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Dónde está el gobierno más radical de la historia de España, que yo lo vea

10 enero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Años escuchando que viene el lobo de la izquierda radical, y lo único que se nos ha radicalizado, y mucho, es la derecha.

Isaac Rosa

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El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso, durante el acto contra la derogación de la sedición.
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso, durante el acto contra la derogación de la sedición. EFE/ Sergio Perez

27 de noviembre de 2022 22:00h
Actualizado el 28/11/2022 09:37h 

El PSOE se radicaliza. La deriva radical del PSOE. El gobierno más radical de la historia de España. Pongan en Google cualquiera de esas frases y verán qué risas. Pueden también cambiar el sujeto, Sánchez en vez de PSOE: Sánchez se radicaliza. La deriva radical de Sánchez. El presidente más radical de la historia de España. Y lo mismo si en vez de PSOE ponen Unidas Podemos, o la izquierda sin más. La izquierda se radicaliza. La deriva radical de la izquierda española.

Llevamos seis o siete años escuchando el mismo mensaje por parte de la derecha política y mediática. Y ya vale de publicidad engañosa, hombre. Ya vale de jugar con nuestros sentimientos. Que los votantes radicales de izquierda nos ilusionamos cada vez que oímos o leemos a un portavoz del PP, un tertuliano o columnista, un editorial de prensa, un tuitero o un mensaje cuñado en el grupo de WhatsApp alertando del gobierno radical, social-comunista y populista. Y luego, cuando nos asomamos al balcón para ver si ha empezado ya la revolución, nos encontramos a un gobierno que aprueba plácidamente sus terceros presupuestos generales, saca uno tras otro todos sus proyectos de leyes con amplias mayorías, aumenta el gasto en Defensa, se alinea totalmente con la OTAN y toma medidas que reciben el visto bueno de Europa. ¡Ya vale de jugar con nuestros sentimientos!

La matraca empezó en 2015, con Podemos primero, y con Unidas Podemos después, cuya deriva radical, izquierdista y populista era vaticinada hasta por el PSOE de entonces. Pero mira, luego le alcanzó también al propio PSOE: con la segunda llegada de Pedro Sánchez en 2017 se nos dijo que el partido se radicalizaba y “podemizaba”. Hasta El País avisó, en un editorial delirante, de que al PSOE le llegaba “el momento populista”. Lo mismo en la moción de censura de 2018, pactada con radicales, independentistas y batasunos. Y tras las elecciones de 2019, que traían un “gobierno Frankenstein”, cesiones a los enemigos de España y amigos de ETA, y un giro populista y por supuesto radical. “El gobierno más radical de la historia de España”, así lo bautizó Casado, y la fórmula tuvo éxito. Desde entonces las advertencias se renuevan semanalmente. Esta misma semana, en la bronca del Congreso. Y hace cuatro días, mi presidente andaluz, el moderadísimo Moreno Bonilla, avisando que el PSOE está “muy tirado a la izquierda” y “en manos de la izquierda más radical”.

Ni caso, no se ilusionen. Luego te encuentras con que, más que podemizarse el PSOE, pareciera que Unidas Podemos se ha pesoizado un poquito, moderando sus posturas tras entrar en el gobierno, dirigiendo ministerios sin romper nada, y pactando leyes y medidas que son cualquier cosa menos radicales. En cuanto a los socios satánicos que sostienen a Sánchez, ahí está Bildu, participando en la vida parlamentaria con normalidad y apoyando leyes socialdemócratas; y lo mismo ERC, que en vez de organizar referéndums ahora participa en la cogobernanza del Estado.

La verdad es que la única deriva radical que uno ve es la de la derecha, radicalizada hacia posiciones cada vez más derechistas. No digo Vox, que ya viene radicalizado de casa, sino el PP, que ni con el “moderado” Feijóo ha frenado la inercia ultra que inició Casado y que ahora sostienen Ayuso, el gobierno castellanoleonés de coalición, y la prensa conservadora, empeñada en mantener la matraca del “gobierno social-comunista” mientras le marca la línea dura al PP. No solo radicales: también antistema, empeñados en bloquear las instituciones, no pactar nada y no renovar los órganos de la Justicia, el Constitucional o RTVE.

Años escuchando que viene el lobo de la izquierda radical, y lo único que se nos ha radicalizado, y mucho, es la derecha. Menos lobos.

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¡GOOOOOOOOL de Qatar!

12 noviembre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • El “mundial de la vergüenza” que empezó con protestas, llamamientos al boicot y espectadores jurando que no verían los partidos, termina con un golazo de Qatar.

Isaac Rosa

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Un hombre salta al campo durante un partido del Mundial de Qatar con una bandera LGTBI
Un hombre salta al campo durante un partido del Mundial de Qatar con una bandera LGTBI Europa Press

18 de diciembre de 2022 22:39h
Actualizado el 19/12/2022 05:30h 

Instrucciones previas: este artículo hay que leerlo en voz alta, incluso muy alta, casi gritando. Hay que leerlo a toda velocidad, sin pausas, casi sin respirar, hasta llegar al final. Hay que leerlo con el tono encendido de un periodista deportivo que en la radio retransmite un partido de fútbol, una gran final, una jugada de peligro, con toda su intensidad y emoción. Venga, aclaren la garganta, cojan aire, allá vamos:

Atención que coge la pelota Qatar, avanza por el terreno de juego dispuesta a organizar su mundial, se encuentra una férrea defensa por parte de quienes denuncian la celebración en un país que no respeta los derechos humanos, el mundial de la vergüenza lo llaman, pero Qatar se mueve deprisa, perseguida por activistas y organizaciones, finta con dificultad y está a punto de perder la pelota entre acusaciones de sobornos a la FIFA, tropieza con varios miles de trabajadores muertos pero no se detiene, cruza la línea central y cuidado que se oyen propuestas de boicot, ojo ahí con ese boicot que puede hacer mucho daño, ciudadanos, deportistas, famosos, periodistas, marcas comerciales, políticos que proponen boicotear el mundial, no ir, no participar, no patrocinar, no informar, Qatar cae al césped pero consigue levantarse, cambia el juego hacia la otra banda, donde se abre paso gracias a la defensa más floja de quienes sugieren que el mundial beneficiará a los qataríes y les ayudará a conseguir más derechos y democracia, atención que Qatar ha encontrado un buen pasillo ahí, avanza a la carrera, encara a quienes juran que no van a ver los partidos -así lo afirman en sus redes sociales, “no pienso ver ningún partido del mundial de la vergüenza”-, Qatar los deja atrás y regatea varios intentos de protesta, jugadores con brazalete que al final se lo quitan, alguna declaración política, futbolistas que se tapan la boca por la falta de libertad de expresión, pero Qatar les hace un sensacional caño y prosigue su carrera, tiene ahora muchos metros despejados por delante porque una vez empezado el torneo los ciudadanos están más pendientes de sus selecciones, las protestas pasan a segundo plano, los primeros partidos despiertan las habituales emociones, polémicas, momentos memorables, veteranos jugadores que enfrentan su último mundial, jóvenes promesas que ilusionan, goleadas, derrotas inesperadas, equipos que dan la sorpresa, y mientras Qatar continúa con la pelota se oyen cada vez menos críticas, los medios de comunicación -con honrosas excepciones- se entregan por completo a la cobertura, las audiencias de los partidos demuestran que la gente sí está viendo el mundial, claro que está viéndolo, audiencias millonarias, récords incluso, las autoridades de algunos países acuden a los partidos, se sientan en la tribuna junto a viejas leyendas del balón, las marcas usan el mundial con alegría y ya sin reparo en sus campañas, y así Qatar prosigue su internada con la pelota, sin apenas resistencia ya, pero un momento, ojo ahí que la selección española ha sido eliminada y eso puede hacer que los españoles se desentiendan del mundial y dejen de verlo, pero no, tampoco ocurre, porque vienen los cuartos de final, las semifinales, y reaparecen viejas rivalidades nacionales, revanchas pendientes, derrotas injustas, leyendas recordadas, todo es cada vez más emocionante y a estas alturas del mundial ya todo el mundo ha perfeccionado su disonancia cognitiva, todo el mundo ha encontrado una buena coartada para ver los partidos sin sentirse culpable (qué le vamos a hacer, no verlo no arregla nada, el fútbol es así, nadie dijo que fuese limpio antes, los escándalos son consustanciales al fútbol, ya hubo mundiales vergonzosos en el pasado, hay mucha hipocresía y dobles varas de medir, a lo mejor es cierto que el mundial sirve para ayudar a los qataríes, nos merecemos un entretenimiento, la responsabilidad no puede caer en el lado del aficionado, si tan malo es no deberían haberlo permitido las autoridades, y no jodan, esto es fútbol, es pasión, no es racional, déjennos verlo en paz), y ahora sí, rendida toda defensa Qatar entra en el área controlando el esférico con comodidad, no queda por delante ningún adversario que lo impida, el portero mismo parece distraído, mirando a otro lado, mirando a la final, porque está Argentina, el país donde el fútbol es religión, nos encanta ver a los argentinos apasionados, y Messi que es Dios, Messi que es Maradona reencarnado, Messi que fue condenado por fraude fiscal pero no jodan ahora con eso, no importa, como no importa el Qatargate que estalla de pronto en Europa pero ya da igual porque estamos en la final, la prórroga, los penaltis, vamos, Qatar, vamos, que ya está en el área pequeña, se detiene, se toma su tiempo, da una patadita floja y manda la pelota al fondo de las redes, gol, gol, gooooooooool, gol de Qatar, golazo de Qatar, gooooooooooooooooooooooool, impresionante cómo Qatar ha conseguido cruzar el campo entero, regatear a todos los defensores, superar hasta el último oponente y ha marcado un golazo, un gol para la historia, un gol que será recordado en el futuro, cada vez que haya que designar una nueva sede deportiva sabiendo que no pasa nada, que después de Qatar todo es posible, no hay candidatura mala, no hay miedo al rechazo, este golazo demuestra que el ruido se olvida en cuanto echa a rodar la pelota, y dentro de unos años, qué digo años, semanas, días, casi nadie se acordará de los trabajadores muertos ni de los derechos de las mujeres o la homofobia, no habrá ya mundial de la vergüenza porque solo nos acordaremos de este gol, gol, goooooooooooooooooooool…

Pico Reja, donde la tierra habla de nuestros muertos

20 octubre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • En el cementerio de Sevilla, ante la mayor fosa común abierta en Europa occidental, compruebo cómo las víctimas del franquismo nos resultan hoy más cercanas, más nuestras, que en las primeras décadas de democracia, cuando nos parecían mucho más lejanas en el tiempo que ahora.

Isaac Rosa

Dos cuerpos yacen boca abajo con las manos atadas a la espalda, en la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla. EFE/ Raúl Caro.
Dos cuerpos yacen boca abajo con las manos atadas a la espalda, en la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla. EFE/ Raúl Caro.

4 de diciembre de 2022 22:05h
Actualizado el 06/12/2022 11:27h 

Yo tenía veinte años cuando supe por primera vez de los maquis, los guerrilleros antifranquistas que prolongaron la guerra durante una década en los montes. Como tantos de mi generación, en los años noventa ese conocimiento del pasado reciente no te llegaba por la escuela o el instituto, ni por la inexistente memoria institucional, y a menudo tampoco en la familia, incluso si contaba con represaliados. Así que te alcanzaba por otras vías. De pronto caía en tus manos un libro, ni siquiera de historia: una novela. En mi caso fue La agonía del búho chico, del extremeño Justo Vila, mi primer contacto con lo que entonces todavía no se llamaba memoria histórica.

Recuerdo el impacto que me produjeron aquellas historias de hombres en el monte y mujeres en los pueblos, supervivientes todos: perseguidos y cazados como conejos ellos, aterrorizadas y humilladas con enorme crueldad ellas y sus hijos. Tan fascinantes como horribles, me provocaron el mismo asombro que otros personajes inverosímiles de aquella feroz posguerra: los topos, esos republicanos escondidos en sus casas, en un desván, tras un armario o una falsa pared, algunos más de veinte años recibiendo alimento por un hueco y viendo crecer a sus hijos como muertos en vida. Unos y otros, los guerrilleros pasando más de diez inviernos en la montaña, y los topos enterrados en sus casas, eran personajes increíbles, legendarios. Novelescos. A falta de otra memoria más que la ficticia, los veíamos con distancia, remotos: como si no hubiesen pasado cuarenta o cincuenta años sino varios siglos, personajes de un pasado mítico, alimento de cuentos y leyendas en los pueblos, carne de ficción, pura épica. La guerra civil era “nuestro western”, dijo un novelista, muy ingenioso él.

Se lo comentaba hace unos días a mi admirado Alfons Cervera, escritor valenciano que acaba de ver reeditada Maquisuna novela enorme que cumple veinticinco años. Le decía que, releída su novela en este 2022, las historias de esos hombres en el monte y mujeres en el pueblo me resultan hoy mucho más cercanas que cuando las leí por primera vez a finales del siglo pasado. Entonces estaban más cerca en el tiempo, incluso quedaban supervivientes, mientras que hoy apenas quedan hijos vivos. Y sin embargo en los años noventa, tras dos décadas de democracia, los maquis, topos y en general las víctimas del franquismo nos resultaban totalmente ajenas, no tenían que ver con nosotros, eran de otro tiempo, remoto, oscuro, inaccesible. Un western. Mientras que hoy, veinticinco años después, pese a estar cronológicamente más alejadas, las sentimos emocionalmente más cercanas, más vivas y dolorosas. Más nuestras.

Lo comentaba con Alfons hace unos días, mientras visitábamos los trabajos de exhumación en la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla. Allí fuimos en compañía de dos imprescindibles: la activista y familia de represaliados Paqui Maqueda y la novelista Rosario Izquierdo. Escuchamos de boca del director de la excavación, Juan Manuel Guijo, cómo Pico Reja es ya la mayor fosa común abierta en Europa occidental. Esperaban encontrar varios centenares de asesinados, y ya han aparecido más de 1.600. Ha habido que rescatarlos uno a uno, pues en su afán por ocultar los crímenes, durante años les arrojaron encima otros miles de cadáveres posteriores, tumbas vaciadas, osarios, restos de actividad funeraria. El equipo de arqueólogos y antropólogos que trabaja con la Sociedad de Ciencias Aranzadi llevan varios años desenterrando con paciencia, rigor y compromiso, para conseguir que “la tierra hable”, en expresión que repite Guijo.

Y vaya si ha hablado la tierra. A gritos, atronadora. Gritos de dolor, se oyen con solo ver las fotos que han ido tomando. Cuerpos amontonados con desprecio, boca abajo para negarles hasta el enterramiento digno, profanados a mayor ensañamiento. Hombres con las manos atadas a la espalda con grilletes, con alambres, formando cuerdas de presos. Mujeres, muchas más mujeres de las que estimaban encontrar. Señales de tortura, cráneos con varios disparos. Series de cadáveres todos con el agujero en el mismo punto del hueso parietal: los alineaban y el verdugo iba pasando y disparando. Un extermino industrial, mecánico, no por ello menos sádico. 

En algunos casos han tenido que unir fragmentos óseos como un imposible puzzle. No basta con sacar una caja llena de huesos: hay que recomponer en lo posible el esqueleto completo, y poder fotografiarlo así, para que las familias recuperen a su desaparecido en toda su humanidad, no un montón de costillas y tibias. Y todos aquellos objetos personales que transmiten más emoción que los huesos: gafas, botones, medallas, monedas. Y proyectiles, muchos alojados todavía en cerebros momificados. Rascando, cepillando la tierra, con extremo cuidado porque están recogiendo pruebas de crímenes contra la humanidad, pero también por respeto: porque, cumpliendo todos los protocolos forenses, la prioridad han sido siempre las familias.

Familias para las que la exhumación de Pico Reja -como la que comenzará en los próximos días en el Valle de Cuelgamuros, después de mil triquiñuelas para frenarla- ofrece una mínima reparación. Que llega tarde, cuarenta democráticos años tarde para muchos hijos que murieron sin encontrar a sus padres. El hijo del alcalde republicano de Sevilla, por ejemplo: Horacio Hermoso, que acaba de morir sin llegar a encontrarlo, pero al menos se ha ido sabiendo que su esfuerzo de años por recuperar la memoria de su padre culminaron en una exhumación histórica como la de Pico Reja. Histórica y ejemplar, por su rigor y transparencia, y por su pedagogía democrática, presentando periódicamente el avance de los trabajos en los centros cívicos de los barrios. Hay que reconocer el compromiso del Ayuntamiento de Sevilla, que además de colaborar y financiar, acaba de presentar un proyecto monumental en el mismo emplazamiento, para cuando terminen los trabajos.

Al ver aquellos huesos, cráneos reventados, fémures y caderas que no solo cuentan el sexo y edad, también la vida de penurias que llevaron, obreros la mayoría -los mineros fueron reconocidos por los restos de metales en su osamenta-; al ver aquellos huesos, sentí lo mismo que al releer Maquis: qué cercanos hoy, qué nuestros. Si hubiese visto esos mismos esqueletos veinticinco años atrás, en aquella España desmemoriada, me habrían parecido antiquísimos. Pompeyanos. Prehistóricos. Y sin embargo hoy, sobrecogido ante las cientos de cajas con fémures y vértebras que llenan el almacén del cementerio, siento propios todos esos hombres y mujeres. Son también nuestras abuelas y abuelos, nuestros compañeros. “Son mis muertos, aunque no tengan mi sangre ni mi apellido”, como dice Lucía Sócam en el documental Pico Reja, la verdad que la tierra esconde.

“Hay otra memoria que es la memoria maltrecha de los vencidos, la que ha ido creciendo frente a los paredones inmensos del silencio”, escribe Alfons en su novela. Esa memoria maltrecha es la que cuenta la tierra en Pico Reja, la que seguirá contando cuando hablen las otras fosas por abrir en el mismo cementerio -incluida la de los guerrilleros, que habrá que buscar en la zona conocida como de “los disidentes”-, y las que seguirán hablando en otros lugares. “Pico Reja es solo una de las setecientas fosas de Andalucía”, recuerda en el mismo documental Cecilio Gordillo, otro imprescindible.

Al volver del cementerio para recoger a mi hija, en la puerta del colegio, me encuentro a una madre amiga, Inés. Le hablo de Pico Reja, y me cuenta que ella acaba de descubrir, por un primo lejano, que su bisabuela fue asesinada por las tropas de Queipo. Lo descubre ahora, tantos años después, silenciado en su familia. No es la única: Lourdes, otra madre del colegio, lleva años luchando por la memoria de su abuelo Joaquín Farratell, director de un periódico y también asesinado. Porque antes mencioné al alcalde republicano, y hay que recordar que en Sevilla, del alcalde hacia abajo, los golpistas aplicaron un plan de exterminio absoluto: dirigentes políticos y sindicales, obreros, maestros, intelectuales, militares leales al gobierno legítimo. Y sus mujeres y madres en muchos casos, como Isabel Atienza, que fue llevada noche tras noche al paredón, y cuando ya se creía a salvo, al bajar del camión cerca de su casa, la asesinaron en mitad de la plaza y allí quedó su cadáver tres días, para luego ser arrojado a la fosa. Su bisnieta lo cuenta en el documental. Asesinados todos sin guerra. No piensen en combates, bombardeos, milicianos capturados, represalias de retaguardia. En Sevilla no dio tiempo, no hubo guerra. Fue un exterminio pacífico.

No sé si a ustedes también les pasa que todos esos muertos, los de Pico Reja, los republicanos de Cuelgamuros -llevados contra la voluntad de sus familias-, los maquis y topos que creíamos legendarios, los miles de desaparecidos por toda España, les resultan como a mí tan cercanos, tan propios, tan nuestros. Y el paso de los años no los aleja, no nos los vuelve extraños ni los deja atrás, sino que al contrario los acerca más. Esa distancia menguante, ese tiempo plegado sobre sí mismo para volverse inmediato, esa cercanía emocional, se la debemos a tantas mujeres y hombres que llevan más de dos décadas construyendo memoria democrática en España. Gracias.

Yo me quedo con Pablo y con todas esas cosas

13 octubre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Trabajador incansable, con una enorme obra discográfica, no se quedó en aquellas primeras canciones convertidas en himnos, de cuyas rentas hubiera vivido cómodamente cualquier artista durante décadas. Él siguió componiendo y dejando canciones más maduras, más serenas, igual de hondas y emocionantes
  • — Las canciones eternas de Pablo Milanés

Isaac Rosa

El cantante cubano Pablo Milanés, en una fotografía de archivo. EFE/Yander Zamora
El cantante cubano Pablo Milanés, en una fotografía de archivo. EFE/Yander Zamora

22 de noviembre de 2022 22:51h
Actualizado el 23/11/2022 05:30h 

Hagamos la prueba. Antes de seguir leyendo, escucha una canción de Pablo Milanés, por ejemplo esta: ‘Años’. Si al reconocer la melodía no te da un pellizco; si al escuchar en su voz los dos primeros versos (“El tiempo pasa / nos vamos poniendo viejos”) no sientes un calorcito feliz subiéndote por el pecho; y si al llegar a “en cada conversación / cada beso, cada abrazo / se impone siempre un pedazo / de razón” no te tiembla la mandíbula y te entran ganas de llorar un poquito de pura alegría y de pura pena y de puro agradecimiento, entonces no sigas leyendo, este artículo no es para ti. En tal caso, si no has sentido nada de lo anterior, lo más probable es que te suene Pablo Milanés, te haya llamado la atención la noticia de su muerte, te acuerdes de alguna canción, seguramente en versión ajena, y te quedes con el titular favorito de la prensa más mustia: “el cantautor que rompió con la revolución cubana”. No, este artículo no es para ti.

Si por el contrario has sentido en solo un minuto de canción el pellizco, el calorcito y las ganas de llorar y la alegría, la pena y el agradecimiento, entonces eres de los míos, de los nuestros, de los de Pablo; y al saber hoy de su muerte y escuchar otra vez sus canciones más emblemáticas y queridas, has recuperado sensaciones perdidas y te has vuelto a sentir joven y vivo y enamorado y revolucionario.

Si tienes más de sesenta años, entonces los años prodigiosos de Pablo Milanés (apenas una década en que dejó una lista impresionante de canciones ya míticas) te pillaron joven. A ti y al país: tus ganas de vida y de libertad y de cambiar las cosas y hasta de revolución eran los de tantos españoles que hicieron suyos los versos de Pablo, su felicidad contagiosa, su mezcla de denuncia y belleza, justicia y amor, el pan y las rosas; su ternura que era íntima y era también la ternura de los pueblos, la del Caribe y toda Latinoamérica en años de tanta esperanza como dolor.

Tenías sus vinilos, sonaba siempre al final de mítines y fiestas políticas y sindicales, en el Primero de Mayo o en la Fiesta del PCE. Compartiste su esperanza revolucionaria, y posteriormente también sus dudas, contradicciones y decepciones sin perder aquella esperanza ni dejar de ser revolucionario. Te emocionaste profundamente al tararear “en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”, en un tiempo en que te dolía Chile pero además temías por una España todavía amenazada de sables. Sentiste que sus canciones de amor hablaban de ti y de tu primer enamoramiento, y canturreabas la irresistible “Te quiero porque te quiero”. Sentiste con él la nostalgia anticipada y el desencanto, “dónde estarán los amigos de ayer”.

No te gusta eso tan manido de “la banda sonora de una generación”, pero no se te ocurre otra expresión hoy: en tu banda sonora está Pablo, como está Silvio y están todos aquellos artistas, también españoles, que compartieron con Pablo escenarios, duetos y composiciones cruzadas, en aquella feliz fraternidad cubana-española. Durante años, cada vez que Pablo regresaba, con disco nuevo o concierto, eras tú el que regresaba, el que volvías a ser joven, vivo, enamorado y revolucionario.

Si en cambio tienes menos de sesenta, Pablo está íntimamente unido a tu infancia y adolescencia, también hoy te has emocionado hondamente. La música de tus padres, los versos que de tanto oírlos te aprendías sin entender del todo, cambiando palabras. La música que sonaba en el coche en los largos viajes y tus padres tarareaban con un nudo (“Yo pisaré las calles nuevamente…”) que entonces no entendías pero que se te contagiaba. La música que años después rescatarías llevándote los viejos vinilos a tu primer piso compartido, la que también acompañó años después tus primeras militancias y la caseta de la feria de tu barrio o de tu pueblo con el rincón cubano donde ponen los mojitos más ricos y siempre sonaba Pablo y sonaba Silvio, y tú a veces decías que eras más de Silvio por motivos más políticos que artísticos (y porque tus padres ya eran más de Pablo que de Silvio), pero te seguían vibrando aquellas canciones que versionaban artistas jóvenes hasta hoy, y siempre el mismo pellizco y la misma conexión con tu infancia y con la juventud de tus padres. No te gusta eso tan manido de “mi educación sentimental”, pero en la tuya está Pablo.

Cantautor superdotado, con un instinto tremendo para la melodía, fue también un gran poeta, deja versos sencillos y profundos, de gran sensibilidad, irresistibles y hermosos (“Yo me quedo con todas esas cosas / pequeñas, silenciosas. / Con esas yo me quedo”), pero además encontraba en poemas ajenos una música tan evidente que ya no podrían cantarse de otra manera. Le debemos que nos descubriera la música cubana (“Amo esta isla / soy del Caribe”), y que nos diese a conocer a Nicolás Guillén (“De qué callada manera se me adentra usted sonriendo…”), que se convirtió en el letrista más afortunado de toda una generación (de esos mismos años es un álbum tan bello como “La paloma de vuelo popular”, con Ana Belén cantando a Guillén).

Trabajador incansable, con una enorme obra discográfica, no se quedó en aquellas primeras canciones convertidas en himnos, de cuyas rentas hubiera vivido cómodamente cualquier artista durante décadas. Él siguió componiendo y dejando canciones más maduras, más serenas, igual de hondas y emocionantes. Si no tuvieron el mismo alcance que las anteriores no se lo achaquemos a él, sino que nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos. En cambio él, que pudo despedirse de su gente en La Habana con un concierto memorable hace unos meses, siguió siendo el mismo, como siguió siendo revolucionario hasta el último día.

Un sábado con mi hija en Cuelgamuros, ese lugar antes conocido como el Valle de los Caídos

26 septiembre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

Isaac Rosa

Cuelgamuros (Madrid

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

La cruz del Valle de los Caídos, ahora oficialmente llamado Valle de Cuelgamuros.
La cruz del Valle de los Caídos, ahora oficialmente llamado Valle de Cuelgamuros. Olmo Calvo

18 de noviembre de 2022 22:13h
Actualizado el 19/11/2022 17:58h 

“¿Has ido alguna vez al Valle de los Caídos?” Desde que elDiario.es me encargó un reportaje sobre el ahora llamado Valle de Cuelgamuros, les he hecho la pregunta a muchos amigos. Entre los mayores de 50, alguno recuerda vagamente haber ido de niño, de paso con su familia, pero nunca de adulto. Entre los ya nacidos en democracia, encuentro a muy pocos que hayan estado allí, y siempre en visitas conjuntas con investigadores o activistas de la memoria. Hasta que fui el pasado sábado, yo mismo llevo toda la vida postergando esta visita, entre el desinterés, el espanto y la convicción de que el Valle es para los franquistas.

“Mañana te voy a llevar a un sitio que te sorprenderá”, le anuncio a mi hija mayor en la cena, ganando su siempre difícil atención. A sus 18 años, Olivia sabe del franquismo poco más de lo aprendido en la secundaria y el bachillerato, de donde siguen saliendo promociones de estudiantes para los que Franco es, en el mejor de los casos, otro cromo de la liga “Historia de España”, junto a Felipe II o los visigodos: unas pocas fechas y nombres, un par de frases memorizables la noche antes del examen, para olvidar cuanto antes. Mi hija duda cuando nombro el Valle, le suena vagamente a algo de Franco. Le cuento más, pero no le muestro ninguna foto, prefiero que se lo encuentre mañana en vivo, pues quiero ver el Valle con sus ojos: con la mirada de una joven que acaba de llegar a la mayoría de edad en 2022. Una mirada extraterrestre, esa que en las ficciones siempre nos permite ver lo que los terrícolas ya no vemos.

A menudo he visto el Valle con los ojos de un extranjero, que es otra forma de mirar con el asombro intacto: numerosos periodistas europeos que en los últimos años vinieron a España a escribir el enésimo reportaje sobre la herencia del franquismo, y que acudieron allí acompañados por algún historiador o activista de la memoria. Siempre los encontraba impactados, incrédulos: “¿Cómo es posible que en España perviva, intacto, un monumento fascista como no hay otro en toda Europa?”. Pronúnciese con acento alemán o nórdico.

Una cruz del tamaño de una tosta ibérica

Quedamos una mañana de sábado con el fotógrafo Olmo Calvo, y en su coche enfilamos la carretera de A Coruña. Al dejar atrás Moncloa le hablo a mi hija del Arco de la Victoria, que ahí donde lo ves, con su cuadriga en lo alto y sus inscripciones pomposas en latín, no es romano como tal vez creen los turistas (y no pocos madrileños) despistados, sino parte de la reurbanización de posguerra del antiguo frente de Ciudad Universitaria. En el diseño original, el espantoso edificio cupulado que hoy ocupa la Junta de Distrito iba a ser un Monumento a los Caídos, que apuntaba hacia Cuelgamuros, cuya gran cruz debía verse en la lejanía a través del arco, alineados los tres engendros. Y ahí siguen los tres.

La cruz del Valle de Cuelgamuros. Olmo Calvo

“Mira, ya se ve la cruz”, le digo a Olivia cuando todavía quedan más de 20 kilómetros. La neblina deja entrever esa silueta que nadie que circule por la A-6 puede ignorar. Desde la distancia podría pasar por un aerogenerador, un molino aislado. Es la cruz más alta del mundo, informo a mi hija. Como no parece impresionarle, le doy un argumento de peso, pues hace unos meses fue certificada por la única autoridad reconocida para tales proezas: el Libro Guinness de los Récords. 152,4 metros de altura. Ligeramente mayor que los 150 metros y 37 centímetros de la tosta ibérica más grande del mundo, récord logrado hace una semana en la localidad gaditana de Los Barrios, al colocar en una misma calle todos esos metros de pan, aceite de oliva y embutido. La tosta impresiona más a mi hija, claro. La cruz del Valle y el pan con chorizo comparten honores con otros récords Guinness de este mismo año: los 13,06 metros de las uñas más largas del mundo, o los 18,2 milímetros que sobresalen de sus cuencas los ojos más saltones nunca vistos (no busquen el vídeo si no quieren tener pesadillas).

No se me solivianten los católicos por hablar tan frívolamente de la cruz. Si comparto toda esta chatarra de récords absurdos es para que se vea el nivel de esperpento al que han llegado los partidarios de no tocar el Valle. Son ellos los que ridiculizan la cruz: la muy combativa Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos presentó al Guinness informes de hasta cuatro arquitectos para conseguir el diplomilla. Ya que no han logrado la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) –el ministerio lo denegó, y Ayuso rechazó la petición de Vox por falta de competencias, aunque ahora no descarta buscar la forma de hacerlo–, al menos tienen un récord Guinness, que seguro que ningún gobierno se atreve con algo así.

De hecho, el de la cruz no es el único para Cuelgamuros: aun más reciente es el diploma Guinness para la basílica como iglesia más larga del mundo, 260 metros. Se me ocurren muchos otros récords que podrían inscribir, aunque más siniestros. En cualquier caso, seguro que a Franco le encantaría ojear el Libro Guinness y comprobar cómo aquella cruz que, en palabras de su arquitecto Diego Méndez, iba a ser “atalaya y faro de la gran meseta”; y aquel Valle que se levantó para ser “nada más y nada menos que el Altar de España, de la España heroica, de la España mística, de la España eterna”, han acabado emparentados con la gigantesca tosta ibérica y el friki de los ojos saltones.

Interior de la basílica. Olmo Calvo

Nos reímos en el coche con estas tonterías para quitarnos cierto nerviosismo, el que todo demócrata tiene cuando visita el Valle. “Ten cuidado”, me repite mi familia cuando les cuento el plan. No terminan la frase, pero obviamente no se refieren a las humedades de la abadía o al riesgo de que me caiga encima un trozo de escultura de Ávalos. Ten cuidado con los fachas. Miro a Olmo al volante, lleva dos grandes aretes en las orejas, yo mismo tengo uno en la izquierda, y mi hija lleva pinta de lo que es: una adolescente feminista y republicana. Bromeamos con disfrazarnos de cayetanos para pasar desapercibidos. En nuestro imaginario el Valle sigue poblado por camisas azules de la vieja guardia, señoras agresivas con aguilucho, neonazis con bate. Nada de eso encontraremos hoy, pues la exaltación franquista está ya prohibida, pero son muchos años de Valle de los Caídos convertido en sitio de quedada para la ultraderecha violenta –perdón por la redundancia–.

Aquí vivían los trabajadores presos

Al dejar la autovía y tomar la carretera de acceso, se acaban las bromas. Bajo la cruz son visibles ya, a lo lejos, el resto de elementos arquitectónicos: la arcada fascistoide al pie del risco, la gran explanada que allana el terreno, la boca negra de la basílica. Si ves una foto antigua del Risco de la Nava antes de la obra, te repugna aun más el conjunto resultante. Un adelantado de la España fea, de las playas y montes echados a perder por hoteles, viaductos y calatravadas. Un Algarrobico nacional-católico. Imagino un grupo de activistas, como en el hotel almeriense, descolgándose con una pancarta desde la cruz, pintando las arcadas con grandes letras negras visibles desde lejos, desde la A-6, desde Moncloa: “LUGAR FASCISTA”.

Visitantes en el Valle de Cuelgamuros. Olmo Calvo

A la altura de los cuatro Juanelos de granito, tomamos un camino lateral que se adentra en el monte. Cerrado con una barrera, conduce al emplazamiento de los destacamentos penales donde malvivieron entre 1943 y 1950 los presos políticos empleados en la primera fase de la obra. El más cercano a la carretera es el de la constructora Banús, encargada del acceso al monumento, viaducto incluido. En La verdadera historia del Valle de los Caídos, Daniel Sueiro recoge testimonios de trabajadores que recuerdan cómo uno de los hermanos Banús iba en persona al penal de Ocaña a reclutar presos. Les miraba los dientes y les tocaba los músculos de los brazos. Un número indeterminado murió en accidentes de obra, muchos otros fallecerían años después de silicosis, los que excavaron la basílica. Otro preso recuerda, en el mismo libro, las visitas frecuentes del general Millán Astray. Sí, el que tiene calle en Madrid. Venía sin avisar, le gustaba lanzar arengas patrióticas a los reventados trabajadores.

En la zona de los destacamentos todavía son visibles los cimientos y perímetros de los barracones, estudiados el año pasado por un equipo de arqueólogos tras más de medio siglo de descuido. Aunque recogieron cientos de objetos con los que reconstruir la vida miserable de los trabajadores presos, todavía es fácil encontrar latas oxidadas, frascos de cristal, pedazos de ladrillo o cerámica, y numerosas suelas de zapato con los clavos asomando. Los arqueólogos identificaron también zapatitos de niño y juguetes, pues muchas familias se instalaron allí para estar cerca de sus padres y maridos. Un jovencísimo Paco Rabal, por ejemplo. Levantaban chabolas usando cualquier abrigo entre rocas y unas ramas. Los más afortunados se apretaban en una precaria construcción de tres por tres metros. En algunas rocas todavía se reconoce la marca horizontal que dejó un tejadillo precario. Cuesta imaginar un poblado de chabolas en ese terreno escarpado y boscoso. Hoy está el día húmedo y el viento te mete el frío bajo el chaquetón. Otoño, invierno, lluvias, nieve, un año tras otro.

Te rogamos, señor

Aparcamos al pie del risco, junto al antiguo funicular que subía a la base de la cruz, fuera de funcionamiento desde hace años. Sí, aquí hubo un funicular, lo que confirma la primera impresión de parque temático nacional-católico. Comprobamos que la señalización sí se ha actualizado con el nuevo nombre del conjunto: Valle de Cuelgamuros. No es la única muestra, aunque tímida, de que la democracia ha empezado a hacerse cargo del lugar tras la histórica salida del cuerpo de Franco: en la tienda de recuerdos, a la entrada de la basílica, no encontramos un solo aguilucho, retrato del dictador o lema nostálgico. Las postales, llaveros, bolígrafos y demás souvenirs se limitan a recoger la imagen externa del monumento. La pequeña librería sí muestra un claro sesgo en la selección de libros, con Stanley Payne y su En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras, la Pequeña Historia de España de García de Cortázar para los niños, y algo de Pérez Reverte, aparte de publicaciones de Patrimonio Nacional sobre monarcas.

No nos entretenemos en detalles escultóricos porque está a punto de empezar la misa de las once, así que cruzamos deprisa más de 200 metros de nave –récord Guinness, recuerden– para coger sitio. Unas 70 personas asisten al oficio, el mismo que los monjes celebran cada día, tal como establece el convenio que hace más de siete décadas entregó a la abadía benedictina la administración del Valle. Convenio que ha seguido vigente durante más de cuatro décadas de democracia, hasta su derogación por fin con la nueva ley de memoria democrática –aunque todavía a la espera de un nuevo decreto que lo sustituya–.

Son numerosos los oficios religiosos a lo largo del día, pero la de las once es la principal: la misa conventual cantada, que por convenio se dedica a “rogar a Dios por las almas de los muertos en la Cruzada Nacional”. Insisto: una misa diaria por los caídos, desde 1959 hasta hoy. Repito, no sea que estén leyendo por encima y se me despisten: después de 44 años de Constitución se sigue celebrando una misa diaria por los muertos en la “Cruzada Nacional”, por un convenio franquista que ha estado vigente hasta hace dos días. Todo esto no se lo cuento a mi hija, que bastante tiene con lo que ve.

Misa en la basílica. Olmo Calvo

Observo a los presentes; nada en su aspecto los distingue de los parroquianos de cualquier iglesia de barrio. De barrio de clase media-alta, eso sí, como los coches que hemos visto en el aparcamiento. Algo sí los distingue: salvo unos cuantos visitantes ocasionales, la mayoría ha venido expresamente hasta Cuelgamuros para asistir a una misa que podrían perfectamente atender cerca de sus domicilios. Han querido estar aquí, en la misa por los caídos. Igual que hay quien viene a casarse aquí, a la basílica, y no creo que por su belleza y su fotogenia para el álbum de bodas.

Ese es uno de los puntos más delicados del Valle: su condición católica. Dificulta cualquier intento de actuación democrática, pues es lugar de culto, y en esta España aconfesional pero no tanto, nadie quiere herir la sensibilidad religiosa. Aquí hay una basílica, un monasterio, una enorme cruz. Hay misas y rezos del rosario, hay retiros espirituales. Son los católicos los que deberían tener la palabra. Sí: los que deberían tener la palabra para, de forma rotunda, desvincularse de este disparate nacional-católico, de la decoración grotesca y falsamente piadosa, de las misas por los caídos, del Abad franquista, de la cruz de récord Guinness, de la ominosa utilización de sus creencias, símbolos y ritos a mayor gloria de la dictadura.

“¿Cuánto queda?”, me pregunta varias veces mi hija, que no es precisamente de comunión diaria. Los monjes se toman su tiempo en una ceremonia teatral, efectista, que aprovecha bien las posibilidades escénicas: la voz del oficiante retumba tétrica en la cúpula subterránea, ancianos y monaguillos danzan una estudiada coreografía, el canto gregoriano subraya ciertos momentos, y el clímax se alcanza cuando todas las luces se apagan de repente: quedamos a oscuras, la basílica vuelve a ser cueva, agujero arrancado al risco, y solo un chorro de luz desde las alturas cae sobre el altar, sobre el cristo crucificado y sobre el monje en el momento en que alza con las dos manos la sagrada forma. Esperamos que en cualquier momento se descuelgue alguien de las alturas, a lomos de una guitarra.

Un momento de la misa en la basílica. Olmo Calvo

Como la tienda de souvenirs, también la misa parece haber sido cuidadosamente blanqueada para no incurrir en la ya punible exaltación del franquismo. Cualquiera diría que los monjes se sienten intimidados por los mismos guardias de seguridad que rondan permanentemente la tumba de José Antonio y la más visitada no-tumba de Franco.

Solo en la oración universal (esa en que todos repiten “Te rogamos, señor…”) hay una breve mención a “los caídos”, “para que su recuerdo fomente la paz entre los españoles, roguemos al señor”, y otra, más intencionada aunque pase desapercibida, a “las reliquias que custodiamos”. Se refiere a las reliquias de los 57 beatos enterrados en las criptas, que forman parte de los cientos de “mártires” de la Guerra Civil beatificados de cien en cien por el Vaticano, y que convierten a la española en la iglesia con más santos y beatos de toda la cristiandad.

La presencia de esos beatos en el Valle es otro argumento de los monjes para fortalecer el carácter religioso del lugar, y frenar los intentos de exhumación en las criptas: sería una “profanación”, al tratarse de reliquias religiosas. En cualquier caso, uno se pasa la misa buscando el detallito franquista, cuando en realidad la misa entera tiene un solo fin, y a ello está dedicada. Es absurdo buscar trazas de exaltación franquista en un lugar cuya misma arquitectura no tiene otro fin que exaltar el franquismo.

Uno se pasa la misa buscando el detallito franquista, cuando en realidad la misa entera tiene un solo fin, y a ello está dedicada. Es absurdo buscar trazas de exaltación franquista en un lugar que no tiene otro fin que exaltar el franquismo

Lo que más llama la atención de mi hija son los niños del coro, algunos muy pequeños, no parecen tener más de siete u ocho años. ¿Qué hacen esos niños aquí, un sábado por la mañana, en una misa por los caídos? Luego sabremos, hablando con un estudiante de bachillerato a la puerta del colegio, que en la Escolanía del Valle hay más de 30 niños y adolescentes escolarizados desde 3º de Primaria. En régimen de internado estricto: el primer año pueden salir todos los fines de semana con sus familias, pero el resto de años solo un fin de semana al mes, según nos cuenta el muchacho. “¿Qué tipo de familias deja a sus hijos en un colegio así?”, pregunta mi hija.

Carteles de la Escolanía presumen de “formar a pequeños talentos musicales para que adornen con sus preciosas voces blancas la liturgia que se celebra diariamente en la Basílica”, además de ofrecer una “educación integral, fundamentada en nuestros cuatro famosos pilares: Formación Cristiana, Formación Musical, Educación en la Realidad y Educación Personalizada”.

Entrada a la hospedería. Olmo Calvo

Dejar a los muertos en paz

Acabada la misa, paseamos por el interior de la basílica. “Es fea”, resume mi hija con toda exactitud el programa iconográfico que la adorna, agobiada de ángeles con espadas, vírgenes de batalla, escenas del apocalipsis, grandilocuencia mesetaria y muerte, muerte por todos lados. Las bóvedas están salpicadas por manchurrones de humedad, el agua subterránea del risco que gotea por todas partes en numerosas palanganas diseñadas para no parecerlo. Son el único elemento de modernidad, junto a los dispensadores automáticos de agua bendita. Le cuento a Olivia que bajo nosotros, en lo más profundo, hay un sismógrafo y un laboratorio de gravimetría y mareas del CSIC, porque la condición rocosa le da una especial estabilidad geológica para las mediciones. Un sismógrafo bajo la tumba de Franco, repito, por si no ha pillado la gracia.

Cuando le estoy mostrando el mosaico de la cúpula, con los caídos ascendiendo al cielo entre santos, monjes, ángeles, caídos, un tanque, soldados atrincherados y banderas fascistas, nos interrumpen dos mujeres. Preguntan quién es el de la tumba principal, sobre la que hay cinco ramos de flores. “José Antonio” pone en la lápida, sin apellidos, que hay confianza. Les cuento quién es el enterrado.

La tumba de Primo de Rivera en Cuelgamuros. Olmo Calvo

Me dicen que son venezolanas, están de turismo en España y les recomendaron que no se perdieran el Valle. No saben nada de él ni de su significado, su construcción o los más de 33.000 muertos aquí enterrados. No saben nada porque, en efecto, no hay en todo el recinto un solo cartelito que informe de nada. Una inscripción en la entrada recuerda que “Francisco Franco, Caudillo de España, patrono y fundador inauguró este monumento el día 1 de abril de 1959”, y en las dos capillas principales sendas leyendas de “Caídos por Dios y por España. 1936-1939. RIP”. Les resumo a las dos turistas todo lo que nada ni nadie informa. Les sorprenden las decenas de miles de muertos, una parte de ellos sacados de entre los vencidos, abriendo fosas, a bulto, sin permiso e incluso sin conocimiento de sus familias. Asombradas, siguen pensando que el sitio es “muy bonito, muy impresionante, no hay nada igual en el mundo”.

Mi hija pregunta dónde están los treinta y tantos mil muertos esos. Uno espera entrar en un gran cementerio, una morgue descomunal, pero solo hay una tumba a la vista, la de José Antonio, y las baldosas más nuevas que señalan la no-tumba de Franco. Le hablo de las criptas, inaccesibles tras las capillas, miles de cajas llenas de huesos tras los muros. 33.847 muertos documentados, aunque se sospecha que podrían ser muchos más. La tercera parte sin identificar.

Nos cuesta imaginar esa cantidad de cadáveres que, puestos en línea recta, llegarían desde Moncloa al Valle -una vez más la fantasmal perspectiva de la Victoria-. De pronto pensamos el risco entero como una osambre en la que hubiesen apilado decenas de miles de cráneos y fémures y costillas y esos huesecillos del oído que sabemos nombrar de carrerilla. Miles de piezas óseas que en cualquier momento fuesen a agrietar y reventar los muros y bóvedas y caer sobre nosotros.

Placa de inauguración de Franco del Valle de los Caídos. Olmo Calvo

Y aun así, le digo, son una pequeña parte de los muertos que dejó la guerra. Son menos de los asesinados por Franco y sus militares golpistas. Pero no hay quien pueda imaginar tanta muerte junta, sobre todo cuando sigue invisible, en las fosas anónimas e inencontradas, o aquí tras los muros. Necesitamos verlos, medirlos a lo largo de la autovía de la Coruña, amontonados en el risco, o llenando estadios, el campo de fútbol como unidad de medida, lo mismo para incendios que para genocidios.

¿Qué hacemos con todos estos muertos, invisibles pero ineludibles para pensar el futuro del Valle? Exhumar a aquellos cuyas familias lo soliciten. Hay más de cien familias esperando, y el gobierno, a través de Patrimonio Nacional y mediante convenio con la Universidad de Granada, tiene todo preparado para las tareas forenses, ahora paralizadas por decisiones judiciales. Incluso están ya las casetas de obra junto a la abadía, dispuestas para acoger los laboratorios, las vimos al llegar. ¿Qué hacemos con los muertos? Dejarlos en paz, esa es la consigna que repite la inmensa mayoría de visitantes con que nos cruzamos y a los que abordamos para preguntarles su opinión sobre el plan del gobierno.

Una mujer de mediana edad, que ha venido sola desde Guadalajara, dice estar buscando simbología hermética y mágica. Es su especialidad, y asegura que la basílica está llena de ella. La nave del misterio, pienso, y luego comprobaré que en efecto Iker Jiménez ya le dedicó algún programa al Valle. Le pregunto por los planes del gobierno. Ella no es franquista, aclara, pero le parecen fatal: “Eso es Agenda 2030, agenda globalista, no se puede destruir así la historia”. Dos matrimonios de Valdepeñas, de unos 70 años, la secundan en su rechazo: “En todas las familias hay un tonto, y nos ha tocado de presidente”, ríe uno de ellos. El otro hombre se pone serio: “Esto es historia, es como los Inválidos de París con Napoleón, un lugar de visita obligada. A los muertos hay que dejarlos en paz”.

El comedor de la hospedería gestionada todavía por los monjes benedictinos. Olmo Calvo

Dejar a los muertos en paz es la canción del verano cuando pregunto a otros visitantes, lo mismo jóvenes que ancianos. Junto a ella, la cantinela de las prioridades: “Hay cosas más importantes que hacer en España”. Sin sorpresa, la mayoría coincide en el desprecio por el actual gobierno. No obstante, encuentro a varios visitantes, llegados tras la misa y con relajación de turistas, que ven razonable instalar paneles para informar y que así “pueda venir más gente”, “sea para todos los españoles”. Pero ojo, a ver quién da esa información, ponen pie en pared en seguida. Revancha es otra palabra muy repetida.

Una docena de amigos con pinta de universitarios, y que mi hija en seguida ubica ideológicamente por sus ropas, discrepan entre ellos al ser preguntados. Alguno ve bien entregar los restos de las víctimas a sus familiares si lo solicitan. Otro cree preocupante que vengan forenses y se pongan a sacar cuerpos; cuánto tiempo, cuánto dinero va a costar eso. Hay cosas más importantes, dice él también. Preguntan para qué periódico escribo. “Buf, elDiario”, bromean al alejarse.

Un anciano simpático, “de Gerona, o Girona, lo que prefieras”, se confiesa franquista al ser preguntado. Lo aclara ya en la primera frase. “Qué le voy a hacer, me he criado con Franco”, dice alguien que ha vivido casi medio siglo extra desde que murió el dictador. Rechaza los planes del gobierno y pide que cuiden el Valle, que lo arreglen, que metan dinero, eso sí hace falta, pese a que se dice partidario de cuidar a los vivos y dejar en paz a los muertos.

¿Y qué hacemos con el Valle?

Avanza la mañana y sigue llegando gente, poca pero constante, acrecentada de pronto con un autobús lleno de matrimonios amigos, y un minibús con japoneses que fotografían todo con indolencia. Recuerdo que la Comunidad de Madrid ofrecía, al menos hasta hace poco, una “Ruta Imperial” a los turistas: junto al Monasterio del Escorial y otros monumentos próximos, incluía parada en el Valle de los Caídos. Vemos a otro grupo de visitantes equipados con audioguía, pues también hay empresas que ofrecen la visita.

Me pregunto si es posible resignificar algo que en sí mismo es un significado absoluto. No hay metros suficientes de panel para informar, explicar, contextualizar, reparar nada allí

Buscamos la espalda del risco, la Hospedería Santa Cruz que junto al monasterio y la escolanía completan el conjunto del Valle. También administrada por los monjes, la hospedería es tan rancia como el más rancio de los paradores: arquitectura de pretensión imperial, mobiliario castellano de saldo de una película de época, austeridad feísta. A la entrada, junto a una maqueta del Valle hecha con materiales de portal de Belén, un muestrario de viejas publicaciones del Centro de Estudios Sociales del Valle de los Caídos, que décadas atrás analizaba lo mismo la doctrina social de la Iglesia que el paro juvenil, el sistema fiscal o la pornografía, entre otros títulos expuestos.

Tras una cerveza en el pequeño bar –marca El Águila, por supuesto– comemos un menú recio. El amplio comedor está lleno por familias con niños e incluso bebés, más de un centenar de personas que pasan un fin de semana “de convivencia” en la hospedería. Hablan y ríen hasta que de pronto, sin que hayamos visto quién dio la orden, todos a una se ponen en pie y cantan una animada canción religiosa. Parecen contentos, sí. Y así podrían seguir otros 40 y otros 60 años, con sus convivencias semanales, sus misas y rosarios diarios, sus niños cantores y sus flores frescas sobre José Antonio. Nosotros ya hemos tenido bastante. Subimos al coche, y el GPS, contagiado del ambiente, se burla de nosotros, siniestro pese a su vocecilla amable: “A 200 metros, gire a la derecha por calle Arriba España”.

Servilletas de la hospedería del Valle de los Caídos (Cuelgamuros). Olmo Calvo

Hace rato que mi hija no pregunta ni comenta nada. No sé si hastiada, abrumada o deseando largarse de allí cuanto antes. No son sus 18 años; yo me siento igual con 30 años más. Una mezcla de bochorno y malestar por todo lo visto. Me pregunto, como se preguntan los expertos, como se pregunta el propio Gobierno, como se preguntan tantos españoles, si es posible resignificar algo que en sí mismo es un significado absoluto, un significado único y totalizador que cubre hasta el último centímetro de arquitectura, decoración e incluso paisaje transformado. No hay metros suficientes de panel para informar, explicar, contextualizar, reparar nada allí. Cualquier propuesta –y las hay muy valiosas, las había ya en la comisión de 2011, con Zapatero–, cualquier propuesta de centro de interpretación, memorial de las víctimas o intervención artística, empequeñece junto a aquella megalomanía.

Cómo hacer que el Valle deje, no de ser franquista, sino de los franquistas, para ser de todos, siendo como es un lugar excluyente y violento desde su origen, desde el primer dibujo, desde que Franco señaló el lugar y dijo “lo quiero aquí”, desde que el primer preso golpeó el risco con el pico para colocar un cartucho, desde que el primer preso perdió la suela de la bota que yo encuentro 80 años después y que al rozarla me cuenta la verdad de aquel lugar: que fue pensado como monumento a la victoria franquista y que, pese a que posteriormente se quisiera reciclar en espacio de “paz y reconciliación”, nunca ha dejado de ser un monumento a la victoria franquista. Normal que haya partidarios de la dinamita, la bola de demolición, la excavadora que en cualquier caso no podría revertir aquello, solo dejaría su hueco en el paisaje, su vacío también violento.

¿Qué hacemos con el Valle?, sigue siendo la pregunta casi medio siglo después de muerto Franco. ¿Lo dejamos estar, limitando en lo posible los actos de exaltación franquista –siendo, recordemos, todo él una exaltación–, en la confianza de que morirá solo, con cada vez menos visitantes hasta que no vaya nadie, como las corridas de toros? ¿Lo resignificamos con audacia, sin complejos ni miedos, con toda la razón democrática de nuestro lado, para convertir un lugar fascista en el mejor testimonio del horror fascista y de sus complicidades –empezando por la complicidad católica, en pocos sitios más evidentes que allí–, para que Olivia y las Olivias del futuro lo visiten con sus profesores? Esa es mi opción. Pero entiendo, cómo no entender, a tantos activistas de la memoria que sostienen que no hay resignificación posible, solo cabe el derribo.

“¿Qué tal el Valle, sigue siendo tan franquista?”, me preguntan días después. No, no lo es. Hace más de 40 años que dejó de ser un monumento franquista, pese a que siga honrando el legado criminal del dictador. Por desgracia hace más de 40 años que es un monumento de la democracia: un lugar nuestro, aunque la mayoría no lo visitemos, lo evitemos, lo miremos de lejos al pasar por la autovía. Un lugar de todos, patrimonio nacional, que mantenemos con nuestros impuestos, sometido a nuestras leyes y consentido por sucesivos gobiernos que, hasta la tardía –pero importantísima– salida de Franco y la reciente ley de memoria democrática, hicieron la vista gorda ante la mayor anomalía de nuestra democracia. La mayor al menos en tamaño bruto, en toneladas de roca y granito, en metros de cruz y miles de misas diarias por los caídos. Una anomalía de récord Guinness, sí.

Como quería ver el valle por los ojos de mi hija, permítanme que le dé a ella la última palabra. ¿Qué hacemos con el Valle, Olivia?

“La zona, el entorno, me parece muy bonito y me gustaría que pudiera ir más gente. También que pudieran ir al Valle, pero no para visitarlo como hasta ahora. No lo quitaría, porque se perdería totalmente lo que es: la única forma de ver de cerca el franquismo como era, y no contado en los libros de Historia. Quitándolo, se perdería para quienes no lo vivieron. Sí quitaría el monasterio y el colegio internado, porque eso sí me parece un retroceso, un colegio solo de hombres, los valores del franquismo en un colegio al lado del sitio donde estaba Franco. Quitaría todas las actividades, las misas y los niños cantando en el coro, que solo sea un lugar para ir a verlo, como una exposición, pero no una exposición bonita para apreciarla, sino para entender lo que pasó, con paneles informativos. Si fuera posible, sacaría todos los cuerpos para devolverlos a las familias. También sacaría a Primo de Rivera. Eso que dice la gente de no tocarlo y dejarlo tal como ha sido la historia, eso significa seguir yendo allí para alabarlo. Hay que hacer que sea un sitio al que no vayan solo franquistas, que pueda ir toda la gente pero que no parezca, como ahora, que vas porque estás de acuerdo con esa causa”.

Greta mal, las del museo mal, protestar contra el cambio climático siempre mal

21 septiembre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Conclusión: no protesten. O háganlo sin molestar, que nadie tiene la culpa: ni Goya, ni los turistas del museo, ni los gobiernos en la cumbre, ni las empresas comprometidas con reducir emisiones y plantar árboles.

Isaac Rosa

Activistas ecológicas se pegan al marco de los cuadros de 'Las Majas' de Goya en el Museo del Prado.
Activistas ecológicas se pegan al marco de los cuadros de ‘Las Majas’ de Goya en el Museo del Prado. FUTURO VEGETAL

6 de noviembre de 2022 22:25h
Actualizado el 07/11/2022 08:52h 

“Atentan en el Prado contra Las Majas de Goya”, titulaba un diario español. Atentan. Atentado. La palabra no se ha caído ahí, está escogida con toda intención. Ya saben cómo se llama a quienes comenten atentados. No hace falta ni que lo escriban, nos sale sola en cuanto leemos “Atentado”: terroristas. Daba igual que la acción fuese más una performance que un atentado, sin intención de dañar, solo llamar la atención: un atentado.

Curiosamente, graciosamente, ese mismo periódico que tan bien escoge las palabras, se mofaba hace tres años de otra activista, la joven sueca Greta Thunberg, que no echaba puré sobre cristales protectores ni se pegaba al marco de un cuadro. “El show de Greta”, titulaba entonces al informar de la llegada de la activista a la cumbre de Madrid. Durante meses ese mismo periódico, y otros similares que también condenan hoy con dureza lo del Prado, pusieron la lupa sobre Thunberg para desvelarnos que en realidad no era tan ecologista como decía, que sus viajes también contaminaban, que era una niña consentida, que tenía problemas mentales, que acabaría siendo una muñeca rota, que su familia era esto o lo otro, mientras sus columnistas, tan graciosos siempre ellos, hacían juegos de palabras y rimas simpatiquísimas con la muchacha. “Ecolojeta”, la llamaba uno. “La profeta loca”, decía otro. “La niña de la curva ecológica”, remataba el más ocurrente.

Conclusión: si protestas como Greta, haciendo huelga frente a tu instituto los viernes, viajando en tren a una cumbre y pronunciando discursos, mal. Si protestas como las activistas del Prado, que no causaron ningún daño pero consiguieron sobresaltarnos, mal también. Niñata una, terroristas otras. Inofensiva una, peligrosas otras. Todas mal. Tampoco es que esos mismos periódicos aplaudan cuando las activistas cortan carreteras, irrumpen en actos públicos, arrojan pintura en la puerta de una empresa o señalan una industria contaminante. En el mejor de los casos las ignoran, las invisibilizan. Todo mal.

Conclusión: no protesten, niñas. O háganlo sin molestar, que nadie tiene la culpa del cambio climático: ni las Majas de Goya, ni los turistas interrumpidos en su disfrute del museo, ni los conductores atascados por su inoportuna sentada en mitad de la calle, ni los gobernantes que ya se reúnen en cumbres para arreglarlo, ni las empresas que mira tú cómo se comprometen con reducir emisiones, plantar árboles y usar correo electrónico en vez de cartas de papel. No protesten, no hagan el ridículo, no cometan atentados.

En el mismo periódico, en cualquiera de esos periódicos que llaman terroristas a unas y niñatas ecolojetas a otras, pasas la página y te encuentras con la noticia de que los últimos ocho años han sido los más cálidos de la historia, el aumento del nivel del mar se ha duplicado en treinta años, y las palabras del secretario general de la ONU avisando de que el cambio climático “a velocidad catastrófica está devastando vidas y formas de vida en todos los continentes”.

Y ahí, en ese pasar la página, a un lado lo del museo, al otro el último informe, en ese pasar una simple página es cuando algo nos hace clic, o quizás crac. Una de las dos cosas no puede ser verdad: o las activistas, lo mismo Greta que las del museo, se equivocan; o la ONU y los expertos se equivocan. Porque si el cada vez más amplio consenso científico está en lo cierto, y estamos entrando en una zona incierta e incontrolable, que va a tener (que ya está teniendo) consecuencias terribles sobre la parte más vulnerable de la humanidad y compromete nuestra vida futura en el planeta, entonces lo criticable no es que manchen el cristal protector o el marco de un cuadro, sino que no hagan algo más, mucho más que una pintadita en un museo. Que no hagamos algo más, mucho más, nosotros que nos indignamos tanto (yo el primero) al ver el arte, el Arte, amenazado y profanado, y lo rechazamos y nos burlamos y nos ponemos estupendos y les damos lecciones de activismo, como antes nos tomamos a coña (yo el primero) a la cría sueca; pero nos indignaremos un poquito menos (yo el primero) cuando dentro de diez días la cumbre de Egipto se cierre con otro fiasco.

¿Mi opinión sobre lo del museo? Muy mal, claro. Todo mal, siempre mal.

Dejad a los muertos en paz

15 septiembre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • No toda, pero sí algo más de paz tienen algunos miles de muertos en Andalucía desde la salida de Queipo de Llano de la Macarena.

Isaac Rosa

La tumba de Queipo de Llano en la Macarena, una semana antes de su salida del templo
La tumba de Queipo de Llano en la Macarena, una semana antes de su salida del templo Sara Rojas

3 de noviembre de 2022 22:42h. Actualizado el 04/11/2022 08:20h 

En efecto, la política debe dejar a los muertos en paz, lo ha dicho Núñez Feijóo con palabras sabias. Y no toda, pero sí algo más de paz tienen desde este jueves algunos muertos.

Algo más de paz tienen Juan Rodríguez Tirado y sus hijos Pascual, Enrique y José, bisabuelo y tíos abuelos de Paqui Maqueda, la mujer que a la salida de los restos de Queipo de la Basílica pronunció sus nombres y gritó “¡Honor y gloria a las víctimas del franquismo!”, para que no fuesen aplausos lo último que se escuchase allí.

Algo más de paz tiene, en su fosa aún sin encontrar, Federico García Lorca, al que Queipo ordenó dar “café, mucho café”. Y Blas Infante, el padre del andalucismo, que al ser sacado para fusilar se despidió de su amigo, el doctor Leal Calderi, diciéndole que “estamos presenciando matanzas medievales”; antes de gritar “Viva Andalucía Libre” frente al pelotón que lo fusiló en la carretera de Carmona.

Algo más de paz, si no toda, tendrán desde hoy el alcalde republicano de Sevilla y una docena de sus concejales, varios diputados a Cortes, el presidente de la diputación, el secretario particular del gobernador civil, altos funcionarios republicanos, empleados municipales, militares y policías leales a la República, y numerosos alcaldes y concejales de pueblos donde no hubo guerra, no se dispararon más tiros que los que recibían en la nuca.

Algo más de paz tiene el legendario anarquista José Sánchez Rosa, maestro de escuela que recorrió durante décadas los campos andaluces haciendo propaganda del anarcosindicalismo, y que fue asesinado en julio del 36 pese a tener más de 70 años y estar apartado de la política. Como el maestro comunista Roque García Márquez, de Triana, que dirigía la escuela del sindicato de obreros del puerto; y con ellos hasta 60 maestros de escuela que fueron fusilados solo en la provincia de Sevilla en aquellos primeros días de guerra, y muchos otros en el resto de la región.

Algo más de paz tendrá el doctor José Ariza Camacho, republicano andalucista, al que sacaron para fusilar y, cuando su pareja iba detrás llorando y suplicando, la agarraron también a ella y los fusilaron a los dos en medio del puente de San Telmo (lo cuenta Juan Ortíz Villalba en su pionera investigación Sevilla 1936).

Algo más de paz habrá encontrado el medio millar de hombres de la columna minera de Río Tinto que fueron engañados, emboscados y asesinados en La Pañoleta, a la entrada de Sevilla. Y con ellos, los obreros de Triana, los de la Macarena, los de los barrios y pueblos, cientos, miles de obreros, que fueron detenidos, torturados, asesinados, desaparecidos, bajo las órdenes de Queipo de Llano.

La misma paz, no toda pero sí algo más, que tendrán las niñas de Aguaucho, violadas y asesinadas en un cortijo, las diecisiete rosas de Guillena, las nueve aceituneras fusiladas junto al cementerio, y tantas mujeres que en aquellos meses de horror fueron perseguidas, sometidas a castigos ejemplarizantes, rapadas, humilladas, violadas o asesinadas en los pueblos sometidos al pillaje.

Algo más de paz tendrán en sus fosas los “rojos cobardes” a los que, en palabras radiofónicas de Queipo de Llano, “nuestros valientes legionarios y regulares” demostraron “lo que significa ser hombres de verdad y de paso también a sus mujeres”, que no se iban a librar “por mucho que berreen y pataleen”. Con ellos, los “alborotadores” que debían ser “cazados como alimañas”, “los granujas e invertidos”, los “afeminados” que matarían “como a perros”, los asesinados en Carmona, donde merecían “castigos ejemplares” para que “Carmona se acuerde por mucho tiempo de los regulares”; los vecinos de “¡Morón, Utrera, Puente Gentil, Castro del Río, id preparando sepulturas!”, los del Arahal, donde “una columna formada por elementos del Tercio y Regulares han hecho allí una razia espantosa”, la larga lista de pueblos sevillanos, donde prometía fusilar “diez por cada víctima que hagan”. 

No toda, pero sí algo más de paz tienen los más de 1.400 asesinados solo en Sevilla capital, cuyos huesos siguen apareciendo en la gigantesca fosa de Pico Reja; los casi 13.000 asesinados documentados solo en la provincia de Sevilla, en su mayoría en pueblos donde no hubo combates; o las 45.000 mujeres y hombres de las que se tiene constancia que fueron asesinadas en toda Andalucía bajo el mando militar de Queipo de Llano, y en aplicación de sus órdenes represivas.

Pues sí, dejemos en paz a los muertos. Agradezcamos la nueva ley de memoria y su rápida aplicación, y sobre todo agradezcamos a quienes, como Paqui Maqueda y tantas mujeres y hombres del activismo de la memoria democrática, han conseguido después de años de protesta que sus familiares muertos dejen de moverse en sus tumbas y fosas, dejen de sacudirse de rabia y de vergüenza, incapaces de descansar en paz mientras su asesino estuviese sepultado con honores en uno de los principales templos de la ciudad. Gracias.

El joven Marías en el siglo XXI

15 junio, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

Isaac Rosa

El 'joven Marías' en un retrato tomado en 2011, en su despacho
El ‘joven Marías’ en un retrato tomado en 2011, en su despacho Kiko Huesca / EFE

12 de septiembre de 2022 01:07h
Actualizado el 12/09/2022 01:15h 

Con la muerte de Javier Marías desaparece uno de los mayores novelistas del siglo XX español, pero no a la manera tontorrona en que estos días decimos que la muerte de la reina británica supone el final -otra vez- del inacabable siglo XX.

Aclaro: afirmar que Javier Marías es un novelista del siglo XX no es menosprecio por ‘viejo’ o anacrónico, pues en la literatura no operan los plazos y caducidades de otros campos, ni vale más lo más nuevo. Nadie hace de menos a Cervantes por decir de él que es muy Siglo de Oro, como tampoco lo es considerar decimonónico a Galdós, pues ambos fueron radicalmente modernos en su tiempo —cosa distinta es ser un novelista decimonónico en pleno 2022—. De la misma manera, fechar a Marías como novelista del siglo XX no lo devalúa, al contrario: tiene mucho mérito ser un novelista del XX y seguir gozando del reconocimiento nacional e internacional, los muchos lectores, la unanimidad crítica y los premios que sigue teniendo Marías a estas alturas del siglo XXI —y lo que seguirá teniendo, bien ganada su posteridad—.

Si digo que Marías es un novelista del XX no es por lo más evidente, lo más anecdótico de su personalidad, todo eso que en su muerte es recordado con simpatía: su orgullosa militancia analógica —su mítica máquina de escribir y su no menos mítico fax—, el personaje de Marías gruñón en las columnas de prensa —que no dejaba de ser una creciente desconexión generacional con buena parte de los cambios políticos, sociales y culturales de los últimos años—; su nostalgia por valores éticos y estéticos supuestamente perdidos, su insistencia en ambientar sus novelas en el siglo pasado como si nada le interesase ya de nuestro tiempo; sus lecturas de cabecera reconocidas que raramente incluían a sus contemporáneos, al menos sus contemporáneos españoles; o su imagen pública —retratado siempre con un cigarrillo y en una biblioteca imponente, de otro tiempo—.

Tampoco porque Marías represente un tipo de escritor hoy en vías de extinción: con relevancia pública y reconocimiento unánime, tribuna influyente en un gran medio, prestigio institucional —que él mismo se sacudió rechazando algún premio—, académico, absolutamente intocable por la crítica. Todo muy siglo XX.

Marías ya era uno de los mayores novelistas españoles antes de acabar el siglo pasado. Las que para mí siguen siendo sus mejores obras quedaron escritas en la última década del XX: Corazón tan blancoMañana en la batalla piensa en mí y Negra espalda del tiempo aparecen en el plazo de seis años, y solo por esos tres títulos ya merecería estar en todas las historias de la literatura, y por supuesto ser leído hoy. Sus novelas últimas, de las que confieso que no soy tan entusiasta pese a su exigencia sin concesiones, no dejan de parecer vueltas y revueltas temáticas y formales sobre su obra anterior.

Sospecho que los lectores de Marías son hoy en su mayoría hijos del siglo XX, y que los más jóvenes, quizás disuadidos por la caricatura del «Marías gruñón», tal vez se están perdiendo al que sigue siendo joven Marías, uno de nuestros mayores novelistas

Todo lo que hoy podamos reconocerle, su estilo personalísimo, sus obsesiones habituales, su querencia anglosajona y desapego de la tradición española, su pensamiento narrativo, sus digresiones y desvíos sin fin, su complejidad y densidad compatibles con una lectura asequible, su territorio literario y moral, su humor y sus juegos, le fueron reconocidos hace treinta años, cuando todavía era ‘el joven Marías’, como le llamaba Benet. Y fue entonces cuando causaron un impacto que hoy tal vez no se aprecia tanto, por haber perdido su condición pionera. Incluso en la hoy tan manida autoficción fue Marías uno de los primeros en jugar inteligentemente con la confusión entre narrador y autor.

Pocos autores pueden presumir de que tantísimos lectores recordemos de memoria un arranque de novela como aquel memorable de Corazón tan blanco, insuperable (“No he querido saber, pero he sabido…”). Y aun menos autores resisten una ‘cata a ciegas’: abrir un libro cualquiera suyo, y sin saber el nombre del autor identificarlo por su estilo único. En el caso de Marías, esa forma de narrar y contraer y expandir la sintaxis mediante idas y venidas, reiteraciones, paralelismos, estribillos y esa larga frase musical que lleva al lector siempre en vilo, a punto de perder el hilo pero incapaz de soltarla.

En su muerte, el mejor recuerdo a un autor siempre es su lectura, y el mejor elogio, la recomendación de que sea leído. Ojalá me equivoque, pero sospecho que también los lectores de Marías son hoy en su mayoría hijos del siglo XX, y que los más jóvenes, quizás disuadidos por la caricatura del “Marías gruñón”, y totalmente ajenos al tipo de escritor y el estilo y temas que representa, tal vez se están perdiendo al que sigue siendo joven Marías, uno de nuestros mayores novelistas. Uno de los mayores sin más, sin fechar.

Las mejores ofertas del Black Friday

25 noviembre, 2022

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Conocidas sus prácticas laborales y fiscales, y sus consecuencias sociales, Amazon puede ser al comercio lo que Qatar al fútbol. Lo sabemos, pero se nos olvida en los días señalados para comprar.

Isaac Rosa

Un repartidor con el uniforme de Amazon
Un repartidor con el uniforme de Amazon EFE

24 de noviembre de 2022 22:39h. Actualizado el 25/11/2022 10:35h 

Llega por fin el esperadísimo Black Friday, el día de los grandes descuentos que anticipa el largo mes de las compras navideñas, y por eso hoy te traigo los mejores chollos para que no te los pierdas, ojo. ¡Espabila, que vuelan!

Y si de ofertas se trata, las mejores las tiene siempre Amazon, el gigante del comercio electrónico. Para empezar, un ofertón en costes laborales, con soluciones muy ingeniosas para abaratarlos. ¿Tienes que repartir varios millones de paquetes y no sabes cómo hacerlo a buen precio? Ni se te ocurra contratar repartidores, eso ya no se lleva. La “solución Amazon” es lo que estabas buscando: tendrás a tu servicio varios miles de repartidores, vestidos con el uniforme de tu empresa, conduciendo vehículos que llevan el logo de tu empresa, siguiendo rutas y ritmos que tú les marcas, obedeciendo a tu algoritmo e incluso facilitándole métricas y big data para controlarlos y medir su productividad, ¡pero no tendrás que contratar ni uno solo! ¿Es o no un chollo?

Solo tienes que hacer como Amazon, que tiene 7.000 repartidores propios sin ser propios, no sé si me explico. Repartidores de Amazon pero sin el engorro del papeleo, la Seguridad Social, los costes laborales propios de un asalariado o las dificultades para despedirlos. ¿Quieres hacerlo tú también? ¡Muy fácil! Basta con un puñado de pequeñas empresas de reparto que solo trabajen para Amazon, todo subcontratado. Así es como reparte el 50 % de sus envíos en España, sin importarle el incordio de la Ley Rider o las multas millonarias de la Inspección de Trabajo. Y si el día de mañana tiene que prescindir de una parte de ellos, como hará próximamente con 10.000 trabajadores en todo el mundo, será tan fácil como cortar relación con las subcontratas.

¿No es una oferta genial? ¿No es un súper chollo ser una multinacional cuya principal actividad es el reparto de productos, y no tener contratado un solo repartidor? De paso, te ahorras conflictos con los trabajadores, algo muy valorado para una empresa conocida por sus prácticas antisindicales y sus tecnologías de control e hiperproductividad sobre los trabajadores en sus plantas. ¡Corre, que esta oferta solo está al alcance de unos pocos espabilados! ¿Cómo, que no te parece ético? Pues tú mismo, pero Jeff Bezos es megamillonario, y tú no. Por algo será.

La de costes laborales no es la única súper oferta que nos trae el gigante en este Black Friday: ¡también hay chollo fiscal! ¿Quieres ahorrar en impuestos? Pues de nuevo, sigue el “método Amazon”: ingeniería fiscal para pagar menos impuestos en Europa. En el caso de España, se ahorran impuestos también con el favor de las administraciones, que le dan todo tipo de facilidades -beneficios fiscales incluidos- para que instale sus centros de logística, rendidos todos a la promesa de miles de puestos de trabajo. Cómo sean esos trabajos, ya es otra historia.

Siento amargaros un poquito el Black Friday, pero el gigante del comercio electrónico es el gran beneficiado de estos días especiales. No la tienda de tu barrio, que bastante tiene con sobrevivir a la subida de suministros, y que no puede competir con los descuentos agresivos de la gran distribución ni con sus trucos laborales y fiscales. Ya sé, es una pena que cierren las tiendecitas de tu calle o se conviertan en franquicias, pero quién puede resistirse a un chollazo, pudiendo comprar ya los regalos navideños a buen precio y con solo un clic, ¿verdad?

Estos días que tantos renuncian a ver el Mundial de fútbol por rechazo a Qatar, me llama la atención que no hagamos lo mismo con Amazon, siendo como es el equivalente a Qatar en el mundo del comercio. Ni un brazalete nos ponemos para seguir comprando. Yo el primero, que lo evito a toda costa pero alguna vez piqué. Todos conocemos ya sus políticas laborales y fiscales, la manera en que arrasa el pequeño comercio y cómo en Estados Unidos está agravando la desigualdad, la pobreza y el declive de algunas ciudades, como anticipo de lo que acabará haciendo en otros países. Por no hablar del daño ambiental de todos esos embalajes y los millones de mercancías cruzando el planeta, yendo y viniendo, y a menudo yendo y viniendo dos veces por la facilidad para las devoluciones. De vez en cuando vemos un reportaje de televisión sobre el tema y nos llevamos las manos a la cabeza, pero luego llega el Black Friday, o el Cyber Monday del próximo lunes, o la navidad o cualquier otra festividad de compras ineludibles, y se nos escapa el dedo, sin querer, porque ¿quién se resiste a ofertas así? ¡Clic!

Mientras los consumidores nos indignamos pero seguimos haciendo clic, yo confío más en sus trabajadores, tanto los directos de las plantas como los muchos subcontratados. Son ellos quienes están sosteniendo el pulso, teniendo todo en contra, montando sindicatos en una empresa tan antisindical, organizándose colectivamente por encima de la atomización del modelo de contratación, y resistiendo presiones. Ya el año pasado le convocaron una huelga a la empresa en pleno Black Friday, y desde entonces no dejan de crearse secciones sindicales por todo el mundo. Ya ha habido algunas huelgas parciales en las subcontratas, y no tardaremos mucho en ver la primera gran huelga de repartidores de Amazon. Aunque no sean de Amazon.

Marcos Ana (el poeta comunista o el comunista poeta) para desmemoriados

22 abril, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

  • ‘Te llamo desde mi muro’, de Joaquín Recio y Joaquín López Cruces, es un libro didáctico editado por la cooperativa andaluza Atrapasueños sobre el último de los 23 años que el poeta pasó en prisión

Foco MEMORIA HISTÓRICA

Ilustración del poeta comunista Marcos Ana
Ilustración del poeta comunista Marcos Ana

Néstor Cenizo 27 de noviembre de 2020 21:03h 

@nestorcevic

De Marcos Ana, seudónimo de Fernando Macarro (Alconada, 1920 – Madrid, 2016), suele decirse que es difícil saber qué era más: si un poeta comunista o un comunista poeta. Las facetas política y literaria se confunden porque en él eran indistinguibles. Empezó a leer poesía y luego a escribirla en la cárcel, donde pasó 23 años encerrado por la dictadura: no hay preso que pasara más tiempo en las cárceles franquistas que el poeta comunista Marcos Ana. Cuando salió dijo una frase cargada de poesía y política: «España, tierra de cárceles».

«Marcos Ana es la referencia inevitable para entender lo que fue la represión franquista»

En el centenario de su nacimiento y en la semana de su muerte, la cooperativa andaluza Atrapasueños acaba de publicar un libro que recrea su último año de cautiverio. No es un libro al uso: es un trabajo de investigación guiado por el hilo conductor de la ficción, está ilustrado por Joaquín López Cruces e incluye un apéndice con una veintena de propuestas didácticas que completan la pretensión de llegar a un público joven y dan sentido al título, que toma prestado el titular de un artículo de Isaac Rosa en eldiario.esTe llamo desde mi muro (cuéntenles a sus hijos quién fue Marcos Ana).

«Falta material que explicara quién fue Marcos Ana sin esconder la dureza de la cárcel», explica Joaquín Recio, autor de la obra, que ya había elaborado material didáctico de Blas Infante o Blas de Otero. En esta ocasión, se trataba de preparar un material que hablara a los jóvenes de represión, cárcel, tortura y política en los años del franquismo. «Marcos Ana fue un referente de la dignidad del pueblo español frente la opresión de la dictadura franquista», ha escrito Juan Diego Botto en el prólogo a este libro.

El aprendizaje poético en la cárcel

Para guiar al lector en el conocimiento del poeta, Recio ha inventado un personaje, Jonás. Un estudiante detenido y enviado en 1960 al penal de Burgos, conocido por ser la cárcel de los disidentes franquistas. Allí conocerá a Marcos Ana en charlas de celda y paseos de patio. Descubrirá quién fue para contárselo a sus hijos veinte años después, cuando la democracia empieza a asentarse en España. Todo lo demás es historia de la represión.

A Marcos Ana (en homenaje a su padre, Marcos -muerto en un bombardeo de la legión Cóndor-, y su madre, Ana) el franquismo le atribuyó la responsabilidad de tres ejecuciones en las que supuestamente participó con 16 años. En 1936, Marcos Ana (entonces Fernando Macarro) era el secretario de las Juventudes Socialistas Unificadas en Alcalá de Henares y jefe de un grupo de milicianos. También era militante del Partido Comunista. Suficiente para caer en la causa general de la dictadura. Y aunque él siempre se declaró inocente y la condena inicial fue anulada por defectos de forma, volvió a ser condenado. En 1944, su pena de muerte fue conmutada por 60 años de cárcel. Fue encerrado en 1939 y salió en 1961.

En 1960, Marcos Ana estaba a punto de ser liberado. El año da el contexto: la supuesta apertura del régimen, las cartas con Eisenhower, el acercamiento a la Santa Sede. «Esa dictadura que se abría al mundo encarcelaba cada vez más y seguía torturando a la disidencia», explica Recio.

Ilustración de Joaquín López Cruces en el libro sobre Marcos Ana

Entre rejas, el comunista encarcelado se hace poeta. Allí conoce a José Luis Gallego, poeta y periodista, preso durante veinte años, un factor clave en su aprendizaje de la construcción poética. El otro fue su propia curiosidad: en aquella cárcel poblada de disidentes recibe sus primeros libros de poesía. «Había un trapicheo permanente y lee desde Santa Teresa de Jesús a Pablo Neruda», cuenta Recio. Son años de lecturas, casi siempre en pequeño formato para mejor disimular. «Lo más fácil era coger un misal y meter el libro dentro», añade Recio. «Los amigos me pasaron lecturas, introduciendo en mi petate unas hojas sueltas con poemas de Alberti, Neruda, Machado… Los leía y releía mil veces. Me los aprendí de memoria y me los recitaba en voz alta, llenando de ritmo y de imágenes la soledad y el silencio de mi celda», contaba.

Esos años de aprendizaje carcelario en la llamada «Universidad de Burgos» recorren el libro, que recoge el homenaje, «con la voz ahogada», de los presos a Miguel Hernández. Escribieron una obra teatral sobre su muerte, Sino sangriento, y la representaron entre los muros del presidio. Aún se conserva el manuscrito original. Otros pasajes de Te llamo desde mi muro son más sugestivos, aprovechando las ilustraciones de López Cruces: el dibujante ha recreado por primera vez la huida frustrada de miles de republicanos desde el puerto de Alicante. El poeta estaba entre ellos.

«La historia de la literatura la hacen los vencedores»

Al salir de la cárcel tras la campaña de Amnistía Internacional por su liberación, Marcos Ana reforzó su papel activista, girando por el mundo para reclamar la libertad de los presos políticos. Puede que su fuerza simbólica acabara ocultando el valor de su obra poética, no demasiado extensa, pero sí muy pulida tras años de encierro. «Algunos académicos la miran con recelos, pero es la poesía total, realizada desde lo más oscuro», opina Joaquín Recio, que lamenta el relativo desconocimiento sobre Marcos Ana, el poeta: «Hay un sesgo ideológico muy importante con su obra. La historia de la literatura la hacen los vencedores».

Te llamo desde mi muro aspira a meter una cuña presentando a Marcos Ana al público joven. El propio Marcos Ana visitaba habitualmente colegios e institutos y se carteó durante años con decenas de jóvenes en España. «Lo que más le gustaba era estar rodeado de gente joven. Lo conseguía de forma natural», cuenta Recio, que echa de menos que apenas se hable de Marcos Ana y lo que significa en los institutos y facultades: «Este libro va dirigido a la gente desmemoriada, que no es poca, pero también a la gente joven para que conozca la historia de una persona fundamental de la historia democrática».

De Marcos Ana a Otto Frank, padre de Ana Frank

La obra se completa con prólogo de Juan Diego Botto, proemio de Willy Meyer y epílogo de Isaac Rosa, así como veinte actividades didácticas y un anexo: la carta que dirigió Marcos Ana a Otto Frank, padre de Ana Frank, con motivo de la conferencia celebrada en 1960 en París para la liberación de los presos políticos españoles, auspiciada por el Consejo de Europa.

El poeta español escribió a Frank para pedirle su apoyo a la conferencia. “Su presencia, o su adhesión, tendría un significado singular: Ana Frank, un símbolo contra la intolerancia. Su martirio es nuestro martirio. La esperanza en la fraternidad humana que su hija legó al mundo es nuestra esperanza”.

Marcos Ana cuenta a Frank que el fascismo español llenó las cárceles “antes de que sus amos abrieran las fosas de Auschwitz y Belsen”. “Pero lo más triste es que aún seguimos encarcelados”, lamenta después de 22 años de cautiverio. “Si la pequeña Ana viviera estaría a nuestro lado, lucharía por nosotros, porque su diario es, ante todo, una acusación contra la humanidad del hombre para con el hombre”. 

Publicado el 27 de noviembre de 2020 – 21:03 h