Archive for abril 2016

Somos la leche

30 abril, 2016

Fuente: http://www.elmundo.es

PEDRO SIMÓN 30/04/2016 02:12

Los medios de comunicación escritos -algunos más que otros- se encaminan hacia la paradoja láctea: como si una empresa dedicada a la producción y venta de leche hubiese decidido que para sobrevivir y adaptarse a los tiempos que corren hubiera que pasar a cuchillo a la mayoría de las vacas.

Las matan después de años de ordeño industrial, se las quitan de en medio precisamente por vacas, las despiden porque sólo saben dar leche.

Las preguntas se agolpan como los cadáveres en un matadero. ¿La estrategia futura de los medios de comunicación pasa por rebajar la cantidad y calidad de la leche añadiéndole agua? ¿Van a pedirle al puñado de vacas supervivientes de la degollina que sus ubres den vino? ¿Es que ya nadie quiere leche con sabor a leche?¿Puede una sociedad crecer fuerte y sana si no bebe leche? Y también, por qué no decirlo, ¿cuántos parásitos viven en la piel de una sola vaca?

Hay poco de metafórico en esta columna. La información es blanca y en botella. Yo ya lo estoy viendo en un montón de redacciones: a este paso, a los periodistas nos van a mandar mugir.

(…)

Mucho estábamos tardando. En la época del vino sin alcohol, de los deberes sin cuadernos, de las alubias sin oreja, de las modelos sin curvas, de la política sin políticos, lo que nos faltaba era el periodismo sin periodistas. Y ya llegó.

Hacer periodismo sin periodistas va a ser como el último reto de la cocina molecular: hacer una tortilla francesa sin huevos. Mucho mandil de diseño, mucha sartén de platino, mucho gurú de la gallina, mucha cocina de inducción. Pero absolutamente nada que llevarse a la boca.

Hoy, el impacto de lo audiovisual tiene a los empresarios de los medios escritos tradicionales como a Foreman cuando se comió aquella mítica derecha de Ali. Con los ojos glaucos, groguis, dando manotazos de náufrago, sin entender por dónde les vino la hostia, tratando de levantarse antes de que las redes, la competencia y hasta los youtubers cuenten hasta 10.

El resultado de todo es que importa mucho la comunicación y nada la información. Que queremos usuarios y no lectores. Que los medios son una eterna jornada de puertas abiertas en las que un señor de Murcia o un tuitero de Palencia se te meten en la redacción, se te sientan en el ordenador y te dicen cómo tienes que hacer el periódico. Las otra tarde una manada de japoneses con Nikon vio a un tipo leyendo un diario en el andén de Alonso Martínez -exótico en el ademán-, y se hicieron una foto con él porque no daban crédito.

Mañana es el día del trabajador y el martes es el de la libertad de prensa. En tiempos de ERE en esta casa, estas líneas no podían ir de otra cosa. EL MUNDO es grande -ojalá que lo siga siendo- porque el director te deja escribir cosas como ésta.

«Ya no somos el país de un millón de vacas», se lamentaba el escritor Manuel Rivas escribiendo sobre su Galicia natal. Yo espero que podamos seguir siendo el periódico donde pastan los periodistas.

Desde que comenzó la crisis hasta hoy, más de 12.000 trabajadores de los medios de comunicación se han quedado sin empleo. Un periodista que ve peligrar su trabajo tiene miedo. Un periodista que tiene miedo no encaja con el oficio de contar la verdad. Un periodista que no tiene la intención de contar la verdad no es un periodista, sino un tipo a sueldo del hampa.

O una vaca loca.

Somos la leche.

Unidad Editorial: el ERE que no es noticia

29 abril, 2016

Fuente: http://www.lamarea.com

“Al leer la noticia del nuevo ERE de Unidad Editorial (propietaria, entre otros, del periódico ‘El Mundo’) he revivido ese seísmo cerebral infantil de incomprensión absoluta”, escribe la autora.

27 abril 2016 | 19:52

Unidad Editorial: El ERE que no es noticia
Unidad Editorial agrupa a varios medios de comunicación. FOTO: Unidad Editorial

MADRID// Seis años de mi infancia los crecí en Galicia. De allí me llevé la morriña, la perseverancia y la esforzada resignación ante la vida. Resignación fruto de un clima de tozudez húmeda y hostil. Sólo en ese entorno podía darse una mujer tan fascinante. No recuerdo su nombre ni el de su restaurante pero nunca se me olvidará lo singular de sus maneras. Era una gallega de gesto adusto y malos modos que servía diariamente comidas a los valientes que se atrevían a sentarse a su mesa. No había carta ni menú y por supuesto no se podía reservar.

El ritual consistía en sentarte y esperar a que la dueña se acercara. Ella decidía lo que comerías, sin preguntas, te miraba con rigor médico como calculando la presas necesarias para alimentar a los reptiles del terrario y te informaba de su decisión “Media de pulpo, unos percebes, empanada de xoubas, Ribeiro de la casa y agua para la niña. Chimpún. Manteles de papel y bancos corridos. Te servía con desprecio y te hacía ver que le incomodaba cualquier petición extra. No era lugar para alérgicos ni tiquismiquis. Su única baza, la calidad y el sabor exquisito de lo que fuera que tocara ese día. Siempre terminabas ahíto y con cierto síndrome de Estocolmo. Te maltrataba, te despreciaba y además lo pagabas. Y volvías. Recuerdo que para mi mente infantil era incomprensible tal delectación en un entorno tan desagradable. El sabroso menú aleatorio no me parecía que compensara el trato.

Al leer la noticia del nuevo ERE de Unidad Editorial (propietaria, entre otros, del periódico El Mundo) he revivido ese seísmo cerebral infantil de incomprensión absoluta.

El artículo donde se desarrolla la información no he sabido encontrarlo en el propio periódico afectado. Periodistas que cubren información con libertad e independencia se han olvidado de publicar una que les afecta directamente, de la que tienen todos los datos y con evidente interés informativo, como así ha sido para otros medios. Ni una columna de opinión que, por serlo, no se tiene que plegar a intereses políticos ni mercantiles. Nada. No se ha vislumbrado ni un atisbo de indignación.

Mi estupefacción aumenta cuando, profundizando en el expediente presentado por Unidad Editorial, se justifican los despidos por la necesidad de un ahorro de 15 millones de euros. Hace tan sólo dos años de la destitución, con discurso desde púlpito incluido, del atirantado Pedro Jota. El montante de su indemnización ascendió a 13,5 millones de euros cuando el periódico ya acumulaba pérdidas con las que justificó el despido del fundador. Sólo 1,5 millones menos con respecto al ahorro que ahora resulta imprescindible.

Es difícil creer en la independencia de cualquier profesional con este trato laboral. Es difícil creer que el deber de informar es lo que prevalece cuando no informan de su propia injusticia. Hay tantos sectores que nunca tienen voz que resulta más insultante que no utilicen su capacidad de difusión para que todos sepamos una vez más de la perversidad de la reforma laboral, de su protección al empresario y su abandono del trabajador.

Ojalá que además de plantar a Pablo Iglesias por un ataque a un compañero de ese periódico planten a sus jefes y escriban la verdad, escriban la noticia y la columna de opinión. Ojalá planten al próximo presidente con tendencia plasmática. Ojalá pudiéramos siempre elegir el menú sin sometimientos ni maltratos. Ojalá.

La segunda oportunidad

28 abril, 2016

Fuente: http://www.eldiario.es

La solución al dilema del bipartidismo que se mueve entre la derecha del PP o un PSOE que comparte tanto políticas europeas de recortes como servilismo internacional e intervenciones militares con la OTAN y Estados Unidos, solo pasa por lo que se ha denominado el sorpasso

Alberto Garzón, portavoz de IU-UP en el Congreso. EFE

Tras las últimas elecciones generales algunos vieron el vaso medio lleno y celebraron el fin del bipartidismo, otros no lo vimos tanto e insistimos en que los dos grandes partidos siguen gobernando las autonomías no nacionalistas y acaparan una mayoría absoluta en las urnas y en parlamentarios nacionales.

El despegue de Podemos y las candidaturas de cambio que se incorporan a su grupo político, a pesar de contar con un número de diputados que nunca llegó a conseguir Izquierda Unida, se enfrentan al mismo dilema que lleva sufriendo la coalición durante décadas, muy oportunamente explotado y rentabilizado por el PSOE y su entorno mediático: si no les apoya estará alineándose con la derecha montando la dichosa pinza, y si lo hace, un sector de sus votantes le dará la espalda por considerarles cómplices de las políticas neoliberales socialistas. El coste de ese dilema en términos de debate interno siempre terminó siendo tremendo para Izquierda Unida, si echamos la vista atrás veremos que todos los conflictos y escisiones han girado en torno a qué postura debía adoptarse ante una investidura socialista. Después, apoye o no apoye al PSOE, participe o no participe en un gobierno conjunto, termine la legislatura de ese gobierno socialista con más o menos apoyos ciudadanos, los resultados ante las siguientes elecciones nunca terminan siendo buenos para la coalición. La casuística -nacional o autonómica- recoge todas las situaciones para poder comprobarlo.

Ahora la historia se vuelve a repetir con Podemos: acusación de pinza, conflicto interno rentabilizado y magnificado por la prensa, frustración y desánimo ciudadano… La organización morada ha comprobado también algo que ya vivió Izquierda Unida: el PSOE prefiere aliarse con cualquier opción antes que con algo que considere que está a su izquierda para poder patrimonializar esa franja sociológica y, por supuesto, para seguir sirviendo a los intereses de los que es rehén desde la Transición. Lo hizo Felipe González en su última legislatura de gobierno cuando eligió gobernar con CiU y PNV antes que con IU, aunque eso le supusiese la caída. Y también Zapatero, en su segunda legislatura, optó por una investidura por mayoría simple y en segunda vuelta antes que cosechar el apoyo de la izquierda parlamentaria.

En las pasadas elecciones generales, la falta de un acuerdo entre Podemos e IU impidió una candidatura común que habría logrado más votos que el PSOE y 13 escaños más que los que ahora tienen

La solución al dilema del bipartidismo que se mueve entre la derecha del PP o un PSOE que comparte tanto políticas europeas de recortes como servilismo internacional e intervenciones militares con la OTAN y Estados Unidos, solo pasa por lo que se ha denominado el sorpasso. Es decir, que una alternativa de izquierdas, con todos los matices que puedan apreciarle los votantes y militantes de las diferentes organizaciones, logre superar en votos al PSOE. Será entonces cuando ese eterno dilema se supere. Eso es lo que ha sucedido, por ejemplo, en la ciudad de Valencia, donde Compromís logró más votos que el PSOE y han sido estos últimos los que han debido apoyar a Joan Ribó. Por supuesto, puede que la nueva opción en un futuro pueda resultar frustrante o no, pero el conjuro que nos tenía paralizados se habrá roto.

En las pasadas elecciones generales, la falta de un acuerdo estatal entre Podemos e Izquierda Unida impidió una candidatura común que, si hacemos el simplista ejercicio de sumar los votos conseguidos por ambas organizaciones, habría logrado más votos que el PSOE y 13 escaños más que los que ahora tienen. Cosas de la circunscripción provincial y la ley d’Hondt.

La probable repetición de las elecciones ofrece una nueva oportunidad que, considero, no se debería desaprovechar. Por supuesto, ambas organizaciones tienen diferencias en métodos, discurso y en algunas cuestiones de programa, pero es evidente que una única candidatura por motivos tácticos beneficiaría a ambas. Hemos de recordar que Izquierda Unida ha estado durante lustros presentándose a las elecciones europeas con Iniciativa per Catalunya y que los eurodiputados elegidos posteriormente se integraban en grupos políticos diferentes del Parlamento Europeo. En cambio, ahora los diputados de Podemos e Izquierda Unida -que se presentaron en candidaturas diferentes- se encuentran en el mismo grupo europeo trabajando con normalidad.

Aunque es probable que algunos votantes de Podemos se descuelguen por no verse “manchados de rojo” compartiendo candidatura con IU, y que algunos de la coalición lo rechacen por considerar que se descafeínan los principios, estoy convencido que otros muchos ciudadanos verán con ilusión esa confluencia electoral hasta poder compensar las pérdidas de apoyos. La historia de las victorias electorales de la izquierda está salpicada de ejemplos de unidad de este tipo. Frentes electorales en los que las diferentes organizaciones no perdían su identidad al tiempo que lograban levantar un entusiasmo que multiplicaba más que sumaba los apoyos. Podemos debería percibir que Izquierda Unida tiene detrás casi un millón de votos, e Izquierda Unida asumir que con el actual sistema electoral los 733.868 de sus votos que no han sido de Madrid no han servido para lograr escaños. Compárese con los nueve diputados que Compromís-Podemos logró en la Comunidad Valenciana con menos papeletas.

Mucho que temo que la ciudadanía se aboca frustrada y desilusionada a unas nuevas elecciones en las que percibe que se volverán a repetir unos resultados que no rompen el bipartidismo ni auguran cambios políticos para el país. Una candidatura conjunta, con el formato legal que se considere, pero que respete la identidad de sus componentes, puede ser el verdadero asalto a los cielos que los de Podemos prometieron y que los de IU nunca consiguieron.

Peor que un ‘sorpasso’ un’sorpasok’

27 abril, 2016

Y también un sorPP si las cosas se hacen bien con el entendimiento de las fuerzas de progreso (Podemos e IU, a la cual felicito hoy por su 30º cumpleaños) y las confluencias territoriales (País Valencià, Cataluña y Galicia).

Fuente: http://www.eldiario.es

El PSOE es quien más se juega yendo otra vez a las urnas: la coexistencia de una alternativa con opciones y un PSOE en sus horas más bajas, pueden ser la tormenta perfecta

Pedro Sánchez trasladará al Rey que las elecciones pueden «fortalecer al país y las instituciones»

Si queda alguna posibilidad remota de evitar elecciones, está en que a Pedro Sánchez le tiemblen las piernas al entrar este martes en Zarzuela. Que cuando el rey le dé las buenas tardes, el líder del PSOE se eche a llorar en su hombro y acabe por aceptar alguno de los escenarios que ha rechazado durante cuatro meses: gobierno con Podemos, o gran coalición.

Si alguien se la juega yendo otra vez a urnas es el PSOE. El que más tiene que perder, al que más se le pueden torcer las cosas. Hasta el 26 de junio queda una inmensidad, nueve semanas que al ritmo que vive la política española equivalen a una década. La volatilidad esa de la que tanto hablábamos antes del 20D, y que ahora volverá a escena.

La historia reciente del PSOE es pura ley de Murphy: si algo puede salirle mal, saldrá peor. Y aún así, el 20D salvó los muebles, aunque fuesen unos muebles desvencijados. Mantener el segundo puesto equivalía a salvar una bola de partido, una victoria pírrica tras la que necesitaba ganar tiempo, un par de años al menos, para recomponerse. Y eso es lo que va a perder al dejar que muera la legislatura. Se le acaba el tiempo.

Puede pasar de todo, claro, pero pintan nubarrones. Tras la campaña tan gris que hizo Sánchez para el 20D, va a tener que esforzarse mucho para que una parte de sus votantes no se quede en casa el 26J. Y en cuanto al relato de “nosotros lo hemos intentado todo”, está bien, sí, pero no llega para nueve semanas, habrá que inventar otros argumentos. A cambio, el precio a pagar por haberse hecho tantas fotos con Albert Rivera puede ser una fuga de su flanco izquierdo hacia Podemos.

Pablo Iglesias y los suyos tienen el viento de cara y lo saben: no se han desgastado tanto en estos meses como dicen los analistas interesados, y a cambio son los reyes de la campaña electoral, como demostraron en diciembre. De aquí al 26J solo pueden ir a más, en cuanto resuelvan las confluencias y empiecen a llenar pabellones, viralizar vídeos emocionantes y triunfar en los platós. Mantendrán movilizados a muchos más votantes que el resto de partidos, y encima son los que tienen más donde pescar: echarán una caña hacia los socialistas desencantados, y otra hacia IU, con la que sospecho que están intentando el mismo juego de antes del 20D: que parezca que hay muchas ganas de una coalición, para en el último momento levantarse de la mesa llevándose lo único que a Podemos le interesa de IU: sus votos.

Se habla mucho del ‘sorpasso’ estos días, el viejo fantasma de los años noventa, cuando la Izquierda Unida de Anguita se iba a comer al PSOE, amenaza que luego quedó en nada. Pero eran otros tiempos, y ahora existe un miedo mucho mayor: el ‘sorpasok’, la mezcla de sorpasso y pasokización. Es decir, la coexistencia de una alternativa con opciones reales de superar a los socialistas (Podemos) y un PSOE en sus horas más bajas (como el PASOK griego hace unos años). La tormenta perfecta, en la que tendrá que navegar Pedro Sánchez desde mañana.

25/04/2016 – 19:58h

La prensa contra el periodismo

26 abril, 2016

Fuente: http://www.eldiario.es

La verdad es que el periodismo de este país tiene un problema de coherencia y, por tanto, de credibilidad. Los periodistas se van de la conferencia de Pablo Iglesias, pero no cuando Rajoy da una rueda de prensa en plasma o cuando su partido veta, elige las preguntas o directamente las prohíbe en una rueda de prensa. Se levantan para defender a un redactor de El Mundo, pero la profesión se queda muda cuando la empresa de ese periódico, Unidad Editorial, está a punto de echar a 224 trabajadores.

Iglesias podría haber aprovechado para señalar la precariedad laboral de la profesión y la debilidad de los curritos frente a la empresa que son las causas del mal periodismo, pero eso no quita para que lleve razón. La airada indignación del gremio contra él no ha hecho más que confirmarlo. La verdad escuece. La verdad es que, como él señalaba, se ha vuelto a aprovechar la ocasión para atacar a Podemos en lugar de censurar al poder que mueve los hilos para que así sea.

La verdad es que el periodismo de este país tiene un problema de coherencia y, por tanto, de credibilidad. Los periodistas se van de la conferencia de Pablo Iglesias, pero no cuando Rajoy habla en plasma o cuando su partido veta, elige las preguntas o directamente las prohíbe en una rueda de prensa. Se levantan para defender a un redactor de El Mundo, pero la profesión se queda muda cuando la empresa de ese periódico, Unidad Editorial, está a punto de echar a 224 trabajadores.

Se levantan para defender a un compañero de los ataques de Iglesias, pero no cuando este gobierno impone leyes mordaza, amenaza a periodistas desde el ministerio de Hacienda, destituye a directores de periódico, manipula los medios públicos, echa a otros compañeros o nos presiona, como nos sigue ocurriendo a algunos incluso en medios independientes. El corporativismo selectivo desprestigia al gremio tanto como el periodismo a sueldo de tiburones.

Los periodistas que ahora se movilizan porque les acusan de cercanía al poder, nunca protestan cuando el poder purga a otros. Es lógico que la corte aplauda al rey cuando corta cabezas, pero es absurdo que lo haga la plebe del periodismo, cuya cabeza puede ser la siguiente. Eso es lo que ha ocurrido, que el currela se alía con el patrón sin darse ni cuenta o por congraciarse con él. Las tropas han dado munición a los generales para el linchamiento a Podemos, en lugar de darse la vuelta y apuntarles con sus rifles por prostituir el periodismo.

Hemos perdido otra ocasión de apuntar al virus que ataca a la profesión desde dentro. El problema mayor no es Iglesias contra la prensa, como se dijo en redes, es la prensa contra el periodismo. Iglesias señala que el rey va desnudo y respondemos que señalar con el dedo está feo.

Recuerda que este programa es solo posible gracias a ti.
Difúndelo y, si puedes, hazte Productor o Productora de #CarneCruda.

¿Qué hacemos con las calles de los corruptos?

25 abril, 2016

Fuente: http://www.cntxt.es

JULÍÁN CASANOVA 2 DE FEBRERO DE 2015
La mayoría de los nombres de las calles en España, como las ceremonias conmemorativas, los festejos o los monumentos, son un claro reflejo de nuestra historia zigzagueante en los siglos XIX y XX. Liberales y absolutistas, ya durante el primer tercio del siglo XIX, bautizaron plazas y calles con nombres constitucionales o antirrevolucionarios, según quién ocupaba el poder, pero fue en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, con el crecimiento y expansión de las ciudades, cuando más ocasiones se presentaron de dar nombres a las calles.

Los nuevos callejeros se dedicaron a honrar a los políticos del momento, liberales y conservadores, a nobles, terratenientes y a las buenas familias de la industria y de la banca. Junto a ellos, aparecieron también las glorias de España, los héroes de la Reconquista y mitos medievales, reyes y emperadores. Y como en España no hubo ruptura religiosa en tiempos de la Reforma protestante y el catolicismo se convirtió en la religión del statu quo, hubo una fusión del españolismo con el catolicismo, bien reflejada en los nuevos callejeros, repletos de personajes de raza, militares y santos. Una historia de hombres, con muy pocas mujeres, salvo las más santas y algunas reinas.

Durante la II República, los símbolos religiosos cedieron paso a otros ritos laicos, más o menos reprimidos hasta entonces, y se rebautizaron calles y plazas mayores de pueblos y ciudades. Hubo más nombres de significado republicano (plaza de la Constitución, plaza de la República, calle 14 de abril) que de orientación obrera o revolucionaria, aunque la presencia anarquista, comunista o socialista en la zona republicana durante la Guerra Civil dejó su huella en las calles de ciudades como Madrid, Valencia o Barcelona, las tres capitales de la República en esos tres años, con nombres que honraban a personajes tan dispares y distantes como Durruti, Pablo Iglesias, Marx o Lenin.

Duró poco, sin embargo, esa huella, borrada a golpe de fusil del callejero y de la historia a partir del 1 de abril de 1939. Acabada la Guerra Civil, los vencedores ajustaron cuentas con los vencidos, recordándoles durante casi cuatro décadas quiénes eran los patriotas y dónde estaban los traidores. Calles, plazas, colegios y hospitales de cientos de pueblos y ciudades llevaron desde entonces los nombres de militares golpistas, dirigentes fascistas de primera o segunda fila y políticos católicos. Se honraba a héroes inventados, criminales de guerra y asesinos en nombre de la Patria, pero también a ministros de Educación como José Ibáñez Martín, quien, con su equipo de ultracatólicos, echaron de sus puestos y sancionaron, durante la primera década de la dictadura, a miles de maestros y convirtieron las escuelas españolas en un botín de guerra repartido entre familias católicas, falangistas y excombatientes.

Cuando Franco murió, en noviembre de 1975, era difícil encontrar una localidad que no conservara símbolos de su victoria, de su dominio y de su matrimonio con la Iglesia católica, en calles y monumentos. Algunos de ellos desaparecieron en los primeros años de la transición a la democracia, sobre todo tras las elecciones municipales de 1979, que llevaron a los Ayuntamientos a numerosos alcaldes y concejales de izquierda. Pero los cambios siempre fueron objeto de disputa y a nadie se le ocurrió aprovechar el callejero para formar o educar a los ciudadanos en una nueva identidad democrática.

Muchos políticos de derechas, y sus fieles que les jaleaban, siguieron defendiendo, pese a la aprobación de la Ley de Memoria Histórica en diciembre de 2007, que no había que tocar los nombres de las calles, para no herir susceptibilidades o remover los fantasmas del pasado. Y sin embargo, ellos mismos se autohomenajeaban o dejaban a los demás que lo hicieran. Algunos de ellos están ahora en la cárcel o imputados por corrupción y el ciudadano pasa por delante de los monumentos o calles dedicados a su gloria: “Valiente mujer naciste, correcta tú te portaste, luchando por Alicante, entre todos destacaste”, puede leerse en el que rinde culto a la exalcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, en un pueblo de esa provincia.

En otras palabras, la democracia actual ha reproducido también en ese tema las viejas costumbres del caciquismo y la grosería y la fanfarronería se han impuesto a los valores cívicos en el territorio de la política democrática. Pura historia de España.

Por eso no son cuestiones irrelevantes las polémicas suscitadas acerca de cómo ocupar los espacios públicos. El Estado se desentiende, a los ciudadanos les importa poco ese asunto capital en la forja de una nueva cultura política y al final hemos sustituido los homenajes a Franco y a golpe de fusil con otros grotescos dedicados a corruptos, fanáticos del pelotazo y de la prostitución.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

http://www.juliancasanova.es/

Las vacaciones que disfrutarás… gracias a la República

24 abril, 2016

Fuente: jsmutxamel.blogspot.com

Durante muchos años, han corrido tópicos que, repetidos una y otra vez, han acabado calando en ciertas capas de la población española. Tópicos que, incluso, repiten, quienes viviendo en esas épocas tuvieron la oportunidad de comprobar que esos tópicos eran más bien lo contrario.

Raro es el caso de alguien que no haya escuchado frases como «Con Franco se vivía mejor», «Franco puso la Seguridad Social».«Mucho quejaros pero la paga extra la tenemos gracias a Franco». Frases repetidas por nostálgicos disfrazados o botarates ilustrados que pueblan algunos bares y tabernas de España.

El único dato cierto y real, pero sin analizar exhaustivamente, es el famoso «Franco puso la paga extra». En realidad, Franco tomó esta medida ocho años después de la Guerra Civil, siendo una paga de solo 7 jornales o el salario de una semana, tras derogarse la jornada de 8 horas laborales, aprobada en la Industria gracias a la Huelga de la Canadiense, en 1918 y en el campo gracias a un Decreto de la Segunda República, que extendía esa jornada de 8 horas al campo y demás sectores económicos. Los trabajadores que en 1936 trabajaban 8 horas pasaron a trabajar del orden de 9 a 10 horas durante todos los días de la semana sin que hubiese una compensación de salario
La prohibición de las huelgas y las protestas obreras, reprimidas por el régimen franquista a sangre y fuego, permitía que muchos empresarios, flexibilizaran más esas jornadas —como se dice ahora—, habiendo casos de empresas donde esas 10 horas se convertían en 11 o 12, como en los años finales al siglo XIX —algo que reconoce incluso un diario como ABC—.

A ello hay que sumar una inflación desbocada debido al auge del «Mercado Negro», conocido como estraperlo. Sin ir más lejos, el año en el que Franco puso la «paga», la inflación en España era del 37%, la más alta de todo el siglo XX. Las condiciones, por tanto, no podían ser más leoninas para la clase obrera, mientras muchos estraperlistas, bien codeados con las autoridades de la Dictadura, hacían la fortuna, siendo uno de ellos, según testigos y supervivientes, en Valencia, el padre del dueño de MERCADONA, el que ahora da lecciones de como se deben hacer las cosas y a quien el Gobierno ha concedido que todos los trabajadores estén cubiertos por el «régimen laboral» de MERCADONA gracias a la Ley de Mutuas, que permitirá a las empresas ahorrarse dinero a costa, en gran parte, de la salud de los trabajadores.

Ante esta situación, ante la situación internacional, perdida para el fascismo y el nazismo la Segunda Guerra Mundial, y ante el auge de la Guerrilla, que controlaba amplios territorios, el miedo hizo a Franco realizar una concesión: crear la «paga del 18 de julio». Se trataba de un salario de sólo 7 días, que se descontaba del salario del resto del año —lo cual beneficiaba a las empresas, al poder retener parte del salario neto de los trabajadores—.

No fue hasta finales de los 60 y los años 70 cuando, debido a la fuerza del Movimiento obrero y las constantes huelgas con reinvidicaciones políticas, los obreros conseguirían que esa paga se fuese convirtiedo primero en el salario de 20 días de trabajo y, posteriormente, de un mes completo que, acabada la Dictadura de Franco, pasó a cobrarse en junio.

Sin embargo, mucho antes de ello —y, curiosamente, derogado por Franco una vez controlado todo el territorio tras la Guerra civil— las movilizaciones obreras, cada vez más fuertes desde principios de siglo, llevaron a que la Segunda República, con Largo Caballero como ministro de Trabajo, aprobase, en la famosa Ley de Contrato de Trabajo, del 21 de noviembre de 1931, por primera vez en la Historia de España, el derecho a las vacaciones pagadas para todos los trabajadores. Tanto es así, que incluso algunas sentencias contra empresarios que se «pasaban por el forro» las vacaciones de sus trabajadores, han tomado como jurisprudencia o motivación dicha Ley.

Se establecía que las empresas debían abonar siete días de salario, en los cuales todos los trabajadores gozarían de siete días de descanso. De esta forma, curiosamente, 16 años antes de aprobar Franco la famosa «paga del 18 de julio», la Segunda República aprobaba el derecho a descanso vacacional, reduciendo la jornada anual de los trabajadores sin pérdida de salario, a diferencia de la paga otorgada en su día por el Dictador. Y, sobre todo, en un país que, en 1931, tenía los precios mucho más bajos que en 1947, donde la inflación acumulada hacía que algo que costase una peseta en 1931 tuviese un precio de cuatro pesetas en 1947.

Curiosamente, ese derecho, concedido tras mucha lucha por la Segunda República, derogado por Franco – luego descafeinado en el Fuero del Trabajo, donde se dictaba su existencia, pero sin especificarse ni decretarse, incumplido en muchos casos-  y reconquistado con grandes movilizaciones obreras, está siendo conculcado en muchos casos en la actualidad. No son pocas las empresas que, debido a la temporalidad de los contratos e incluso a bordear la ya de por sí rídicula legislación laboral, privan a muchos trabajadores de ese derecho conquistado con mucha sangre, mucho sudor y mucho sacrificio. En parte, porque muchos obreros, trabajadores o trabajadoras, han pasado a menospreciar e incluso olvidar como se consiguieron esos derechos, llegándose a la absurda situación de las quejas de algunos trabajadores ante la huelga de RENFE de estos días. Trabajadores que olvidaron, gracias a la colaboración de algunos, que esas vacaciones de las que disfrutan llegaron gracias a la lucha de los obreros no muy diferentes de esos a los que señalan con el dedo.

Si aún tienes la oportunidad de tener y disfrutar de unas vacaciones en tu trabajo, aprovecha para descansar, para relajarte e, incluso, para desconectar del estrés de la rutina. Si es que aún conservas ese derecho. Pero no olvides que estás disfrutando de un derecho conquistado por esa República de la que tantas veces te han hablado barbaridades, de esa que te dijeron que era el infierno hecho realidad. Los datos, que están ahí para quienes quieran consultarlo, dicen todo lo contrario.

Disfruta de tu derecho e intenta luchar para que nunca pueda ser borrado de tu presente.

Un libro revela que Franco colaboró con Hitler en las deportaciones de españoles y judíos a campos de concentración

23 abril, 2016

Uno de los días que más me gustan hoy 23 de abril, la conmemoración del día del libro. Recordadlo siempre: más libros, más libres. Y una frase de El Quijote: «Amigo Sancho, quien lee mucho y viaja mucho, sabe mucho y ve mucho.

Fuente: http://www.eldiario.es

El periodista Carlos Hernández ha escrito Los últimos españoles de Mauthausen, un libro que incluye documentos inéditos que demostrarían cómo Franco fue un actor activo en la deportación de más de 9.000 españoles

El autor también incorpora telegramas nunca vistos hasta ahora que reflejarían la falta de voluntad del dictador español por salvar a unos 50.000 judíos de origen sefardí

«Resultó más sencillo encontrar documentación fuera de España. Aquí hay más trabas», asegura en conversación con eldiario.es

Franco y Hitler, en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. / picture-alliance/Judaica-Samml/Newscom/Efe

Franco y Hitler, en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. / picture-alliance/Judaica-Samml/Newscom/Efe

Documentos hasta ahora inéditos demuestran que Franco colaboró con Hitler en la deportación de más de 9.000 españoles que acabaron en los campos de concentración nazi. La mitad de ellos no salieron con vida. Las pruebas y los testimonios que lo prueban los ha recopilado el periodista Carlos Hernández en el libro Los últimos españoles de Mauthausen. Pero hay más. Telegramas nunca vistos apuntalan la responsabilidad de Franco en el asesinato de más de 50.000 judíos de origen sefardí (descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica a finales de la Edad Media).

«Escribiendo me he dado cuenta de que nos han engañado. La educación maniquea que se nos ha impartido ha intentado reescribir la historia», lamenta Hernández en conversación telefónica con eldiario.es. El libro surgió de las ganas de dar carpetazo al cargo de conciencia que sufrió al morir su tío Antonio, prisionero en Mauthausen. «Nunca le pregunté sobre el asunto de la deportación y tenía una espina clavada», apostilla.

Se puso manos a la obra y empezó a bucear por archivos, bibliotecas y hemerotecas hasta gestar una obra de más de 500 páginas con la que poner punto y final a esa tesis tan extendida de que la dictadura española no se inmiscuyó en la Segunda Guerra Mundial. Con un vasto material, alguno desconocido hasta el momento, el periodista consigue llegar a una conclusión: Franco, desde España, y Hitler, desde Alemania, se conjuraron con la idea de enviar a los campos de exterminio nazi a 9.328 ciudadanos españoles. De ellos, más de 5.000 no consiguieron sobrevivir a las terroríficas condiciones de los campos de concentración.

El germen de esta historia se remonta al 31 de julio de 1938. Ese día la policía franquista y la Gestapo –policía secreta nazi– acordaron un protocolo de actuación para agilizar los procesos de extradición y el intercambio de información sobre sus enemigos comunes. A partir de ahí, la comunicación no se cortó, sino más bien, se intensificó. En una de las cartas, Madrid admite que se «desentiende» de la suerte que puedan correr los españoles que todavía no han sido capturados por la Francia ocupada y devueltos a España.

Pero el día ‘D’ estaba aún por llegar. El mismo día en el que el ministro español de Gobernación Ramón Serrano Suñer visitaba Berlín, el Reich emitió una orden que despejó el camino para que miles de presos españoles acabarán en campos de concentración.

«Es ridículo pensar que todo responde a una casualidad», apunta el autor del libro, quien no duda de que «Hitler hizo el trabajo sucio a Franco para que el dictador español se pudiera librar de los ciudadanos que consideraba sería peligroso que volvieran a España». En el libro se mencionan además distintos documentos que demostrarían que Alemania informó «puntualmente» de sus planes de deportar a los españoles capturados en el país galo.

Lo desalentador viene a continuación. Según el relato de Carlos Hernández, Franco tuvo en sus manos la posibilidad de salvar a muchos españoles de una muerte segura y no lo hizo. «El régimen español tuvo capacidad de decisión sobre el destino de los españoles. Es más, salvó a dos personas que tenían vínculos con los franquistas. Lo intentó con algunos otros pero la respuesta que llegó desde Alemania es que ya era tarde. Estaban muertos», explica.

Pero ¿quiénes eran esos españoles? El escritor perfila tres grupos: los que sirvieron en las filas del Ejército francés en la Segunda Guerra Mundial, miembros de la Resistencia, y los hombres, mujeres y niños refugiados en la pequeña ciudad francesa de Angulema y que formaron parte del ‘Convoy de los 927’. En total, más de 9.000 españoles, de los que 5.180 murieron, 330 figuran como desaparecidos y 3.800 sobrevivieron. Como el murciano Francisco Griéguez, que a estas alturas todavía sigue sin poder conciliar el sueño y cuyo testimonio se incluye en el libro.

50.000 judíos que Franco podría haber salvado

Franco tuvo responsabilidad en el exterminio de judíos; en concreto, de 50.000 de origen sefardí. Lo asegura el periodista aludiendo a los telegramas que ha conseguido reunir. «Antes de que el Gobierno alemán pusiera en marcha la solución final, aprobó un decreto por el que se permitía a sus aliados repatriar a sus judíos», cuenta. Pero en España se optó por una postura de indiferencia: la circular que se hizo llegar fue la de salvar exclusivamente a los judíos que pudieran demostrar sobradamente su nacionalidad española, una condición muy difícil en ese momento para muchos.

En la captura que se muestra a continuación se puede leer como un diplomático español destinado en el extranjero se desentiende de las consecuencias que puedan tener las restrictivas instrucciones salidas de Madrid y subraya que, si no se levanta la mano, los repatriados «serán pocos». Con estas pruebas en la mano, se deduce, por tanto, que Franco conocía las intenciones de Hitler respecto a los judíos de toda Europa.

Telegrama incorporado por el autor en el libro y facilitado a eldiario.es

Telegrama incorporado por el autor en el libro y facilitado a eldiario.es.

«Simplemente con que hubiera tenido voluntad, podría haber salvado a decenas de miles de judíos de origen sefardí que en los años 40 residían en Europa, principalmente en Salónica y en Budapest», relata el autor. «No es muy moral para un régimen católico pedir a los judíos que en un momento como ese se entrara en el juego de la nacionalidad. Los que se salvaron finalmente no superaron los 700», señala. El origen español de los sefarditas, y por tanto su derecho a acceder a la nacionalidad, sí acredita su condición, se remonta a la época de los Reyes Católicos, cuando los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica.

Con todo el material recopilado, ¿ha sido difícil escribir este libro? Responde Carlos Hernández de manera automática, sin rodeos: «Resultó más sencillo encontrar documentación fuera de España. Aquí hay más trabas, como las que puso la Fundación Francisco Franco o la Fundación Ramón Serrano Suñer para poder bucear en los archivos que guardan, y que no se han hecho públicos. «Espero que sigan saliendo más datos», lanza al aire como último deseo.

El futbolista y el cura

22 abril, 2016

Fuente: http://www.elpais.com

Di Canio, durante su presentación como entrenador del Sunderland
Di Canio, durante su presentación como entrenador del Sunderland Ian MacNicol Getty Images

«Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra» —John Donne

Un club de fútbol ficha como entrenador a un personaje repelente. Su manera de entender el mundo atenta contra los antiguos valores del club. Pero es un ganador y el club está desesperado por ganar. A cambio de victorias, o de la promesa de victorias, vende su alma al diablo. Decide que el éxito en el campo vale más que el honor, que ganar partidos justifica el sacrificio del señorío.

Hablamos, por supuesto, del Sunderland, equipo leyenda del noreste de Inglaterra, club triunfador a finales del siglo XIX y principios del XX. Hablamos de su decisión, anunciada hace una semana, de contratar a Paolo di Canio como entrenador. Di Canio, un ex jugador italiano, se ha definido durante años como fascista, en el sentido estricto de la palabra: no ha disimulado su admiración por Benito Mussolini. No solo lleva un tatuaje en el brazo con la palabra Dux, sobrenombre latino por el que al dictador italiano le gustaba que le conocieran, sino que él mismo lo confesó en 2005. “Soy fascista,” dijo. Aunque rápidamente, y curiosamente, agregó: “pero no soy racista”.

La distinción no convenció a David Milliband, un excanciller laborista británico, que dimitió como vicepresidente del Sunderland nada más conocerse el nombramiento del italiano. El resto de la directiva del club careció de la misma claridad moral. El terror, muy real esta temporada, de descender a la Segunda División inglesa y la convicción de que Di Canio era el hombre indicado para evitar la catástrofe les nubló el pensamiento. Los que nombraron a un fascista como entrenador eran los mismos que unas semanas antes habían tomado la decisión de crear una alianza formal entre el club y la Fundación Nelson Mandela.

Tras recibir la carta de un decano, Di Canio asegura que rechaza el fascismo. ¿Lo dijo de corazón?)

Mandela fue el antiHitler del siglo XX, el líder cuya grandeza consistió en unir a un pueblo dividido, no en fomentar el odio y en masacrar a sus enemigos. Lo que hizo el Sunderland fue optar por agitar dos banderas, con una mano la de Mandela; con la otra, la de Mussolini, el amigo de Hitler. Los dos tiranos, creadores del original “eje del mal”, fueron aliados en la Segunda Guerra Mundial. Mussolini fue cómplice del exterminio de seis millones de judíos.

Pero en una rueda de prensa el martes Di Canio se negó, con indisimulada irritación, a contestar preguntas sobre sus creencias políticas. El día siguiente un cura entró en la contienda. El decano de la catedral de Durham escribió una carta a Di Canio. Le dijo que siempre había sido un ‘supporter’ del Sunderland; le dijo que su madre había sido judía y había tenido parientes que murieron en los campos de concentración nazis; le explicó lo de la complicidad genocida de Mussolini con Hitler y lo inexplicable que era declararse fascista y no racista; le dijo que no quería que “tendencias tóxicas de extrema derecha” contagiaran a la juventud de su comunidad; le dijo que si no renunciaba públicamente al fascismo se le iba a poner muy difícil a él –el cura- mantenerse leal al club de su vida.

Y escribió una cosa más. Que el fútbol no era un isla, un fenómeno apartado del mundo. “La política y los deportes de alto perfil pertenecen, como la religión, a la totalidad de la vida”. Ahí estuvo la esencia del mensaje del decano de Durham, la gran verdad que Di Canio y los señores que lo contrataron habían querido negar.

Di Canio recapacitó. Las palabras del religioso tuvieron el impacto deseado y el italiano respondió, al final, como Dios manda. Renunció a sus antiguas herejías. En una declaración oficial dijo: “No soy político. No estoy afiliado a ninguna organización, no soy racista y no apoyo la ideología del fascismo. Respeto a todo el mundo”.

¿Lo dijo de corazón? Eso solo él lo sabe. Pero uno tiende a sospechar que el flirteo de Di Canio con el fascismo fue, en realidad, una chiquillada, la pose de machito de un adolescente de 44 años que no entendía lo que decía o pensaba. Lo importante es que, al menos mientras Di Canio siga en Inglaterra, no hay marcha atrás. El ambiente que rodea al fútbol se ha vuelto menos tóxico. Eso no pasa todos los días y representa una pequeña victoria, digna de celebrar.

Lo único que queda por ver ahora es si se borra ese estúpido tatuaje del brazo.

La República de 1931, ni de izquierdas ni de derechas

21 abril, 2016

Fuente: http://www.eldiario.es

La República ha sido habitualmente comprendida a través del filtro epistemológico que contrapone izquierda y derecha, pero su espíritu fundador y su dinámica política trascendieron esta dicotomía

Las representaciones vulgares siempre contienen aspectos de verdad, justo aquellos que les confieren verosimilitud. Nadie puede negar, en efecto, que la colisión entre las izquierdas obreras y las derechas ligadas a la iglesia y la gran propiedad determinó el curso de la República. Pero ni ese eje absorbió todo su devenir, ni tampoco la definió en tanto que proyecto de modernización del país; sin embargo, continúa imponiéndose, incluso en medios historiográficos, como pantalla a través de la cual se la conoce y enjuicia.

Así, por ejemplo, la vida parlamentaria de las Cortes republicanas se suele despreciar por abundar en ella los radicalismos y la presencia de partidos extremistas. La evidencia documental señala, no obstante, que, autoexcluidos del juego institucional los anarquistas, y con ínfima presencia en el Congreso tanto monárquicos como falangistas y comunistas, la composición real del Parlamento estaba mucho más centrada de lo que pudiera parecer.

Estas distorsiones también aparecen cuando se valoran las reformas republicanas como extremosas. La consulta de los debates constituyentes revela, sin embargo, que la relativa socialización de la propiedad privada fue obra del consenso y la transacción, que el capítulo de los derechos sociales apenas sembró discordias y que el propio régimen autonómico fue aceptado finalmente como la opción más incluyente. Y es que el diseño de la Constitución de 1931, en lugar de herido por divergencias irreconciliables, reflejó el máximo acuerdo que se podía alcanzar para solucionar problemas, como el social, el regional y el religioso, que nadie negaba ni nadie pretendía ya resolver con los esquemas conservadores que reinaron en la Restauración. Hasta la severa reforma laicista, pese al conato de ruptura que produjo, consagró en términos constitucionales la apostasía que iba extendiéndose cada vez más en la ciudadanía.

Con filtros epistemológicos como el de la insoportable pugna entre los extremismos de izquierda y derecha se ha conseguido popularizar una imagen falseada, ideológica, de aquel régimen político. Este filtro tuvo su sanción general en tiempos de la Transición, pues era funcional a la retórica de la reconciliación, pero su verdadera acta de nacimiento la extendió el golpe del 18 de julio, cuando se quiso deslegitimar a la República como sistema que respondía solo a los intereses de una minoría clasista y sectaria, no a los del país en general. Se aprecia con ello cómo los filtros epistemológicos suele instituirlos el poder. Misión del conocimiento científico es precisamente someterlos a crítica, emancipando el análisis de los gravámenes que imponen. Y eso es lo que queda todavía pendiente de hacer con pleno rigor para la cabal comprensión de la dinámica republicana.

Para contribuir a la tarea debe recordarse que los ejes en torno a los cuales giró buena parte de la disputa política, no ya desde 1931, sino desde comienzos de siglo, no fueron tanto los de izquierda y derecha como los de Monarquía y República. Su contraposición significaba mucho más que una simple polémica sobre la forma del Estado. Bajo tales divisas confrontaban dos modelos alternativos de sociedad. Y la defensa del modelo republicano fue transversal. Lo auspiciaron tanto colectivos que desde un punto de vista moral, religioso o antropológico eran conservadores como formaciones progresistas o abiertamente de izquierdas. Por eso el espíritu germinal que fundó la República, en puridad, no fue ni de izquierdas ni de derechas, sino sencillamente republicano, porque planteaba una forma global de articular la sociedad donde, aceptadas las premisas de la democracia, cabrían todas las sensibilidades.

El republicanismo inclusivo de la República no cabe confundirlo con aquel otro individualista, de procedencia kantiana y profesión protestante. Era más bien legatario del radicalismo francés, tenía en Rousseau a su primer orientador y su objetivo preponderante era la construcción de ciudadanos emancipados y autónomos, solo obedientes con la ley democrática. La disyuntiva que introducía en el debate político español podría abocetarse como sigue: frente a la Monarquía como modelo de sociedad fundado en la jerarquía y el poder privado, la República aspiraba a una sociedad basada en la igualdad política y en la sujeción exclusiva a los poderes públicos representativos.

Ensamblada en su vértice por una institución basada en el linaje, la comunidad monárquica traía la desigualdad incorporada a su código genético. Organizada en torno a la propiedad privada, la familia patriarcal y la iglesia católica, el ámbito de la ciudadanía participativa se veía en ella seriamente restringido. Frente a este tipo de colectividad, identificada con la declinante Restauración, el republicanismo aspiraba a una sociedad de iguales en términos políticos. Por eso debía emanciparse al trabajador del poder privado del propietario, dándole el amparo de una ley en cuya elaboración y aplicación había participado. Tenía asimismo que liberarse a la mujer y al menor del poder paternal y marital. Por último, debía también depurarse la esfera pública de todo influjo religioso con trascendencia política, recluyendo el culto en el ámbito de la conciencia personal. En tal sentido, el republicanismo era un movimiento emancipador de tradición ilustrada. La importancia central de que gozaba la educación en su proyecto transformador lo revelaba.

Su alcance, pues, no se restringía a las izquierdas; abundaban quienes desde posiciones conservadoras y centristas pensaban que solo ese tipo de sociedad igualitaria podía sacar a España de su letargo, colocándola por fin, como ya consentían sus energías cívicas y culturales, a la altura del resto de países europeos. Con independencia de sus convicciones antropológicas, muchos coincidían en preferir el pluralismo a la uniformidad, la autonomía al autoritarismo centralista, la igualdad a la jerarquía y los procedimientos democráticos a los ucases gubernativos, entre otras razones, porque la uniformidad, el centralismo, la desigualdad y la dictadura habían mostrado ya su rotundo fracaso al encarar los desafíos del país.

No por eso debe olvidarse el aliento que el socialismo obrero español prestó a la República. Pero este apoyo no era finalista, sino mediato. Entendieron los socialistas, al menos hasta las medidas abolicionistas del bienio conservador, que el mejor canal para alcanzar sus aspiraciones revolucionarias era el de la democracia parlamentaria, los derechos constitucionales y la legislación social. Hasta que su defensa se equiparó a la de la democracia frente al fascismo, la República, para ellos, más que un régimen acabado destinado a perdurar, fue un sistema transitorio previo a la plena comunión social. Incluso en el momento más crítico, el del Frente Popular, el respaldo socialista fue solo indirecto, correspondiendo a los republicanos en exclusiva la responsabilidad de la gobernación.

Justo aquella coalición histórica puso en evidencia la intensa afinidad ideológica existente entre republicanismo y socialismo. El propósito republicano de conquistar una igualdad política plena obligaba forzosamente a combatir las desigualdades materiales, y con ello, a “todos los privilegios sociales y económicos” que entorpecían esa relativa igualación, según expresaba el programa del Frente Popular. Pero la proximidad no era equivalencia. Y el republicanismo progresista que, en 1936, quería salvar a la República, renegaba de la política de clase, aspirando, por el contrario, a un “régimen de libertad democrática, impulsado por razones de interés público”.

Si la izquierda social española debe sentirse orgullosa de aquella República no es entonces porque fuese, como denuncian los conservadores, un sistema de partido, donde no tenían cabida las restantes creencias políticas. La razón la da el que aquel sistema constitucional encarnase un proyecto transversal, querido también por ciertos círculos conservadores, centristas, burgueses y propietarios, los cuales, para la solución de los grandes problemas que padecía el país y para la nacionalización de sus ciudadanos, se habían convencido ya de que el mejor camino lo señalaban los principios progresistas. A eso, creo, es a lo que algunos quieren referirse hoy cuando hablan de «construir hegemonía».