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Ian Gibson: «Las derechas de este país no aceptan la criminalidad del régimen franquista»

18 abril, 2024

Fuente: http://www.infolibre.es

El hispanista y biógrafo Ian Gibson durante la entrevista.
El hispanista y biógrafo Ian Gibson durante la entrevista. IL

Álvaro Sánchez Castrillo

19 de marzo de 2023 19:55h

Actualizado el 20/03/2023 06:00h

@AlvaroSanCas

Si a algo se ha dedicado Ian Gibson (Dublín, 1939) desde hace décadas es escribir sobre vidas ajenas. Lo ha hecho con la de Federico García Lorca, Antonio Machado, Salvador Dalí o José Antonio Primo de Rivera. Pero ahora le ha tocado a él ser el protagonista. Un carmen en Granada (Tusquets, 2023) es quizá la historia más difícil que le ha tenido que contar en su larga trayectoria. La obra es un recorrido por la vida del escritor a través de sus recuerdos. Y también un autorretrato que muestra al hispanista como «un ser obsesivo empeñado en que todos los demás lo admiren» y perseguido por mil demonios. Su libro más íntimo con el que pretende poner punto y final a su etapa como biógrafo: «Habiendo contado la historia de gente tan fundamental para mí pensé que tenía que terminar con esto explicando un poco cómo llegué hasta aquí».

Gibson se entrevista con infoLibre en una terraza de bar en el madrileño barrio de Lavapiés, donde vive atrapado por el amor a la multiculturalidad. Es una mañana de viernes desapacible. Sobre la mesa, un cortado, un café con leche y un chupito de Magno. Durante casi una hora, el hispanista habla sobre las memorias, que son para él una especie de «catarsis». Dibuja una infancia difícil en un ambiente marcado por un rígido puritanismo religioso, que le hizo llegar tarde al Ulises de James Joyce. Y, por supuesto, habla de Federico García Lorca, ese poeta granaino que le dejó hipnotizado con su Romance de la luna, luna a finales de los cincuenta. Tanto que durante la investigación sobre su muerte estuvo a punto de cometer alguna locura. Hoy, le persigue el hecho de que siga desaparecido: «Yo, como millones de personas, quiero saber dónde están los restos de Lorca», reclama.

¿Escribir una autobiografía supone poner punto y final a su etapa como biógrafo?

Yo creo que sí, que es el final de una larguísima etapa de mi vida. Habiendo contado la historia de gente tan fundamental para mí, como Lorca, Machado o Dalí, pensé que tenía que terminar con esto explicando un poco cómo llegué hasta aquí.

¿Es más sencillo escribir sobre los demás que sobre uno mismo?

En mi caso ha sido muy difícil. De hecho, creo que este libro no podría publicarlo en inglés porque hay cosas que cuento de mi familia que son muy duras, relatadas con cierta crudeza, y aún tengo familiares que viven. Por eso, y aunque he tratado de ser justo, casi te diría que tengo algo de remordimiento por haber traicionado, por ejemplo, a mi hermano. Tengo derecho a contar, pero tampoco quiero herir.

En sus memorias, usted retrata a un Ian Gibson “obsesivo, empeñado en que todos los demás lo admiren” y perseguido por mil demonios. ¿Cuánto de eso es fruto de su infancia?

Yo creo que todo, al final cada uno viene de su infancia. [William] Wordsworth, el poeta británico, dijo aquello de «el niño es padre del hombre», algo que [Sigmund] Freud entendió fabulosamente. En mi caso, yo no digo que no hubiera momentos felices en mi infancia, pero no fue fácil. Mientras mi hermano era una estrella al que mi madre tenía en un altar, yo, cinco años más pequeño que él, no encontraba talento alguno. Contar todo lo que cuento es duro, pero vi la necesidad de sacarlo fuera como una especie de catarsis. Y yo creo que está teniendo ese efecto porque presentar este libro ante el público me pone muy nervioso.

¿Más que con otros?

Sí, yo he dado mil conferencias y nunca me he sentido así de nervioso.

¿Cuánto del Joyce que escribió ‘Ulises’ y cuánto del Alonso Quijano de Cervantes hay en Ian Gibson?

Mucho. Al Joyce profundo llegué con tardanza. Es cierto que había leído Retrato del artista adolescente y, obviamente, Dublineses, pero Ulises era una obra que no conocía porque estaba proscrita en la Irlanda de los años cincuenta. Yo, por aquel entonces, conseguí un ejemplar bajo cuerda y, cuando empecé a leerlo, me di cuenta de la heroicidad de Joyce y de la gran importancia que para mí tendría el libro.

Este libro es el final de una larguísima etapa de mi vida

En cuanto a Cervantes, puedo decir que si España sólo hubiera producido El Quijote su contribución a la cultura, a la civilización mundial, ya estaría hecha. Influyó también mucho en mí el darme cuenta de que el héroe de la literatura española era un hombre en busca de aventuras. Cuando yo vine por primera vez a España en tren y crucé toda la meseta, viendo la inmensidad del paisaje, ese «ancha es Castilla», recuerdo que pensé: esto es para mí.

Cuenta que en 1957 su vida cambió por completo. Por entonces, usted estaba leyendo Ulises, de James Joyce. Pero, de pronto, se topa con un tal John E. Doyle. ¿Por qué ese nombre es tan importante para usted?

Por aquel entonces, yo estaba en mi segundo año en Trinity College, después de un primero dedicado a la gramática española y completado con un curso de verano aquí para aprender un poco más el idioma. Un día, en una librería de ocasión, Eason’s, vi una hilera de libros en español que alguien había vendido. Entonces, cogí un tomo, encuadernado en verde y que aún conservo en mi archivo, que contenía tres obras encuadernadas juntas: Cántico, de Jorgue Guillén; Seguro Azar, de Pedro Salinas; y Primer romancero gitano, de Federico García Lorca. Iban firmados por un tal John E. Doyle, que luego resultó ser profesor en la Universidad de Dublín, en la católica.

Entonces, comencé a leer el Romance de la luna, luna, de Lorca. Por entonces, yo ya había leído algunos romances de Rubén Darío, pero aquel descubrimiento fue definitivo. Yo noté en él algo familiar, una vinculación con la literatura irlandesa en lo relativo a la cosa telúrica, la cosa de la tierra. Y era tremendo porque había palabras que ni siquiera conocía. Me llamó la atención de una forma tremenda, esa luna que se materializa como bailarina mortal y ese niño hipnotizado por la luz de la luna.

Y fue entonces cuando usted quedó hipnotizado con Federico García Lorca

Sí, y sigo hipnotizado. Es un poeta misterioso. Todo en él es misterio y nunca llegaremos al fondo del pozo. ¿Quién fue? ¿Desde dónde llegó? Un niño que nace en un pueblo de la Vega de Granada con dones incomparables. Eso sí, en el seno de una familia también excepcional, lo que nos hace volver a esa frase de Wordsworth: «el niño es el padre del hombre». Toda su familia era musical, donde cada uno, sin haber aprendido nada, tocaba la bandurria, el violín, el piano.

A mediados de los sesenta, viene a España con la idea de terminar su tesis sobre la primera etapa de Lorca. Pero, al final, se termina convirtiendo en un detective que indaga sobre su asesinato. ¿Era sencillo investigar eso por aquel entonces?

Mi proyecto inicial no era hacerlo, porque yo estaba obsesionado con el aspecto telúrico de su obra a raíz de mi primera lectura de Romance de la luna, luna. Mi tesis, por tanto, iba a ir sobre las raíces de la obra lorquiana y sus primeros escritos. Sin embargo, durante ese tiempo fui conociendo en Granada intelectuales republicanos represaliados, que se reunían en el bar El Suizo, y que me empezaron a contar lo que había pasado en la ciudad. Un día, recibí información sobre los últimos días de Lorca, los fusilamientos, el horror… Y decidí aplazar mi tesis para empezar una investigación sobre lo ocurrido.

Indagar entonces sobre las circunstancias de la muerte de Lorca era muy peliagudo

Mucha gente era reacia a hablar del tema, tenían miedo a ser denunciados. Por aquel entonces, Lorca no estaba del todo proscrito, su obra había salido con el beneplácito de Francisco Franco porque se llegó a un acuerdo con la familia sobre los derechos de autor. Es decir, se podía hablar de él. Ahora, indagar sobre las circunstancias de su muerte era muy peliagudo para la gente que hablaba conmigo. Por eso yo iba con mucho cuidado para no implicar a nadie.

¿Cometió alguna locura, o estuvo a punto de cometerla, durante su investigación?

Cuando yo descubrí que en la oficina del cementerio [de Granada] tenían un libro con el registro de todos los fusilamientos que se habían producido en la zona, con los nombres y aquellos eufemismos relativos a la causa de la muerte, elaboré un plan, nunca realizado, para robarlo [risas]. No quería que aquel registro se destruyera. De hecho, cuando salió mi trabajo en 1971, aquel libro desapareció. Sin embargo, no se llegó a destruir, porque el falangista [Eduardo] Molina Fajardo reprodujo algunas páginas en su libro póstumo Los últimos días de García Lorca.

Si quiere, le refresco la memoria con otro. Usted llegó a crear una identidad falsa…

Sí [risas]. Como yo hablaba francés, creé una tarjeta de visita falsa a nombre de Michael Grosjean, catedrático de Botánica. Fui con una de ellas a la Comandancia Militar porque alguien me había dicho que allí tenían unos mapas fenomenales de toda la zona de Víznar, un entorno que quería conocer bien físicamente porque allí es donde se llevaron a cabo los fusilamientos masivos de rojos. Les expliqué que era catedrático, que había unas plantas muy raras en la zona y quería hacer una investigación sobre ellas. Y me dieron los mapas [risas].

Durante años, ha podido charlar con personajes que estuvieron presentes en los últimos momentos de vida de Federico. ¿Cree que alguno de ellos contó menos de lo que realmente sabía?

Probablemente. Estamos hablando de 1965, con una dictadura y una policía brutal, la gente tenía mucho miedo, por eso creo que a veces no me contaban toda la verdad. Yo creo, de hecho, que hay mucho que aún no sabemos. Entonces, el problema estaba en conseguir documentación original. Era muy complicado conseguir algo seguro, convincente.

¿El que no se haya localizado aún el cuerpo de Lorca es algo que le persigue?

Claro que me persigue. Yo creo que no se ha buscado bien en toda la zona del parque de Alfacar. Yo estoy convencido de que Manolo El Comunista, cuando me indicó el lugar del enterramiento, no me mentía: el olivo, el barranquillo. Él estaba convencido de que era allí, lo cual no quiere decir que no pudiera estar equivocado y que estuviera realmente en otro olivo cercano.

Pero luego vino la revelación de Ernesto Antonio Molina, exvicepresidente segundo de la Diputación de Granada, que dijo que cuando hicieron el parque aparecieron huesos muy cerca del olivo que fueron metidos en un saco y puestos en otro sitio del parque. Desde entonces, este hombre no ha querido aclarar nada. Tiene que seguir investigándose, haciéndose una búsqueda completa en esa zona, con georradar. Y espero que se haga, porque yo, como millones de personas, quiero saber dónde están los restos de Lorca.

A lo largo de sus memorias, su hermano se perfila como un personaje central. ¿Cree que su orientación sexual le influyó a la hora de dedicar más de media vida a la figura del poeta?

Estoy convencido de que sí. En mi familia, fue tremendo el hecho de conocer que mi hermano era gay, igual que lo fue en la de Lorca. Fíjate, cuando su hermano Francisco publica en 1980 Federico y su mundo no figura ni una sola vez la palabra homosexual, algo que es tremendo. Entonces, tener un gay en la familia era un baldón.

Cuenta que cuando usted visitó España en el verano de 1957 le llamó la atención un monumento cargado de banderas de España, águilas negras, yugos y flechas. Hoy, ese monumento sigue en pie en aquel cementerio. ¿Por qué resulta imposible cerrar de una vez aquel terrible capítulo de la historia de España?

Las derechas de este país, por desgracia, no aceptan la criminalidad del régimen franquista, cuando no les debería resultar tan difícil hacerlo si son católicos, donde lo principal es el amor al prójimo. Y si ellos no son capaces de asumir eso estamos perdidos. No es tan difícil: ocurrió, lo sentimos mucho, nosotros no somos asesinos, hay que desenterrar a los muertos. No puede decirse que esto último suponga reabrir heridas porque nunca se han cerrado. Los viejos se van muriendo sin ver el hueso de su padre. Y eso a mí me duele.

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Dice que la situación política española le preocupa hondamente. ¿Qué es lo que le inquieta?

Yo, si soy algo, es socialdemócrata. Y quiero un centro razonable. Centro derecha o centro izquierda, pero centro, moderación y diálogo. Por favor, dialoguemos. Te escucho, pondero tus palabras, me escuchas y si por el camino podemos llegar a un acuerdo, perfecto.

El que no se haya localizado el cuerpo de Lorca es algo que me persigue

Me preocupa que algunas personas o partidos tampoco sean capaces de asumir que España es un país mestizo, con mezcla de sangres. Por eso, cada vez que tengo oportunidad, como ahora, le digo a Santiago Abascal que se haga un test de saliva porque se ve que es más moro que el rey Boabdil de Granada. Y me parece estupendo, no hay ninguna vergüenza. Por eso, no me gusta cuando se dice que esto va a ser un «estercolero multicultural». Primero, el estiércol es muy útil, fertiliza. Y en cuanto a la multiculturalidad, yo quiero una España así, ¿dónde está el problema?

Feijóo y los muertos del franquismo

18 septiembre, 2023

Fuente: http://www.infolibre.es
Ian Gibson

7 de noviembre de 2022 21:49h. Actualizado el 08/11/2022 06:00h

Auditorio Nacional, Madrid, 31 de octubre de 2022. Primer acto oficial del Estado en reconocimiento de las innumerables víctimas del franquismo. La fecha no podía ser más simbólica: aniversario de la aprobación por el Congreso de Diputados de la Constitución  de 1978. ¡Cuarenta y cuatro años antes! ¡Ya era hora!    

Fueron  oficialmente invitados al homenaje Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida. Para su vergüenza no acudió ninguno de ellos, ni nadie en su representación. Y es que las derechas de este país, para asombro de las democracias europeas, partidos conservadores incluidos, se niegan a reconocer la criminalidad consustancial del régimen franquista. Es más: jamás han dicho públicamente una palabra de crítica del mismo, del cual proceden, ni tampoco el rey actual ni su padre, lo cual, según mi criterio, es del todo lamentable además de patético. 

Feijóo ha demostrado que, contrariamente a las esperanzas que algunos teníamos puestas en el que creíamos su talante moderado, insiste en proferir algunas de las vilezas de su antecesor en el cargo (por cierto, ¿dónde se encuentra actualmente el personaje, al que no se le ve el pelo por ningún lado?). Casado repetía día tras día la cantinela de que hay que pensar en el presente y el futuro y olvidar el pasado, en primer lugar, a las víctimas del franquismo. Quedará para siempre en las hemerotecas sus despectivas referencias a “la guerra del abuelo” y «las fosas de no sé quién» (así como la insidiosa acusación de su compañero Rafael Hernando, según la cual quienes buscan a su pariente asesinado sólo lo hacen cuando reciben una subvención).    

Refiriéndose a la reciente exhumación de los restos de Queipo de Llano, Feijóo ha dicho textualmente: “Creo que la política debe centrarse en los vivos y dejar a los muertos en paz, pero allá cada uno con sus prioridades”. ¿Y los vivos que llevan décadas y décadas con la voluntad desesperada de encontrar a sus desaparecidos, y para quienes sí que es una prioridad porque su tiempo se acaba? Por lo visto a Feijóo, como a su paisano Mariano Rajoy, le traen sin cuidado, no existen. ¿Se olvida de que, a lo largo de los casi cuarenta años de dictadura, esta se empeñó en localizar y luego enterrar dignamente, con todos los honores, a sus víctimas? ¿Conoce Antígona, la tragedia de Sófocles, donde se trata precisamente de la determinación de la protagonista, bajo la amenaza de pena de muerte aplicada por el tirano del momento, a recuperar los restos de su hermano, asesinado por el mismo? ¿No sabe que todos los seres humanos experimentan la necesidad imperiosa de enterrar con dignidad a sus muertos? ¿Es Feijóo católico practicante, con misa, confesión y las demás obligaciones que conlleva tal adscripción? ¿Ha leído los Evangelios? ¿No recuerda que, según Jesús, hostigado al respecto por fariseos y saduceos, el mandamiento más importante, después del de amar a Dios sobre todo, es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39)? Si es capaz de leer el latín básico, tal vez le pueda interesar la traducción de la Vulgata: “Diliges proximum tuum, sicut teipsum”. ¿No comprende que, con un mínimo de decencia y magnanimidad por parte del PP, que ahora lidera, la tragedia de las más de 115.000 víctimas del franquismo todavía en fosas comunes y cunetas se empezaría a aliviar de la noche a la mañana? ¿Cómo es posible tanta ceguera, tanta perversidad? ¿Cómo es posible que Feijóo desconozca la compasión? ¿Cómo es capaz de decir que, si llega a La Moncloa, desmantelará la Ley de Memoria Democrática?    

Las derechas de este país, para asombro de las democracias europeas, partidos conservadores incluidos, se niegan a reconocer la criminalidad consustancial del régimen franquista

Yo me siento indignado como hispanista, además de nacionalizado español, ante la ruindad e hipocresía de un partido incapaz de admitir y asumir, a estas alturas, la ilegalidad y crueldad inherentes al franquismo, cerrando así la puerta al progreso del país que dicen amar tanto y que consideran como su propiedad personal y exclusiva.  

Si el PP no vuelve resueltamente al centro, si no asume una actitud dialogante, conciliadora, el retroceso de España es inevitable. Lo creo firmemente. Los gravísimos problemas que ya tiene la Península Ibérica, entre ellos el medioambiental, y que se van a incrementar, necesitan consensos de Estado que superen las miserables consideraciones locales y partidistas. ¿Es mucho pedir que el PP abandone la dialéctica del desdén y del desprecio, evidente en cada intervención, cada gesto facial, de su portavoz en el Congreso (de cuyo nombre no quiero acordarme)?

Volviendo a Queipo de Llano. Usurpada la Capitanía General de Andalucía, con lo cual se convirtió en la máxima autoridad rebelde del Sur, mostró en seguida, con sus bandos y tremebundas charlas radiofónicas nocturnas, la intención de matar, sin contemplaciones, a todos los que se le opusieran o hubieran apoyado de alguna manera la República. Una de sus primeras acciones sanguinarias fue ejecutar al general Campins, comandante militar de Granada, en sus tiempos amigo personal de Franco.  

Que yo sepa no existen grabaciones de sus charlas menos, según el historiador Francisco Espinosa, la recogida por Basilio Martín Patiño en su documental Caudillo–. Hace años, en consecuencia, llevé a cabo una búsqueda en la prensa sevillana de los primeros meses de la guerra, y preparé, para la editorial Grijalbo, una recopilación de los textos de las mismas allí aparecidos. Pese a la censura de los propios correligionarios del general, resultaban espeluznantes. Cito solo uno. Se publicó en el diario La Unión del 23 de julio de 1936:  

«Obreros de Sevilla: Conozco perfectamente vuestro estado de ánimo, y veo que tenéis deseos de trabajar, pero que algunos no osáis hacerlo –aunque ya están cubiertos la mayor parte de los servicios– por miedo a esos Comités de barrio que os amenazan con las pistolas.

Yo os autorizo, bajo mi responsabilidad, a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción sobre vosotros, que si lo hiciereis, quedaréis exentos de toda responsabilidad».  

En cuanto a las referencias a las hazañas sexuales de sus “bravos legionarios y regulares”, sus incitaciones a la violación de las mujeres de los “rojos afeminados”, los testimonios al respecto son contundentes, aunque en su propia prensa se suavizaban. Entre ellos, quizás en primer lugar, el del historiador Guillermo Cabanellas.     

En su lápida en La Macarena se podía leer en 1994: “Aquí reposa en la paz del Señor el excelentísimo Sr. D. Gonzalo y Sierra”. Y, debajo: “18 de julio de 1936”. Muy cerca, una placa recordaba que fue hermano mayor honorario de la Hermandad del templo. No le veo al Verdugo de Andalucía reposando en la paz de Jesucristo, y me cuesta perdonar a los responsables de La Macarena. Queipo de Llano nunca debió haber estado enterrado allí, como ha tenido la generosidad de reconocer Pablo Montesinos. Si no fuera por la nueva Ley de Memoria Democrática, seguiría tan pancho en la basílica, con todos los honores, así como su brazo derecho, Francisco Bohórquez.  

Como bien acaba de escribir en la prensa una ciudadana hispalense, hoy, mientras sigue la exhumación de miles de víctimas de aquel acérrimo enemigo del pueblo enterradas en la fosa común sevillana de Pico Reja, por fin se respira mejor en la hermosa capital andaluza. Cuánto lo celebro. Y cuánta es la valentía del actual Gobierno de la nación.        

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Ian Gibson es hispanista, especialista en historia contemporánea española, biógrafo de García Lorca, Dalí, Buñuel y Machado.

Los horrores de Rogelio, el preso del franquismo convertido en zapatero en un campo de concentración

7 septiembre, 2023

Fuene: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Postal escrita a Rogelio Fernández por una de sus hijas, emborronada por las lágrimas
Postal escrita a Rogelio Fernández por una de sus hijas, emborronada por las lágrimas Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas

Esther Ballesteros

Mallorca — 28 de octubre de 2022 22:29h
Actualizado el 29/10/2022 05:30h 

Dos hombres aporrean la puerta de una vivienda situada en la calle Aragón de Palma. El estrépito sobresalta a Francisca Puigserver, quien se encuentra con su hijo Rafael, el quinto de siete hermanos, que ese día no ha ido al colegio ante las noticias que llegan de Madrid: ‘España está en guerra’, rezan los periódicos. Es el 19 de julio de 1936. Al abrir la puerta, dos guardias civiles le preguntan dónde se encuentran su marido, Rogelio, y su hermano, Miguel. Como no están en casa, le indican que, cuando regresen, se dirijan al cuartel. En solo un instante, el día se ha tornado pesadilla para Francisca, a quien un torbellino de pensamientos comienza a abordarla, preguntándose qué puede haber hecho Rogelio, un zapatero que, a sus 41 años, se ha convertido en el encargado de la fábrica de zapatos Minerva, en el barrio palmesano de Santa Catalina.

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Junto a su cuñado, Rogelio Fernández Aguiló se dirige a las dependencias de la Benemérita tras recibir el mensaje de su mujer. Está tranquilo y convencido de que todo aquello es un malentendido. Sin embargo, ese día ninguno de los dos regresará a casa. Ni al siguiente, ni al otro. Un compañero de Rogelio que anhelaba su puesto de encargado, Antonio Timoner, lo ha acusado en falso de difundir noticias alarmantes de corte izquierdista, unos hechos por los que, durante los siguientes 18 meses, permanecerá encerrado en el navío Jaume I, en el almacén de maderas reconvertido en cárcel franquista Can Mir y en los campos de concentración de S’Àguila y Son Granada, en Llucmajor (Mallorca), a pesar de que su caso será archivado mucho antes por los tribunales.

Más de ochenta años después, su bisnieto, Antoni J. Escanellas, ha recuperado la historia de Rogelio y, junto a ella, las numerosas postales que escribió y recibió durante su cautiverio y que, desde entonces, su familia ha mantenido guardadas como oro en paño. Las ha dado a conocer en el libro Ficha nº 15. Postales contra el olvido, recientemente publicado por Dolmen Editorial. Junto a las misivas, el zapatero elaboró con sus manos agujas, cajas de alfileres, anillos, pipas, colgantes y otros objetos que hacía llegar a sus familiares por correo.

En Mallorca, convertida en punto estratégico para los intereses de las fuerzas fascistas, la represión fue especialmente dura y, de hecho, fue uno de los primeros lugares de España donde comenzaron a instalarse campos de trabajo forzados para los prisioneros, como aquellos en los que Rogelio permaneció encerrado. Pero, sobre todo, la actividad más intensa se centró en los hombres encarcelados en Can Mir, tras cuyos muros también fue prisionero y donde se implementó y normalizó la práctica de las ‘sacas’: los presos eran ‘liberados’ y, conducidos bajo engaño por grupos de falangistas, acababan asesinados en las cunetas de las carreteras.

Una de las pocas imágenes existentes del interior de la prisión de Can Mir Fotografía cedida por el historiador Manel Suárez

Detenidos “por rojos”

En el cuartel de la Guardia Civil, adonde ha acudido Rogelio, uno de los detenidos pregunta por qué se encuentran retenidos. Sin titubeos, uno de los agentes responde: “¡Por rojos!”. Y, desde ahí, los conducen hasta el barco Jaume I, buque de Trasmediterránea que cubre de forma habitual la ruta entre Palma y Barcelona y que ha acabado convertido en cárcel flotante. Como explica Escanellas, fue ahí donde su bisabuelo supo que los golpistas lo habían militarizado todo. Los detenidos, confinados en las bodegas con las compuertas cerradas a cal y canto, pasaban las horas esperando a que alguien acudiera a darles una explicación, “alguien a quien contar que eran solo gente normal que trabajaba en la industria zapatera de la isla y que Rogelio había ganado un premio al zapato mejor elaborado y diseñado”.

No en vano, Rogelio estaba convencido de que el golpe de Estado finalizaría en unas horas. Días, quizás. “Ese era el pensamiento general, lo que la mayor parte de los detenidos pensaba. Que era una rabieta de los militares, pero que llegarían a un acuerdo rápidamente. Pero nunca llegaron a un acuerdo, nadie habló con nadie. Y pasaron las semanas, y los meses…”, relata Escanellas, periodista y filósofo.

Tinta borrada por las lágrimas

Mientras tanto, desde ese 19 de julio, Francisca pasa las horas en soledad. Permanece siempre callada, en una esquina, cabizbaja, mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas, como aquellas que se derramarían sobre una de las numerosas postales enviadas a Rogelio. Se encontraba ya prisionero, bajo la inscripción Ficha 15, en el campamento de Son Granada, en Llucmajor. Con la tinta borrada por las gotas saladas, Isabel, una de sus hijas, transcribe lo que Francisca le va dictando: “Apreciado esposo y padre, sirva la presente para manifestarte nuestro buen estado de salud, deseando que la suya igual, por lo que damos gracias a Dios…”.

Sin embargo, antes de que Rogelio recale en la antigua posesión de Son Granada, son numerosas las vicisitudes que vivirá y las postales que recibirá. Desde el cuartel de la Guardia Civil lo han conducido a Can Mir, ubicado en el mismo solar donde en la actualidad se levanta el popular cine Augusta, tras cuyos muros los prisioneros pasan los días entre chinches, ratas y humedad, esperando la muerte, llegue o no. Las cartas son el único modo de comunicarse con las familias y, por ello, Rogelio enseña a escribir a quienes no saben mientras manipula pequeñas maderas con las manos. “Era la única forma de no volverse loco allí”, relata su bisnieto. La nave, de unos mil metros cuadrados, llegó a confinar al mismo tiempo, en un “ambiente nauseabundo”, a 1.004 prisioneros “dando incesantes vueltas por aquel antro”, como dejó constancia otro de los internos que permaneció tras sus rejas, el músico, escritor y político Lambert Juncosa.

Lateral de una de las postales remitidas por Rogelio Fernández a su familia, con la Catedral de Palma al fondo Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas, autor de ‘Ficha 15. Postales contra el olvido’

Meses después hacía su aparición en Can Mir el padre Atanasio de Palafrugell, quien acompaña a los presos antes de morir y, en determinados casos, la única persona a la que pueden ver antes de ser asesinados. El cura, explica Escanellas, aprovechaba “todos los minutos para intentar conseguir, por todos los medios, que confesaran que se habían equivocado creyendo en sus convicciones y que pidieran perdón a Dios”. Como documentó el investigador Manel Suárez Salvà, autor del libro La presó de Can Mir. Un exemple de la repressió franquista durant la Guerra Civil a Mallorca (editorial Lleonard Muntaner), el eclesiástico obligaba a los presos a besar la cruz que portaba colgada de un cordón atado a la cintura. En uno de los casos en el que el detenido, Miquel Òleo, se negó a ello, el ‘padre Santanasio’ -como se le conocía en Can Mir- lo agarró del cabello y le restregó el crucifijo por los labios hasta hacerle sangrar. 

Rezos al Crist de la Sang

Uno de aquellos días, Francisca, devota, había ido a rezar al Crist de la Sang. De repente, escuchó alboroto en la entrada de la iglesia. “Se quedó completamente paralizada al ver a unos veinte presos, con el mismo aspecto que su marido, que subían cansados las escaleras escoltados por soldados con sus fusiles al hombro. Apartaron a Francisca con un grito seco de ‘cuidado’ y los obligaron a besar el cristo a golpe de culata. Era una parada obligatoria antes de escuchar el último estruendo de su vida: una descarga de pólvora y metal”, relata Escanellas. “Solo cuando pasó el último y estuvo convencida de que ninguno de ellos era Rogelio, soltó el aliento”, añade. Pocas semanas después, Mallorca y Eivissa ya se habían entregado a los fascistas.

La Navidad está próxima. Entre la algarabía que llega del exterior, culatas y porras en mano, Rogelio piensa en su familia, y decide escribir una postal. Se dirige de inmediato al escritorio -una tabla sobre la que se puede apoyar el papel y el lápiz- y coge la pluma entre sus manos. Las palabras comienzan a brotar sobre el papel: “En la Navidad florida, Navidad de pavos y hornazos, acercaos vidas mías, quiero daros unos abrazos”. Enmarcando estas líneas, en verde y rojo, flores y una paloma. Después le da la vuelta a la postal y escribe: “Sra. Dña. Francisca Puigserver. Apreciada esposa, hijitos y madrina, cuñados y cuñadas, madre y hermanos, a todos me dirijo en tan memorable día de Navidad, que para mí es muy triste al no poder cumplir como buen padre, de llevar a mis hijitos el pavo…”. Y, en un hueco vacío que aún queda, añade: “Si yo fuese palomita en tan memorable día, os haría una visita en nuestra casa o casita bendita”. Es el 22 de diciembre de 1936.

Postal navideña escrita por Rogelio a su familia Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas

Casi dos meses después, Rafael, de diez años y el quinto hijo de Rogelio y Francisca, le envía una carta a su padre en la que le cuenta que “todos los días yo y mi madrecita vamos a la iglesia de San Antonio de Padua. Mi madrecita le reza y me hace decir: ‘San Antonio bendito, mandarás a casita a nuestro padrecito, que era tan bueno para todos, y devolverás la alegría a nuestra casita’. Confío que San Antonio hará este milagro, porque yo soy muy bueno…”.

“Rogelio se olvidará de la política si eso significa continuar vivo”

Francisca intenta, mientras tanto, reunirse con el padre Atanasio. La acompañan sus hijos. Le explica -relata el periodista- que son una familia creyente, que nunca han faltado a misa, que Rogelio es un buen hombre y que “es cierto que se hizo del partido socialista que prometía una mejora para las clases bajas, y que ellos eran clase baja”. En ese instante, la mirada del capellán se enturbia. No quiere oír nada más ni escuchar cómo le dice la mujer que su marido se olvidará de la política si eso significa continuar vivo. Atanasio les conduce hasta la salida para que se marchen y cierra la puerta a sus espaldas.

En Can Mir, Rogelio puede recibir de su familia cestas de mimbre con pequeños utensilios, ropa y enseres de higiene personal, porque Francisca y sus hijos viven muy próximos a la prisión. Sin embargo, pronto dejarán de estar tan cerca de él porque el antiguo almacén de maderas comienza a estar atestado de presos y hay que buscar una solución. Coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de Mallorca, las autoridades deciden trasladar a los detenidos a los campos de concentración itinerantes que comienzan a instalarse a lo largo de la costa de Mallorca. Allí son obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña. Rogelio y su cuñado, Miguel, son dos de ellos.

Nuevo destino: s’Àguila de Llucmajor

En este contexto, en mayo de 1937 las autoridades deciden enviarlos a la finca de s’Àguila, una posesión situada en la marina de Llucmajor. En el tren viajan junto a otros ocho prisioneros. A su llegada a la estación, un camión los conduce a su nuevo destino, un solar de 1.750 ‘cuarteradas’ (7.103 metros) dedicado esencialmente a la cría de pastos y ovejas y a la producción de lana y queso. Ellos dormirán en el suelo de unos barracones. Pero, pese a las pésimas condiciones, señala Escanellas, a su bisabuelo s’Àguila le parece “un remanso de paz, cerca del mar y en medio del campo”. Allí trabajarán construyendo muros y paredes y arreglando calles y carreteras. Rogelio tampoco se librará de las advertencias de los guardias, quienes le aperciben de la presencia de un pozo que se convertirá en el nuevo cementerio de la finca. “Allí lanzaban a los problemáticos”, asevera el autor de Ficha 15.

En mayo de 1937, Rogelio es trasladado junto a otros presos al campo de concentración de s’Àguila, finca dedicada a la cría de pastos y ovejas y a la producción de lana y queso. Dormirán en el suelo de unos barracones y trabajarán arreglando carreteras

Las postales, de nuevo, no cesan. Con el sello de la censura militar, el 12 de mayo recibe noticias de su familia: “Queridísimo y nunca olvidado esposo y padre, sirva la presente para manifestarte nuestro buen estado de salud, deseando de todo corazón que tú goces de igual beneficio, que es lo principal y por lo cual damos gracias a Dios”. Unos días antes, Rogelio les había escrito para saber de ellos y encargarles varios enseres para sobrevivir en el campamento. Francisca le responde: “Sabrás que ya tenemos el colchón en nuestro poder, por lo tanto no pases pena. Esperamos por aquí que te gustará. A la primera ocasión te mandaremos todo lo que pides. Ya nos mandarás a decir los días que te podemos escribir y mandar la ropa, si es que lo sabes. Recibirás muchos recuerdos de la padrineta, de tu madre, hermanos, tíos, y de todos tus queridos hijitos millones de besos, como de tu querida esposa que nunca te olvida”.

En poco tiempo le llega el colchón prometido y ya no tiene que dormir en el suelo. Escanellas explica que en s’Àguila, Rogelio es considerado como un preso que no da problemas y, por ello, no le castigan más allá del trato de esclavitud del trabajo forzado. “Tiene tiempo para descansar, para escribir postales y para pensar, al hacer, con trozos de madera y otros materiales, pequeños objetos, pequeños materiales para enviarlos a la familia”, narra su bisnieto, quien subraya que todo eso es, para Rogelio, “la máxima expresión de amor desde que le encerraron aquel fatídico 19 de julio de 1936”. Nunca habían podido enviarse tantas cosas y tantas postales.

Uno de los anillos elaborados por Rogelio Fernández para su familia Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas

“Yo soy zapatero”

Uno de esos días, Rogelio observa que uno de los guardias lleva la bota rota. Al preguntarle por qué, le responde que allí no hay quien se la arregle y que tampoco tiene tiempo de llevarlas a ninguna parte. Mirándole a los ojos, de tú a tú, el prisionero se estira y da una calada al pitillo: “Yo soy zapatero”, le dice. A partir de ese momento, comenzará a trabajar más arreglando calzado que como obrero de carreteras. “Lo hace tan bien que pronto se corre la voz de que los zapatos que arregla no vuelven a romperse, porque trabaja a conciencia. Siempre lo ha hecho, por eso era el encargado de la fábrica”, recuerda su bisnieto. Hilo, trozos de piel, cola y agujas es todo lo que necesita. Los soldados son sus clientes más numerosos. Por la noche elabora anillos para sus familiares: “Francisquita mía, ya me dirás si los anillos os han venido bien porque veo que os han gustado”, le escribe a su mujer.

El 11 de julio de 1937, Francisca envía una nueva postal, pero esta vez le viene devuelta. Teme lo peor. Como señala Escanellas, s’Àguila tiene fama de ser un cementerio, sobre todo “por su terrorífico pozo”. Por eso, acompañada de los pequeños, de inmediato acude a Can Mir para preguntar por su marido. Un administrativo le informa de que lo han enviado a Son Granada, una posesión próxima a s’Àguila. Miguel, el hermano de Francisca, también está con él.

Los días de verano se hacen eternos en Son Granada. Es agosto y la guerra atraviesa su fase más cruda. Tras el paso del otoño y con la llegada del invierno, Rogelio hace todo lo posible por preparar una visita con su familia, aunque la burocracia para ello se hace interminable y las autoridades son implacables. “Cada negativa al permiso de ver a su familia es un golpe duro para la moral de un hombre que ya lleva más de un año encerrado. Necesita ver una cara familiar”, subraya su bisnieto.

Cada negativa al permiso de ver a su familia es un golpe duro para la moral de un hombre que ya lleva más de un año encerrado. Necesita ver una cara familiar

Antoni J. Escanellas — Autor de ‘Ficha 15. Postales contra el olvido’ y bisnieto de Rogelio Fernández

Pero un día, llega la gran noticia. Y, de inmediato, coge papel y lápiz: “Apreciadísima esposa, hijita e hijitos, padrineta y toda la familia. Yo bien, igual deseo para vosotros gracias a Dios. Francisca, lo del permiso ya lo tengo, podéis venir el domingo como me indicáis, y así me lo ha concedido mi señor teniente en jefe del campamento. El domingo os espero con los brazos abiertos, si Dios quiere”. Es el 14 de noviembre de 1937. Poco después, con las manos temblorosas, su hija Isabel se dispone a responderle mientras Francisca le indica las palabras: “Apreciado padre. Todos estamos bien, igual para vos deseamos, a Dios gracias. El domingo 21 vendremos a abrazaros por fin, Dios nos lo ha concedido. Recuerdos de todos, besos de vuestra hija, hijitos y el corazón de tu esposa, Francisca”.

El reencuentro

Los nervios comienzan a contagiarse. Hay que decidir quién acude hasta Son Granada. Creen que es mejor que Francisca vaya sola, pero al momento descartan la idea. Finalmente, irá con su hermano Paco. Dos días después, ambos ya van montados en el tren con destino a Santanyí, que les apea en la parada de s’Arenal de Llucmajor. Tras caminar un buen trecho hasta el campo de concentración, la visión es dantesca: “Gente por aquí y por allá, algunos volvían reventados de trabajar, sucios y acompañados siempre por un par de soldados imberbes a quienes los presos duplicaban la edad”, explica el periodista. Un soldado va a buscar a Rogelio. Cuando el guardia regresa con él, el recluso observa un perfil de traje negro que asoma tras el militar: es Francisca.

“Tienen un par de minutos”, les indica. Francisca encuentra ante ella a un hombre muy delgado y tapado -hace mucho frío- y que ha perdido pelo, ya blanco. A su alrededor, colchones por el suelo y mantas viejas y raídas que arropan a enfermos y heridos. Se abrazan tímida y temerosamente, con la emoción contenida, y, sin dejar de mirarse, comienzan a hablar. Él le cuenta que está bien de salud, que trabaja como zapatero y que tienen a un cocinero que prepara guisos de verduras y poco más, con algún hueso… Pero por lo menos no es aquel caldo de boniato que les daban de rancho en Can Mir. Ella le explica qué tal está la familia. Se encuentran en el auge de su conversación cuando, de repente, se escucha: “¡Se acabó el tiempo!”. Ella se levanta enseguida y se va. Rogelio se queda con un palmo de narices porque, con los nervios y el miedo, Francisca ni siquiera se ha despedido de él.

Días después, el 7 de diciembre, Rogelio se levanta con un fuerte dolor de estómago, un “malestar de nervios”, como señala Escanellas. Horas más tarde escucha un fuerte estruendo, el de una escuadra de aviones que llega desde el mar. Alguno por detrás susurra: “Son de los nuestros”. Después, truenos de fondo, revuelo de alarmas y mucho humo. Al llegar la calma, Francisca sale a la calle. Solo ve a gente correr y la imagen que se le presenta no la olvidará en la vida. Cerca de su casa, el suelo de las Avenidas ha sido bombardeado y la porta de Sant Antoni está completamente destruida. Los periódicos hablan al día siguiente de siete muertos y más de cuarenta heridos.

Estado en que quedó la Porta de Sant Antoni de Palma tras ser bombardeada el 7 de diciembre de 1937 Fotos Antiguas de Mallorca (FAM) / Colección José Carlos Tous

“Es usted libre”

Apenas unas semanas después llegan las Navidades, las segundas que Rogelio pasará encerrado. No sabe si lo podrá soportar. “Está convencido de que no le soltarán, y eso que el nuevo nacionalcatolicismo es muy de aprovechar fiestas religiosas para hacer ‘buenas obras’, pero todavía es tiempo de guerra y nada hace pensar que lo tratarán de manera especial. Él nota que allí no le importa a nadie”, relata su bisnieto. “[…] Os pido de corazón que os conforméis, que los hay que están peor, y confiad en Dios, que pronto ha de volvernos a dar la dicha, como vivíamos antes […]”, escribe Rogelio a su familia. Con la catedral de Palma en el reverso del papel, no sabe, sin embargo, que será la última postal que enviará.

Ese mismo fin de semana, Francisca acude a rezar al Crist de la Sang y piensa en ir de nuevo a hablar con el padre Atanasio. Una vez delante del eclesiástico, le pregunta sin tapujos por qué su marido, sin haber sido sometido a juicio alguno, lleva tanto tiempo encerrado. Le implora que haga algo mientras le recuerda que ella y su familia son creyentes de toda la vida. Unos días más tarde, el cura habla con el director de Son Granada. Las distintas personas a las que se les pregunta coinciden en resaltar su buena actitud de Rogelio, padre de familia y gran trabajador. El jueves 6 de enero de 1938, su nombre suena por boca de uno de los soldados. Junto a otros presos, es empujado al interior de un camión con un macuto a la espalda y un hatillo al hombro. Algunos lloran, sabedores de que el vehículo se dirige al cementerio de Llucmajor. Rogelio acepta el destino, sea el que sea. Al pasar por la estación de tren de s’Arenal, el camión frena y un soldado se dirige a uno de los reclusos. “Es usted libre”. Es Rogelio Fernández, quien ese mismo día regresará a casa.

«Rogelio está convencido de que no le soltarán, y eso que el nuevo nacionalcatolicismo es muy de aprovechar fiestas religiosas para hacer ‘buenas obras’, pero todavía es tiempo de guerra y nada hace pensar que lo tratarán de manera especial»

Antoni J. Escanellas — Autor de ‘Ficha 15. Postales contra el olvido’ y bisnieto de Rogelio Fernández

Horas más tarde, unos nudillos tocan la puerta mientras Francisca y los demás se encuentran absortos con los preparativos de la noche de reyes. Quien sale a abrir es Paco, uno de sus hermanos, que no reconoce al hombre que tiene delante, delgado, con el cabello corto y barba de tres días, enfundado en ropa vieja. Francisca se queda sin aliento y aferra a su marido por el cuello. El ya exrecluso ya no volverá a trabajar en Minerva y montará su propio taller en casa, en el que “siempre cobró poco a quienes tenían poco, mucho a quienes tenían más, y nada a quienes lo necesitaron”, recuerda Escanellas. Nunca volverá a hablar en público de política. Por la noche, al terminar de cenar, sube a su habitación y coge con sigilo un pequeño transistor: “Aquí Radio España Independiente, estación Pirenaica, la única emisora sin censura de Franco…”, anuncian las ondas. Al cabo de un rato se queda dormido.

No hace mucho, la madre de Escanellas le enseñó a su hijo una caja muy antigua en la que custodiaba una extensa colección de postales. Son las que se enviaron Francisca y Rogelio, quienes permanecieron juntos hasta el final, y las que dieron pie a esta historia. El periodista asevera que, una vez cerradas las galeradas de su libro, se produjo un hecho singular: la causa judicial contra su bisabuelo y otros cinco acusados fue desclasificada. El periodista pudo tener acceso así a interrogatorios y demás documentos, uno de los cuales le dejó sin palabras: Rogelio había sido absuelto por falta de pruebas el 21 de abril de 1937. Sin embargo, aún permaneció encerrado nueve meses más, hasta el día de reyes de 1938, sin poder volver junto a su familia.

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Las historias de los 85 fusilados en Villadangos: «Veíamos pasar las carretillas con los cadáveres»

8 julio, 2022

Fuente: http://www.eldiario.es

MEMORIA HISTÓRICA Olga Rodríguez

24 de febrero de 2022 01:45 h. Actualizado el 24/02/2022 09:38 h. 

Varios carpinteros, industriales, jornaleros y sindicalistas, un cartero, un pescador, dos maestros, un abogado poeta o un practicante son algunas de las personas que fueron fusiladas y sepultadas en la fosa más grande de Villadangos del Páramo. Todos procedían de la ciudad de León o de otros pueblos de la provincia en los que no hubo frente de guerra porque el golpe militar triunfó casi de inmediato. Fueron arrestados por sus ideas, algunos por militar en partidos de izquierda y sindicatos, otros por ser maestros o masones, por haber intentado evitar el golpe de Estado en su localidad, por no haber expresado apoyo al mismo o por alguna desavenencia pasada con gente del nuevo régimen.

La represión franquista en el fútbol salta por fin a la cancha SABER MÁS

Carta del cartero Federico Sacristán desde el campo de concentración de San Marcos, pocos días antes de que lo fusilaran e hicieran desaparecer en Villadangos.

La mayoría pasaron antes por el campo de concentración de San Marcos u otras prisiones de la zona y fueron fusilados sin juicio ni sentencia. El modo de operar de las fuerzas golpistas para practicar este tipo de asesinatos era trasladarlos a algún pueblo donde nadie los conociera y matarlos. De ese modo se aplicaba una deshumanización añadida, pues se convertían en cadáveres sin nombre, sin identidad: son los desaparecidos por el franquismo. Hubo decenas de miles en todo el país.

En Villadangos, tras los disparos nocturnos entre septiembre y noviembre de 1936, un grupo de vecinos acudía al monte en busca de los cadáveres para trasladarlos al área del cementerio, donde llegaron a acumularse, en la fosa más grande, hasta 71 cuerpos, uno de ellos de una mujer. Antes de sepultarlos redactaban descripciones en las actas de defunción, con la firma del juez Pedro Arias, entre otros. Los mayores del lugar aún recuerdan aquello: “Cuando era niña un día vi un par de carretillas con bultos tapados con mantas, que llevaban en dirección al cementerio. De repente me di cuenta de que de una de ellas asomaba una pierna. Eso no se olvida”, recordaba recientemente una vecina.

Cuando vinieron a por mi maestro Sixto varios niños, alumnos suyos, nos pusimos delante del coche para intentar evitar que se lo llevaran

La familia del abogado y escritor José Álvarez-Prida, fusilado y desaparecido en octubre del 36, desconoce su paradero exacto. Uno de los lugares que se baraja es las fosas de Villadangos.

El cartero y sus mensajes desde el campo de concentración

Parte de los asesinados en Villadangos fueron quemados, para evitar que sus cadáveres pudieran ser reconocidos. Aun así, la descripción en varias actas, así como la recolección de objetos de las víctimas, ayudaron a la identificación de algunos por familiares y conocidos en los días y semanas siguientes. Es el caso del maestro Toral, cuya historia se contó en estas páginas hace unos días, o el de los seis de Mansilla de las Mulas. También el de Federico Sacristán, cartero de la ciudad de León y padre de nueve, “quien muchas veces tenía que leer las cartas a sus destinatarios porque no sabían leer”, cuenta su nieta Elisa a elDiario.es.

En septiembre de 1936 Federico fue trasladado a Villadangos desde el campo de concentración de San Marcos atado a otro hombre, quien se dio cuenta de que llevaban las esposas sueltas y propuso correr cuando parara el camión. “Pero mi abuelo no corrió, no tuvo fuerzas. Su compañero sí lo hizo y se salvó. Tiempo después visitó a la familia y lo contó”.

Otro nieto del cartero Federico, José Sacristán, guarda varias cartas enviadas por su abuelo desde San Marcos antes de ser asesinado. En ellas el cartero solicitaba a su esposa “mantas, jabón, toalla, tabaco, una peseta”, nombraba a presos conocidos con los que se cruzaba –“vi a Bernardo el cojo y a Domingo”–, enviaba cariño y ya en las dos últimas, cuando probablemente percibía su final, pedía a sus hijos mayores “que sean buenos hijos y miren por su madre y hermanitos”, y a los pequeños les solicitaba “que me tengan presente y sus oraciones, que yo no les olvido”.

El cartero Federico Sacristán y Serapio Pedrejón, que trabajaba en la Estación Norte de León. Ambos fusilados y desaparecidos

El maestro de San Cipriano

Sixto Rodríguez, otro de los fusilados, es uno de los al menos dos maestros que fueron sepultados en Villadangos. Impartía clases en San Cipriano del Condado, donde fue detenido a pesar de que algunos alumnos intentaron impedirlo. Uno de ellos, Olivio Llamazares González, aún vive, y lo recuerda así:

“Era el mejor maestro, sabía muchas cosas y casi siempre ganaba en los exámenes de la inspección de enseñanza, porque sus alumnos eran los mejores. Cuando vinieron a por él, varios niños nos pusimos delante del coche, para que no se lo llevaran. Pero nos echaron. Tendríamos ocho años”.

Una de las actas de defunción en el Ayuntamiento de Villadangos, en el libro del año 1936, donde el juez firma los datos sobre un cadáver que posteriormente sería identificado por esas descripciones. Hay 85 actas de defunción similares entre septiembre y noviembre de aquel año.

Los seis de Valencia de don Juan

Marcelino Quintano Fernández, Jesús Luengo Martínez, Víctor Pérez Barrientos y Urbano González Soto, concejales socialistas de Valencia de don Juan, también fueron fusilados en Villadangos, así como los ugetistas Frideberto Pérez Manovel y Moisés Rodríguez Martínez, de la misma localidad leonesa. La hermana de Urbano González, con diez años cuando lo mataron, aún vive: “Me acuerdo como si fuera hoy mismo”, cuenta a su nieta, Carmen Méndez.

“A mis 46 años he escuchado muchas veces la historia de boca de mi abuela, su hermana. Siempre me cuenta que Urbano murió inocente, como todos, porque es lo que eran, pobres inocentes: un obrero no podía resurgir, era imposible, y se encargaron de que así fuera”, señala Carmen. “También me ha contado que en los tres días en los que estuvo en la cárcel ella iba a llevarle el desayuno y él le daba un beso entre las rejas, y cómo su madre gritaba rota de dolor cuando se lo llevaron. Él había trabajado en Francia, tenía unas ideas muy distintas a lo que se esperaba de él en aquel momento en España y aprovecharon la mínima para llevárselo”.

A mi abuela siempre la vi como si estuviera en una eterna espera, nunca fue viuda, fue esposa de desaparecido

Moisés Rodríguez había trabajado como minero en Matarrosa del Sil y participado en las huelgas de 1934. Su nieta, Belén Carnicero, resalta la importancia de intentar encontrarlo, “sea cual sea el resultado”. “A mi abuelo le gustaba mucho leer, y por las tardes en vez de ir al bar se sentaba a la puerta de su casa y leía. Y me parece precioso. Mi madre, mi hermana y yo hemos heredado ese amor por la lectura”.

Jesús Germán Luengo, nieto del pescador Jesús Luengo, sabe retazos de su abuelo por gente de Valencia de don Juan, que lo calificaba como “un honesto trabajador y persona que se preocupaba por la igualdad social. Su padre también era pescador y músico aficionado, tocaba en fiestas populares y regentaba un salón de baile que se usaba para charlas educativas y para enseñar a leer a mujeres jóvenes. Ningún mal hicieron a nadie por aleccionar a los más humildes”.

Para este nieto “esta búsqueda tiene importancia porque supone impulsar lo que todos sus hijos intentaron en sus vidas y no pudieron”.

A la izquierda, Rufino Juárez con su esposa y un hijo. A la derecha, José Honrado.

Los de Vegas del Condado

Rufino Juárez y Epifanio Llamazares Cármenes (en la foto que encabeza este reportaje), de Vegas del Condado, también fueron fusilados en Villadangos. “Mi abuelo Epifanio tenía ocho hijos y además había acogido a dos sobrinas porque habían quedado huérfanas. Fue recaudador de impuestos, industrial, zapatero y representante del fondo de garantía agraria La Previsora del Porvenir. Era de Unión Republicana. La historia de mi familia es, como la de casi todas las que estamos en esto, de silencio y mucho dolor. Ahora tengo la esperanza de que aparezca al menos uno de las decenas que fueron sepultados ahí”, cuenta Amparo, su nieta.

Rufino Juárez, hijo del desaparecido Rufino Juárez, murió hace pocos meses buscando a su padre. Se había reunido con el alcalde de Villadangos para rogarle celeridad en el proceso, pero este optó por apoyar una votación de la Junta vecinal para decir sí o no al proyecto de exhumación. Aquel referéndum sobre un derecho esencial supuso un dolor añadido para Rufino.

Su hija Merche, nieta del desaparecido, ha tomado el testigo: “Mi padre tenía dos años cuando lo mataron y creció con esa sensación del desamparo de ser huérfano, de que su madre tiraba por todo. Para mí el hecho de que tantas familias nos hayamos unido en este proyecto, con tanta positividad, me permite seguir esa búsqueda que mi padre inició hace tanto tiempo”.

Eugenio Curiel, director del instituto de Astorga y concejal en Valladolid, y el practicante Gerardo Vega Baca.

También están sepultados en Villadangos Gerado Vega Baca, practicante en San Andrés del Rabanedo y padre de dos hijos; Eduardo Prieto, natural de Celadilla, residente en Navatejera y padre de cuatro hijos; y Jesús Agustín Prieto, de San Martín del Agostedo, quien pasó un tiempo escondido antes de ser apresado. Su hijo Isidro, nacido en 1936, todavía vive.

Otro de los desaparecidos es José Honrado Jánez, de Zuares del Páramo, agricultor, ganadero y comerciante nacido en 1900, detenido por falangistas y conducido con otros seis hombres en un camión a Villadangos, donde fue fusilado. Tenía cuatro hijos, el mayor de nueve años y el pequeño de cinco.

“A mi abuela siempre la vi como si estuviera en una eterna espera, nunca fue viuda, fue esposa de desaparecido”, cuenta la nieta de José Honrado, Begoña Chacón. “Desde pequeña fui interiorizando aquella situación, diciéndome que, si un día había posibilidad de indagar y de recuperar sus restos, lo haría. Lo considero una deuda familiar, y pienso que también lo es de la sociedad”.

El director de instituto

Sin tanta certeza sobre su paradero final como en los casos mencionados, varias familias más participan en el impulso de la búsqueda en Villadangos, porque algunos indicios señalan que sus abuelos podrían haber sido fusilados allí, aunque hay relatos que los ubican en otras zonas. “Pero tenemos que intentarlo y acompañar al resto”, indica Patricia Curiel, sobrina de Eugenio Curiel, director del instituto de Astorga desde 1933 y concejal en Valladolid, quien fue asesinado con su amigo el catedrático de latín y sacerdote Bernardo Blanco en octubre de 1936.

“Cuando mi padre Luis se estaba muriendo nos reunió a mi madre y a sus cuatro hijos y nos dijo: ‘Hijos míos, tengo que pediros un favor y es que encontréis a mi hermano Eugenio’. Él siempre lo buscó. Me contaba mi primo que incluso una vez compró una azada, un pico y una pala para recorrer aquellos montes y cuando mi madre le dijo que eso era imposible, él contestó: ‘Cavaré cerros y valles y no pararé hasta que lo encuentre’. Ese es el reflejo del amor que tenía hacia Eugenio, un hombre que luchó por los pobres, por las mujeres, por los más vulnerables y de quien toda la familia está orgullosa”.

El abogado, ensayista y poeta José Álvarez-Prida con su familia. Fue fusilado y desaparecido en octubre del 36. No está claro su paradero final.

El abogado poeta

También están pendientes de la excavación de Villadangos los nietos de José Álvarez-Prida y su sobrina, la historiadora María Rosa de Madariaga Álvarez-Prida. José Álvarez-Prida, abogado, ensayista y poeta, amigo de algunos integrantes de la Generación del 27, fue acusado de extremista y “agente secreto del Socorro Rojo”. Enseñó durante unos años lengua y literatura españolas en la Universidad de Sofía (Bulgaria), su puesto dependía del Ministerio de Estado (Asuntos Exteriores) y viajaba con pasaporte diplomático.

En el campo de concentración de San Marcos sufrió malos tratos y vejaciones. Tenía 35 años, dejó esposa –Albina Carrillo Laredo– y dos hijos de dos y cuatro años. Su amigo el poeta Gerardo Diego le dedicó un poema, Retrato de José Álvarez-Prida. Algunos de sus versos decían así:

No le temáis. Su indómita melena, si se eriza,


La desmienten sus ojos tan dóciles y humanos.

Rostro de león heráldico, de piedra crespa y riza,

No temáis al león, os lamerá las manos.


De versos y de pájaros vedle siempre en acecho.

Cuando los prende vivos, no los ata ni encierra.

Los pule, los calienta en lo íntimo de su pecho,


y al aire los devuelve, libres sobre la tierra.

Su sobrina María Rosa de Madariaga escribió un artículo sobre él hace unos años en El País, bajo el título Dónde están nuestros muertos, en el que contaba retazos de su interesante vida y el dolor de la familia por su desaparición: “Su único delito era ser de izquierdas”.

Su nieto Emilio señala que su búsqueda es “un deber moral, buscarlos dignifica no solo su persona, sino la sociedad como tal. Hablamos de una cuestión básica de derechos humanos”

El mantel con un mapa

Serapio Pedrejón de la Fuente también es buscado por su familia. Era hojalatero en el depósito de máquinas de la Estación Norte de León, fue representante político y sindical (PSOE y UGT) y tuvo dos hijos.

“En el relato familiar mi abuelo era una persona que defendía a la gente contra las injusticias, vivía encima del restaurante Besugo de León, el propietario de la vivienda subía injustamente el alquiler y él salía en defensa de los vecinos ante ello. Su búsqueda es importante, por mi abuela, por todos. Su hermano Arturo tenía un mantel con el mapa de España y siempre lo miraba y decía: ‘¿Dónde estará mi hermano?’. Él y su hermana murieron queriendo encontrarlo, sufrieron el abandono, la huida –porque tuvieron que irse– y para mí sería un orgullo poder decirles desde aquí que lo hemos encontrado”, cuenta su nieta Ángeles.

Otros identificados

Además de los nombres aquí mencionados, las actas de defunción elaboradas por los vecinos de Villadangos en el mismo 1936 indican que otros de los allí sepultados son: Fulgencio Mateo Rey, natural de Valdevimbre; Feliciano Alvarez Alvarez, de Sahagún, quien tenía cinco hijos menores; Narciso Robles González, de Villamarco, con tres hijos menores; Eladio Quiñones Blanco, de San Cristóbal de la Polantera, que dejó seis hijos; Marcelino Rodríguez Olano, de Folgoso de la Ribera; Máximo Moraix Llamas, con cuatro hijos; Ignacio Barrientos Ruano, de San Andrés de Rabanedo; Julián León Canal, de Oncina y Herminio Puente Suárez.

También fueron enterrados en esa fosa varios jóvenes procedentes de Alija de los Melones (ahora Alija del Infantado): Matías del Río Pérez, Vicente Fernández, Luciano Llamas Astorga, Marcelino Rabanal, José Pérez Alija, Francisco Ferrero Lera y Teófilo Pérez Aparicio, casi todos jornaleros.

Según los documentos de 1936 suscritos por el juez, otros trece hombres fueron enterrados en una fosa en Fojedo del Páramo, pedanía de Villadangos. Dos de ellos pudieron ser identificados: Máximo García Ramos, natural de Navianos de la Vega, y Benigno Esteban, también de Navianos, quien tenía cinco hijos. Además, hay un buen número de fichas sin nombre, bajo el epígrafe de “desconocido”, ya que nunca se pudo encontrar pistas sobre la identidad de esos cadáveres. En total, ochenta y cinco actas de defunción en aquellos fatídicos meses de septiembre, octubre y noviembre de 1936. Ahora, con el inicio de la excavación por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, se podrá saber si sus restos siguen allí.

El farero que apagó la luz para salvar a los huidos de La Desbandá

12 junio, 2022

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Imagen restaurada de un joven Anselmo Vilar | Luda Merino Garrido (@RestaurandoDign)
Imagen restaurada de un joven Anselmo Vilar | Luda Merino Garrido (@RestaurandoDign)

Néstor Cenizo

5 de febrero de 2022 20:45 h. Actualizado el 07/02/2022 20:53 h 

En La Desbandá hubo unos cuantos verdugos, miles de víctimas y algunos héroes. De Norman Bethune, el médico canadiense que recogió en una destartalada ambulancia a cientos de víctimas que huían camino de Almería, se ha escrito bastante. Pero de Anselmo Vilar García, un hombre que pagó su valentía con la vida, se sabe algo menos. Durante dos días, Vilar apagó el faro de Torre del Mar (Málaga) para evitar que la aviación franquista masacrara en sus vuelos rasantes a miles de personas que se habían agolpado en un descampado cercano. Consumada la toma de la plaza por las tropas franquistas, fue ejecutado sin juicio cuando contaba 55 años.

Carmen Tejero, la memoria de La Desbandá 82 años después de la masacre SABER MÁS

La historia de Vilar, nacido en Castro de Rei (Lugo), fue rescatada del olvido por Jesús Hurtado, un periodista de Vélez-Málaga (municipio al que pertenece Torre del Mar) con alma de investigador. Mientras escribía la historia del Vélez CF, algunos de los más veteranos del equipo le contaron recuerdos de la Guerra Civil: cómo huyeron por la carretera y muchas personas se salvaron de la muerte porque una noche el faro se apagó. Y a Hurtado la luz se le encendió: debía documentar esa historia con los testimonios de quienes la vivieron, que conforman la base de su relato. Habló con cinco supervivientes que le confirmaron que durante dos noches, el faro de Torre del Mar se apagó.

El acoso de las tropas fascistas a los civiles malagueños

A Vilar la guerra le puso en las manos la vida de cientos de personas. Lo de ser farero en Torre del Mar le venía de familia. Su abuelo, Anselmo Vilar Coria, fue el encargado de estrenar el primer faro del pueblo el 15 de marzo de 1867, y fue relevado por su padre, que se mantuvo en el puesto hasta 1910, según recoge el propio Hurtado en su trabajo El Faro Torreño. Él se hizo cargo del faro a una edad ya tardía, con 48 años, en 1930.

Pronto, la vida le iba a poner en una tesitura trascendental. Entre el 6 y el 7 de febrero de 1937, decenas de miles de personas (algunas fuentes elevan la cifra hasta las 150.000) salieron de Málaga, entregada a los fascistas sin disparar un tiro, uniéndose en su caótica huida (juía) a otros tantos que venían de Cádiz o de la comarca de Loja, en Granada, a través del boquete de Zafarraya. Los militares republicanos y el coronel José Villalba declararon que en total huyeron por la carretera unas 300.000 personas. Queipo de Llano hablaba de 250.000.

A quienes salieron de Málaga les acosaban tres columnas de las fuerzas italianas, comandadas en España por el general Mario Roatta. La columna del coronel Carlo Rivolta (zona Antequera-Málaga), la del Corpo Truppe Voluntari dirigida por el histriónico y violento Arconovaldo Bonaccorsi (que se hacía llamar Conde Rossi), y otra integrada por las Flechas Azules del comandante Guassardo Gusberti, que venía desde Alhama de Granada, según el trabajo de Antonio Navas Muñoz La Italia fascista en Málaga durante la Guerra Civil española. Queipo de Llano completaba el macabro cuadro con sus amenazas y exabruptos desde Unión Radio Sevilla: “Malagueños, ponedle pantalones a la luna”.

Decenas de miles se agolpan en Torre del Mar

Pero la táctica de la guerra celere (el equivalente italiano al blitzkrieg alemán) se topa con un escollo en la pedanía veleña de Puente de Don Manuel. Una escaramuza obliga a Gusberti a frenar su avance, y quienes huyen desde Málaga quedan atrapados en una especie de nudo en Torre del Mar, ya en la costa. “Los partes de guerra señalan que hay un cerco en la carretera. Hay quien dice que en Torre del Mar se agolpan 200.000 personas, entre quienes salían de las casas, gente que venía de Málaga, de Granada y Loja”, explica Hurtado. La mayoría confluyen en una zona conocida entonces como Acequia Bigotona, una explanada donde hoy se celebra un festival de música, a menos de un kilómetro del faro.

Es la madrugada del 6 al 7 de febrero, una noche fría y lluviosa. Málaga está cayendo, miles de personas huyen despavoridas y Heinkel alemanes y Fiat CR-32 italianos (llamados “chirri” por los malagueños) venían ametrallando a quienes huían a lo largo de la carretera. “A los tres cuartos de hora, un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó, incendiando algunos camiones”, dijo Queipo.

De aquel ensañamiento y de la huida desordenada y febril de miles de personas quedó reflejo en documentos oficiales, pero también en los testimonios de periodistas y escritores extranjeros. En su novela La Esperanza, basada en su experiencia como piloto de la República, André Malraux pone en boca de uno de sus personajes estas palabras sobre la caída de Málaga. “El éxodo es extraordinario, Magnin… Más de cien mil habitantes en fuga… Terrible… Y los aviones italianos los persiguen”. Y más adelante, una frase luego muy citada: “El mundo entero, en ese minuto, corría en un único sentido”.

“Hacia las dos de la tarde comienza el éxodo desde Málaga. La carretera es un río de camiones, coches, mulas, carros, gentes asustadas que riñen entre ellas. Esta riada lo chupa y lo arrastra todo: civiles, milicianos desertores, el gobernador civil, algunos oficiales del Estado Mayor… Corren algunos extraños rumores por Málaga: que los rebeldes han ocupado ya Vélez, la siguiente población hacia el este, a unos cincuenta kilómetros; el río de refugiados se dirige a una trampa mortal. Según otro rumor, la carretera está todavía abierta, pero bajo el fuego de los barcos de guerra y de aviones que ametrallan a los refugiados. Nada, entonces, puede ya detener al río: fluye y fluye, y se alimenta sin cesar de los arroyos del miedo”, escribe Arthur Koestler, corresponsal para el Daily Worker, en su obra Diálogo con la muerte: un testamento español.

Vilar, que conoce todo esto y sabe que miles se agolpan cerca de su faro, toma su decisión: apaga las luces para evitar que los aviones se orienten y continúen su matanza. Despistados, los pilotos pasan Torre del Mar y continúan hasta la siguiente referencia: Torrox, a 18 kilómetros, donde el faro sí les alumbra.

Dos noches apagado

Una noticia aparecida en The Manchester Guardian (actualmente The Guardian) y obtenida por Hurtado gracias a un contacto en Inglaterra da cuenta del suceso en los siguientes términos, según lee el investigador: “La caravana de miles de personas llena la carretera de banda a banda; se avanza con dificultad. Algunos prefieren hacerlo de noche aprovechando que el faro de Torre del Mar ha sido apagado y deciden tirar campo adentro para evitar los continuos reconocimientos que se hacen ininterrumpidamente en esta zona de la costa con intención de ametrallar y bombardear”.

Según le contaron a Hurtado, dos noches permaneció sin luz el faro de Torre del Mar, que tenía un alcance de doce millas, unos 22 kilómetros. Gracias a la oscuridad, miles pudieron refugiarse sin miedo a ser descubiertos. “Por eso entre Torre del Mar y El Morche (la pedanía costera de Torrox) hubo ametrallamientos y en Torre del Mar no, a pesar de que hubo la mayor concentración de personas”, resume Hurtado.

Cuando al día siguiente el Teniente Coronel Mejide y el Capitán de Infantería Ramón Marvá Maciá llegan a Vélez-Málaga, se encuentran una ciudad vacía, en la que apenas pueden hablar con un matrimonio cubano y un par de paisanos más. Un capitán de milicias les informa: la resistencia ya se ha marchado. 

Del destino del farero no hay constancia oficial. Pero según le contaron a Hurtado los más veteranos del lugar, Vilar fue apresado y asesinado por su acción humanitaria. Según Hurtado, fue ejecutado en las paredes del cementerio de Vélez-Málaga, donde aún hay varias fosas comunes por abrir. En 2017, IU impulsó una iniciativa para recordar y homenajear al farero en Vélez-Málaga, y este año el investigador ha contado su historia como parte de los actos de la ruta senderista de La Desbandá.

Anselmo Vilar era, según pudo saber de quienes le conocieron, un hombre sensible, que por su oficio sabía leer y escribir, y ayudaba a los marengos a redactar sus cartas y escritos. Frecuentaba el Casino de la Alegría y era un aficionado al ajedrez. En sus ratos de soledad en el faro, tallaba sus propias piezas. “Siempre tenía en el bolsillo una torre de ajedrez, que simbolizaba un faro”. Es posible que la llevara cuando fue apresado y que el hombre que apagó la luz para que otros salvaran la vida muriera, al fin, junto a un faro. 

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Tina Paterson colorea las fotos del franquismo “para no pasar página”

12 May, 2022

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

1926, Francisco Franco y Millán Astray se abrazan mientras cantan junto a otros legionarios del Cuartel de Dar Riffien (Ceuta)
1926, Francisco Franco y Millán Astray se abrazan mientras cantan junto a otros legionarios del Cuartel de Dar Riffien (Ceuta) Foto Bartolomé Ros coloreada por Tina Paterson

Ángeles Oliva

14 de enero de 2022 22:53 h. Actualizado el 20/01/2022 23:48 h.

“Sin memoria no hay identidad, ni justicia y en España la memoria, al igual que el amor, duele”, dice la artista e ilustradora madrileña Tina Paterson (pseudónimo de David Rodríguez), que bucea en archivos y colecciones para rescatar fotos que colorea y lanza en las redes como dardos que viajan desde el pasado reciente. Aterrizan hoy y devuelven destellos de una historia que no ha querido contarse.

El proyecto Enhanced Memory, de Tina Paterson, muestra retratos de víctimas de la represión franquista como imágenes congeladas que son claramente antiguas y al mismo tiempo vibran con los colores. Paterson recupera fotografías dañadas, las trata y colorea para dignificar a personas asesinadas, encarceladas y obligadas al exilio. El resultado conmueve y obliga a pensar en todas las vidas que no pudieron ser, en el olvido en que se quiso sepultarlas.

1930, veraneantes en la barra de Perico Chicote en el Bar la Perla de San Sebastián Foto Ricardo Martín / Foto Car

“Es un proyecto de recuperación de la memoria de la libertad republicana democrática. Al igual que otros proyectos similares sobre el genocidio, se intenta volver a poner rostro, nombre y relato a las víctimas. En mi caso, mi trabajo se basa en la inmensa labor de organizaciones y voluntarios que llevan años buscando información, cavando fosas y escaneando rostros de los asesinados por el franquismo. Mi agradecimiento a ellas y ellos”, dice Paterson, que ha trabajado en proyectos de creación colectiva y activismo vecinal como La Fiambrera Obrera, YOMANGO, ComidaBasura, o el baile vecinal La Flor de Lavapiés en el espacio autogestionado La Tabacalera, de Madrid. En los últimos años trabaja en proyectos sobre memoria histórica y construcción de la identidad como sociedad contemporánea a través de imágenes de archivos y fototecas.

07/04/1931. La abogada madrileña Clara Campoamor durante el mitin electoral de la conjunción republicano socialista ante más de 6000 personas, junto a Unamuno, Usabiaga, López-Reblet y Tellería, en el Frontón Urumea de San Sebastián Foto Martín Ricardo

“De este proyecto, que a veces llevo a cabo con lágrimas en los ojos tras conocer las terribles historias, lo más valioso son las reacciones de muchos afectados, familiares, ante estas imágenes, su agradecimiento no solo ante el hecho de compartir su pasado, sino por visibilizarlo o descubrirles detalles escondidos incluso para ellos. Me produce una reflexión y es que es necesario trabajar en pos de unas leyes que traten la memoria como un patrimonio más”, apunta.

Colorear imágenes para traerlas al presente

El artista hace un trabajo de recuperación y colorización de las fotografías a través de software que usa inteligencia artificial. Recuerda que “las técnicas de coloreado de imágenes surgen desde el inicio mismo de la fotografía o del cine”. “Aunque uso la inteligencia artificial creo que da igual que el coloreado se haga de esa forma o a mano, como se hacía a finales del siglo XIX y principios del XX, lo importante es traerlas de vuelta a la vida. Para mí, el coloreado y la restauración de imágenes reales o documentos históricos es un modo más de narrar, pero sobre todo de pensarse. Un proceso que parte de una clara necesidad de mediar entre el pasado y la mirada de hoy”, añade.

Alrededor de 1930, un grupo de las últimas lavanderas del río Manzanares posan frente al antiguo Puente de Segovia de Madrid Foto Virgilio Muro

Tina Paterson investiga en los archivos visuales “para explorar su capacidad de instruirnos, conmovernos, es decir, de poder mirar el pasado a la cara”. No le interesa tanto reivindicar el coloreado de imágenes como “ponderar el archivo como ese fondo infinito de material en el que puedes introducirte y escoger, rescatar y remezclar entre sus capas y formatos. Esa es la verdadera mina de oro”.

Con cada foto realiza una investigación paralela para saber de qué colores exactos eran los uniformes, los objetos o los carteles de las imágenes, pero no le interesa tanto reconstruir los detalles sino recrear la atmósfera del momento pensando cómo sería la película a color que hubiesen utilizado en ese momento los fotógrafos si la hubiesen tenido. Porque, aunque hubo fotografía en color desde el inicio de la fotografía misma, “su técnica, su alto precio, y sobre todo los medios de reproducción gráfica que trabajaban en blanco y negro no la hicieron muy popular hasta después de la segunda mitad del siglo XX”.

La red como espacio de memoria

Paterson dedica otro buen tiempo a investigar sobre los metadatos (fecha, lugar, personajes que aparecen en cada imagen) e intenta que todas las fotos estén datadas y firmadas. “Casi paso más tiempo leyendo la prensa de la primera mitad del siglo XX que la actual”, cuenta.

06/08/1936, Grupo de milicianas en el frente de la sierra de Madrid AGA

Se planteó desde el principio que la mejor vía para contar la Historia a partir de archivos eran las redes sociales. Sus hilos de Twitter derraman imágenes a menudo poco conocidas, y le devuelven mensajes agradecidos de reconocimiento. “Me hace feliz el trabajo en la red para visibilizar, datar, catalogar de un modo colectivo, de la mano de mucha gente entusiasta, tantas y tantas imágenes, o el brillante trabajo de recuperación de gente muy joven como la artista madrileña Luda Merino”.

Las fotos elegidas retratan historias que están por contar. Como la serie realizada por el fotógrafo de origen alemán Juan Guzmán de un bombardeo en la Gran Vía, con las que se le puede imaginar dentro de la escena, corriendo por la calle, retratando los cadáveres y los heridos que va encontrando. O el hilo de Twitter “viajeros por España antes de las bombas”, que muestra a turistas extranjeros en los años antes de la guerra, en albergues y estaciones y construye un relato de una historia truncada de golpe.

1936. La poeta madrileña Gloria Fuertes (2ª izq.) posando rodeada de sus compañeras durante un campeonato de hockey femenino en Madrid Foto Alfonso Sánchez Portela.

“Hay un reto frente a una posible institucionalización de la memoria que es pasar página. Yo creo en la memoria viva, activa, una que juega a querer inundar con imágenes de la otra historia que fue posible. Teñir el pasado de otro color libertario para reconocer la falta, lo que duele, lo que fue y también lo que podría haber sido una gran nación republicana que fue exterminada, y el de sus rostros, para que vuelven con color a la vida”, afirma Paterson, para quien denunciar la desmemoria es un acto de justicia: “Al final no hay más que un reconocimiento, una vuelta al presente en color. Las víctimas reviven, los sentimos más cerca y también sentimos su pérdida. Nos hace pensar en aquella República robada, y un tiempo cuando aún era posible construir una historia más justa, y en la posibilidad de una libertad y dignidad futuras”, reflexiona.

1932, visita de Niceto Alcalá Zamora, Presidente de la República Española, a la Fábrica de Tabacos de San Sebastián Martín Ricardo

Tina Paterson interpela con su trabajo a una generación que, afirma, ha de posicionarse ante la represión franquista y la democracia que se ha construido sobre su legado. “Aquí ha habido una gran fosa donde se enterró no solo la democracia y la libertad, sino a toda visión distinta de España que no fuera la de la derecha y su líder. Y allí dentro te metían cadáver, o te dejaban vivo, pero mudo de por vida. Y ese drama es hasta normal que, con el paso del tiempo, no se pueda ocultar más. Por supuesto, los que llenaban las fosas siguen dispuestos a que todo eso siga ahí enterrado y la gente siga bien calladita. Normal, ¿no? Por eso sigue publicándose toda esa plaga de pseudohistoriografía y literatura de la equidistancia, del ‘Ambos bandos eran malos’ y ‘En la dictadura no se vivía tan mal’, y de la ‘campechanía de la familia Borbón’… En realidad, es la eterna pataleta, la sobreactuación habitual de la derecha española, de la que nadie espera que de repente vaya a ponerse a confesar que aniquiló a la democracia y que cometió un genocidio en su propio país, y pida perdón. Pero todo se andará”.

1935, Orquestina «Ideal Jazz» de Villagordo del Júcar (Albacete) Foto Luis Escobar López

Azaña, la vergüenza eterna

28 julio, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

  • «Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección», contestó el embajador al régimen de Vichy, que impidió enterrarlo con la bandera republicana

Mikel Urretabizkaia

Pedro Sánchez, ante la tumba de Azaña.
Pedro Sánchez, ante la tumba de Azaña. EFE

19 de marzo de 2021 21:52 h 

El presidente de la II República Española, Manuel Azaña, se vio obligado a salir de España a consecuencia del golpe militar que originó la Guerra Civil y generó la larga dictadura de Franco.

Azaña, perseguido por agentes franquistas, por la Gestapo y por agentes del gobierno colaboracionista de Vichy, terminó sus días en el mes de noviembre de 1940, en el Hôtel du Midi de la localidad francesa de Montauban. En el cementerio de esa localidad reposan sus restos. La derecha española que apoyó la sublevación, monárquicos y carlistas, la iglesia colaboracionista del régimen de Franco, los propios militares franquistas, provocaron la muerte del presidente en el exilio. Fue una victoria coyuntural, pero una vergüenza eterna. Una victoria provisional de las pistolas contra la razón el 1 de abril de 1939, pero una victoria definitiva de la razón contra las pistolas. 

De una sencilla tumba en un cementerio de un pueblo perdido en Francia,  emerge ese mensaje eterno del valor de la democracia y del respeto a los derechos humanos.

Esta misma semana el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, han celebrado una cumbre bilateral en Montauban. Con ese motivo, el presidente francés publicaba en su cuenta de Twitter: «Tras la victoria de Franco, Manuel Azaña, último presidente de la Segunda República Española, eligió Francia como refugio, en Montauban. En 1938, su llamada a la paz presagió la esencia del proyecto europeo».

El comunicado conjunto, publicado por la presidencia francesa, hacía referencia a que los dos países «han celebrado los lazos históricos que les unen, entre ellos la memoria de los más de 500.000 refugiados republicanos que salieron de España a partir de 1939 para instalarse en Francia y, muchos de entre ellos contribuir después a su liberación».

En aquellos momentos terribles de la Guerra Civil, Azaña pasó la frontera a pie y finalmente llegó en soledad a Montauban donde se refugiaban algunos republicanos. Seguía siendo presidente, pero no tenía un duro. Surgió la ayuda de un hombre del otro lado del océano, el presidente de México Lázaro Cárdenas que se desvivió por los exiliados españoles, la de su esposa Amalia Solórzano que presidió el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español y, para el caso que nos ocupa, la del embajador de México en Francia Luis Ignacio Rodríguez Taboada.

El embajador Rodríguez contrató unas habitaciones en el Hôtel du Midi para que se instalaran allí Azaña y su familia, y cuando el presidente murió se enfrentó al hecho de que el prefecto, sujeto a las órdenes del gobierno colaboracionista de Vichy, no dejó que el féretro fuera cubierto con la bandera republicana. Rodríguez decidió cubrirlo con la bandera tricolor mexicana y soltó una frase, dirigida al prefecto, que queda para la Historia, y para quien quiera entenderla:

«Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección».

La Francia de Vichy terminó cuando terminó el nazismo, y su máximo responsable, el mariscal Pétain que había sido el héroe de la I Guerra Mundial, quedó para la Historia como el vergonzoso títere francés de Hitler. La España de Franco duró mucho más, y como dijo, con certeza en su caso, el teniente coronel Tejero, autor de uno de los golpes de Estado del 23F, «fueron cuarenta años de felicidad».

En política no todo vale, el lodazal de Murcia, extendido luego a Madrid, muestra el peor camino. Diputados que saltan de un partido a otro, de una ideología a otra, de una alta remuneración que se pierde a otra nueva que se le ofrece. Correveidiles encargados de capturar tránsfugas dispuestos a cambiar ideas por euros. Es todo lo contrario del servicio a los demás que debe implicar la dedicación a la política. 

El crispado debate político actual recuerda, a veces, al de los meses previos al golpe militar que derivó en la Guerra Civil y acabó con su presidente muerto en el exilio y con miles y miles de sus compatriotas muertos, encarcelados o exiliados a causa de la sublevación militar. 

Un partido emergente como Vox, va camino de convertirse en hegemónico en ese ámbito. La llamada derecha civilizada, representada hoy por el PP de Pablo Casado, no consigue cimentar su base y surgen obstáculos hasta en sus propias filas. El vendaval Ayuso, hace tambalear el supuesto plan regeneracionista de Casado, ahora trufado de un transfuguismo vergonzante. Las consignas simples de la derecha ultramontana de siempre, Dios, Patria, Rey, dominan el cotarro. 

En 1936 no había Unión Europea, no había internet, no había globalización, y si había Hitler. Franco pudo hacerlo. Hoy lo tendría más difícil, pero sus seguidores lo intentan. Cierto, Franco dio cuarenta años de felicidad, como recordaba el golpista Tejero, a los militares franquistas, a la derecha española colaboracionista, a la iglesia del régimen, al entramado funcionarial y administrativo del franquismo. Cuarenta años de felicidad para media España, a costa de la otra media.

Lo explicó claramente el propio Azaña en 1938 en su discurso en el ayuntamiento de Barcelona, recordado esta semana por el presidente francés Macron: «La guerra civil está agotada en sus móviles porque ha dado exactamente todo lo contrario de lo que se proponían sacar de ella, y ya a nadie le puede caber duda de que la guerra actual no es una guerra contra el Gobierno, ni una guerra contra los gobiernos republicanos, ni siquiera una guerra contra un sistema político: es una guerra contra la nación española entera, incluso contra los propios fascistas, en cuanto españoles, porque será la nación entera quien la sufra en su cuerpo y en su alma.»

Hoy, el partido que más se acerca al ideario franquista, Vox, mantiene en su  programa palabras que suenan a lo que suenan: cierre, expulsión, deportación, persecución, supresión, prohibición,…

A esas palabras podríamos contraponer las expresadas por Azaña en aquel discurso de 1938, justo antes de salir hacia el exilio y la muerte: «Paz, piedad y perdón».

Una familia recupera la casa de su abuela que «robó» un alcalde franquista en 1936

12 julio, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco MEMORIA HISTÓRICA

Juan Miguel León Moriche y su hijo Miguel en la casa del Corralete
Juan Miguel León Moriche y su hijo Miguel en la casa del Corralete Cedida por la familia

Juan Miguel Baquero 2 de marzo de 2021 21:17 h @JuanmiBaquero

Verano de 1936: los golpistas rapiñan Andalucía, pueblo a pueblo. Castellar de la Frontera (Cádiz) no será excepción y en el botín entra una casa en el castillo que corona el pueblo. Su dueña, Ana Ruiz Moya, morirá guardando el secreto. Hasta que el azar desvela la historia. 84 años después: sus descendientes recuperan el inmueble que robaron los franquistas. Un relato velado hasta ahora y que cuenta en exclusiva elDiario.es Andalucía.

Así masacró el franquismo en Andalucía: diez hitos históricos que nadie puede negar SABER MÁS

«Hemos recuperado para nuestra familia la casa que el franquismo nos robó en 1936», es el titular que dejan los tres descendientes de Ana Ruiz que han recuperado la casa. «Hemos puesto fin al crimen y hemos reparado a nuestra familia, víctima del franquismo desde que un alcalde fascista ‘okupara’ la vivienda de nuestra abuela», explica Juan Miguel León Moriche, vecino de Algeciras, periodista y miembro del Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar.

La familia había sido denunciada por una empresa inmobiliaria que alega ser la actual propietaria. Pero el juicio no ha llegado a celebrarse. Los Moriche Ruiz han presentado la escritura original de la casa y, con esta prueba en mano, la titular del Juzgado número 3 de San Roque ha notificado a las partes –con fecha 2 de marzo– que no hay materia penal contra los inculpados, Miguel León González y Paloma León Fernández, por lo que la acusación ha retirado la denuncia, según las fuentes consultadas por este medio.

La nueva Ley de Memoria Democrática pondrá sobre la mesa el saqueo continuado de los golpistas. Ellos no han esperado. Porque el expolio sigue vivo y el proceso para reconquistar el Pazo de Meirás (Sada, A Coruña, Galicia), que disfrutó durante décadas la familia Franco, es solo la punta de iceberg. En Andalucía, la región de España más castigada por la violencia rebelde, el robo a los derrotados afecta a unas 60.000 personas, según un trabajo coral que firman investigadores de las nueve universidades de la región.

La amenaza económica de los golpistas funcionó como una eficaz arma represiva. De ahí, quizás, el silencio eterno de «la abuela Ana» que rompió un trámite en el Registro de la Propiedad años después de que ella falleciera en 1997: La familia quiere vender su casa, piden una nota simple y aparecen dos inmuebles a nombre de Ana Ruiz Moya. De uno nunca habían tenido noticias. Y ya está «inscrita y aceptada como herencia» de sus descendientes. El apunte confirma que, legalmente, «la casa nunca dejó de pertenecer a la abuela Ana».

Paloma y Miguel han recuperado la casa de su abuela

El hogar robado por franquistas

Corralete, 9. En esa calle, ese número, hay una casa que ha ido cambiando de manos durante décadas. «El 24 de agosto de 2020 recuperamos para la familia de mi madre la vivienda propiedad de los hermanos Ana y Juan Ruiz Moya, madre y tío de ella», explica Juan Miguel León. La familia ha esperado estos meses antes de dar a conocer la historia –que conocía este medio desde entonces– «por la necesidad de terminar los trámites con el notario y así poder demostrar la justicia y la legalidad» de la recuperación del inmueble.

«Hicimos justicia. Hemos recuperado para la familia una casa que le fue robada por la violencia. El terror que sentían sus legítimos propietarios despojados, el miedo de sus hijos y la injusticia radical del orden jurídico vigente han perpetuado durante décadas este crimen que ahora nosotros reparamos», cuenta León Moriche. «La casa de Corralete 9 vuelve a estar habitada por los herederos legítimos de Juan Ruiz Pro, Salvador Ruiz Jiménez y Ana Ruiz Moya», sentencia.

La familia ya ha certificado que el hogar forma parte de su herencia, que acepta la casa inscrita en «documento público registrado en 1919 por Juan Ruiz Pro«, abuelo a su vez de Ana Ruiz Moya, a la que cedía la propiedad junto a su hermano Juan. Esa nota simple del Registro de la Propiedad de San Roque es la prueba del saqueo.

De un hurto más. Los fascistas robaron al menudeo, desde un reloj a una máquina de coser. Y a lo grande, con fincas, dinero republicano, fortunas cimentadas en la dictadura, trabajo esclavo y premios a los mecenas que le pagaron la guerra y el golpe a Francisco Franco y el resto de personajes de la conspiración armada contra la democracia. Hasta Meirás o el cortijo de Gambogaz para el genocida Gonzalo Queipo de Llano. O la casa de la calle Corralete número 9, ahora rescatada por los descendientes de aquellas víctimas.

Un «ejemplo para las víctimas»

La familia Moriche Ruiz también quiere que Corralete, 9 sea otra punta de iceberg. Como el Pazo de Meirás. «Sabemos que el de nuestra familia no es el único caso existente en este país», manifiestan. «Nuestra casa es solo una parte pequeñísima de todo lo rapiñado en Andalucía por los sublevados contra el orden constitucional de 1936», explican. Y quieren que su caso pueda servir «como ejemplo» a otras víctimas del franquismo. Que vean quizás una camino abierto a recuperar los bienes robados «y se atrevan a dar el paso», dicen.

La historia de la casa y su actual recuperación arranca en el verano del 36. Muchos en el pueblo huyen en dirección a Málaga. Castellar va quedando medio vacío. Escapan del terror, como miles de refugiados andaluces. Entre los huidos está Salvador Ruiz Jiménez, padre de Ana. Y un golpista aprovecha el vacío: «el nombrado alcalde por los militares rebeldes, Francisco Ruiz Piña, ocupó y robó la casa», apunta León Moriche, que ahora ha emprendido el recobro del inmueble.

El franquista ‘okupa’ incluyó «una nota marginal en la escritura» que usó «para hacer una segunda inscripción registral con la que dar apariencia de legalidad a la posesión de un inmueble que había robado por la fuerza a sus legítimos propietarios». Desde entonces, «esta casa ha sido vendida y comprada basándose en aquella nota marginal ilegal que se hizo en 1945», precisa Juan Miguel León.

La vivienda llevaba años deshabitada. Y la «abuela Ana» murió en 1997 sin decir nunca a sus hijos que era copropietaria de Corralete 9. «Lo tenemos claro, nuestro propósito es quedarnos en la casa de nuestra familia el tiempo que haga falta para que todos los descendientes de Ana y Juan Ruiz Moya disfruten de ella», apuran.

«Hemos contratado la electricidad, el agua y el Internet, hemos saneado y pintado paredes y toda la familia espera que acaben las restricciones sanitarias para celebrar la recuperación de la casa. Lo haremos en el patio, junto a la torre almenada que vigila desde lo alto todo el Campo de Gibraltar», en el hogar del castillo de Castellar de la Frontera que fue arrebatado a su familia por los golpistas en 1936.

Cuando España huyó del fascismo por los Pirineos: el cómic que repara la vergüenza y el olvido de La Retirada

24 junio, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

  • El dibujante francés Bruno Loth recrea en ‘Dolores’ su propia investigación sobre el exilio español a Francia al acabar la Guerra Civil, donde miles de refugiados vivieron penosamente en campos de concentración.
Viñeta de ‘Dolores’, el cómic de Bruno Loth
Viñeta de ‘Dolores’, el cómic de Bruno Loth

Elena Cabrera 6 de febrero de 2021 21:27h @elenac

El río humano que se desborda sobre Francia, como escribió Federica Montseny sobre la pasión y la muerte de los españoles al otro lado de la frontera pirenaica, es La Retirada: medio millón de refugiados huyendo del fascismo español durante los dos primeros y fríos meses del año 1939.

Más de diez mil llegaron heridos de cuerpo y, el resto, de todo lo demás: humillados, vencidos, pobres. El poeta Antonio Machado, uno de los retirados más célebres, no avanzó más allá del día 22 de febrero ni de la pequeña comunidad de Colliure, a veinte kilómetros de la frontera. En Francia, la libertad fue un campo de concentración. Los republicanos creyeron entrar al país como amigos, pero «fueron tratados como ganado«, como afirma el periodista y escritor Xavier Febrés sobre este episodio «indigno» de la historia de Francia.

Ni siquiera el aniversario redondo de La Retirada hace dos años ha llenado el frío que dejan esas dos palabras entre los franceses, que en parte es vergüenza y en parte desconocimiento. En España, el trabajo literario de reparación y divulgación reciente pasó por la publicación de memorias —como las de Remedios Oliva en 2006 o Francisca Muñoz un año después— y desembocó en las viñetas como gran medio narrativo de esta temática, mucho más que el cine, con las obras del dibujante Paco Roca —’Los surcos del azar’ (2013) pero sobre todo ‘El ángel de la retirada’ (2010)— y la indispensable edición de ‘La retirada’ (2020), el cuaderno de dibujo que realizó Josep Bartoli en aquellos días y que escondió entre la tierra de los diferentes campos de concentración por los que pasó.

Siguiendo esta estela, aparece el trabajo de Bruno Loth, no solo en España sino en Francia, que es donde el vacío es más clamoroso. El cómic ‘Dolores’ fue publicado en 2016 en su país y a finales de 2020 en español por la editorial Ponent Mon y aborda la historia, precisamente, desde el olvido. «En Francia, lamentablemente la retirada no es muy conocida y la historia de España menos aún», responde Loth a una entrevista por email. «Incluso la historia de Francia sigue siendo muy vaga y suscita poco interés en los jóvenes», añade. El acto político de homenaje en el cementerio Père Lachaise de París que conmemoró el 80 aniversario de la fecha, y que contó con la presencia de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, hija de españoles exiliados, sucedió más con la vista puesta en la amenaza ultraderechista en Europa que en la reparación del pasado.

‘Dolores’

Ese desconocimiento es «una de las razones» que llevaron a Loth a abordar este periodo no solo en ‘Dolores’ sino también en tres fabulosos álbumes ambientados en la Barcelona de 1936: ‘Los fantasmas de Ermo’. «Para mí, el estudio del pasado me permite comprender mejor el presente, aprehender el futuro y quizás evitar ciertos escollos políticos o sociales». «Desde hace algún tiempo —dice— me parece que ha habido un cierto impulso positivo por parte de las editoriales francesas en este tema, tanto en literatura como en cómic o incluso en el cine o en series de televisión, pero para hablar de La Retirada o de la Guerra Civil no basta, es necesario que el asunto se sustente en un trasfondo histórico real, el autor debe ser riguroso con una historia tan sensible. Ya ha habido bastantes mentiras, ya se ha difamado suficiente».

En las páginas de esta novela gráfica, Nathalie es la hija de Marie, una mujer que vive en una residencia de mayores cerca de Burdeos y que, repentinamente, comienza a hablar en español. Postrada en su silla de ruedas, llora, y espera un barco. Nathalie no sabía que su madre hablara español y, además, ya no responde al nombre de Marie, sino al de Dolores. La protagonista se da cuenta de que no solo no sabe nada de la infancia de su madre, de cómo llegó a Francia, sino que además nunca le había preguntado. Ahora que el alzhéimer se la lleva, inicia una investigación de ese pasado desde fuera, desde lo que Dolores nunca le contó y otras voces sí podrían hacerlo. Comienza comprando un libro, el excelente catálogo que el Museo Memorial de l’Exili, en La Jonquera, publicó con las fotografías de Manuel Moros.

«Imaginé el personaje de Dolores —recuerda Loth— a partir de varios relatos de la vida de los niños de la guerra. Quería saber más sobre el final de la guerra y lo que me preocupaba era lo que había pasado en Alicante». Por ello, el dibujante partió de viaje al lugar de cuyo puerto salían los barcos hacia Francia, como aquel que esperaba Dolores. «Fui a Alicante a investigar un poco. Unos meses después, al descubrir que la mayoría de las personas que se quedaron en el puerto de Alicante eran republicanos que huían de Madrid, obviamente mi historia tenía que seguir la ruta de todos estos refugiados. En esa época, me fui a vivir a Madrid por un tiempo con mi pareja. Sin ninguna idea preconcebida, conocí a gente durante mis vagabundeos por la capital, tomé apuntes, hice bocetos y por la noche transcribía mis notas en páginas de historietas, a modo de diario y, a medida que la historia se desarrollaba, se convertía en mi propia historia».

Al igual que aquel homenaje en Père Lachaise quedó impregnado de presente al suceder en la víspera de la manifestación en la plaza de Colón de Madrid, convocada por las derechas contra el Gobierno de Pedro Sánchez, la investigación de Bruno Loth para realizar este libro coincidió con las elecciones locales que, en Madrid, le dieron la alcaldía a un proyecto municipalista encabezado por Manuela Carmena en mayo de 2015, lo cual se infiltró en la propia narrativa del cómic. «Ese periodo estuvo dominado en los medios y en las calles por las elecciones municipales y, sin ninguna intención al principio, hablé de ello en el cómic. No pude evitar pensar en el pasado y en la República y además muchas banderas tricolores ondeaban aquí y allá en Madrid».

‘Dolores’

Nathalie camina por Madrid y se tropieza con asambleas y manifestaciones, a la par que pregunta mucho a hombres y mujeres que aún conservan sus recuerdos, y rebusca el rastro del pasado en el presente, para intentar comprender cómo una persona como su madre utiliza el exilio como una puerta blindada hacia su pasado, desgarrando sus raíces. El autor realiza un paralelismo entre la enfermedad de Dolores y la memoria histórica: «Es la amnesia, una vida en negación del pasado pero es precisamente la enfermedad la que le abre los ojos a su infancia. Como en España, 80 años después, la memoria parece volver e interesar a los jóvenes», explica.

En las últimas páginas de estas viñetas, Nathalie lee sobre el Stanbrook, el último barco que zarpó del puerto de Alicante con unos tres mil refugiados a bordo, dejando atrapadas en la playa a unas quince mil personas, una historia sobre la que Óscar Bernàcer realizó el documental titulado igual que el buque y que ganó el premio al mejor cortometraje español en la última Seminci. Por ello, la protagonista decide conducir hasta Alicante y buscar un monumento erigido un año antes en el Campo de los Almendros. Lo busca y, cuando al fin lo encuentra, se sorprende por su ridículo tamaño: «Qué piedra tan pequeña para tantos muertos», dice.

Aunque haya una parte de ficción —»mínima», advierte— para Loth esta obra es «un reportaje novelado», realizado a partir de entrevistas: «Aunque todos los hechos históricos son reales, lo que me parece más interesante es que el lector conozca lo que sienten los protagonistas ante los hechos, más que los hechos históricos en sí», explica.

La pareja de Bruno Loth que le llevó a Madrid durante esos meses es española, hija de un republicano que luchó con una columna anarquista en Aragón y que también se exilió a Francia con La Retirada. Pero el dibujante mentiría si dijera que es el único motivo por el que un francés nacido en Talence, «que, como mucha gente del suroeste, también tiene un poco de sangre española en las venas por parte de abuela…, nadie es perfecto», confiesa riendo. «La Guerra Civil española es también una guerra ideológica y por ello es muy importante para entender los problemas geopolíticos del siglo XX, y es por eso que me interesa», admite.

Publicado el 6 de febrero de 2021 – 21:27 h

Los historiadores que devolvieron la memoria a Companys: ocho décadas para reconstruir el fusilamiento de un president

5 marzo, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Durante más de 50 años casi no se conocían detalles de su detención y ejecución, y no fue hasta la aparición de su consejo de guerra, nuevos testimonios y archivos inéditos recuperados entrado el siglo XXI que se ha podido reconstruir en condiciones

Arturo Puente

14 de octubre de 2020 22:46 h 

@apuente

Cuando lo tuvo entre sus manos supo que estaba ante un documento histórico extraordinario. Joaquim Aloy había conseguido un relato escrito en primera persona y del puño y letra de Carme Ballester, viuda de Lluís Companys, sobre cómo fue la detención del president por la policía militar alemana en la localidad francesa de Baule-les-Pins. «Sólo grité: ‘¡Lluís!’. Él se volvió hacia mí y me hizo un gesto con la mano queriendo decir: ‘¡Huye de aquí!’. Ya no lo vi más», relata Ballester.

El hallazgo de Aloy era una de las últimas piezas para completar el puzzle, el documento que acababa de reconstruir mediante testigos presenciales y fuentes primarias todo el camino recorrido por Lluís Companys desde su detención, el día 13 de agosto en una localidad de la Bretaña, hasta su fusilamiento en el castillo de Montjuïc de Barcelona, 62 días después. Era el año 2010 y habían tenido que pasar 70 para recuperar la historia completa.

El periplo recorrido en los últimos días de vida del president de la Generalitat está hoy documentado casi jornada por jornada, pero hasta solo hace un par de décadas tenía más sombras que luces. Los documentos habían sido destruidos o desperdigados entre diversos lugares y guardados por el Ejército en archivos inaccesibles. Tampoco era fácil encontrar fuentes presenciales de primera mano, más allá de las que estuvieron disponibles desde el primer momento, como las hermanas del president.

Fue el empecinamiento de la historiografía catalana, con nombres como Josep Benet, Josep Maria Figueres, Josep M. Solé i Sabaté, Jordi Finestres o el propio Joaquim Aloy, entre otros, los que a lo largo de un trabajo de décadas consiguieron obtener los documentos del consejo de guerra que acabó en la sentencia de muerte, documentación personal de todo tipo, o testimonios sobre el largo viaje entre Francia y Barcelona pasando por Madrid. Y eso que, como ocurre con cualquier figura mítica, de Companys se han conservado por tradición popular toda una serie de reliquias más o menos valiosas y con diferentes grados de interés histórico, desde una de las últimas cartas enviadas por el president que un soldado recogió y escondió durante 72 años, a diversos objetos personales como carteras, pañuelos o el mechero y la pitillera que la familia depositó en el Arxiu Nacional de Catalunya.

Portacigarros personal de Lluís Companys, con su firma, depositada por la familia Arxiu Nacional de Catalunya

A la existencia de todo tipo de documentos, leyendas populares y objetos desperdigados hay que añadirle el interés que desde muy pronto suscita la figura de este político en los historiadores catalanes, tanto en el interior como en el exilio. Desde que Ossorio y Gallardo publica desde Buenos Aires en 1943 la primera biografía, Vida y sacrificio de Companys, hasta la Transición, donde la libertad de imprenta y cátedra reactiva el interés por el president fusilado, aparecen decenas de biografías y libros de todo tipo sobre Companys. Pero incluso las obras más serias chocan de bruces con la dificultad, cuando no imposibilidad, de acceder a archivos y fuentes fidedignas sobre el final de sus días.

No fue hasta bien entrados los años 90 cuando los historiadores pudieron comenzar a hurgar en el archivo más importante sobre el fin de la vida del president: el que contenía los papeles del paripé de juicio que el ejército franquista hizo contra él en menos de una hora en la mañana del 14 de octubre de 1940. Por lo que se sabe, aquellos documentos siempre habían estado depositados en el Tribunal Militar Territorial Tercero de Barcelona, situado en el edificio de la Capitanía, pero el Ejército nunca había permitido su consulta, hasta el año 1997.

Son dos los historiadores que, casi en paralelo, consiguen acceder al sumario: Josep Maria Figueres, que lo hace en mayo de 1997 mediante una reproducción, y Josep Benet, que consulta el archivo en octubre de ese mismo año. Ambos sacarán a la luz en sendos libros fragmentos de un valor incalculable, pues permitirán reconstruir todo el falso proceso judicial, las acusaciones, la defensa o referencias verídicas sobre discurso, tan político como emotivo, pronunciado por Companys delante del tribunal que lo condenó a muerte.

El Consejo de Guerra de Oficiales Generales emitió su veredicto el 14 de octubre de 1940. «Fallamos, que debemos condenar y condenamos al ex-Presidente del disuelto Gobierno de la Generalidad catalana, Luis Companys Jover, como responsable en concepto de autor por adhesión del expresado delito de rebelión militar, a la pena de Muerte con accesorios legales caso de indulto y expresa reserva de la acción civil o responsabilidad de igual clase en cuantía indeterminada. Lo que por esta nuestra sentencia juzgando, pronunciamos, mandamos y firmamos Manuel González, Federico García Rivera, Fernando Giménez Sáenz, Rafael Latorre, Gonzalo Calvo, José Irigoyen y Adriano Velázquez», rezaban las actas conseguidas en primer lugar por Figueres.

La aparición de las actas del consejo de guerra es seguramente el momento más importante en la recuperación de la memoria del dirigente republicano, pues hasta el momento casi todas las fuentes sobre lo que ocurrió los días 14 y 15 de octubre en el castillo de Montjuïc eran orales o de segunda mano. Figueres reproduce, en cambio, 77 documentos que obtiene directamente del archivo y que permiten descubrir todos los detalles sobre el proceso, las acusaciones, las declaraciones de los testigos que se presentan contra él o la argumentación del veredicto.

«Yo ya había hecho algunos trabajos sobre periodistas de los años treinta y, siguiendo aquella línea, pedí entre otros el consejo de guerra de Companys, quien había sido editor y siempre se consideró periodista. Coincidió que precisamente estos archivos se estaban abriendo entonces, así que pude tener acceso a ellos por primera vez», indica Figueres. El impacto académico, mediático y político de aquel libro fue muy notable, tanto que Figueres recuerda que abrió un telediario y apareció en innumerables artículos.

Última fotografía conocida de Companys en Montjuïc, hallada entre su objetos personales Fuente: Sàpiens

El libro de Figueres aparece casi a la vez que el de Benet que, en el caso de este último, había tenido además acceso al sumario original. En La mort del president Companys consta ya una reconstrucción casi completa de aquellos últimos días, incluyendo también fragmentos del sumario. Pero además, Benet se vale de otros documentos, como fichas policiales para arrojar luz sobre la detención en Francia, testimonios de testigos de primera mano, como el de la hermana del president, Ramona, que certificó las torturas sufridas por el líder republicano en Madrid por las manchas de sangre en la ropa recogida. En ese libro ya se habla de un tal Pedro Urraca como la persona detrás de la captura y traslado de Companys a España.

Para Benet, Companys siempre fue una figura muy importante, hasta el punto que escribe dos grandes obras biográficas sobre él y diversas reediciones en las que va ampliando la información. El historiador investigó sobre el president fusilado durante toda su vida. «Benet en algún momento que no puedo precisar entiende que el estudio de los asesinatos de diversos personajes simbolizan mejor que cualquier otra cosa que la represión contra Catalunya fue total», explica Jordi Amat, biógrafo de Benet y uno de los que mejor conocen la figura del prestigioso historiador.

«Cuando Benet piensa en cómo puede representar la idea del genocidio, y por tanto de la reparación, piensa en el proyecto de los fusilados, que entiende que es una manera de demostrar que la represión no pretendía acabar con los catalanes republicanos, o con unos catalanes concretos, sino con todos», explica Amat, en referencia a los libros que Benet escribió sobre cinco figuras muy diferentes pero todos ellos fusilados: «Un intelectual, Carles Rahola, un sindicalista, Joan Peiró, un activista, Domènec Latorre, un católico, Carrasco i Formiguera, y después el president», enumera Amat. Para este proyecto, Benet considera que Companys es una especie de figura total sobre la que construir un mito que represente al conjunto de los catalanes.

Nuevos descubrimientos tras el sumario

Aunque el consejo de guerra fue publicado íntegramente en los últimos compases del siglo XX y las sombras sobre la detención, conducción y ejecución de Companys iban poco a poco despejándose, la historia aún no estaba escrita por completo. Fue el propio Josep Benet quien le trasladó este pensamiento al historiador Jordi Finestres, de la revista Sàpiens, a quien le subrayó en 2003 la importancia como fuente primaria que tenía Ramon de Colubí, un militar que había luchado con el bando franquista. Colubí había acabado haciendo la función de abogado defensor de Companys, tarea que según todas las fuentes realizó con diligencia y que el propio president le agradeció. Todo lo que sabía de esta figura entonces es que poco después de la guerra se había trasladado a Venezuela, pero en los años noventa Benet creía que ya habría muerto.

Casi solo con un nombre como referencia, Finestres tiró del hilo. «A veces estas cosas son un trabajo de investigación que llevan años, pero recuerdo que cogí las páginas blancas de Caracas y busqué Colubí», relata el historiador. Allí encontró el teléfono de Mercedes de Colubí, al que inmediatamente llamó. «¿Usted por casualidad no será familia de Ramon de Colubí», preguntó Finestres. «Es mi papá», contestó la voz al otro lado. Había encontrado a una familiar directa. Lo que el historiador no esperaba es que, al preguntarle por si conocía la historia de su padre como defensor de Companys, Mercedes le pasara el teléfono directamente al propio Ramon de Colubí, que estaba a su lado y en aquel momento tenía 83 años.

«Me acuerdo de todo como si fuera ayer», fue lo primero que le dijo a Finestres el militar que defendió a Companys. El historiador tomó un vuelo la semana siguiente y se presentó en el domicilio de los Colubí, en la capital venezolana. El hallazgo que la revista Sàpiens encontró allí no fue únicamente el testimonio directo y en primera persona del abogado, sino también las cuatro cuartillas originales donde Colubí redactó el alegato de defensa, que había conservado durante más de seis décadas. Un documento que no aparecía íntegramente en el sumario y que salió a la luz en 2003. Ramon de Colubí no había contando nunca en público nada sobre su participación en el juicio de Companys.

Detalle del relato escrito por Carme Ballester sobre la detención de su marido memoria.cat

Finestres y la familia Colubí estuvieron tres días juntos. El testimonio del exmilitar sirvió para corroborar o matizar algunos de los detalles del proceso y el fusilamiento de Companys, así como para verificar con uno de los participantes que el juicio fue una farsa. Ramon de Colubí explicó las prisas con las que le obligaron a redactar su defensa y cómo le impidieron aportar testimonios que hubieran podido acreditar que el president salvó a diversas personas en los primeros días de caos en los que incontrolados de izquierdas causaron terror en Catalunya, o que hubieran servido para negar la acusación que decía que desde la presidencia de la Generalitat se habían repartido armas a la población.

El octogenario exmilitar también corroboró la leyenda de que Companys acudió a su fusilamiento fumando, tranquilo y con la cabeza alta, y que se descalzó antes de recibir los disparos. Además, Colubí sostiene que la sentencia ya estaba escrita y que el asesinato fue una venganza política contra el president de la Generalitat. El defensor corroboró por último que, como no podía pagarle con dinero, Companys le regaló los dos botones de los puños de su camisa. «Llevaba un traje sencillo, de color blanco, calzaba alpargatas. Observé cómo se descalzaba. Después le dispararon. Gritó «¡Por Catalunya!», rememoraba en el reportaje de Finestres.

Josep Benet está detrás de la mayoría de los hilos que siguen los detalles de la muerte del llamado «president mártir». Él es, por ejemplo, uno de los primeros en citar el nombre de Pedro Urraca como el agente que dirigió las operaciones de represión a los republicanos fuera de las fronteras españolas, gracias a las que cayó Companys. El nombre no era nuevo, pero la figura de este metódico cazador de rojos no fue conocida en toda su magnitud hasta la aparición en 2006 de la tesis doctoral de Jordi Guixé Corominas, quien llevaba años investigando la persecución del exilio republicano en Francia. Guixé había encontrado, en los archivos del Servicio Exterior de la Falange depositados en Alcalá de Henares, el informe escrito por Urraca sobre el primer interrogatorio de Lluís Companys tras su detención.

Fue este mismo historiador quien, gracias a diversos documentos como una nota de la embajada española en Francia, reconstruyó paso a paso cómo Urraca trasladó a Companys desde París hasta la frontera en Irún, donde le entregó a la policía franquista después de fotografiarle para probar que su pieza de caza mayor llegaba viva.

Lluis Companys, fotografiado en la frontera por Urraca (detalle) Arxiu Nacional de Catalunya

Como en el caso de otros historiadores, Guixé encontró problemas más que arduos para completar su investigación, una circunstancia de la que dio cuenta en su tesis, en la que se queja de que «la documentación policial y secreta todavía está mal localizada (voluntaria o involuntariamente, dependiendo de los casos) en los archivos españoles. La identidad de represores y torturadores todavía nos es camuflada bajo leyes de protección, a falta de una regulación legal de los archivos españoles y una necesidad de democratizar los archivos de ministerios como Interior y Exteriores». Cuando el historiador escribió estas líneas era 2006, un año antes a la aprobación de la ley de memoria histórica del Gobierno de Zapatero.

La mayoría de las piezas del complejo puzle histórico que forma el desenlace de la vida de Companys fueron conseguidas gracias al tesón y la búsqueda. Otras, sin embargo, aparecieron casi por casualidad. Es el caso de archivo personal de Carme Ballester, esposa del expresident y luchadora antifascista contra los nazis en la resistencia francesa, que fue descubierto en 2010 por Joaquim Aloy en un centro de documentación de Ámsterdam.

«Podría decir que lo iba buscando o que sospechaba que podía estar ahí, pero lo cierto es que apareció por casualidad. Yo seguía la pista de Joaquim Amat-Piniella, escritor manresano que estuvo en Mauthausen, y que suponía que debía tener documentación en el archivo de Josep Ester i Borrás, un militante anarquista que también sobrevivió a Mauthausen y que lideró la Federación Española de Deportados e Internados Políticos», explica Aloy.

El historiador no encontró apenas nada sobre Amat-Piniella. Pero, antes de irse a casa con las manos vacías, aprovechó la visita al Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis de Amsterdam para indagar sobre otros documentos. Fue entonces cuando descubrió el legado de Ballester, en su mayoría documentos de los trámites que siguió para reclamar la pensión como víctima de la Alemania nazi, que realizó a través de Ester. Entre los numerosos escritos depositados, uno destacaba especialmente: el relato completo escrito por su esposa sobre la detención de Companys y el último encuentro que la pareja tuvo antes de su muerte.

«Sentí una mezcla de emoción y dudas. No podía creer que aquel documento fuese inédito. Tuve que consultar con Josep M. Solé i Sabaté, y resultó que sí lo era», rememora Aloy. La documentación encontrada, que está recogida en la web memoria.cat, detalla no solo la detención, sino cómo Ballester va a buscar a su marido detenido a la torre desde la que operan los soldados nazis, también el registro de la casa que compartían, en el que los alemanes buscan dinero porque no se creen que el president de Catalunya viva en tan miserables condiciones. O cómo dos meses después se entera escuchando la radio de que han matado a su marido, lo que le provoca un desmayo.

Ochenta años después las grandes claves de la historia de Companys se consideran descifradas, pero cada tanto siguen apareciendo nuevos documentos y detalles inéditos que permiten profundizar en una de las figuras centrales y míticas de historia de Catalunya. En el año 2015, con motivo del 75º aniversario, aparecieron hasta tres nuevos libros sobre diferentes facetas del president de la Generalitat. Uno de ellos era Retrat d’un magnicidi, de Jordi Finestres, donde el autor explica que existen unas fotografías de Companys hechas en Montjuïc el día de su ejecución pero que, por el momento, nunca han aparecido. Un interrogante más que recuerda que, pese a toda la investigación realizada durante ocho décadas, la historia del fusilamiento de Companys aún no ha acabado de contarse.

Publicado el 14 de octubre de 2020 – 22:46 h