje. Viene a decir que hay que agachar la cabeza, acatar la disciplina y no discutir. El Ejército justifica, además, el uso de prisioneros aduciendo que ellos y su ideología son quienes han destruido España, por lo que tienen que repararla“, esgrime.

Así dejó constancia el régimen franquista en los principios generales del reglamento de los batallones de trabajadores aprobado en diciembre de 1939, en el que “además de la utilidad material” del trabajo forzado, se destacaban otras “importantes” finalidades como la “reparación de los daños y destrozos perpetrados por las hordas marxistas” y lograr “la corrección del prisionero” dándole “medio y ocasión” de mostrar “su grado de rehabilitación moral, patriótica y social, adquiriendo el hábito de la profunda disciplina, pronta obediencia y acatamiento al principio de autoridad especialmente en el trabajo, como base previa e indispensable de su adaptación al medio de la Nueva España”.

Prisioneros republicanos realizando tareas mineras en Gallarta (Bilbao) en abril de 1938. Biblioteca Nacional de España

Salir del sistema no era fácil. De hecho, la mayor parte de prisioneros estuvieron en él entre dos y cuatro años, cifra Funes. Hubo ejecuciones, muertes debido a las extremas condiciones en las que estaban en los campos o por accidentes de trabajo y suicidios.

El trabajo forzado vinculado a los campos de concentración es, según el investigador, una parte de la represión franquista “poco reconocida”. Por eso la investigación le ha llevado años y un rastreo exhaustivo y ambicioso. “La historiografía lo ha subestimado, muy poca gente escribió después de ello y no ha quedado tanta constancia. Hemos puesto el foco en las ejecuciones, los fusilamientos y las cárceles, que es normal, pero esto ha quedado un poco en tierra de nadie y fue de una magnitud tremenda en cifras y horas de trabajo. Hay decenas de carreteras, puentes o vías de tren por los que pasamos día a día y nadie sabe que fueron construidos por mano de obra forzada”.

Gráficos elaborados por Victòria Oliveres.

–––––––––––––––––––––––––––

Antes de que dejes de leer…

elDiario.es se financia con las cuotas de 60.000 socios y socias que nos apoyan. Gracias a ellos, podemos escribir artículos como éste y que todos los lectores –también quienes no pueden pagar– accedan a nuestra información. Pero te pedimos que pienses por un momento en nuestra situación. A diferencia de otros medios, nosotros no cerramos nuestro periodismo. Y eso hace que nos cueste mucho más que a otros medios convencer a los lectores de la necesidad de pagar.

Si te informas por elDiario.es y crees que nuestro periodismo es importante, y que merece la pena que exista y llegue al mayor número posible de personas, apóyanos. Porque nuestro trabajo es necesario, y porque elDiario.es lo necesita. Hazte socio, hazte socia, de elDiario.es.

La “extirpación metódica” del enemigo y los expolios culturales nazi y franquista

3 enero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Es necesaria toda cautela a la hora de compararlos: la escala, la intensidad, los procedimientos, la diversidad de objetivos perseguidos y el alcance último difieren exponencialmente. Pero ambos compartieron su entronque con las políticas totalitarias dirigidas a refundar la sociedad.

Miguel Martorell

Catedrático de Historia en la UNED

Foto difundida por EFE en 1940 de la entrevista de Franco y Hitler en Hendaya.
Foto difundida por EFE en 1940 de la entrevista de Franco y Hitler en Hendaya. EFE

14 de enero de 2023 21:47h
Actualizado el 15/01/2023 10:44h 

“Arrancar de cuajo o de raíz”. Este es el significado que la RAE atribuye a la palabra extirpar en su primera acepción. Algo más brutal es la segunda: “Acabar del todo con algo, hasta que deje de existir”. Arrancar, acabar con algo hasta que deje de existir. No es casual que mediado el siglo XX este verbo o sus sinónimos apareciesen con frecuencia en prensa, panfletos u otros textos para describir qué estaba ocurriendo, o qué se deseaba que ocurriera, en la Europa totalitaria.

Manuel Chaves Nogales, por ejemplo, en una crónica escrita desde Alemania en 1933 consignó que el Tercer Reich perseguía la “extirpación metódica de los judíos”. Cinco años después, en el San Sebastián ocupado por los franquistas durante la Guerra Civil, Enrique Suñer escribió que urgía “una extirpación a fondo de nuestros enemigos”, afirmación relevante, pues en 1939 Suñer presidiría el Tribunal de Responsabilidades Políticas. Por supuesto, el modo en que se aplicó el verbo extirpar difirió en ambos casos, pero la intencionalidad era la misma: purgar el cuerpo nacional de elementos señalados como impuros, dañinos o peligrosos. 

Los expolios de bienes culturales llevados a cabo por la Alemania nazi y la España franquista difieren mucho, muchísimo. El componente racial del primero y su nexo con el Holocausto y las políticas de exterminio masivo ya bastarían para desaconsejar cualquier intento de comparación. También es distinta la escala, tanto en la extensión del territorio abarcado como en el volumen de obras de arte en movimiento, que se puede contar en centenares de miles en el primer caso y es muy inferior en España. Además, el saqueo llevado a cabo por el Tercer Reich fue mucho más metódico y sistemático que el franquista. 

Son tantas las divergencias que cualquier comparación formal entre estas dos campañas de pillaje o sus consecuencias últimas resulta fútil e improcedente. Pero sí cabe hallar un elemento común que no es menor: su entronque con la voluntad totalitaria de refundar radicalmente las sociedades española y alemana o europea conforme se expandió el Tercer Reich; el deseo de construir comunidades políticas homogéneas, expurgando del cuerpo social a los señalados como enemigos o disidentes.

Una parte destacable del saqueo de bienes culturales perpetrado por los nazis entronca con la voluntad de erradicar de Europa a los considerados como enemigos, y singularmente a los judíos. El Tercer Reich expurgó de la sociedad alemana a los ciudadanos de origen judío a través de un conjunto de leyes desplegadas entre 1933 y 1939. Lo mismo ocurrió en los territorios europeos que dominó a partir de 1938. Las medidas dirigidas a «arrancar de cuajo» a los judíos del cuerpo social precedieron a su exterminio, que fue sistemático a partir de 1941. 

Toda esta larga persecución vino acompañada del saqueo de sus propiedades: desde la ropa interior hasta las viviendas; de las vajillas o los juguetes a las bombillas, los coches o la ropa de cama. Las obras de arte y otros bienes culturales constituyen solo una parte de este programa de desposesión total, absoluta.

Esta voluntad de extirpar resultó asimismo patente en la campaña imperial del Tercer Reich en Europa del Este. En la cosmovisión nacionalsocialista, el Este era la tierra prometida para el imperio alemán y sus habitantes serían desplazados a la fuerza hacia Siberia o constituirían la futura mano de obra semiesclavizada. 

Mas para someter a los pueblos eslavos, los nazis debían acabar con cualquier símbolo que expresara su identidad. De ahí que, al tiempo que exterminaban a los judíos y masacraban cualquier forma de resistencia en su avance por Europa oriental, los invasores destruyeran aquellas creaciones culturales que encarnaban la conciencia nacional checa, polaca, rusa o, en general, la identidad eslava: museos, bibliotecas, estatuas, edificios conmemorativos, libros, partituras…

También diezmaron a los artistas, científicos e intelectuales en todo el territorio ocupado. Las culturas eslavas fueron proscritas, extirpadas, de las zonas incorporadas al Reich. Y de nuevo el pillaje acompañó a este brutal proceso de cirugía social, pues los nazis saquearon a su paso cuantos bienes artísticos y culturales quisieron. 

Volvamos a España y a Enrique Suñer. El Tribunal de Responsabilidades Políticas que presidió desde 1939 era parte de un vasto aparato represivo que encarnaba su deseo de “extirpar a fondo” de la comunidad nacional a los enemigos de la España franquista, de “arrancar de cuajo” todo aquello que tuviera algún vínculo, aún leve, con las culturas políticas que florecieron durante la Segunda República: desde las que insuflaban los principios del liberalismo democrático hasta las que alentaban las distintas corrientes del movimiento obrero, pasando por las que sustentaban a los nacionalismos que competían con el español. 

Este programa de erradicación total, absoluta, convergía con el totalitarismo fascista de nuevo cuño forjado en la Europa de entreguerras, pero al tiempo hundía sus raíces en el totalitarismo nacionalcatólico, en la reacción visceral de la Iglesia contra las desviaciones del mundo moderno, en la voluntad presente en el Syllabus de combatir “el funestísimo error del socialismo y el comunismo” y no reconciliarse jamás “con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización”.

Durante la guerra civil y la durísima posguerra, la dictadura franquista privó de libertad, torturó, asesinó o forzó a partir hacia el exilio a quienes habían participado de las culturas políticas proscritas, y estigmatizó y amedrentó a los supervivientes para que no cayeran de nuevo en el error de proclamar sus ideas. 

La dictadura castigó con graves penas económicas a quienes integraban las comunidades políticas extirpadas del cuerpo social. En algunos casos, incautó sus pertenencias sin que mediara una norma escrita; en otras, a través de órdenes o decretos, como los que confiscaron las propiedades de partidos y organizaciones proscritos. La Ley de Responsabilidades Políticas, de 1939, o la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, de 1940, también impusieron duras multas y dispusieron la requisa de bienes, cuya condición o valor variaba en función de la responsabilidad imputada: desde propiedades rústicas e inmuebles hasta enseres domésticos, vestidos o animales de carga. 

Es en este contexto en el que tuvo lugar el expolio cultural: la incautación de estos patrimonios conllevó la requisa de obras de arte, bibliotecas u otros bienes culturales en un volumen que aún no conocemos en su totalidad, ya pertenecieran a políticos, empresarios, militares, intelectuales o ciudadanos de muy diversas profesiones, o a organizaciones y asociaciones de diversa índole.

Conviene insistir de nuevo en que es necesaria toda cautela a la hora de comparar los expolios culturales nazi y franquista: la escala, la intensidad, los procedimientos, la diversidad de objetivos perseguidos y el alcance último difieren exponencialmente. Pero ambos compartieron su entronque con las políticas totalitarias dirigidas a refundar la sociedad, a purgar de cuerpos extraños a las comunidades nacionales, o imperiales; a extirpar “a fondo” o de forma “sistemática” a quienes fueron marcados como enemigos. 

“No te puedes imaginar la matanza que hemos hecho”: cartas italianas desde el frente franquista

13 diciembre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • El historiador Javier Muñoz recupera las cartas censuradas a los soldados italianos que combatieron con Franco durante la Guerra Civil en las que relatan como pueden el horror, los fusilamientos, la corrupción o las autolesiones para volver a casa
  • — No es desmemoria, es defensa del fascismo

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Oficiales italianos durante la Guerra Civil.
Oficiales italianos durante la Guerra Civil. Archivo Provincial de Bolzano

Peio H. Riaño

5 de enero de 2023 21:43h
Actualizado el 08/01/2023 13:56h 

¿Qué harías por salvar a tu hijo de la guerra? ¿Recomendarle que se autolesione? “Mira que te mando este polvo y tú te lo metes en los ojos, ahora te doy todas las explicaciones de cómo debes hacerlo: pones el dedo en el polvo, abres el ojo y lo pones en el párpado siempre por dentro, luego lo limpias y lo dejas ahí un rato, debes hacerlo una vez al día y así cuando te sientas los ojos mal pides una visita y te pones en la negativa de que no ves”, escribió Addolorata Gennara a su hijo Pietro. Ni los polvos llegaron a sus manos ni la explicación para librar la muerte y regresar a Italia. Fue una de las miles de cartas leídas y requisadas por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) franquista.

Nueve razones por las que la Guerra Civil y el franquismo no fueron una «pelea de abuelos» como dice Feijóo

El 14 de junio de 1938 el capitán Valentini di Laviano escribe a la condesa Anna Antineri, harto de ser engañado. Lleva escuchando desde hace 12 meses que abandonan España y regresan a Italia. Un espejismo que se escapa con cada batalla ganada: “Basta, esto es una estafa deshonesta, y yo no soy ni un mercenario ni me han comprado. Estoy cansado, estoy mal, he salvado la piel demasiadas veces porque puedo y quiero continuar en esta vida. Y además estás tú, que sufres como yo o más que yo; está mamá vieja y cansada”. A finales de julio de ese año, los legionarios italianos sumaban 2.352 muertos, 8.635 heridos y 196 desaparecidos. Además, 369 prisioneros. 

Prisioneros italianos en Tarragona. Biblioteca Nacional España

Morir en otro país fue la consecuencia de matar lejos. Asesinar para sobrevivir y regresar a Italia. Morir lejos de casa. Las cartas de los soldados italianos en la Guerra Civil español (Ed. Marcial Pons) es un libro estremecedor. Javier Muñoz Soro ha investigado las cartas del ejército fascista que Mussolini envió a Franco, unos documentos a los que apenas se les había prestado atención y en los que se encuentra la intimidad de una batalla escrita por una tropa de campesinos y obreros del sur de Italia apenas alfabetizados. Aunque había fascistas convencidos, la mayoría vinieron engañados para llevar un sueldo a casa. Las barbaridades narradas llaman la atención, pero más sorprendente es cómo esos soldados que volvieron mudos de la guerra lograron hacer comprender a los demás lo que vivían y no comprendían. 

El horror por escrito

“No te puedes imaginar la matanza que hemos hecho, ahora ver los muertos es para mí como ver una carroña, o sea, un perro y para colmo, después de muertos les disparo con mi pistola de la rabia que tengo, así me divierto y distraigo, les paso cerca y si está herido le ayudo a bien morir. Todos los cuerpos acaban desnudos porque por donde pasa nuestra infantería les despojamos de todo dejándolos desnudos. Aquí el más listo se las arregla, quitando el último céntimo al muerto, piensa qué final espera a un muerto”. El artillero Guido Lamporelli escribió el 22 de agosto de 1937 a su esposa, durante la batalla por la toma de Santander. La carta no la leyó la mujer de Guido porque fue retirada de la circulación por la censura del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) franquista. Demasiados detalles escabrosos sobre la deshumanización del enemigo y la animalización de sus restos que no convenía dar a conocer. 

Javier Muñoz puntualiza que esta carta es “bastante rara” porque los soldados no se atreven a entrar en detalles tan bestiales. “Muchas otras cartas censuradas demuestran que despojar a los muertos de sus pertenencias, saquear los pueblos abandonados, robar a los prisioneros o abusar de la posición de poder para hacer negocios ilícitos fueron en la guerra española prácticas tan comunes y permitidas por los mandos como en otras guerras”, escribe el autor del libro sobre los testimonios de las tropas italianas que acudieron a la ayuda del ejército de Franco durante la Guerra Civil española. 

“Sí les llamó mucho la atención la violencia franquista; los fusilamientos no los veían bien”, cuenta a este periódico. Las familias italianas mostraban el temor a las represalias y les aconsejaban apalearlos, pero no fusilarlos. Franco no respetó las garantías dadas a los prisioneros. Además, el Duce pensaba que la mejor manera de acabar con la moral del enemigo era la represión y se mostró “encantado del hecho de que los italianos consigan provocar horror por su agresividad en lugar de simpatía como tocadores de mandolinas”. 

Prisionero italiano tocando la mandolina en un penal de Valencia en 1937. Biblioteca Nacional de España

“Los condenados avanzan cuatro a la vez y a cada uno de ellos les corresponde dos militares del pelotón. Los fusilamientos tienen lugar a una distancia de tres metros. El tiro de gracia lo da a cada uno de los detenidos un guardia civil. Las ejecuciones se desarrollan en la plaza frente a la entrada principal del cementerio, cerca del muro de cierre. Los cadáveres, la mañana siguiente son transportados al interior del cementerio, en espera de su sepultura en fosas comunes. Se permite a los parientes reconocer los cadáveres y enterrarlos por su cuenta. Cada mañana se limpia la zona de las ejecuciones y se pinta el muro salpicado de sangre. Las ejecuciones no son públicas, pero con mucha facilidad se dan permisos para asistir a ellas. No es raro encontrarse con alguna señora”, informó en una larga carta el 16 de mayo de 1937 el comandante de Carabineros De Blasio. 

Todo era posible

Las letras desde la batalla tratan de contar lo que vieron asombrados. Todo parecía ser posible, desde el mayor de los atropellos a la confraternización: “Ahora os quiero contar este hecho, si no lo ves no lo crees: ayer, hacia las tres, seis falangistas (los voluntarios de Franco) y ocho de ellos, comunistas, bajaron de la trinchera —la distancia entre una y otra será de unos 300 metros— y en medio de un campo de cereal han dejado de disparar, se han encontrado en medio del campo, se han dado la mano, después se han sentado y han bebido una botella de coñac y los demás todos en pie sobre las trincheras ondeando la bandera. Han hablado entre ellos más de una hora, se han intercambiado periódicos y han dado tabaco y mapas a los falangistas, han intercambiado las camisas, total para decir después a los comunistas que habían matado a cuatro falangistas”. La carta está firmada por Paolo y dirigida a Cremona y podría haber inspirado a Luis García Berlanga, en La vaquilla (1985).  

Carta de un soldado italiano.

“Las cartas son la realidad, no la verdad”, dice el Javier Muñoz Soro por teléfono. “No cuentan todo pero dicen mucho. Sobre todo he usado las que la censura retiró de la circulación porque son las más interesantes. Son un reflejo de los estados morales y emocionales y hablan de todo tipo de actos que las autoridades no quisieron que se conocieran. Había un equipo de más de 200 personas en la censura, revisando las 30.000 cartas semanales. Para la mayor parte de los soldados italianos eran las primeras cartas que debieron escribir a sus familias, a las que nunca habían abandonado. Y a pesar de todo, las cartas cuentan una guerra autocensurada porque no se atreven a reconocer todo lo que ocurre”, explica el historiador, que estuvo en el Ufficio Spagna del Archivo Histórico del Ministerio de Asuntos Exteriores en Roma y regresó con 8.000 fotos de los documentos que componen el libro. No existe un volumen semejante de correspondencia en los soldados españoles. En el archivo militar de Ávila, dice el investigador, apenas se conservan 400 cartas. “No se sabe dónde están ni qué pasó con ellas, porque en los archivos de la censura no están”, indica. 

Francisco Franco condecora a las tropas legionarias en Logroño, en 1938. Biblioteca Nacional de España

En otro de esos escritos interceptados, leemos al sargento Alberto Costante que acudían a rebuscar por las casas de los pueblos conquistados: “Y todo lo que se encuentra es nuestro, yo me he apoderado de mucha plata y tres aparatos de radio, pero he regalado todo a mis oficiales, total me habría resultado muy difícil llevármelo a Italia”. Entre las voces de los que no cuentan para la historia, hay una muy llamativa: Dario Grixoni, cuyas cartas son las más brutales e impactantes, por lo “machista, putero y chuleta”. “Todo un estereotipo de chico con posibles que hace el cursus honorum fascista y cuya fe mussoliniana le lleva a tomar las armas por el fascismo, contra el comunismo, por España, por Italia y por la civilización”, escribe el historiador Javier Rodrigo, en el prólogo al libro.

Las conductas que Muñoz Soro ha investigado durante la Guerra Civil española le recuerdan a lo que está leyendo estos días sobre Ucrania, pero plantea una incógnita para sus compañeros del futuro: “No sé qué harán los historiadores con las comunicaciones de los soldados de la guerra de Ucrania, que se comunican por Whatsapp…” .

Ian Gibson: “Si las derechas no cambian, este país no tiene futuro”

21 octubre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Ian Gibson, hispanista, fotografiado en su casa de Lavapiés, Madrid.
Ian Gibson, hispanista, fotografiado en su casa de Lavapiés, Madrid. Olmo Calvo

Marta Borraz

4 de diciembre de 2022 22:05h
Actualizado el 09/12/2022 17:06h 

Cuando Ian Gibson nació, los franquistas acababan de ganar la guerra. Era abril de 1939, en Dublín (Irlanda), y hacía tres años que Federico García Lorca había sido asesinado. El hispanista se topó con el Romancero gitano siendo casi un adolescente y ya nunca abandonó al poeta granadino. A punto de estrenarse en las salas de cine Donde acaba la memoriael documental sobre su figura, Gibson recibe a la prensa en su casa de Lavapiés, el barrio madrileño al que confiesa su amor cada vez que puede. En 1957 hizo su primer viaje a España y, aunque pasaron 21 años hasta que se instaló definitivamente aquí, la realidad es que nunca se llegó a ir del todo.

La nieta de Dióscoro Galindo lleva a Estrasburgo su petición para localizar la fosa de Lorca

Conquistado por esa primera visita, Gibson ha dedicado toda su vida a mirar y contar la historia contemporánea de España a través de su tres genios más reconocidos: Lorca, Buñuel y Dalí, de los que ha escrito hasta la saciedad. Ahora, Pablo Romero-Fresco reconstruye el retrato de este metódico “detective literario” que sigue convencido de saber dónde están los restos del poeta. El documental reproduce una grabación hasta ahora desconocida del enterrador de Lorca que sirvió de base a Gibson para publicar el lugar exacto de su enterramiento hace 50 años. En unas horas presentarán el documental en Granada, donde apenas puede caminar por la calle sin pararse con la gente. “Allí es como una estrella de rock”, dice Romero-Fresco.

¿Qué le llamó la atención tanto de España?

Es normal que nazca una fascinación con otro país cuando estás empezando, te interesan los idiomas y empiezas a aprender castellano. Siempre he sido ornitólogo, así que sabía algo de Doñana, pero además tuve la suerte de entrar en la universidad en un departamento de español con profesores fantásticos. Uno de ellos dio un curso de Rubén Darío y me abrió un mundo nuevo. España es muy compleja y muy rica, hay tema para siglos y estudiosos de todo el mundo. Luego está el clima, el vino, la vitalidad… Te podría decir mil cosas más.

En el documental afirma que probablemente no haya día de su vida en el que no haya pensado en los últimos momentos de Lorca. Lo suyo con el poeta es una obsesión.

Sí, sí, es una obsesión. Cuando leí el Romance de la luna luna, el primer poema del Romancero gitano, aún no conocía bien el idioma, pero intuí que había algo allí para mí para siempre. Fue una especie de experiencia mística, extraña. También creo que había una relación de Lorca con la literatura irlandesa que yo conocía. Él dijo de sí mismo que era un poeta telúrico, agarrado a la tierra. Pudo haber sido otro poeta, pero en mi caso buscaba algo que encontré allí, en Lorca.

Gibson, retratado junto a James Joyce, Salvador Dalí, Federico García Lorca y Antonio Machado, en un cuadro colgado en su despacho. Olmo Calvo

En alguna ocasión ha relacionado al poeta con su hermano mayor…

Sí, este es uno de mis mejores libros (coge de la estantería Lorca y el mundo gay y lee la dedicatoria). Para Rafael e Isabel Borrás, en recuerdo de mi hermano Allan, que no pudo con sus dramones. Federico usaba esta palabra para hablar de cuando estaba deprimido, pero nadie sabía qué le pasaba porque tenía que ver con sus relaciones gays. Él no pudo vivir su vida abiertamente y en mi familia, protestante de Irlanda de entonces, fue terrible tener un hermano homosexual, como lo fue en el caso de Lorca para su familia. Su hermano Francisco llegó a publicar un libro en 1980 llamado Federico y su mundo en el que no se menciona el tema. Allan me contaba sus penas y sus dificultades y eso me ayudó, obviamente, a comprender a Lorca.

Las cartas que Lorca le escribió a Dalí se han perdido. ¿Qué encontraríamos en ellas?

Sería completar una documentación humana extraordinaria. Sabemos que el poeta quería demostrar a Dalí que era genial porque le adoraba y le fascinaba. Recompondríamos mucha información sobre aspectos de su relación. Había unas 40 o 50 cartas. Tampoco tenemos la voz del poeta, a pesar de que estaba cada noche en la radio. No puedo creer que su voz haya desaparecido, espero que algún día se pueda recuperar.

 ¿Veremos su exhumación?

Yo lo espero, creo que se verá. Si lo veré yo no lo puedo decir porque tengo los años que tengo, pero tienen que volver a buscarle. Yo haré todo lo posible por echar una mano, pero ayudaría que la familia hiciera una declaración y dijera que no se llevaron los restos a ningún otro lugar. Es algo que la gente piensa en Granada, aunque yo no lo creo. Creo que las veces que se han intentado encontrar sus restos, los trabajos de búsqueda que se hicieron fueron incompletos, no había estudios previos suficientes.

El reconocido hispanista Ian Gibson trabaja desde su despacho en su casa de Lavapiés, Madrid. Olmo Calvo

¿Qué supondría encontrarle?

Ayudaría a que hubiera una reconciliación de verdad, porque Lorca es el poeta y dramaturgo español más leído y amado de toda la historia, no hay nada comparable. Para mí él representa a todos los desaparecidos de la Guerra Civil y la dictadura, sería un alivio para este país. ¿Qué problema hay con encontrarle? Eso no impide que se busque a todos los demás y a los que fueron enterrados con él. Yo como biógrafo, como ser humano que ama profundamente su obra, quiero saber dónde está, quisiera poder ir allí y llorar, llevar flores o rezar.

Recientemente ha entrado en vigor la nueva Ley de Memoria Democrática. ¿Es suficiente?

Tengo que confesar que no me la he leído entera, lo tengo pendiente, pero creo que es un gran avance hacia la normalidad. Porque lo que estamos esperando en este sentido es que este país se normalice, que la oposición no se oponga a la búsqueda de los desaparecidos. Es muy difícil para la derecha de este país afrontar la criminalidad del régimen de Franco, pero lo fue, mató a decenas de miles de inocentes y todavía hay 115.000 cadáveres tirados en fosas como perros. ¿Cómo es posible a estas alturas? No he oído ni una palabra de crítica del régimen franquista al Rey emérito ni a su hijo. Vendría muy bien. Si las derechas no cambian, este país no tiene futuro, no tiene el futuro que podría tener.

Hace no mucho Alberto Núñez Feijóo se refirió a la Guerra Civil afirmando que “hace 80 años nuestros abuelos y bisabuelos se pelearon y no tiene sentido vivir de los réditos de lo que hicieron”. ¿Qué piensa de estas palabras?

Son indignas. Decir que aquello fue una pelea cuando lo que ocurrió fue una sublevación militar es una barbaridad. Dicen que lo que se quiere es reabrir heridas, pero no hay ganas de revancha ni de odio en este país, hay ganas de decencia humana y dignidad. Si yo tengo un abuelo en una fosa lo intentaría sacar, igual que si Pablo Casado lo tuviera, también lo haría, en vez de hablar de “la fosa del abuelo”. Eso no es cristianismo ni catolicismo, todo lo contrario, es blasfemia e hipocresía. Debería ser muy fácil a estas alturas dejar a los demás recuperar a sus muertos.

Ian Gibson, hispanista, fotografiado en su casa de Lavapies, Madrid. Foto: Olmo Calvo Olmo Calvo

¿Qué otras cosas están pendientes?

Veremos qué pasa con el Valle de los Caídos, si el Gobierno logra conseguir lo que se está proponiendo. No sé si les va a dar tiempo. Si la izquierda no gana las próximas elecciones va a haber una vuelta atrás en memoria histórica, ya lo ha dicho Feijóo, como lo dijo Mariano Rajoy en su momento. Ese es mi temor.