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Salen a la luz las fotos del congreso de escritores antifascistas, 80 años perdidas

15 May, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

El poeta inglés Stephen Spender, el español Manuel Altolaguirre y el poeta chileno Pablo Neruda durante la sesión inaugural del congreso.
El poeta inglés Stephen Spender, el español Manuel Altolaguirre y el poeta chileno Pablo Neruda durante la sesión inaugural del congreso. ©Walter Reuter. Fondo Guillermo Fernández Zúñiga

Peio H. Riaño

30 de marzo de 2023 23:02h

Actualizado el 31/03/2023 18:20h

La memoria aparece de cualquier manera. A veces está donde se sospechaba y otras, lo hace sin avisar y en lo alto de un armario. Dentro de una lata repleta de documentos, negativos y cartas de la Guerra Civil española. Un lugar donde olvidar el tesoro envenenado. “Mi padre no era muy comunicativo”, explicó Teresa, la hija de Guillermo Zúñiga (1909-2005), a elDiario.es cuando se descubrieron los casi 4.000 negativos, en 2011. Había nacido un Robert Capa, más de ocho décadas después de los acontecimientos que parecía haber fotografiado y ocultado. Aquella lata pesaba por su contenido y por el secreto que tardaría seis años en desvelarse: las fotos no eran de Guillermo Zúñiga, al que la historia considera el padre del cine científico en España. 

Cuando la viuda de Zúñiga falleció, los herederos entregaron la lata a rebosar a la Asociación Española de Cine e Imagen Científicos (ASECIC), que su padre había creado en 1966. Esa asociación se puso en contacto con la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, que por su lado había comprado por 12.000 euros a un coleccionista cerca de 300 fotografías de un autor del que no se tenían noticias. El fondo había aparecido en los archivos del Partido Comunista de España (PCE) y tenían que investigarlo.

La lata de película de cine que guardaba los recuerdos de alguien salió para el Ministerio. “Estuve a punto de tirarla la semana pasada”, les dijo la hija a los responsables de Cultura. En su interior había sobres con negativos, donde el autor apuntaba el acontecimiento que escondían: “Entierro de Largo Caballero”. No los quisieron abrir. Estaban impresionados por el hallazgo pero también porque aquel fotógrafo parecía haber estado en todas partes. Entre ellos lo llamaban “nuestro Forrest Gump”.

Reconstruir la historia

La asociación depositaria del bien buscó alianza en el Centro de Estudios de Migraciones y Exilios (CEME) de la UNED para que los documentalistas de la institución clasificaran y catalogaran todo ese material. Cinco personas se dedicaron a revisar y clasificar lo que aquel fotógrafo vio, dónde estuvo, lo que retrató. Los documentalistas apuntaron que el autor de todo aquello había estado durante la Guerra Civil en lugares donde nadie más había estado. Desde Cultura hablaban de un fotógrafo que estaba al nivel de Robert Capa.

Y como la lata había aparecido en casa de Zúñiga, las fotos deberían ser de él. Y como Zúñiga era un hombre de cine, la hipótesis se construyó rápidamente: fue designado para acompañar al ejército por ciudades y frentes de batalla de toda España para rodar películas republicanas. Cuando paraba, tomaba fotos. Demasiado evidente.

Los miembros de la ASECIC pensaron que el valor documental del contenido de la lata era tan alto que tocaba reivindicar a Zúñiga y colocarle en el lugar que se merecía. Pero antes había que descifrar todo aquello y no era fácil. Contaban que cada vez que abrían una carpeta nueva se encontraban con más cosas. Calculaban “unos cuantos años de investigación”. En eso no se equivocaron.

Cambio de identidad

Entonces entró en escena Aku Estebaranz, conocedor de la obra de un fotógrafo alemán llamado Walter Reuter (1906-2005), todavía más desconocido que Zúñiga. Había visto reproducido en la prensa un retrato de un soldado con un arma y una cámara colgando del cuello. Sabía que esa foto la había hecho Reuter a un amigo suyo de las Brigadas Internacionales. Así empezó el rastreo que llevó, muchos años después, a identificar a Reuter con el contenido de la lata. Había nacido un fotógrafo, pero no era Guillermo Zúñiga, sino Walter Reuter.

Al parecer, ambos fueron amigos y por algún motivo uno conservó el archivo del otro. El estudio definitivo ha descubierto 1.500 fotos de Zúñiga y 2.100 de Reuter en la lata aparecida. Reuter marcha al exilio y pasa por el campo de concentración de refugiados de Argelès-sur-Mer, después llega a París y otro amigo le permite usar su laboratorio: Robert Capa. Pero es arrestado por los nazis, que lo mandan a hacer trabajos forzados a Argelia, para construir el ferrocarril. Su mujer consigue pasaportes y billetes para ellos y su hijo y logra escapar a tiempo para subir al barco que lo llevará a México, desde Casablanca.

El archivo que dejó en el laboratorio de Robert Capa continúa desaparecido. Aunque una parte la adquirió sin saberlo el Ministerio de Cultura. Aquellas 300 fotos también eran de Reuter. El rescate de todas estas imágenes ha sido posible gracias a Aku Estebaranz, que ha cotejado los negativos de la lata con las copias de época que conserva la Biblioteca Nacional de España. “Conservamos unos 4.000 negativos de Reuter, pero creo que se han perdido cerca de 6.000”, apunta el investigador.

Una memoria inédita

Uno de los descubrimientos más importantes de ese cofre del tesoro metálico es el reportaje del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas en Valencia, Madrid y Barcelona entre el 4 y el 17 de julio de 1937. Reuter no acudió como fotoperiodista, sino como fotógrafo contratado por el Comisario de Propaganda para documentar el acto. Por eso estaba en todos los sitios, esa es la razón de haberse convertido en un “Forrest Gump”: trabajó mucho al servicio de la propaganda republicana y estuvo en todas las salsas importantes del Gobierno.

Ahora, por primera vez desde que se hicieron en el congreso de hace 85 años, se va a mostrar una parte de los 450 negativos que Reuter realizó y que Zúñiga guardó en la lata escondida todo este tiempo. En el archivo del PCE también hay otros 80 negativos del congreso. Aku Estebaranz ha hecho una selección de 60 imágenes para la exposición Letras por la libertad, que se inaugura este viernes en la Real Casa de Correos de Valencia, organizada y patrocinada por el gabinete de Presidencia de la Generalitat Valenciana. Por allí pasaron unos 200 escritores antifascistas y allí estuvo Reuter, con permiso para colarse en la intimidad de los participantes. Esto fue decisivo para la proximidad y la cercanía con la que se ofrecen a Reuter sus retratados. Estebaranz cuenta que el mayor investigador de este evento, Manuel Aznar Soler, no conocía ninguna de estas imágenes y que con ellas ha logrado confirmar alguna hipótesis y abrir nuevas vías de investigación.

Un grupo de congresistas retratados durante la visita a los frentes de Guadalajara: los cubanos Nicolás Guillén y Félix Pita Rodríguez, el escritor chino de origen coreano Se-U, el poeta noruego Nordahl Grieg y el escritor danés Sigvard Lund. Torija, Guadalajara, miércoles 7 de julio de 1937. Walter Reuter. FGFZ

“Estas fotos son una prueba documental extraordinaria del congreso. Es un retrato de conjunto de la intelectualidad antifascista. Es el mayor fondo documental que conservamos de los actos. Hasta el momento creíamos que eran las hojas de contacto con 160 negativos de la fotógrafa alemana Gerda Taro (1910-1937). Todos los negativos se perdieron. Las hojas de contacto, conservadas en los Archivos Nacionales de Francia, han sido hasta ahora el mayor apoyo gráfico del evento. ”Este hallazgo supera cualquier archivo“, cuenta Estebaranz.

Con Taro y Capa

Reuter trabajó mucho con Taro. Estebaranz cree que en el congreso ayudó a la alemana a reconocer a los grandes autores entre el pelotón de escritores. El último reportaje publicado en vida de la fotógrafa fue uno que hizo a medias con Walter, y en el que se publicaron ocho fotos sobre este congreso. Apareció en la revista francesa Regards, el 22 de julio de 1937. Cuatro días antes de su trágica muerte, en Brunete (Madrid).

Hasta hace poco los gestores de la herencia de Robert Capa mantenían la atribución al fotógrafo húngaro de un retrato de Taro, en la que ella hace una foto en pleno Congreso. Estebaranz encontró en la lata los negativos con esa foto. Mandó la tira para demostrar la autoría y asumieron el error de atribución. Es una foto extraordinaria: rodeada por hombres y cámaras, de pie, la única mujer se lleva la Leica a su ojo derecho y dispara. A su lado parece mirarnos el fotógrafo Luis Vidal. “Otro pendiente de descubrir”, avisa Aku Estebaranz. Gracias a Vidal conocemos algún momento icónico del evento, como el de André Malraux con el puño en alto en la tarima, antes de hablar.

El retrato de la fotógrafa Gerda Taro durante el congreso.

Reuter también tiene retrato de Malraux y no faltan Manuel Altolaguirre o Pablo Neruda. Tampoco Juan Negrín, responsable de la inauguración en Valencia, el 4 de julio de 1937. Fue el acto de propaganda cultural más espectacular organizado por el gobierno de la República durante la Guerra Civil. También pasaron José Bergamín, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, María Teresa León, Sylvia Towsend, Tristan Tzara… “A la violencia de la clase privilegiada se ha de contraponer la violencia, la violencia plena y destrozadora del pueblo”, dijo Bertolt Brecht en defensa de la lucha. “La cultura ha de ser defendida con las armas”.

El poeta oriolano Miguel Hernández, a la salida del Ayuntamiento al finalizar la sesión de apertura del Congreso.Ayuntamiento de Valencia, el domingo 4 de julio de 1937. ©Walter Reuter. FGFZ.

Todos ellos expresaron, en los más de 120 discursos, la solidaridad con el gobierno legítimo, con la democracia y con la libertad. Una de las imágenes de Reuter más curiosas –que demuestran ese acercamiento que tuvo con la cotidianidad de los protagonistas– es la que hizo al único escritor coreano participante, Se-U. Aparece en el balcón del Hotel Victoria, en Madrid, posando en calzoncillos.

En la exposición de la Casa de Correos valenciana han incluido una imagen llamativa, al borde de la destrucción. En la lata de Zúñiga encontraron otra lata más pequeña, con negativos muy dañados por el paso del tiempo. “Gracias a los técnicos de restauración de la Filmoteca Española pudimos rescatar una parte de esas fotos. Las llamamos las fotos milagro, porque Trinidad del Río, la restauradora que lo hizo posible, fue capaz de salvar unas cuantas. Por eso mostramos uno de los negativos deteriorados, para dar valor a la recuperación y a la restauración”, cuenta a este periódico Aku Estebaranz.    

Con una subvención de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática pudieron digitalizar el fondo de Reuter incluido en la lata. Los negativos los mandaron al búnker de la Filmoteca Española y no se han vuelto a tocar. Las copias que cuelgan de la pared de la sala en Valencia son impresiones digitales. No podían arriesgarse y hacer pasar por un proceso químico los delicados negativos de nitrato, que se deterioran rápido y tienden a la combustión. La prioridad era el valor documental y no tanto el fetiche artístico. El protagonismo fue de la palabra, pero la imagen es necesaria.

Un grupo de congresistas atiende las explicaciones del alemán Hans Kahle, jefe de la 45 División, en las trincheras del frente de Guadalajara. Frente de Guadalajara, miércoles 7 de julio de 1937. Walter Reuter

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La historia secreta del ‘Tío Alberto’ de Serrat y su hermana Pilar entre rojos y fascistas en el norte de África

12 May, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

  • El investigador ceutí Francisco Sánchez desvela la “rocambolesca” peripecia que vivieron los Puig Palau de 1937 a 1941 entre la ciudad española, Tetuán y Tánger, cuando ella se convirtió en espía doble y él estaba alistado en la guardia mora del dictador a pesar de sus “antecedentes izquierdista y catalanista”

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Memoria histórica

Alberto Puig en un grupo de soldados regulares.
Alberto Puig en un grupo de soldados regulares.

Gonzalo Testa

6 de abril de 2023 21:39h

Actualizado el 07/04/2023 20:49h

Antes de compadrear en la Costa Brava con Humberto de Saboya, Jean Cocteau, Dalí o Joan Manuel Serrat, que en la canción ‘Tío Alberto’ lo inmortalizó en 1971 como un poliédrico vividor, Alberto Puig Palau (Barcelona, 1908-1986) coprotagonizó entre los soldados moros de Franco y altos cargos fascistas con su hermana Pilar, de 1937 a 1941 entre Ceuta, Tetuán y Tánger una de las historias más “rocambolescas” de su vida.

Salen a la luz las fotos del congreso de escritores antifascistas, 80 años perdidas

Buceando, entre otros, en el Archivo Intermedio Militar de Ceuta para preparar su último libro, Mujeres ceutíes olvidadas. Represión, cárceles y fusilamientos (1931-1958), el investigador ceutí Francisco Sánchez dio con ella tras “décadas oculta”.

Los Puig Palau no solo compartían apellidos, sino también gusto por catar “todos los vinos” y andar “por mil caminos”, a veces contradictorios, como captó el cantautor catalán. En el norte de África, Alberto, que años después recogería la Legión de Honor francesa por ayudar a la Resistencia contra los nazis, usó el mismo uniforme que los Regulares del dictador y fue secretario particular de su alto comisario en Tetuán. Su hermana Pilar descolló durante meses como espía para los franquistas y el Socorro Rojo y tras un año encarcelada se libró de un consejo de guerra sobre la bocina.

“Alberto Puig, el último gran señor de la vieja clase dirigente burguesa industrial catalana, llegó a ser una especie de mecenas: por su vida desfilaron escritores, cineastas, actrices, toreros, bailaores, intelectuales… Terminada la Guerra Civil, en la que participó, fue licenciado en mayo de 1939 y volvió a su tierra, donde protegió a numerosos perseguidos por el franquismo, a muchos de los cuales ayudó a atravesar la frontera”, resume Sánchez su cara más conocida.

Los legajos que ha encontrado retratan, muchos años antes, a un joven en cuyo expediente militar se indicaba al jefe de la caja de reclutas de Ceuta que “el mozo del remplazo de 1929 se encuentra en el grupo de regulares, en el noveno tabor, desde el 25 de junio de 1937”. No pasó desapercibido para su comandante que, entre otras cualidades, sabía hablar cinco idiomas, por lo que fue recomendado al coronel Juan Beigbeder, alto comisario de Tetuán desde abril.

En un informe reservado del servicio secreto franquista quedó patente su interés por captarlo para atraer “no solo a los extranjeros que afluyeran al Protectorado, sino para efectuarse determinada labor de propaganda en la radio, en la prensa o en conversaciones en la Zona Internacional de Tánger”.

Al régimen tampoco se le escapó la llegada al norte de África de su hermana Pilar desde Barcelona, “en donde residía y en donde al parecer tenían extensas propiedades, pero que, por su carácter de asilados, no estaban en las florecientes circunstancias económicas a que estaban acostumbrados”. Según Sánchez, a quien fascina el doble filo de la navaja de los Puig, Pilar aterrizó en Tetuán en diciembre de 1937 para visitar a su hermano menor, que había enfermado de gravedad mientras hacía los cursillos de alférez provisional en el acuartelamiento legionario de Dar Riffien, a tres kilómetros de Ceuta.

“Mientras se recuperaba, ella asistió a todas las fiestas y recepciones de la Alta Comisaría en los diferentes consulados y se hospedó en el Hotel Nacional, el mejor de la ciudad. Un día, el coronel Beigbeder fue a visitar a Alberto en su casa para interesarse por su salud, pero también para hacer una oferta a su hermana: que se convirtiera en espía y fuese a Tánger para vigilar a los republicanos”, explica el investigador ceutí, cuyos trabajos han sido clave para identificar y dignificar la memoria de los represaliados sepultados en la fosa común de la ciudad autónoma.

Sánchez ha localizado también la versión del propio Alberto: “Beigbeder me visitó, por encontrarme enfermo, como hacía habitualmente, y aprovechó para decirme que había pensado en Pilar para encomendarle cierta clase de servicios, cuales eran el relacionarse con gente de la alta sociedad de Tánger con el propósito de obtener noticias que pudieran interesarle”. Le contestó que no veía conveniente meter a su hermana en tales berenjenales y a ella le recomendó negarse por “peligroso” y “difícil”, pero el alto comisario insistió sin intermediario.

“En un primer momento ella le manifestó que no le parecía oportuno dada la situación internacional, pero que lo pensaría, y Beigbeder le dijo que se fuese a Ceuta y lo valorara”, relata Sánchez. Lo hizo. Tras cinco días en el lujoso Hotel Majestic, hoy un desvencijado edificio en el centro de la ciudad, aceptó. El alto comisario puso a su disposición un coche con chófer que, al día siguiente, la llevó a Tánger, donde tomó una habitación en el prestigioso Hotel Riff. Allí “comenzó a asistir a fiestas y tertulias políticas e ir de compras anotando todo lo que ella entendía podría ser de utilidad al Estado español sobre los republicanos tangerinos”.

“Buenos contactos” con los fascistas

La Alta Comisaría le hizo llegar un listado con las personas sobre las que debía indagar: desde la agente francesa y modista de alta costura Madame Joste hasta destacados republicanos (como Francisco Vallejo, José Díaz o Naraindas Tolaran) pasando por el doctor Amieva (jefe de Falange en la ciudad internacional) o la famosa espía inglesa Rosalinda Fox.

En pocos meses su círculo social aumentó y la información que aportaba a Beigbeder, también. Era buena. Tanto, que al Socorro Rojo Internacional (SRI) le sedujo contar con ella para servir a la causa republicana “dados sus buenos contactos con los dirigentes fascistas de Tetuán y Ceuta”. En un informe “secreto” dio por seguro que “el ofrecimiento de un sueldo en relación con su posición social aparente, o el regalo de alguna joya de valor, pudiera decidirla a servirnos”. Joste, a la que Pilar Puig ya había comprado ropa, hizo la gestión, y ella aceptó ponerse al servicio de los rojos “con la condición de que esto fuera conocido por una sola persona de enlace”.

“Acogida en principio con recelo por creerla enviada para introducirla en nuestro ambiente, se comprueba desde el primer momento –celebró en un balance interno el Socorro Rojo– que sus informes son de bastante precisión y revelan que es mujer habituada a esta clase de servicios, pues es observadora y detallista, sabe manejar hábilmente sus relaciones para conocer y contrastar”.

El Servicio de Investigación de la Policía Militar (SIPM) fascista descubrió rápido el doble juego de Pilar. A finales de la primavera de 1938 envió un documento a Beigbeder sobre su actitud sospechosa y el 2 de junio la maquinaria para detenerla se puso en marcha: se ordenó al delegado de Orden Público de Algeciras retirarle el pasaporte si intentaba embarcar hacia el norte de África y quitarle, igualmente, el coche que se le había asignado.

En julio el SIPM informó a la Alta Comisaría de que se había visto con Fox en Sevilla mientras Alberto se encontraba en Ronda reponiéndose de un enfriamiento pulmonar: “Procédase a la vigilancia escrupulosa de Pilar Puig no permitiéndosele la salida de la España nacional”, mandó. De Sevilla se marchó a San Sebastián para reunirse con su hermano, que todavía no se había licenciado.

Allí fue detenida a finales de octubre de 1938. Según Sánchez, “una mañana, varios policías la arrestaron, le retiraron el pasaporte y el salvoconducto expedidos por la Alta Comisaría y fue ingresada en la prisión de Ondarreta ”como posible responsable de un delito de espionaje“.

En la memoria acusatoria para un posible consejo de guerra se dejó constancia de que “la familia de Puig Palau ha sido objeto de diferentes informaciones que la señalan como de antecedente izquierdista y catalanista”, que se suponía que había prestado “una ayuda económica muy importante a Esquerra Catalana con motivo de las elecciones de 16 de febrero de 1936” y que Alberto había pertenecido “al partido Acción Catalana”.

“Ni lo sé, ni lo creo”

Interrogado por la Policía, el ‘Tío Alberto’ respondió “ni lo sé, ni lo creo” a si le constaba que su hermana perteneciera al servicio secreto inglés y preguntó a Beigbeder qué pasaba con Pilar. El alto comisario alegó que la habían “intentado meter en un lío” por “intrigas y odio” y que todo podía ser fruto de la falta de comunicación entre los distintos estamentos del régimen.

Pilar fue trasladada al penal de Burgos y el Servicio Secreto emitió el 29 de octubre una “clarificadora”, según Sánchez, nota en la que aseguraba que era una víctima colateral: “[Sus familiares] dicen que el asunto ya está ahora claro, que la cosa no va directamente contra Pilar, sino contra el coronel. Que, si bien tuvo algún contacto con el Inteligence Service cuando su estancia en Tánger, fue por orden de Beigbeder, quien le dijo que, si se tenía que meter en algún servicio, se metiese (…) Desde luego, no la fusilarán, y la prueba es que todavía no está procesada”.

Según el alto comisario, en Tánger “si bien entraba en relación con los medios que yo deseaba, en cambio, las ligerezas que cometía y su falta de talento no la hacían a propósito para tales cometidos, por lo cual decidí su regreso a España, ya que temía que cometiera alguna ligereza, bien entendido que jamás la consideraré capaz de entrar en servicios de espionaje a favor de una potencia extranjera”.

En noviembre de 1938 la jefatura del Servicio Nacional de Seguridad remitió un informe al juez: “Es muy hábil para lograr buenas relaciones y hacer de ellas el uso que mejor la conviene. Dado el carácter de la informada, fue aprovechada por el SRI para utilizarla como agente suyo, según queda demostrado en fichas que han sido obtenidas de la organización en Tánger, en las que, entre otros puntos, se dice que es mujer inteligente y habituada a esa clase de servicios, pues sus informes son precisos y detallados”.

El trabajo del juez instructor concluyó el 22 de marzo de 1939 a expensas de fijar el día del consejo de guerra con un procedimiento sumarísimo de 113 folios, pero el auditor de la Región Militar de Burgos alegó que debía ser juzgada “en el lugar donde los hechos se habían producido, Ceuta y el Protectorado español en Marruecos”, por lo que debía inhibirse. Como respuesta, la Auditoría de Guerra de Ceuta tampoco quiso hacerse cargo.

Mientras Burgos y Ceuta intentaban dilucidar dónde debía tener lugar el consejo de guerra, Pilar cumplió más de un año en prisión. Al final el juez instructor castellano decidió dejarla en libertad condicional el 31 de julio de 1939. Un mes más tarde, el Alto Tribunal Militar determinó que la Auditoría de Ceuta era competente. Se nombró juez al comandante Juan León, que en junio de 1940 comunicó a Pilar que no debía moverse de San Sebastián, ya que seguramente sería trasladada a la prisión de mujeres del Sarchal, pero el 14 de julio de 1941 dictaminó su sobreseimiento provisional. Se archivó definitivamente el 20 de diciembre de 1943.

Los nadies de la Guerra Civil

7 May, 2024

Fuente: http://www.infolibre.es

Urania Mella con María Gómez en la cárcel de mujeres de Saturraran (Motrico, Vizcaya) a principios de los años 40
Urania Mella con María Gómez en la cárcel de mujeres de Saturraran (Motrico, Vizcaya) a principios de los años 40 Proxecto nomesevoces.net

Francisco J. Leira Castiñeira

1 de abril de 2023 19:44h

Actualizado el 02/04/2023 06:00h

Una práctica común entre lectores y escritores a la hora de devorar un libro es anotar en sus márgenes comentarios referidos al mismo o ideas que surgen con su lectura. Esta práctica es conocida por marginalia y ha sido estudiada por filólogos debido a la cantidad de información y reflexiones que dejaron grabadas autores como Juan Ramón Jiménez o Mark Twain. Es una práctica que seguimos haciendo muchos de nosotros para recordar aquello que quedó al margen de la narración y queremos subrayarlo.

Este símil puede aplicarse a lo que ha sucedido en la historiografía hasta hace pocos años. Por suerte, cada vez son más los historiadores-as que incluyen en su narrativa la marginalia de los nadies (Eduardo Galeano), de los ninguén (Xosé Neira Vilas), los menores, porque tienen un poder menor (Pier Paolo Pasolini), es decir, los olvidados de la Historia. De este modo, podemos abordar el pasado desde otra perspectiva, más compleja, cambiante y porosa. Todos tenemos cierta capacidad de agencia, de decisión, pero está ligada a nuestra relación con el entorno sociopolítico y cultural, y al momento histórico. Por eso, estudiar a la gente corriente, nos evoca un reflejo más fiel de aquel universo sociocultural que tratamos de reconstruir pero que nunca conoceremos del todo. Pero, no solo representa lo que fuimos, sino también lo que somos: personas, y como tal no podemos clasificarnos de manera dicotómica como si no estuviésemos sometidos a una constante evolución del pensamiento, ni que nuestro comportamiento actúe constantemente como, en teoría, nosotros mismos nos definimos. ¿Acaso los seres humanos no somos contradictorios? Pongamos unos ejemplos del libro Los Nadie de la Guerra de España (publicado en Akal),

Alicia Solleiro recuerda cómo la primera vez que vio a su madre, Urania Mella, tras la salida de esta última de la cárcel de Saturraran, le respondió negativamente a la pregunta de si la quería. El motivo estribaba en que la familia del marido de Urania la culpaba de ser la causante del asesinato de este por parte de los golpistas. Ella rompió el techo de cristal participando en organizaciones obreras como el Socorro Rojo o la Asociación de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo de la localidad de Lavadores (ahora perteneciente a Vigo). Posiblemente, como consecuencia de la socialización familiar (su abuelo era Juan Serrano Oteiza, y su padre, Ricardo Mella, dos influyentes intelectuales anarquistas), participó en política, así debe ser reivindicada su figura, no por ser hija de. Su marido, Humberto Solleiro, también fue un destacado sindicalista de Vigo, aunque no tuvo la repercusión de su esposa.

Con el golpe de Estado, les abrieron un juicio sumarísimo por vía militar con sentencia a pena de muerte para ambos, aunque, finalmente, solo ejecutaron a Humberto. A Urania le conmutaron la sentencia por cadena perpetua, y salió de prisión a mediados de los años cuarenta. El adoctrinamiento de las también víctimas de la represión franquista, en este caso, la familia de Humberto, hizo que buscaran una explicación y un chivo expiatorio, y esto provocó que descargaran su ira contra Urania. Por este motivo, que es difícil de justificar, pero que ha de comprenderse por la complejidad de aquel periodo de violencia y miseria moral, todos sus hijos mantuvieron una idea negativa sobre ella. Ese pensamiento cambió en Alicia cuando llegó la adultez y empezó a descubrir quién había sido, qué había conseguido, su lucha en defensa de los más desfavorecidos (era profesora de mujeres con pocos recursos) y cómo fue condenada. Cuando Alicia comenzó a asentar su vida en Cataluña, empezó a militar en las mismas organizaciones en las que lo hiciera su madre.

Por eso, es difícil juzgar la actitud de la familia de Humberto Solleiro cuando culpan de la muerte de su hermano, a su esposa. La sinrazón, la falta de comprensión de lo que ha ocurrido o, incluso, un intento por salvar la vida de sus sobrinos hizo que cargasen contra la madre y no les permitieran verla más que un par de veces antes de morir. Este matiz, no es una postura equidistante, puesto que ya lo advertía Pierre Vilar, al afirmar que “comprender no es justificar”.

Este tipo de historia, la que se lee en los márgenes del pasado desde lo particular a lo general, sirve para conocernos como conjunto y como individuos

Ruptura de lazos solidarios

Otro ejemplo de esto es el juicio que le abrieron a la primera alcaldesa de Galicia, María Gómez, afiliada a Izquierda Republicana. Tras esa causa militar, fueron asesinados cuatro políticos de la pequeña localidad en la que residía, A Cañiza, y ella fue recluida en la cárcel de mujeres de Saturraran. Al leer las declaraciones, comprobamos que se acusan los unos a los otros ante las imputaciones de los nuevos poderes despóticos de los sublevados. En vez de escudarse en que defendían la democracia, se atribuían entre sí las acciones que habían llevado a cabo: reunirse en la Casa Consistorial y hacer una requisa de armas tras la noticia de un golpe de Estado. Seguramente, no fue a causa de las declaraciones vertidas tras la coacción y las amenazas, pero el resultado fue la ruptura de los lazos de solidaridad existentes en aquel tiempo.

La crisis infinita Ver más

Este tipo de aspectos pueden ser irrelevantes al estudiar a los grandes personajes, los generales, políticos o intelectuales, casi siempre hombres que ostentaron poder. Es verdad que, desde los últimos años, ha habido un cambio historiográfico relevante que trato de continuar, igual que lo es que las biografías de los grandes políticos o monarcas poco tienen que ver con las realizadas hace años (sirvan de ejemplo las de Alfonso XIIIy Miguel Primo de Rivera escritas por Moreno Luzón o Alejandro Quiroga). Sin embargo, reivindicar la vida de los menocchios de la historia (en referencia al protagonista del libro de Carlo Ginzburg El queso y los gusanos) nos permite desentrañar, a partir de pequeñas cosas, cómo la sociedad interactuó con su contexto y, en consecuencia, cómo lo hacemos nosotros en la actualidad. Este tipo de historia, la que se lee en los márgenes del pasado desde lo particular hacia lo general, sirve para conocernos como conjunto y como individuos, así como para que se comprenda la importancia de la Historia, que no está circunscrita a un pequeño grupo, sino que la hacemos todos nosotros día a día.

Los personajes que cito dejaron tras de sí poca documentación. Algunas cartas, entrevistas a los familiares, un juicio, mas no un gran archivo como los que pueden haber legado los ministros o presidentes del Gobierno. Por eso, requiere de una interpretación, en ocasiones arriesgada, de una parte, muy concreta de sus vidas para reconstruirlas. No obstante, tratar de alcanzar ese objetivo permite entender no solo a María Gómez, a Urania Mella, a Humberto Solleiro y a sus hijas, sino muchas otras historias que el paso del tiempo hizo caer en el olvido y que las instituciones no quisieron que fuesen recordadas. De esta forma, las personas citadas dejan de ser individuos para convertirse en colectivo, en esa parte de la sociedad, de la mayoría de nosotros, que permanecemos en silencio en los bordes de los libros de Historia, pero que determinamos el devenir de los acontecimientos. Llevemos al centro de nuestras narraciones lo que antes solo escribíamos en los márgenes.

Francisco J. Leira Castiñeira (A Coruña, 1987), es doctor en Historia y autor de ‘Los Nadies de la Guerra de España’ (Akal, 2022).

El vector fascista en la conspiración contra la República (1/20): la última versión militar de la “necesidad” del 18J

6 May, 2024

Fuente: http://www.infolibre.es

Ángel Viñas

31 de marzo de 2023 20:14h Actualizado el 01/04/2023 06:00h

@angelvinashist

La literatura sobre la República es hoy inabarcable. De la guerra civil, no hablemos. Desde 1936 hasta los momentos actuales la controversia continúa. No es de extrañar. Las dos cuestiones claves de la historia de España en el siglo XX son, en mi modesta opinión, las siguientes: ¿quién quiso la guerra civil? y ¿para qué se quiso? Los vencedores solo dieron una respuesta unívoca: la República se deslizaba rápidamente hacia un revolución roja, que iba a estallar en agosto de 1936. Los militares hubieron de adelantarse al enloquecido adversario y lanzaron el denominado Glorioso Movimiento Nacional. Es una interpretación demasiado fácil y esencialmente errónea. La hayan mantenido (y, a veces, la mantengan) los nombres más excelsos de la historiografía franquista, metafranquista o, simplemente, de derechas.

Ambas preguntas siguen dividiendo a los españoles; generan controversias al parecer insolubles; oponen a los partidos políticos; están presentes en las actuales diatribas contra el supuesto “gobierno social-comunista”; alimentan los medios digitales, tanto de la extrema derecha como de la derecha supuestamente civilizada; agitan los ánimos y, en todo caso, aburren soberanamente a una parte del personal.

Es también un caso curioso. La gente está, se afirma, hasta el gorro. Si es cierto, lo cual es un tanto discutible, los lectores habrían debido quedar ahítos tras años y años en los cuales un sector de los historiadores españoles (y extranjeros) hemos cumplido con nuestro deber. Hemos desbrozado el pasado y sometido múltiples afirmaciones y leyendas a la dura contrastación con la evidencia primaria documental remansada en archivos patrios (esencialmente) y en algunos extranjeros.

Los resultados de tal esfuerzo han contribuido a destruir muchas de las leyendas acumuladas durante casi sesenta años de lavado de cerebros por parte de los vencedores en la contienda. A ello se añade la abulia y tardanza en dar respuesta de numerosos historiadores de derechas, que se sienten cómodos en posesión de su supuesta verdad.

El caso español es casi el único (salvo, quizá, el trumpista) en el que las interpretaciones acuñadas antes de la guerra civil, en la guerra civil y el período siguiente continúan en buena medida vigentes. Afirmar, como se hace comúnmente, que ello es el resultado del aplastamiento, destrucción y humillación de los vencidos durante tantos y tantos años de una paz mantenida a la sombra vigilante de las bayonetas (como se escribió en los alrededores del vicepresidente del Gobierno almirante Luis Carrero Blanco a finales de los cincuenta del pasado siglo), es insuficiente.

Basándome en las aportaciones de diversos historiadores españoles y extranjeros, incluidas las mías propias, esta serie que hoy comienza argumentará y demostrará dos tesis fundamentales:

–No existen, o no se han encontrado hasta hoy, 2023, evidencias primarias relevantes de época que corroboren la historiografía franquista.

–Desde el primer momento la derecha puso en marcha una amplia operación que pretendía justificar su asalto a la legalidad.  

Veamos unos ejemplos de afirmaciones muy recientes (luego iremos marcha atrás, ya que todas ellas tienen su propio pedigrí):

Figuran en la obra publicada hace tan solo dos años por el general de División Rafael Dávila Álvarez. Se titula La guerra civil en el Norte (La Esfera de los libros), Madrid. En su momento la prensa de derechas la aireó con entusiasmo. Quizá porque su abuelo fue el general Fidel Dávila, presidente de la Junta Técnica del Estado desde octubre de 1936 y, tras la muerte en accidente de Mola en junio de 1937, su sucesor al frente del Ejército del Norte.

Las barbaridades históricas se distribuyen a lo largo de la obra, pero la mayor concentración para lo que aquí nos interesa se encuentra en el capítulo 9, titulado “La guerra preventiva comenzó en 1934. El ejército rojo”. La fecha es significativa. Se trata de la revuelta obrera de Asturias, dominada en quince días, pero lo llamativo es la aparición ya de un supuesto “ejército rojo”, quizá utilizando la denominación del soviético, aunque no añadió su correlato de trabajadores y campesinos.

Las fuentes son, con el debido respeto, de risa: el historiador José Alcalá-Zamora (en un artículo en La Gaceta, 10 de abril de 2011); una referencia a Azaña sin identificar: “por encima de la Constitución, la República y por encima la Revolución”. Seré benevolente e informaré al señor general de División y a los amables lectores de una reciente obra al respecto. Un dictum de Gustavo Bueno: “la guerra preventiva comenzó en 1934”, sin la menor referencia ni contextualización (se la ofreceré yo, que no estoy en absoluto de acuerdo con tal tesis)  una obrita de Vicente Palacio Atard, de 1970, auténtico bodrio. (Este autor fue catedrático de Historia contemporánea de la UCM, y connotado historiador de recia raigambre católica); Emilio Romero, uno de los periodistas más inteligentes y más desvergonzados en la segunda parte de la dictadura y director del inefable periódico de los sindicatos Pueblo (pero, al parecer, tomado de Ya, julio de 1983, una especie de sucesor de El debate gilroblista).

No existen, o no se han encontrado hasta hoy, 2023, evidencias primarias relevantes de época que corroboren la historiografía franquista

También aparece algún que otro extraño compañero de cama: Francisco Vázquez, exalcalde socialista de A Coruña y exembajador ante el Vaticano, sin duda autoridad indiscutible en muchos temas, pero no en historia; coexisten afirmaciones entresacadas de discursos de Largo Caballero llamando a la revolución (el general de División no se ha molestado en consultar las Obras Completas del mismo, hoy fácilmente disponibles y, por consiguiente, ni contextualiza ni analiza. Tampoco ha consultado la incomparable biografía escrita por el malogrado Julio Aróstegui); la inevitable, y nunca encontrada, carta de Franco al ministro de la Guerra y presidente del Consejo de Ministros, Santiago Casares Quiroga, publicada en la prensa canaria en agosto de 1936 y a la que servidor ha dedicado, en función de la aparición de nuevas fuentes, una serie de interpretaciones discrepantes de la versión tradicional y profranquista.  

¿La justificación de todo ello?  Según el exayudante de Campo de S. M. Juan Carlos I, a la República, en principio, nadie quería suprimirla, “ya que no se trataba de un golpe para recuperar la Monarquía, sino acabar con el estado de violencia y penetración comunista que desde el año 1934 venía padeciendo España” (p. 116). Con el debido respeto, y presentando mis excusas por el melifluo exabrupto: ¡naranjas de la China! (en el morralito lingüístico de todo español los hay mucho más subidos de tono).

El señor general de División no atina una, pero lo que me interesa es destacar el dato de que todavía hace dos años un, sin duda, esforzado y multicondecorado soldado regurgitaba (su carrera figura en la solapa de la obra) los dos motivos que indujeron a numerosos militares a sublevarse en contra del régimen legítimamente constituido. En realidad, datan de mucho antes de 1936 y duraron, impertérritos, durante toda la dictadura: penetración comunista en la desgraciada España de la época y violencia previa desatada por las izquierdas. SOLO SALVABLE POR EL EJÉRCITO.

El nombre de tan ilustre general merece destacarse en letras de oro porque es, por el momento, el último militar que ha intentado reverdecer los mitos que generaron y expandieron decenas de otros compañeros suyos de uniforme. Lo hicieron bien por su propia cuenta —lo cual no es de extrañar— como —lo que es más significativo— también en el marco estructurado de las supuestas “investigaciones” del Servicio Histórico Militar. Todas ellas, ni que decir tiene, bajo la cuidadosa supervisión del Mando.

Siempre he citado entre los primeros a un hoy desconocido teniente general (una estrellita por debajo de la máxima categoría de capitán general en la época) que, doctor en ciencias políticas y sociología amén de licenciado en derecho, abordó en las postrimerías de la dictadura la magna tarea de comparar dos fechas señeras en la gran historia patria: 1808 y 1936. Estaba en la línea de hoy otro olvidado, pero en su momento muy famoso historiador, el coronel Juan Priego López, para quien la primera podía considerarse como un precedente “desgraciado” de la de liberación. El teniente general Manuel Chamorro añadió que en esta última “nuestra victoria no solo liberó a España del comunismo sino a toda Europa occidental”. La noción había surgido ya en aquellos años de fuego. O sea que muy al día tan notable historiador no estaba.  

En su analogía, Chamorro también echó la vista atrás (adelantándose a su posterior compañero): denunció la preparación de “un vasto movimiento revolucionario” por parte de la Comintern; la llegada a Barcelona, antes del 18-J, de dirigentes comunistas extranjeros para constituir un “comité militar revolucionario”; el desembarco en Sevilla y Algeciras de grandes cantidades de armas y municiones que se distribuyeron por Andalucía y Extremadura; el establecimiento en la Ciudad Condal de un pequeño “cuartel general” bajo la suprema dirección de Erno Gerö. (El inmortal trabajo de Chamorro, 1808/1936. Dos situaciones históricas concordantes, s.e., Madrid, diciembre de 1973, tuvo varias autoediciones, la última incluso publicada por una editorial. Puede obtenerse a precio de ganga en internet)

Podríamos seguir, pero es mejor ir a las fuentes nutricias. Nadie podrá discutir, espero, la significación de que en esta perspectiva goza la Revista de Historia Militar. Está en internet. Un número (el 17) que no debería faltar en la biblioteca de ningún interesado por las patrañas sobre la guerra civil data de 1964. Sin duda no fue una casualidad. En este año se festejaron los XXV “años de paz”, conmemoración sobre la que ha escrito largo y tendido, entre otros, el profesor Antonio Cazorla Sánchez. Dos largos artículos ilustraron a los generales, jefes, oficiales y suboficiales que quisieran leer sobre cuáles eran las verdades eternas e inmanentes del régimen. Son tan estimulantes que las dejo para la próxima entrega. No se la pierdan.

(Continuará)

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es ‘Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin’, Crítica, Barcelona, 2023.

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Sevilla, 1933: cuando la izquierda luchó para que hubiera Semana Santa y la derecha logró que no saliera ni un paso

2 May, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

Memoria histórica

La hermandad de la Estrella fue la única que salió la Semana Santa de 1932.
La hermandad de la Estrella fue la única que salió la Semana Santa de 1932.

Antonio Morente

2 de abril de 2023 20:27h

Actualizado el 03/04/2023 19:41h

La primavera de 2020, en pleno confinamiento por el coronavirus, no hubo Semana Santa en Sevilla (y en toda España, claro está) por mucho que fuese algo inconcebible pocas semanas antes. Hubo quien dijo entonces que era la primera vez en la historia que no había pasos en las calles hispalenses, pero en los ámbitos cofradieros se sabía muy bien que no era así porque ya había ocurrido antes, concretamente en 1933. Entonces, cuando la II República se disponía a cumplir dos años (el 14 de abril caía en Viernes Santo), no salió ni una sola hermandad tras meses en los que las autoridades republicanas de izquierda estuvieron batallando para que hubiera cofradías, mientras que las fuerzas conservadoras tiraban en sentido contrario. En 1932 sólo la salida de la Estrella impidió que aquella Semana Santa pasara en blanco, lo que no pudo evitarse un año después.

Desmontando la leyenda negra sobre la amenaza republicana a la Semana Santa de Sevilla

“Hubo una utilización política de las hermandades, a las que usaron como arma de conspiración contra la República”, apunta Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla que ha estudiado a fondo este intenso periodo, que en Sevilla pronto se empezó a enfocar desde el punto de vista de las hermandades. El advenimiento republicano se produjo días después de la Semana Santa de 1931, pero fue cuestión de poco tiempo que hubiese voces preguntándose qué iba a pasar en 1932, sobre todo después de que se precipitaran los acontecimientos: la nueva Constitución prohibía a los ayuntamientos subvencionar a las hermandades, el laicismo del Estado fue entendido por los católicos como una agresión, se acabaron las clases de religión, los crucifijos en los colegios…

A este convulso periodo de cambio hay que unirle una cuestión nada menor como fue la quema de conventos, la violenta ola anticlerical de mayo de 1931. “Es verdad que había un ambiente antirreligioso”, explica Álvarez Rey, pero también muchos entendieron como un ataque directo a sus creencias lo que no dejaba de ser la aplicación de una política laicista “que llevaba décadas en Europa”. “Separación Iglesia-Estado no significa persecución, otra cosa es que hubo salvajes, como los ha habido siempre”.

Puestas las bases, queda dicho que en 1933 no hubo ni un paso en la calle, pero lo que ocurrió hace 90 años fue en realidad la repetición de lo que ya se vivió en 1932, con la diferencia de que no hubo ninguna corporación que a última hora diera el paso al frente de salir como entonces hizo la Estrella. Y para saber qué ocurrió aquella Semana Santa hay que remontarse todavía más atrás, a cuando en otoño de 1931 nace la Federación de Hermandades, Cofradías y Asociaciones Piadosas de la Diócesis hispalense, en la que inicialmente no tiene nada que ver el cardenal Eustaquio Ilundain y en la que abundan como hermanos mayores los nombres de pedigrí conservador que copan los círculos económicos, empresariales, culturales… y políticos, incluyendo a diputados de partidos de derechas. En el otro lado de la mesa tenemos al alcalde republicano, José González Fernández de la Bandera, del Partido Radical de Martínez Barrios y personaje clave para frenar la Sanjurjada de 1932 (sería fusilado por ello en agosto de 1936 junto a Blas Infante, el padre de la patria andaluza), enfrascado en dar todas las facilidades del mundo a las hermandades para que salieran.

“Predisposición a no salir”

Durante estos dos años, ésta sería la constante: las autoridades republicanas de izquierda haciendo todo lo posible para que la Semana Santa se desarrollase con normalidad, mientras las fuerzas conservadoras buscaban justo lo contrario para así desestabilizar al Gobierno. Esto no significa que la izquierda fuese un bloque monolítico, porque por ejemplo los socialistas votaron en contra de unas concesiones a las hermandades que veían como un “anacronismo”. Para la derecha, por su parte, que las cofradías salieran como si tal cosa era normalizar la política laicista, con lo que de partida “hubo predisposición de las hermandades a no salir”. A este caldo de cultivo le puso palabras en una reunión con el gobernador civil el hermano mayor de San Bernardo, Antonio Filpo: “¿Cómo voy yo a sacar tranquilo a la calle un Cristo que se lo quitan a mi niño de las escuelas?”.

Una semana después, en febrero de 1932, en una asamblea a la que acudieron 37 de las 41 hermandades el resultado fue contundente, con 34 hermanos mayores a favor de no salir y sólo tres abstenciones. Al margen de cuestiones políticas, aquello suponía un desastre para Sevilla, que a la crisis económica del momento por la Gran Depresión le unía que estaba asfixiada por las deudas tras celebrar la Exposición Iberoamericana de 1929. Y teniendo en cuenta que ahora estaba prohibido que el ayuntamiento financiase a las cofradías, como había hecho históricamente, el alcalde Fernández de la Bandera propuso lo que no dejaba de ser una subvención indirecta: que las hermandades se quedasen con los ingresos por el alquiler de las sillas para ver los pasos en la Carrera Oficial, el tramo por el que desfilan todos los pasos.

Fernández de la Bandera (centro), el alcalde que sufrió el boicot de las hermandades en 1932 y 1933. Familia González-Herrera

La fórmula fue rechazada aunque es la misma que está vigente hoy día, y tampoco convencieron las garantías de seguridad para los cortejos en la calle que ofreció el regidor. Si a esto le unimos la indignación que provocó que Jueves y Viernes Santo dejaron de ser festivos en favor de días de Feria, las hermandades tenían más que tomada su decisión. “Las cosas están en tal punto que los católicos se consideran incompatibles con la República, el sentimiento religioso fue el cemento que unió a todos los sectores conservadores, que tenían muchas diferencias entre sí”, subraya Álvarez Rey.

“Aquí quien manda eres tú”

Así las cosas, y aunque es comprensible la inquietud de las cofradías por el ambiente tan inquieto que se respiraba, lo cierto es que las autoridades se volcaron en materia económica y de seguridad, y nunca se prohibió la salida de las hermandades, que fue la versión que el franquismo instauró como verdad histórica. Prueba de ello fue la salida de la Estrella, cuyo cabildo de hermanos argumentó que “esta cofradía, que es del pueblo, al pueblo se debe, que es tanto como decir que se debe al régimen constituido legalmente”. Acusada de esquirol, a la corporación trianera se le puso el sobrenombre de la Republicana, aunque las fuerzas conservadoras se encargarían poco después de darle la vuelta a la tortilla y presentarla como la Valiente, con lo que se alababa que había sido la única con el arrojo suficiente para desafiar el supuesto veto gubernamental y el clima de hostilidad religiosa.

Aquel Jueves Santo de 1932, a la Virgen de la Estrella le cantó la Niña de la Alfalfa una saeta que muestra el ambiente que se vivía: “Se ha dicho en el banco azul/ que España ya no es cristiana/ y aunque sea republicana/ aquí quien manda eres tú,/ Estrella de la mañana”. Durante la procesión hubo tensión, incidentes y la imagen (que procesionó sin joyas) fue tiroteada. No hubo heridos ni daños graves, pero los sucesos fueron esgrimidos por las fuerzas conservadoras para reprochar que las autoridades no habían sido capaces de garantizar la seguridad de una única hermandad. Pocos días después, el fuego arrasaba con la iglesia de San Julián y la popular Virgen de la Hiniesta, lo que abonó el discurso de que el futuro de la Semana Santa sevillana estaba en peligro si no ganaban las fuerzas conservadoras.

Restos de la iglesia de San Julián, quemada días después de la Semana Santa de 1932.

“La derecha no dudó en instrumentalizar y rentabilizar políticamente el tema de la Semana Santa”, incide Álvarez Rey, sobre todo en un 1933 que empezó de la peor de las maneras, con los sucesos de Casas Viejas en Cádiz. Lo ocurrido a la Estrella fue el principal argumento para justificar que hace ahora 90 años no hubiera ni un solo paso en la calle, una decisión que esta vez se encarriló desde el primer momento pese a los intentos en sentido contrario del gobierno local. Las hermandades cambiaron su salida por una vigilia en la Catedral, como ya hicieron casi todas en 1932, a lo que unieron un abundante reparto de comida entre los pobres.

O izquierda o cofradías

Lo que se daba en llamar las fuerzas vivas y la prensa local, mayoritariamente conservadora, acabaron lanzando según Álvarez Rey un mensaje cristalino, que no era otro que “para que las cofradías sevillanas volvieran a la calle la izquierda tenía que ser expulsada del poder”. La ocasión llegó en noviembre de 1933, tras el cese de Azaña de la Presidencia del Gobierno, un periodo electoral en el que Sevilla se inundó de pasquines con un mensaje muy claro: “Hace dos años que no salen las cofradías sevillanas. ¡Piensa en tu cofradía, sevillano, antes de votar! Y piensa en todo lo que tiene que cambiar antes de que puedan salir”.

En 1933 las derechas decidieron ir unidas (“entendieron perfectamente a lo que obligaba la nueva ley electoral, que le daba el 80 % de los diputados a la primera fuerza y el 20% restante a la segunda”) frente a la separación de la izquierda, un contexto que suena singularmente contemporáneo. La candidatura única conservadora arrambló con 10 de los 16 escaños en disputa, pese a que en conjunto recibió muchos menos votos (80.000) que los 130.000 que cosechó una izquierda fragmentada.

Publicidad de las fuerzas conservadoras llamando a la movilización de sus votantes.

La llegada de la derecha al Gobierno de la República fue mano de santo, tal y como se desprende del giro radical en la postura de las hermandades: en 1934 aceptaron la misma fórmula económica que habían rechazado dos años antes, dieron por buenas las medidas de seguridad que antes nunca eran suficientes y consiguieron que el nuevo alcalde, Emilio Muñoz-Rivero (también del Partido Radical, Fernández de la Bandera dejó el cargo al ser elegido diputado), volviese a declarar festivo Jueves y Viernes Santo. Eso sí, se produjo una fractura en el frente común que hasta entonces habían sido las fuerzas conservadoras, ya que la ultraderecha insistió en que no se podía volver a procesionar sin más, unas fricciones que tuvieron su reflejo en que al final sólo salieron 14 hermandades, básicamente las cofradías de barrio.

La normalidad se recuperó ya en 1935, con llamamientos como el de la Cámara de Comercio a “deshacer la leyenda de la Sevilla roja, injustamente forjada”, y se mantuvo incluso en 1936 tras la victoria del Frente Popular en unas elecciones en las que la derecha volvió a jugar la carta de las cofradías pero esta vez con peores resultados, dada la unión de la izquierda. El nuevo alcalde, Horacio Hermoso (de Izquierda Republicana), mantuvo las mismas garantías económicas y de seguridad pactadas en 1934, además de la consideración de festivos de Jueves y Viernes Santo. Aún así, tuvo que enfrentarse a un boicot de las élites locales más intransigentes, que decidieron no renovar sus abonos en las sillas del punto más noble de la Carrera Oficial, a lo que el regidor respondió invitando a los niños del hospicio y de las escuelas municipales. Pocos meses después, el 29 de septiembre, era fusilado por los sublevados en la tapia del cementerio.

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Tópicos sobre las violaciones de monjas durante la Guerra Civil

17 abril, 2024

Fuente: http://www.infolibre.es

Julián Casanova

11 de marzo de 2023 19:21h

Actualizado el 12/03/2023 06:00h

@CasanovaHistory

Escribo con frecuencia —en el ámbito académico, en medios de comunicación y en redes sociales— sobre la violencia durante la Guerra Civil y la dictadura de Franco y sobre las diferentes manifestaciones violencia en la Europa del siglo XX. Son los conocimientos que he adquirido como consecuencia de la investigación sobre esos temas durante las últimas cuatro décadas.

Al difundir esos conocimientos me encuentro a menudo con respuestas que me recuerdan, venga o no a cuento, el anticlericalismo, la matanza del clero y sobre todo las violaciones de monjas durante la Guerra Civil. Como si fuera un fenómeno oculto, que los historiadores evitamos transmitir, cuando en realidad hemos escrito y hablado de él sin cesar.

Una cosa parece indiscutible, confirmada por todas las investigaciones: el clero y las cosas sagradas constituyeron el primer objetivo de las iras populares, de quienes participaron en la derrota de los sublevados y de quienes protagonizaron la «limpieza» emprendida en el verano de 1936. No hubo que esperar órdenes de nadie para lanzarse a la acción.

El castigo fue de dimensiones ingentes, devastador, en aquellas comarcas donde la derrota del golpe militar abrió un proceso revolucionario súbito y destructor. No hay que dar muchas vueltas para hacer balance: más de 6.800 eclesiásticos, del clero secular y regular, fueron asesinados; una buena parte de las iglesias, ermitas, santuarios fueron incendiados o sufrieron saqueos y profanaciones, con sus objetos de arte y culto destruidos total o parcialmente. Tampoco se libraron de la acción anticlerical los cementerios y lugares de enterramiento, donde abundaron la profanación de tumbas de sacerdotes y la exhumación de restos óseos de frailes y monjas.

A los clérigos se les representaba siempre en los grabados de la prensa anticlerical gordos y lustrosos, rodeados de sacos de dinero que escondían mientras pedían limosna. Y ya en la Guerra Civil, en la arremetida anticlerical del verano de 1936, los mismos milicianos y grupos armados que se llevaban a los obispos para asesinarlos, asaltaban sus palacios episcopales en busca de las grandes fortunas que se suponía tenían en ellos ocultas.

Pero el tema preferido de los periódicos y revistas anticlericales, como ya mostró hace tiempo José Alvárez Junco, era la vida sexual de los clérigos, a quienes se atribuía una conducta «antinatural», unas veces por defecto, que les llevaba a todo tipo de «aberraciones», o la mayoría de ellas por exceso.

La cosa podrá sorprender hoy a muchos, de difícil comprensión si sólo se interpreta el anticlericalismo como un ataque al poder político e influencia social del clero. La historia dice, sin embargo, que en los asaltos a los conventos durante la Semana Trágica y casi treinta años después, durante la Guerra Civil, la muchedumbre mostraba una morbosa curiosidad por las tumbas de frailes y monjas, donde seguro que ocultaban, según se suponía, fetos o sofisticados artilugios pornográficos.

La virginidad de por vida, libremente escogida, era un fenómeno peculiar del catolicismo, tanto para las mujeres como para los hombres, aunque muchas más mujeres que hombres elegían ese camino. Pese a que las cifras de las diferentes fuentes no coinciden, había en España en 1931 unos 115.000 clérigos, en una población que no llegaba a los 23 millones. De ellos, casi 60.000 eran religiosas, 35.000 sacerdotes diocesanos y 15.000 religiosos. En cualquier caso, el número de monjas era tres veces superior al de religiosos y superior también a la suma de religiosos y sacerdotes diocesanos.

La hostilidad hacia las monjas se plasmaba en el mismo terreno que la crítica al clero en general, empezando por el control de la enseñanza como poderoso instrumento de reproducción cultural del catolicismo, pero se subrayaba todavía más en ellas ese elemento «antinatural» de renuncia al sexo y a la maternidad.

Tenía que haber algo de engaño y coacción para que jovencitas de catorce o quince años entrasen como prenovicias en los conventos. Ese era el mensaje de Electra, la pieza teatral de Benito Pérez Galdós, cuya representación provocó importantes manifestaciones en algunas ciudades españolas en 1901. Electra estaba basada además en un caso legal contemporáneo en el que los padres de una joven que había entrado en un convento denunciaban que no podía tratarse de una elección libre. Y sintonizaba perfectamente con la noción popular de que el celibato no era normal.

De ahí también el éxito del famoso artículo de Lerroux escrito en 1906, con su famosa y repetida frase: «alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres».

El ritual de desenterrar cuerpos de monjas se repitió abundantemente en las jornadas de violencia anticlerical y revolucionaria del verano de 1936. Pero el número de monjas asesinadas fue infinitamente menor que el de frailes y sacerdotes. Y pese a todos los tópicos e imágenes convencionales sobre el asunto, la incitación a violar mojas que Lerroux había hecho treinta años antes no tuvo en 1936 seguidores.

Según el estudio que el obispo Antonio Montero Moreno publicó en 1961, principal referente de autoridad por lo que respecta a las cifras, fueron asesinadas en toda España 283 monjas. Muchas, si de lo que se trata es de argumentar que no hubiera tenido que haber ninguna que sufriera ese martirio. Pero muy pocas si se compara con los 4.184 sacerdotes diocesanos y los 2.365 religiosos que corrieron esa fatal suerte. Todo eso a partir de la sublevación militar de julio de 1936, porque no se había asesinado a ningún miembro del clero en la Semana Trágica de Barcelona de 1909 o en la quema de conventos de mayo de 1931. Y en la revolución de 1934 en Asturias, donde 34 seminaristas y sacerdotes fueron asesinados, tampoco había ninguna monja entre las víctimas.

La Iglesia católica, para justificar su implicación en la violenta represión de los militares, falangistas y Franco, necesitó mucha retórica, la construcción de varios mitos y el constante recuerdo del martirio sufrido por el clero

Hay datos sorprendentes en todo ese asunto. Por ejemplo, en las zonas de dominio anarquista dejaron casi siempre vivas a las monjas, aunque se las obligó a abandonar los conventos y los hábitos, destinándolas a la asistencia social o a la servidumbre. El caso de la diócesis de Barbastro, tierra de paso de las milicias anarquistas procedentes de Cataluña, es harto elocuente. De los 140 curas incardinados en esa diócesis, 123 (nada menos que el 87,8 por ciento) fueron asesinados. Igual destino sufrieron 51 claretianos, 18 benedictinos y 9 escolapios, cifras que colocan a la diócesis de Barbastro como la más castigada de España si se pone en relación el clero incardinado con el asesinado. A ninguna religiosa se le infligió el mismo castigo.

En Cataluña, donde tanto abundaron las matanzas colectivas de frailes, asesinaron a 50 religiosas. Para encontrar a monjas asesinadas en grupos hay que viajar al País Valenciano y sobre todo a Madrid y en ambos casos los asesinatos en masa ocurrieron en noviembre de 1936, cuando en el resto de la España republicana había ya cesado el terror «caliente» contra el clero. La matanza más numerosa, según la investigación de Antonio Montero, ocurrió en la madrugada del 10 de noviembre de 1936, cuando 23 religiosas adoratrices fueron fusiladas junto a las tapias del cementerio madrileño del Este.

Da la impresión, por lo tanto, de que había razones específicas para respetar más la vida de las monjas que la de los frailes o curas. Estaría, en primer lugar, esa sospecha de que las mujeres jóvenes ingresaban en los conventos bajo coacción, presionadas por los confesores, hombres, jesuitas decía Lerroux, que en verdad eran quienes tenían la capacidad de manejar el poder político y conectar con los grupos oligárquicos de influencia económica y social. En el «imaginario colectivo» anticlerical, y en la realidad, las monjas estaban menos politizadas que los clérigos varones. Ellas no eran «culpables»; los curas y frailes, sí.

La sociedad española del primer tercio del siglo XX ofrecía muy pocas oportunidades a las mujeres en el plano profesional y familiar y las órdenes religiosas acabaron siendo también, pese a sus restricciones sexuales y sociales, una alternativa a la marginación en la vida diaria. El crecimiento mayor de las congregaciones femeninas respecto a las masculinas ocurría además, como indica Frances Lannon, «en las comunidades activas más que en las contemplativas, de manera que la Iglesia podía apelar a miles de monjas que eran profesoras, enfermeras y trabajadoras sociales, para formar parte de sus redes en la sociedad española». No parece casualidad carente de significado que las Hermanitas de los Pobres salieran ilesas de la persecución y que lo que se criticaba de las monjas en las publicaciones anticlericales era que quitaran esa labor social, asistencial y educativa a mujeres obreras «normales», que sí sabían «lo que es cariño de madre».

Liberar a las monjas, matar a los curas y frailes y prender fuego a los edificios religiosos. Eso es lo que se hizo en el verano de 1936, cuando la explosión revolucionaria puso en representación única y definitiva lo que en oleadas anticlericales anteriores se había ensayado.

La religión católica y el anticlericalismo se sumaron con ardor a la batalla que sobre temas fundamentales relacionados con la organización de la sociedad y del Estado se estaba librando en territorio español. La religión fue desde el principio muy útil para la causa internacional de Franco. Para muchas personas, incluidas las incrédulas, significó una profunda conmoción en sus hábitos y en su percepción del orden social.

El anticlericalismo violento que estalló con la sublevación militar no aportó, sin embargo, beneficio alguno a la causa republicana. Esas manifestaciones de anticlericalismo fueron narradas y difundidas, en España y más allá de los Pirineos y de los mares, con todo lujo de detalles, ilustradas a menudo con fotografías macabras y espeluznantes, constituyendo el símbolo por excelencia del «terror rojo».

La Guerra Civil adquirió así una dimensión religiosa que condenó al anticlericalismo a pasar a la historia como una ideología y práctica negativas y no como un importante fenómeno de la historia cultural, con su visión particular de la verdad, de la sociedad y de la libertad humanas. Todos los partidarios de la República derrotada se vieron obligados a ponerse a la defensiva en el tema religioso, aunque sabían lo importante que había sido la batalla por la enseñanza, por la creación de una burocracia laica y por someter a las órdenes religiosas a la legislación de asociaciones civiles. Todo se lo engulló el saldo mortal que el anticlericalismo había dejado, los 6.832 clérigos asesinados, quienes tuvieron un recuerdo constante de su martirio, en decenas de lugares de memoria.

La Iglesia católica, para justificar su implicación en la violenta represión de los militares, falangistas y Franco durante la guerra y la posguerra, necesitó mucha retórica, la construcción de varios mitos y el constante recuerdo del martirio sufrido por el clero. El tópico de las matanzas y violaciones de monjas es el más repetido por quienes nunca han leído una investigación sería sobre ese asunto. Y de paso que se enteren las feministas, suelen decir.

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Julián Casanova, historiador,Distinguished Professor en el Weiser Center for Europe and Eurasia de la University of Michigan.

La represión a la católica que padeció España desde la guerra civil: “Franco mató en nombre de dios hasta el último día”

7 marzo, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Francisco Franco, y su mujer Carmen Polo, asisten a la celebración de la eucaristía en la Plaza de España de Sevilla en 1968
Francisco Franco, y su mujer Carmen Polo, asisten a la celebración de la eucaristía en la Plaza de España de Sevilla en 1968

Peio H. Riaño

29 de enero de 2023 22:04h

Actualizado el 30/01/2023 21:53h

“Detente enemigo que el corazón de Jesús va conmigo” (sic). El lema iba prendido al sombrero cordobés de uno de los grupos paramilitares más sangrientos que actuaron en la guerra civil española, en la represión de los pueblos del Aljarafe sevillano. El “detente” guiaba las barbaridades que cometió esta columna franquista, que controlaba el temido Ramón de Carranza. Con el corazón de Jesús estaban legitimados para “limpiar los pueblos de gente roja”, como indica el historiador Paco Espinosa, autor del libro Contra la República. Los “sucesos de Almonte” de 1932. Laicismo, integrismo católico y reforma agraria.«

Cuando los obispos se exhibían brazo en alto» o cómo la iglesia apoyó al franquismo

El grupo arrasó desde Huelva a Sevilla, entre agosto de 1936 y marzo de 1937, cuando la columna pasó a formar parte de la Falange. Estas “escuadras negras” participaron en la primera fase de la “limpieza política”. En Huelva, hasta el inicio de los tribunales militares, en marzo de 1937, fueron asesinados 2.376 hombres y 86 mujeres.

La historia de Atilano Coco es más conocida porque el director Alejandro Amenábar la recuperó para el cine en 2019, en la película Mientras dure la guerra. El pastor protestante, profesor, masón y amigo de Miguel de Unamuno fue secuestrado y asesinado por los franquistas en diciembre de 1936 en Salamanca. Había cometido el pecado de no creer en la religión católica.

Fue paseado en una de las sacas que conducían a los presos de la prisión provincial al monte de La Ordaba, en la carretera de Salamanca a Valladolid. Como tantos otros, fue asesinado sin causa judicial. Como en el caso de Andalucía, era la práctica propia de los falangistas y los miembros de la paramilitar Guardia Cívica, con la complicidad de los guardias civiles que vigilaban la cárcel.

“No verá usted a un católico matar en nombre de su religión. Otros pueblos tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”, aseguró el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este jueves para demostrar la supuesta superioridad de la religión católica sobre las demás tras el asesinato de un sacristán en Algeciras. El político gallego borró de un plumazo una parte de la historia española al ignorar la Inquisición o la Cruzada franquista, entre otros capítulos del pasado.

Las autoridades franquistas justificaron la sublevación contra la democracia como cruzada o guerra santa y la idea fue apoyada por la inmensa mayoría del episcopado español, a pesar de la repulsa de la Europa católica. “Franco estuvo matando en nombre de dios hasta el último día”, indica por teléfono el historiador y profesor de la Trent University de Ontario (Canadá) Antonio Cazorla. De esta manera responde a la polémica aseveración.

La santa cruzada

Cazorla rescató hace años las cartas que los españoles escribían a Franco y en las que se podía encontrar peticiones de clemencia y alabanzas por la causa que había iniciado. Durante el franquismo, “la mayoría de los españoles tenía que tener mucho cuidado con lo que decía, no fuese a ser que, siendo afectos, neutros u hostiles al régimen, lo dicho fuese o pareciese inconveniente a la autoridad”, explica Cazorla en el libro Cartas a Franco de los españoles de a pie (1936-1945).

El 2 de septiembre de 1937, la Asociación Española de Señoras de la Virgen del Pilar escribe al General Franco una carta en la que le manifiestan su “reconocimiento por esa gloriosa cruzada tan justamente emprendida y dirigida por V. E. para salvar a nuestra querida España de la Barbarie comunista y felicitándole también por las brillantes victorias obtenidas en esta santa cruzada”.

En esta correspondencia puede comprobarse la particularidad española en los fascismos europeos de los años treinta, con la participación de la Iglesia católica en la sublevación contra la República. Franco fue defendido como el Salvador de la España Católica. Cazorla indica que “a veces se simplifica el papel de la Iglesia y de los religiosos en este período”. “Mientras que no cabe duda de que la mayoría de los clérigos, y del mundo católico en general, apoyaban a Franco, también es cierto que algunos religiosos intentaron interceder por las víctimas de la dictadura”, asegura.

Aquella población adepta a Franco lo describía en sus cartas personales como “el jefe el alma del movimiento Católico y Nacional español”. La cruzada religiosa era conocida en el extranjero. El 1 de octubre de 1938 le escribe el ciudadano canadiense Arthur Blanchette: “Dándonos las gracias, querido Generalísimo, yo os deseo todas las posibilidades de un éxito rápido sobre sus adversarios Rojos y la restauración de las antiguas glorias y esplendores de la España Católica” [sic].

La espada contra los infieles

Desde Venezuela, un tal Antonio. J. C. S. escribe a Franco, en septiembre de 1937, una carta en la que incluye un poema revelador con el que le desea “buen término la gigantesca obra de regeneración” que está ejecutando: “Al libertador de España / El paladín de la Victoria / Con santo Amor y pasión / Es escogido por la Gloria / Para salvar a su Nación. / Puso su espada en su diestra / El Señor de los señores / Para herir a la siniestra / Cuadrilla de malhechores. / Fieras sin Patria ni hogar / Perversos desde la cuna / Engendros de Lupanar / Influenciados por la luna. / Satanás en forma humana / Cuya maldad inaudita / Persigue al alma cristiana / Para hacerla una maldita”.

El 25 de febrero de 1940, un tal José G. felicita al dictador desde Navarra por la nueva Ley [la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 9 de febrero de 1939], “que declara guerra sin cuartel a la Masonería y Sociedades secretas, que han sido la causa de los males, que durante muchos años han asolado a nuestra querida patria España y con ello ha dado V. E. una gran satisfacción y aliento a los que precisamos de querer ante todo a España y sobre España, solamente consideramos a DIOS, ya que DIOS y España son nuestros más grandes amores por los que tenemos que seguir sacrificándolo todo, incluso hasta la vida”.

En nombre del catolicismo se asesinó a los enemigos, pero también apelándolo podían librarse de la muerte. El 3 de junio de 1940, Amalia P. de A. escribe a Carmen Polo para que se apiade y evite que su marido masón sea fusilado. “Mi esposo José A. M., pertenecía a la Masonería; está detenido desde el 29 de Abril del 39, hizo su retractación a la Iglesia, en marzo del 39, en el Sanatorio de San José, como consta en este Obispado. Pues al estar en esa secta, hará tan solo como muchas veces se hacen las cosas, por los amigos” [SIC]. Y reclama: “Señora, por caridad, pídaselo a su esposo, que sea ese el obsequio para el día de su Santo, que se apiade de mis pobres hijos”.

Legitimar el castigo

Gutmaro Gómez Bravo es el historiador que más ha investigado el sistema de represión, con libros como La redención de penas: la formación del sistema penitenciario franquista, 1936-1950. Explica a este periódico que la represión en nombre de la fe se legitimó desde el mismo golpe de Estado. “No hay ninguna duda de la persecución y represión por motivos religiosos. Los judíos, los masones, los protestantes fueron homologados e identificados como el mal y legitimaron su castigo. La participación de la Iglesia es precisamente la particularidad del totalitarismo franquista comparado con el de Mussolini y Hitler”, sostiene Gutmaro Gómez Bravo.

En el centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca se conservan decenas de miles de expedientes clasificados por la Brigada Político-Social con denuncias contra los ciudadanos por sus creencias y que se mantuvo activa entre 1938 y 1977. Ahí están las pruebas que contradicen las creencias de Núñez Feijóo. La represión en nombre de dios estaba institucionalizada de tal manera que los censores literarios debían cumplimentar una ficha en la que se especificaba si el autor o autora “atacaba” al “dogma”, a la “moral”, “al Régimen y a sus instituciones” o a “la Iglesia o a sus Ministros”. Cualquiera de estos informes repletos de tachones en rojo muestran cómo la Iglesia católica también reprimió durante más de cuatro décadas las libertades de los españoles.

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Muere Carlos Saura, director fundamental en la historia del cine español, a los 91 años

24 febrero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

El director de cine y fotógrafo, Carlos Saura
El director de cine y fotógrafo, Carlos Saura Eduardo Abad / EFE

Javier Zurro

10 de febrero de 2023 16:23h

Actualizado el 10/02/2023 23:56h

El director de cine Carlos Saura, autor de obras maestras como Cría Cuervos, La prima Angélica o La caza, ha fallecido a los 91 años. Saura, uno de los directores más importantes e influyentes de la historia de nuestra cinematografía, experimentaba problemas de salud desde el pasado año. Ya en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián, donde presentaba su último documental dedicado al arte y la pintura, tuvo que cancelar su asistencia por una caída que le dejó bastante afectado. Desde entonces no había realizado apariciones físicas, y había cancelado cualquier acto programado. Este sábado 11 de febrero, Saura debía recoger el Goya de honor, que finalmente se le entregará de forma póstuma a uno de los mejores directores que ha habido en el cine español.

‘Saura(s)’: siete hijos y un documental para intentar explicar a Carlos Saura

Saura representó la modernidad en un país gris. Su cine era pura revolución en una España sumida en el franquismo y la censura. Desde obras como La caza (1966), Peppermint Frappé (1967) o Ana y los lobos (1973), radiografió al franquismo y a una burguesía aspiracional que habría comprado los dogmas de la dictadura. Obras que burlaron la censura, con la que tuvo más de un encontronazo, y que eran absolutas cuchilladas a los valores impugnados por Franco. Un cine que era absolutamente radical en lo estético y en lo temático, llegando a realizar hasta una película que era todo un bofetón a la Guerra Civil -quizás la mejor realizada en España- en La prima Angélica (1974). En su cine fue clave Geraldine Chaplin, actriz que protagonizó sus obras más vanguardistas y con la que tuvo una relación sentimental de quien nació su hijo Shane. Saura tendría otros tres hijos con Mercedes Pérez y una última hija con la actriz Eulalia Ramón, Anna Saura, productora de sus últimos trabajos y su mano derecha y apoyo en los últimos años.

Su cine se convirtió en especialista en burlar las tijeras censoras, esas que sí cortaron la aparición de Buñuel como verdugo ajusticiando a unos presos mediante garrote vil en Llanto por un bandido (1964). Junto a Elías Querejeta, figura fundamental en su carrera y con quien produce sus mejores obras desde La caza en adelante, consiguen estrenar filmes tal cual los concebían. Lo hacían presentando el internegativo en vez del negativo original a la censura, o incluso presentando un guion ampliado con escenas que sabían que recortarían por su carácter provocador a fin de que no repararan en las esenciales de la historia originalmente concebida.

Ambos se aprovecharon de las ansias de vender la dictadura fuera de España, y es así como el cine de Saura viajó por los grandes festivales internacionales, donde su nombre hizo ruido desde el primer momento y donde le colocaron la etiqueta de autor, una etiqueta que a él le encantaba y que aquí se empeñaban en no utilizar. La prensa afín al franquismo nunca le consideró un gran director, y fueron las críticas de otros países, especialmente las de Francia, las que le auparon a la categoría de autor sin ningún tipo de discusión. Un autor que directores como Bong Joon-Ho, Julia Ducournau o Tarantino mencionan cuando hablan de sus maestros. 

“Hasta Spielberg lo dijo en algún momento”, recordaba Saura en una entrevista donde confesaba que le encantaba la palabra “autor”. “Todo el mundo estaba en contra de mí porque yo me consideraba un autor, todo el mundo decía: ”este imbécil que se considera un autor“, así que fíjate cómo cambia todo. Decían que eso era una cosa muy elitista, que había que hacer un cine popular para todo el mundo y yo creo que no hay una contradicción entre las dos cosas”, decía entonces. 

El reconocimiento a Saura llegó tarde. Su humildad, su forma llana de hablar, su exceso de alardes hizo que también tras el franquismo una generación tardara en reconocerle. Han sido los directores de una generación posterior como Juan Antonio Bayona, Paco Plaza, Carla Simón o Carlos Vermut los que realizaron una tarea en que se reconociera su trabajo como el del maestro que siempre fue. Un maestro humilde que costó que le reconocieran en su país. “Siento que me respetan mucho más ahora. Hay un reconocimiento mucho más grande, no sé cuál es el motivo”, solía comentar Saura.

Carlos Saura junto a Geraldine Chaplin, actriz e influencia fundamental en su cine más moderno Fototeca EFE

Un año después de la muerte de Franco dirigiría la que muchos consideran su mejor película, Cría Cuervos, un filme presentado en Cannes, algo que fue fundamental para Saura, que reconocería después que de no ser por el certamen su carrera podría haber terminado en ese momento: “Si no fuera por el premio en Cannes y la locura que se montó… Aquí hubo un crítico muy conocido que la destrozó. En Berlín fue La caza y dijeron que era mi mejor película, que yo no lo creo, pero al salir de la premiere un crítico español me dijo: ‘vaya mierda que has hecho’”.

Es el director español que más galardones ha ganado. Dos Osos de Plata al Mejor director por La caza (1966) y Peppermint Frappé (1967); un premio BAFTA por Carmen (1983); Premio del Jurado en Cannes por La prima Angélica (1974) y un Gran Premio del jurado, por Cría Cuervos en un certamen en el que compitió hasta en ocho ocasiones y cuyo nombre es uno de los elegidos que en la última edición, la 75, adornaban las cortinillas que se veían antes de cada proyección. Solo tres españoles estaban: Buñuel, Saura y Almodóvar, los tres autores más importantes de la historia de nuestro cine,

Niño de la guerra

La vida de Carlos Saura y su cine están marcados, como la historia de nuestro país, por la Guerra Civil. Saura se definía a sí mismo como un niño de la guerra. El golpe estado llegó cuando él tenía cuatro años, y su familia dejó Huesca y se refugió en las zonas republicanas de Madrid, Barcelona y Valencia. Una experiencia traumática que siempre recordaba y que siempre mentaba. En los últimos años, con el auge de la extrema derecha, usaba su propio ejemplo para alertar de lo que se volvía a escuchar. 

Sus vivencias quedaron plasmadas en uno de sus últimos trabajos, el emocionante corto Rosa, Rosae, un trabajo animado con sus propios dibujos y con la canción de Labordeta que hablaba de la infancia que tuvo que vivir el conflicto y vivir con sus heridas. También la Guerra Civil era el escenario de su mayor éxito de público, Ay, Carmela, la adaptación de la obra de José Sanchís Sinisterra con guion de Azcona por la que ganó el Goya a la Mejor película y al Mejor director.

Carlos Saura (derecha), en una de sus primeras apariciones públicas en 1958 en el Festival de Cine de San Sebastián Fototeca EFE

La guerra estaba también en esa original y brillante aproximación que era La prima Angélica, pero las heridas estaban en La caza, con esos señores buscando conejos en un paraje que esconde los muertos republicanos que no tuvieron sepultura. 

Tras la guerra, Saura se trasladó a Madrid, en 1941, donde estudió bachillerato y donde comenzó a trabajar como fotógrafo y a estudiar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), donde comenzó en 1952 y se diplomó cinco años después gracias a la práctica Tarde de domingo. También trabajó allí como profesor de prácticas escénicas. Su debut llegaría en 1957 gracias a Los golfos (1957), un filme sobre la juventud en los márgenes que ya participó en el Festival de Cannes y ya provocó la ira de la censura.

La música, su otra obsesión

Existe otra gran área temática que agrupa buena parte de la filmografía de Carlos Saura, especialmente la de las últimas décadas. Son sus películas dedicadas a la música tradicional no solo española, sino de otros países como Portugal, Argentina o México. Se negaba a decir que sus filmes fueran sobre el ‘folclore’ porque detestaba esa palabra. “Mis obras mantienen las formas antiguas, las vestimentas, los detalles… Pero a mí lo que me gusta es actualizarlo”, explicaba sobre su estilo. Consiguió imágenes hipnóticas retratando el flamenco, los fados, el tango… todo gracias a la fotografía de Vittorio Storaro, otro de sus grandes colaboradores y uno de los mejores directores de fotografía de la historia del cine.

Una relación que comenzó de forma tímida con el ballet en su particular versión de Bodas de sangre (1981), y que se consumó en Carmen (1983), adaptación flamenco del clásico de Merimée que marcó las líneas estilísticas de su cine musical. Una película visualmente arrebatadora, con unos travellings siguiendo a los zapatos de las bailarines que siguen siendo un prodigio de puesta en escena y por la que ganó el Bafta a la Mejor película extranjera. Tras ellas vendrían El amor brujo (1986), Sevillanas (1992) y Flamenco (1995). 

Tres años después le reclamarían para retratar de la misma forma las danzas y músicas de otros países. Argentina fue el primer país, y su Tango fue tal éxito que se convirtió en el filme elegido por ellos para representarles en los Oscar e incluso llegó a estar entre las cinco finalistas. Sería la tercera, tras las logradas por Mamá cumple cien años y Carmen. Tras el Tango llegarían Fados, Zonda, y El rey de todo el mundo.

Mucho más que un director.

Carlos Saura fue un director que siempre abrazó la técnica. Nunca sintió añoranza por la película cinematográfica, y se dejaba seducir por cada innovación. Siempre pegado a su cámara de fotos, que cambió de analógica a digital sin trauma y con alborozo. “Yo soy muy pro-avance de la técnica. La gente se olvida que el cine es un invento científico, sin conocimientos científicos no hubiera existido el cine, ni la fotografía, dependemos de eso y hay que aceptarlo. Al que pinta y al que escribe les vale con un lápiz y un papel, pero nosotros necesitamos un soporte técnico y ahora es una maravilla, es un sueño”, dijo en la edición de Seminci donde presentaba Zonda, folclore argentino en 2015.

Carlos Saura conversa con Juan Luis Arsuaga durante el rodaje de ‘Las paredes hablan’ Óscar Orengo / Flamingo Comunicación

La fotografía fue su otra pasión, pero no la única. Saura no podía quedarse quieto. Su inquietud artística se manifestó en películas y fotografías, pero también en cuadros, esculturas y novelas que han sido traducidos a varias lenguas. Incluso ha dirigido en seis ocasiones ópera y varias obras de teatro. En los últimos años su obsesión fueron los ‘Fotosaurios’, una intervención artística en la que regresaba a sus propias fotografías para alterarlas con pintura.

El proyecto inacabado

Hiperactivo, Saura siempre tenía un proyecto en mente En cada entrevista contaba nuevas ideas. Quería rodar con Rosalía, a la que admiraba, pero siempre hubo un proyecto que estuvo en su cabeza y que nunca pudo terminar. Su película sobre Picasso, que acabó con la etiqueta de proyecto maldito. Se intentó levantar en muchas ocasiones. El director ya había dirigido una película sobre un pintor, Goya en Burdeos, pero aquí se pensaba centrar en los 33 días (de hecho, ese era el título de la película, 33 días) que el artista tardó en pintar el Guernica. Era un filme que hablaría, al final, sobre España, sobre la Guerra Civil, e incluso en alguna ocasión desveló que el filme tendría viajes fantásticos en los que el propio Picasso entraba en su propia obra.

Para dar vida al pintor siempre existió un nombre, Antonio Banderas, que durante años estuvo vinculado al proyecto y que incluso durante un tiempo tuvo a Gwyneth Paltrow como protagonista. Uno de los golpes más duros para Saura fue ver que Banderas interpretaba a Picasso en una serie de televisión, pero sin embargo seguía empeñado en realizarlo aunque ya fuera sin el actor malagueño. En el último festival de Málaga contaba que seguía ahí, aunque había girado y ahora se centraba “más en la relación de Picasso con Dora Maar, que fotografió cómo pintaba el cuadro”. Allí, Saura dejó una frase que sonaba a despedida. Con serenidad, sin un solo titubeo, decía a la prensa que no temía a la muerte, y que cada día que amanecía y abría los ojos daba las gracias. Una frase que desprendía el espíritu de Saura, esa humildad de un artista fundamental sin el que es imposible entender nuestra historia reciente.

Ángel Viñas: «No entraba en los planes de la República un acercamiento ideológico a la Unión Soviética»

20 febrero, 2024

Fuente: http://www.infolibre.es

El historiador Ángel Viñas, autor de 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en tiempos de Stalin'
El historiador Ángel Viñas, autor de ‘Oro, guerra, diplomacia. La República española en tiempos de Stalin’ Crítica

Álvaro Sánchez Castrillo

3 de febrero de 2023 20:02h. Actualizado el 04/02/2023 06:00h.

@AlvaroSanCas

Sostiene Ángel Viñas (Madrid, 1941) que escribir historia es «un tejer y destejer continuos«. De ahí que este economista, diplomático e historiador se haya pasado media vida escrutando archivos y analizando al milímetro cada documento que cae en sus manos. «Papeles», como les llama, que le han servido de base para arrojar luz sobre el pasado a través de varias decenas de libros. Y que ahora le han llevado a alumbrar Oro, guerra, diplomacia. La República española en tiempos de Stalin (Crítica, 2022), una obra con la que pretende poner fin a «un pasado deformado por la derecha». «Es la destrucción de un relato en lo que se refiere al golpe de Estado de 1936 y a la supuesta sovietización de España», resume Viñas en conversación con infoLibre. Una «leyenda» que aún pervive.

El historiador construye un detallado análisis sobre las relaciones hispano-soviéticas en uno de los momentos más oscuros de la historia reciente de España. A lo largo de quinientas páginas, Viñas estudia al dedillo las relaciones diplomáticas, económicas y comerciales entre la Segunda República y la Unión Soviética. Y aborda, por supuesto, el papel jugado por la potencia oriental durante la Guerra Civil. Lo hace utilizando nueva evidencia primaria relevante de la época, tanto española como rusa, parte de ella nunca empleada aquí. Un análisis con una pregunta de fondo: ¿es cierto, como martilleó la propaganda franquista, que el golpe de Estado evitó una revolución comunista y que España se convirtiese en una suerte de satélite soviético?

«Eso es una chorrada», responde el historiador con contundencia. Para Viñas, ese «mito» se deshace como un azucarillo. Es cierto que en 1933 la República española reconoció de iure a la URSS. Y que el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países estaba, con una apertura de embajadas que tanto tiempo se había retrasado, a punto de caramelo para cuando se produjo el golpe de Estado. Pero ni fue un capricho del Frente Popular ni significaba que se estuviera poniendo a la República en manos soviéticas. «Se trataba de un acercamiento que estaba en línea con el de otros países occidentales», explica. Al fin y al cabo, señala el historiador, la Unión Soviética era entonces un «factor importante» en la política internacional y un mercado interesante.

No hubo peligro de sovietización porque a Stalin no le interesaba

Tanta relevancia tenía que, sostiene el Viñas, «todos los Gobiernos de la República» estuvieron a favor de un acercamiento con los soviéticos. A izquierda y a derecha. «En el bienio negro no se interrumpen las conversaciones», resalta. Es algo que demuestran algunas de las comunicaciones de aquella época. El 25 de mayo de 1934, por ejemplo, el Ministerio de Estado preparó una dirigida al entonces embajador en Berna (Suiza) en la que, tras explicar algunas gestiones hechas hasta el momento, concluía: «No desea el Gobierno hacer imposible, ni siquiera retardar, el intercambio de representantes diplomáticos y consulares entre ambos países, condicionándolo tan solo a la definición de sus funciones, prerrogativas y facultades».

Con todo esto, el historiador se muestra contundente al señalar que el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países no era, como han dicho algunos, el preludio de nada. «No entraba dentro de los planes del Gobierno de la República un acercamiento ideológico con la URSS. Lo que se pretendía era pasar a una situación de normalidad, igual que hacían todos los países occidentales, incluso Estados Unidos», asevera. Por eso, insiste: «No hubo ningún peligro de sovietización. ¿Y por qué? Porque a Stalin no le interesaba». En este sentido, destaca la entrevista que a comienzos de 1937 mantuvo el embajador de España en Moscú, Marcelino Pascua, con el propio Stalin, en la que este último recomendó al Gobierno republicano orientarse hacia los países capitalistas.

Una escalada en la contienda

Por aquel entonces, la Guerra Civil llevaba más de medio año desangrando el país. Viñas dedica un extenso capítulo a la contienda. Y, más específicamente, a la participación de potencias extranjeras en la misma. En este sentido, desmiente que fueran los soviéticos quienes hicieron escalar el conflicto. «Lo que hicieron fue responder a la intromisión alemana e italiana», apunta. En este sentido, recuerda que previamente los germanos habían ayudado a trasladar al Ejército golpista desde África a la Península. Y pone sobre la mesa los contratos italianos que el primero de julio, días antes del estallido del golpe, preveían ya el suministro de aviación. «Si no hay intervención alemana o italiana, no hubiera habido soviética», insiste.

Lo que hizo la URSS fue responder a la intromisión alemana e italiana

Los soviéticos, sin embargo, no empezaron a involucrarse con envío de armamento hasta el otoño de 1936. En este sentido, el Viñas pone al buque Komsomol como comienzo del apoyo directo a la República con material bélico. «Es en octubre cuando vienen a combatir los primeros soldados, que son carristas y artilleros», apunta. La intervención de Stalin dio aire al Gobierno democrático. Y en ella influyeron varios factores. El primero, que el resto de potencias occidentales dejasen caer a la República «como una patata caliente». Y luego, la necesidad de hacer ver a las democracias que el enemigo era el nazismo y que había que hacer frente común. «Los peores enemigos de la República fueron los británicos, completamente obsesionados con el comunismo», dice el historiador.

El clima guerracivilista en el que Ayuso se recrea y ningún historiador serio ve ni de lejos Ver más

Pero el respaldo soviético no se mantuvo durante toda la contienda. De hecho, cuenta Viñas, durante un año Stalin tuvo a la República «a palo seco». «Dejó a los españoles tirados. Y si lo hizo no creo que sea, precisamente, porque quisiera sovietizar a España», desliza el historiador. ¿A qué se debió la parálisis? Ahí, prefiere mantenerse cauto. Sin papeles, lo único que puede hacer son hipótesis: «Yo creo que es porque aún cree que puede convencer a las potencias occidentales de que el enemigo es la Alemania nazi». Sea como fuera, lo cierto es que los apoyos se congelaron entre noviembre de 1937 y 1938. Y cuando decide volver a prestar ayuda de forma «masiva», la República ya estaba en las últimas. Con la caída de Cataluña, el envío de material se convierte en misión imposible.

El oro y la propaganda

En la obra, además, le dedica un capítulo entero al famoso oro de Moscú, un asunto en el que comenzó a trabajar cuando Franco aún estaba vivo. En este sentido, el historiador es claro. Si se movilizaron las reservas del metal fue, precisamente, porque la República no disponía de divisas de cambio internacional –libras, dólares o francos– y las necesitaba para pagar suministros, ya fuera de armas como de productos para la industria, comercia o agricultura. «El Gobierno de la República, además, estaba harto de no poder hacer transferencias internacionales porque los banqueros occidentales se las bloqueaban», explica Viñas. ¿Y por qué enviarlo a la Unión Soviética? «¿Y por qué no? Tenían un aparato bancario, había una relación más o menos fluida y ya se habían hecho negocios con ellos durante los tiempos de paz», responde.

Los rusos dijeron que la República quedó a deber, pero eso no está demostrado

Pero, además, es que la Segunda República no tenía muchas más alternativas. Reino Unido no dejaba de poner problemas. Y Francia tampoco resultaba ser una opción demasiado atractiva: «Allí se mandó solo una parte, porque Negrín no se fiaba de la estabilidad del Frente Popular francés». Para Viñas, el asunto del oro parece estar ya más o menos aclarado. Solo queda, si eso, un gran hueco: «Los rusos dijeron que la República quedó a deber, pero eso no está demostrado». Y, a pesar de ello, sigue siendo un tema al que se recurre con frecuencia desde la derecha. Una leyenda negra a la que el aparato propagandista franquista dio buen uso en plena autarquía para denunciar un supuesto expolio y justificar las dificultades de reconstrucción económica.

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Ángel Viñas, historiador: “La batalla por el relato la descubrieron las derechas en los años 30”

13 febrero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

El historiador Ángel Viñas, el 1 de febrero de 2023, en Madrid.
El historiador Ángel Viñas, el 1 de febrero de 2023, en Madrid. Marta Jara

Andrés Gil

4 de febrero de 2023 22:04h
Actualizado el 05/02/2023 05:30h 

Ángel Viñas (Madrid, 1941) lleva más de cuatro décadas dedicado a la Historia. Economista de formación, técnico comercial y economista del Estado, entró en el ejercicio de indagar en el pasado para luego contarlo muy influido por su trabajo en el ministerio de Asuntos Exteriores: si a algo se dedican los diplomáticos, es a dar cuenta por escrito de todo lo que hacen. Y eso deja un rastro documental valiosísimo para las generaciones venideras.

Ese afán por los documentos, por los papeles, por las evidencias primarias relevantes de la época, es lo que ha llevado a Viñas a convertirse en un historiador como hay pocos, que no sólo arroja luz sobre un pasado desconocido, sino que, al mismo tiempo, desmonta bulos, falacias e invenciones de políticos e historiadores del pasado y del presente. Y fruto de ello es su último trabajo, Oro, guerra, diplomacia. La República española en tiempos de Stalin (Crítica),

Hay una expresión que usted repite varias veces en este libro: “La historia no es definitiva”. Y habla también de que los historiadores “no son definitivos”.

Bueno, es que es así. ¿Por qué? Pues porque el tiempo pasa, las circunstancias en las que se desenvuelven los historiadores cambian, los historiadores cambian, las percepciones del pasado cambian… Pero hay cosas que no cambian, los hechos: hubo una Guerra Civil, hubo una Guerra Mundial. Y lo que los historiadores hacen es explicar los hechos, que en el caso español es muy fácil, porque la historia de España, la de la República, la Guerra Civil y el franquismo, es mala historia. Porque ha sido muy manipulada, muy tergiversada y es ahora, en los últimos 30 años, cuando han empezado a abrirse los archivos y empiezas a ver lo que hubo detrás de los hechos.

Y luego está el aprovechamiento de la historia, que es fundamental. La historia es maestra de vida, sí, pero ¿qué historia es maestra de vida? A veces no es maestra de vida, a veces es madrastra de vida.

Claro, porque ese aprovechamiento es lo que nos trae su libro, que viene también a intentar arrojar luz y verdad en un territorio abonado a la manipulación y los bulos.

Sí, pero eso se desprende de dos características que se dan en mi caso. Primero, que yo no estudié historia en España, estudié ciertas partes de la historia en Alemania y en Escocia. Y yo empecé a estudiar la Alemania nazi y el 18 de julio, y los antecedentes de la intervención alemana en la Guerra Civil por encargo de Fuentes Quintana.

Y yo me encontré ahí, joven diplomático, que no tenía ni mucha idea, con papeles, y eran los papeles equivalentes de los que hacíamos en la Embajada en Bonn, los que yo escribía. Y dije, ‘hay que ver cómo actuaron los protagonistas de los hechos, y eso se refleja en papeles’.

Después de trabajar en muchos archivos de muchos países, me he dado cuenta de que en realidad todos aplican el mismo tipo de racionalidad: tú a la superioridad le tienes que dar información y, en algunos casos, sugerir alternativas. Y eso lo hacen los rusos, los americanos, los ingleses, los españoles y los chinos; tú haces papeles porque tienes que informar al mando.

Es que es su trabajo.

Un ejemplo: el convoy de la victoria, del 5 de agosto de 1936. [El historiador] Paco Espinosa me mandó una relación de los vuelos que se hicieron desde Ceuta, Melilla, más o menos para Sevilla y Cádiz en los dos primeros meses. Se hicieron cerca de 1.800 o 1.900 vuelos. Eso es un hecho. ¿Y dónde está? En un informe que el Jefe Superior de las Fuerzas Aéreas en África emite al general Franco. Puede mentir, pero, ¿por qué va a mentir? ¿Y qué pasa? Pues que el convoy de la victoria queda reducido a la nada, 3.500 hombres. ¿Y qué haces con eso? Pues que te tienes que cargar el mito del convoy de la victoria o por lo menos resituarlo. Y eso no es ser comunista, socialista, de derecha, de izquierda, o de centro. Es simplemente hacer labor de historiador, y yo me guío por los documentos.

En el libro menciona cuando Óscar Alzaga explicó que en los Gobiernos de la Transición se habían hecho desaparecer multitud de documentos.

Porque en los papeles está la verdad. Mucha verdad.

Y a raíz de los papeles en el libro intenta arrojar luz sobre falsedades. Una muy llamativa, que es casi sentido común, es cuando explica que, si las democracias occidentales no prestaban ayuda a la República y Alemania e Italia empieza a ayudar a los sublevados… ¿Qué salida le quedaba al Gobierno de la República más que pedírsela a la Unión Soviética? Y en el libro también se explica que la teoría de la URSS era: ‘Nosotros no somos los aliados preferentes, tendrían que ser las democracias occidentales’.

Claro. Stalin no podía no ayudar a la República por una serie de razones: no quería dar una victoria fácil a los fascismos. Date cuenta que, desde el 7º Congreso de la Comintern, de 1935, el enemigo es el fascismo, no los socialdemócratas.

La reacción inmediata del secretario del Consejo de Ministros británico cuando estalla la sublevación y empiezan a verse lo de los italianos, es: ‘Tendríamos que pensar si no convendría que en España se estableciera un sistema parecido al de Alemania e Italia, que han nacionalizado a las masas’.

Bueno, no le hicieron caso, pero fue uno de los elementos que contribuyó a la no intervención.

Pero también financieramente. En su libro explica cómo el Banco de España también tocó antes las puertas de otros bancos nacionales antes de ir al soviético.

La República tenía un talón de Aquiles: las reservas del Banco de España estaban en oro, esencialmente en monedas, no en lingotes. Y con monedas de oro del siglo XIX en adelante tú no puedes comprar nada, las tienes que transformar en divisas, en francos, libras y dólares.

Era obligado que movilizara el oro, no tenía otra alternativa. Y Franco no tenía ese problema, porque los italianos, ya desde antes del estallido de la sublevación, se habían comprometido con los monárquicos a suministrar armamento.

Y los alemanes se preocuparon de contraprestaciones, pero contraprestaciones minúsculas, piritas, aceite de oliva… Eso dura dos semanas, tres semanas, un mes, y luego, a crédito.

La Unión Soviética empezó a suministrar armas, y no es que el oro fuera la condición necesaria para que los rusos ayudaran, pero tampoco la Unión Soviética era la mamá de Tarzán.

También en el libro se explica que que sin la ayuda soviética la República seguramente habría caído en el 36.

Pero sin duda alguna.

Y por otro lado, que la Unión Soviética prefería lógicamente la liquidez al crédito.

Sin duda. Yo no digo que la Unión Soviética fuera una hermanita de la caridad. Nadie es hermanita de la caridad en nada, ni siquiera en la Unión Europea. Defiendes tus intereses nacionales. Claro, el oro de Moscú lubricó una parte. Los cálculos que se han hecho sitúan el coste de los suministros bélicos en unos 200 millones de dólares, que no agota todo el montante en divisas del oro enviado a Moscú, que eran 450 millones de dólares, porque la República lo que necesita eran divisas porque se veía sometida también al cerco de la banca internacional. ¿Y la banca internacional cuál era? Ingleses, franceses y norteamericanos.

Estaba estrangulada.

Claro. ¿Y qué haces? Lo que es lamentable es que todo esto más o menos lo sabían desde el primer momento los franquistas, les informaban y les daban datos, aunque no completos. Era una guerra porosa la Guerra Civil.

Pero al franquismo no sólo le sirvió para dibujar a un enemigo peor durante la guerra, sino, después, para justificar también su propio caos económico.

Por eso yo digo que la derecha española está vendiendo todavía una versión que está falseada en su concepción primitiva. Tienes que justificar el golpe, y recurres a los asesinatos, disturbios, quemas de iglesias. Pero todo eso se elude porque desde el año 32 los monárquicos y los carlistas sabían que iban a contar con la ayuda fascista. Y lo que necesitan es achuchar a un sector de las Fuerzas Armadas a través de la propaganda de los cuarteles y crear un Estado de necesidad a través de los medios de prensa de la época: el ABC, principalmente, El Debate y La Nación. Se hipertrofian los desórdenes.

Sin embargo, lo que sí que se ha dicho es que parecía que España iba a ser un Estado soviético en agosto del 36.

Esto se dijo en los cuarteles para estimular el fervor patriótico de un sector importante de la oficialidad. Y esto a mí me irrita profundamente. Porque esto se puede encontrar en los archivos militares de Ávila, los del Servicio Histórico Militar, que han estado cerrados cal y canto hasta los años 70.

¿Y quienes han ido a verlos? ¿Ya que todo el mundo escribe sobre la Guerra Civil, por qué no se va a los archivos militares? Los archivos militares son muy baratos y hay papeles. También en el AGA [Archivo General de la Administración], donde está el comercio hispano-soviético.

Que es un comercio que se demuestra desigual.

Ahora estoy con un amigo mío mirando al lado vencedor y el petróleo. Del petróleo no se sabe prácticamente nada, pero es un arma importante. Se pasó de una Guerra Civil cuaternaria a una Guerra Civil mecanizada. ¿Por qué? Porque tenía petróleo. Se sabe que la Texaco le dio petróleo. ¿Pero cuánto? ¿Cómo? ¿En qué condiciones? Todo eso es importante en la historia. Se puede saber, está en los archivos.

Claro. Pero en 2023 todas estas mentiras o todas estas fábulas siguen teniendo eco. Incluso usted dice en el libro a veces que hay cierto paralelismo entre discursos de ahora de la extrema derecha con estrategias de hace 80 años.

Sí, sí, es que yo soy de los que creen que eso está tan metido en el corazón de la extrema derecha que no necesitan a Trump. La batalla por el relato la descubrieron las derechas en los años 30, como Hitler la descubrió en los años 20 y 30 gracias a Goebbels. Y como Mussolini la había descubierto también en los años 20 y 30. Si es que la batalla por el relato es fundamental.

Que no se puede hacer sin libros, sin medios. Usted hablaba de los periódicos de los 30, pero ahora hay redes sociales, televisión, de todo.

Yo he de confesar que he hecho lo que he podido, y también soy una persona que tiene ya 82 años. El análisis de la prensa de derechas en la República en paralelo a la conspiración es una cosa que pide a gritos que alguien lo haga. Yo, como funcionario, voy a la política, a las decisiones que cuentan.

¿Podría no haber habido Guerra Civil? Podría no haber habido Guerra Civil. ¿Qué es lo que determina la Guerra Civil? Olvídate de la reforma agraria, las izquierdas. Todo eso son condiciones necesarias. Sin esas no hubiera habido Guerra Civil, pero con esas solo tampoco hubiera habido guerra.

¿Cuáles son las condiciones suficientes? Pues tener de tu lado al ejército o una parte sustancial del ejército, tener ayuda exterior –italiana– y crear un relato de que España está al borde del precipicio, que es lo que decía el ABC. Y, claro, que el Gobierno no cortara el golpe.

El gran error de la República fue no cortar el golpe, que lo podía haber cortado. Pensaron que sería como una sanjurjada, pero se les olvidó el vector italiano…

Hablando de la ayuda exterior, a veces se ha hecho el paralelismo con la ayuda a Ucrania.

No tiene nada que ver. Era completamente distinto, el problema de la República es que no se le permitió adquirir armas en los arsenales internacionales, ni siquiera en las grandes corporaciones británicas, que tenían unos arsenales inmensos.

En el libro dice que incluso van al mercado negro porque no tienen dónde encontrar armas, no se las venden.

Y a Ucrania se le da el oro y el moro, si no, Ucrania hubiera dejado de existir y habría sido ocupada por los rusos. No hay comparación posible. Es que las circunstancias son absolutamente diferentes.

En su libro menciona una reunión de Dolores Ibárruri con otro dirigente comunista en el Kremlin para hablar del oro de Moscú. Y al final los rusos dicen que en realidad quien debe dinero es España.

Los rusos citan un solo documento, una carta firmada por Negrín en el mes de agosto de 1938, que no se ha publicado. He de confesar que cuando Lavrov me autorizó a entrar en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso de la época soviética, puso como condición que no se me dejara ver los papeles relativos al oro. Tuve las mismas dificultades que teníamos los españoles en el Ministerio de Asuntos Exteriores de los años 70, después de la muerte de Franco. Y no vi ese papel, no lo han publicado.

Entonces, yo me temo que la carta no existió o que fue un invento, o que dijo otra cosa.