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Una investigación familiar saca a la luz los nombres de decenas de víctimas de un campo de concentración franquista

26 enero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

  • La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha ayudado a destapar la identidad de 33 prisioneros que fallecieron en el campo de la Santa Espina, en Valladolid; “Me gustaría encontrar sus restos. ¡No era un perro, era mi padre!”, asegura el hijo de una de las víctimas
  • — La represión franquista en el fútbol salta por fin a la cancha
Una de las pocas “informaciones” publicadas por la prensa franquista sobre el campo de concentración de La Santa Espina (El Norte de Castilla, 28 de julio de 1938).
Una de las pocas “informaciones” publicadas por la prensa franquista sobre el campo de concentración de La Santa Espina (El Norte de Castilla, 28 de julio de 1938).

Carlos Hernández

22 de noviembre de 2022 22:51h 

“Busco a mi abuelo Pedro Gallardo Díaz. Ayuda, por favor”. Ese breve texto apareció en la pantalla del ordenador un caluroso 31 de agosto de 2019. A pesar de ser domingo, Marco González acababa de abrir el buzón del correo electrónico de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Recibía mensajes similares cada día: “No sé qué fue de mi padre”. “Necesito saber dónde murió mi abuela”. “Desconozco el paradero de los restos mortales de mi bisabuelo” … Tocaba aplicar el protocolo habitual: contactar con el remitente e iniciar la investigación.17.000 kilómetros para recoger el anillo y el reloj que los nazis arrebataron a un prisionero español

Lo que Marco no podía imaginar en ese momento es que aquel escueto mensaje iba a permitir sacar a la luz el terrible secreto que escondía uno de los 300 campos de concentración que Franco abrió por toda España: el ubicado en el monasterio de la Santa Espina, perteneciente a la localidad vallisoletana de Castromonte.

“Contacté con la ARMH porque ya no sabía qué hacer para descubrir lo que le había pasado a mi abuelo”, cuenta. Pedro fue el autor del email y relata a elDiario.es cómo y por qué comenzó a buscar respuestas: “Fue hace cuatro o cinco años. Mi mujer, Mari Carmen, empezó a hacerme preguntas sobre mi abuelo porque había visto una foto suya vestido de uniforme. Entonces fui consciente de que no sabía nada de él. Pregunté a mi padre, su hijo, que también se llama Pedro, y me dijo que había muerto en la guerra, pero que no sabía nada más. Nunca habían hablado del tema. Había mucho miedo a abrir la boca”. 

Hambre, enfermedades, malos tratos y mucho frío

El campo de concentración del monasterio de la Santa Espina fue abierto por las tropas franquistas en agosto de 1937. El ejército ocupó el edificio religioso, originario del siglo XII, sin importarle que una parte del inmueble fuera la sede de un orfanato repleto de niños. Los propios documentos militares franquistas reconocían las limitaciones del recinto: “Aislado en pleno campo […]. Es un edificio en buen estado de conservación, pero en su mayor parte está ocupado por un establecimiento de beneficencia para enseñanza y en la parte que ha quedado libre en el piso superior y cerrado de unos claustros, solo hay capacidad para unos 600 prisioneros”. 

El monasterio de la Santa Espina fue utilizado como campo de concentración franquista entre 1937 y 1939. Creative Commons / Luis Rogelio HM

Poco a poco, empezaron a llegar las respuestas. Su abuelo, Pedro Gallardo Díaz, trabajaba en las minas de La Carolina (Jaén) cuando se produjo el golpe de Estado de julio de 1936. Enrolado en el ejército republicano, su pista se perdía en la guerra. ¿Habría muerto en combate? Esa era la opción más plausible hasta que apareció un documento clave: un certificado de defunción en el que se decía que había fallecido en el campo de concentración franquista de la Santa Espina por una “tuberculosis gaseosa” y que había sido enterrado en el cementerio del propio recinto.

Pedro le dio la noticia a su padre, que se quedó absolutamente perplejo. “Estoy sorprendido, pero estoy contento de saber la verdad”, confiesa a elDiario.es. “Siempre había oído que a mi padre lo mataron en la guerra y fíjate… Muy cerca de donde vivo estuvo el campo de concentración franquista de Castuera, un sitio terrible. Yo lo he visitado alguna vez. Saber ahora que mi padre estuvo en un lugar parecido… en un campo de concentración… No me lo podía imaginar”, asegura.

Esa capacidad se sobrepasó en un 700 %, ya que en su interior llegaron a hacinarse 4.300 cautivos. Incluso la censurada y propagandista prensa franquista dejó entrever la masificación del recinto. Así lo describía el ABC de Sevilla en julio de 1938: “Todo el Monasterio bulle de humanidad apretada y sin ansias; turbión humano como cuando este arroyo baja crecido en primavera y se arrastran sus aguas, sin voluntad y perezosas, declive abajo, desilusionadas hacia el Duero; sino que, a esta corriente humana, si le falta como al arroyo crecido la voluntad, le falta también la transparencia y el rumor alegre de las aguas primaverales”.

El frío no fue el único enemigo. Algunos reclusos llegaron a morir de hambre. El máximo responsable de la Inspección de Campos de Concentración presumía ante Franco de haber logrado en La Espina un superávit económico de 20.967 pesetas

Para estirar su capacidad, los responsables del campo de concentración no dudaron en utilizar también una iglesia cercana y los claustros inferiores del monasterio. Unos claustros descubiertos donde los prisioneros no podían protegerse del frío, la lluvia y la nieve y que los propios informes militares franquistas consideraban “inhabitables” durante los duros meses del invierno. Tanto fue así que, en varios escritos, los ingenieros del ejército sublevado recomendaron el cierre del campo si no se tapiaban esos claustros. El recinto, sin embargo, permaneció abierto hasta noviembre de 1939, ocho meses después de acabar la guerra.

El frío no fue el único enemigo al que tuvieron que vencer los prisioneros para intentar sobrevivir. El historiador Enrique Berzal destaca que “la alimentación, a pesar de lo propagado por las fuentes oficiales, siempre fue insuficiente. Testimonios de la época aseguran que el menú en la Santa Espina pocas veces eludía las lentejas con caldo, y que algunos reclusos llegaron a morir de hambre”. Paradójicamente, el máximo responsable de la Inspección de Campos de Concentración presumía en sus informes de ahorrar buena parte del dinero presupuestado para alimentar y vestir a los prisioneros. En el escrito que el coronel Martín Pinillos envió a Franco en diciembre de 1938, se jactaba de haber logrado en el campo de concentración de la Santa Espina un superávit económico de 20.967 pesetas.

Las enfermedades, los malos tratos y la parasitación de los prisioneros fueron otras de las consecuencias de la enorme masificación. El tifus exantemático, provocado por el piojo verde, se cebó con los forzados huéspedes del monasterio. La sarna y las enfermedades del aparato digestivo también se propagaron debido a la mala alimentación y a las condiciones insalubres del agua.

“Se prohibió el uso de una fuente que existe en la fachada por su contaminación”, rezaba un informe franquista de junio de 1938 en el que se añadía: “Agua de aseo. Se utiliza la de un canalito que se ha construido que deriva de un canal de riego. El agua de este canalillo no solo sirve para el aseo de los prisioneros sin que después de ser utilizada a este menester pasa a un sistema de letrinas de agua corriente para el servicio del Campo”.

Esta insalubridad omnipresente se veía agravada por la falta de la debida asistencia sanitaria ya que, según Berzal, aunque era uno de los pocos campos de concentración que contaba con enfermería, estaba condicionado por “una traba insalvable: la carencia de medicinas”. 

La foto de Pedro Gallardo Díaz, vestido de uniforme, que empujó a su nieto a investigar los detalles de su muerte.

Un tormento más que sufrieron los prisioneros de la Santa Espina fue el adoctrinamiento al que eran sometidos por sus guardianes. Obligados a ir a misa, cantar el Cara al sol, realizar el saludo fascista y asistir a las llamadas “charlas patrióticas”. En ellas, más que consignas lo que recibían eran amenazas. Así se reflejó en una de las escasas informaciones sobre este campo de concentración aparecidas en la prensa franquista: “El delegado local de Prensa y Propaganda, Pedro Muñoz, advirtió a los presentes ”Hoy España está en la Cruz y aun vuelve suplicante sus ojos hacia sus hijos, a los que la traicionaron, esperando como Cristo la palabra de arrepentimiento para perdonarlos; y los que no lo hagan, es mejor que se marchen lejos, muy lejos, porque en la España de Franco no caben más que los hombres, pero nunca las alimañas“.

Una fosa con al menos 33 prisioneros muertos

83 años después, Malena y Óscar se presentaron en el monasterio de la Santa Espina. Los dos voluntarios de la ARMH recorrieron su cementerio, construido en 1887, en busca de lápidas, marcas o señales que pudieran indicar el lugar de alguna fosa de la época en que operó el campo de concentración. Como era de esperar, no hallaron nada determinante. Continuaron su investigación en el archivo y el registro civil de la localidad de Castromonte, a la que pertenece el edificio religioso.

Y fue allí donde los encontraron: Marcos, Pedro, Diego, Fermín, Francisco, Antonio… Un total de 33 nombres de prisioneros que habían perecido en el campo y que aparecían como enterrados en el cementerio de la Santa Espina. Además de los datos personales de los fallecidos, aparecían las causas oficiales de sus muertes. Si creemos lo que se anotó por orden del comandante del campo, un tercio de ellos murió de “bronconeumonía”. El resto, a pesar de ser jóvenes de entre 17 y 40 años de edad, fueron registrados como víctimas de “endocardiatis”, “paro cardiaco”, “conmoción cerebral”, “anemia cerebral”, “congestión pulmonar” o “insuficiencia cardiaca”, entre otras supuestas dolencias.

Extracto del certificado de defunción de Pedro. En él se registra su muerte por “tuberculosis gaseosa” el 3 de marzo de 1939.

Llama la atención que todas las víctimas, salvo dos, fueron registradas entre febrero y mayo de 1939. No aparece ningún muerto en 1937 y solo dos en 1938. “¿Pudo, por tanto, haber muchos más fallecidos que no fueron registrados?”, se pregunta Marco González: “Los datos son los que son, aunque con la metodología del fascismo español nada es descartable”. 

Esa duda se ve alimentada por otro hecho: documentos franquistas que se conservan en el Centro Documental de la Memoria Histórica mencionan los nombres de dos prisioneros fallecidos en la Santa Espina que, sin embargo, no constan en el registro municipal de Castromonte. Marco denuncia, además, la falta de colaboración en esta investigación de Los Hermanos de La Salle, la congregación religiosa que gestionó el monasterio hasta el pasado verano: “Eran los propietarios de ese pequeño cementerio. Es imposible pensar que no hubiera un libro de defunciones y enterramientos”.

Plano del campo de concentración de La Santa Espina realizado por los ingenieros del ejército franquista.

Ahora el empeño de la ARMH se dirige a localizar la fosa en la que enterraron a las víctimas. “El problema es que ese cementerio, hasta su ampliación, ha tenido mucha actividad funeraria, sobre todo desde la inauguración del nuevo pueblo en los años 50”, apunta Marco. “Es posible que el lugar fuera reutilizado para nuevos enterramientos. Aun así podemos intentarlo, realizando sondeos en algunos puntos. Será muy importante la colaboración vecinal”, asegura. 

“Me gustaría encontrar sus restos. ¡No era un perro, era mi padre!”. El hijo de Pedro Gallardo Díaz ya no piensa rendirse: “Aunque solo encontremos un hueso… o dos. Quiero sacarlo de allí y traerlo al pueblo para descanse junto a su esposa, en el mismo sepulcro”. El nieto va un paso más allá: “Sería un descanso encontrar a mi abuelo. Yo ese día gritaría ¡Viva España!, porque yo amo a mi país. Y también le diría a Franco ”Jódete, cabrón“, porque sería una victoria frente a quienes le intentaron hacer desaparecer”.
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Estudiar el potencial de los bosques tropicales para mitigar del cambio climático, un trabajo tan esencial como precario

18 octubre, 2022

Fuente: http://www.theconversation.com

Publicado: 11 mayo 2022 19:48 CEST

Autoría

  1. Oliver Phillips. Professor of Tropical Ecology, University of Leeds.
  2. Aida Cuni Sanchez. Associate Professor of Environmental Sciences, Norwegian University of Life Sciences and Honorary Research Fellow, University of York.
  3. Renato Lima. Associate Research Scientist in Forest Ecology, Universidade de São Paulo.

Cláusula de Divulgación

Oliver Phillips recibe financiación del Consejo de Investigación del Medio Ambiente Natural del Reino Unido, el Consejo Europeo de Investigación, la Agencia Espacial Europea, la Unión Europea y la Royal Society.

Aida Cuni Sánchez recibe financiación del Natural Environment Research Council del Reino Unido.

Renato Lima recibió financiación de la Fundación de Investigación de São Paulo (FAPESP).

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En ninguna parte la naturaleza está más llena de vida que en los bosques tropicales. Refugio de más de la mitad de todas las especies de plantas y animales del mundo, los bosques cercanos al ecuador han sustentado a recolectores y agricultores desde los primeros días de la humanidad.

Hoy en día, sostienen gran parte de nuestra dieta globalizada y tienen un gran potencial para la medicina actual y futura. Los bosques tropicales que quedan almacenan miles de millones de toneladas de dióxido de carbono cada año, proporcionando la mejor solución natural para luchar contra el cambio climático. No existe un camino posible hacia las cero emisiones netas en el que se ignoren las tierras tropicales.

Para ayudar a limitar el calentamiento global a mucho menos de los 2 °C, los países piden desesperadamente datos sobre la cantidad de carbono que estos bosques pueden almacenar. La mejor manera de estudiarlos es a través de mediciones a largo plazo tomadas en parcelas cuidadosamente definidas en el terreno, árbol por árbol, año tras año. Estas parcelas nos dicen qué especies están presentes y necesitan ayuda, qué bosques almacenan la mayor cantidad de carbono y crecen más rápido y qué árboles destacan por resistir el calor y producir madera.

Lejos de los laboratorios y las capitales donde se estudian y legislan estos bosques, los investigadores afincados en los trópicos recogen los datos que constituyen la base de nuestro conocimiento sobre estos ecosistemas vitales. Podría pensarse que hacer que todos los datos recopilados sean de libre acceso es igualitario. Pero para las personas que registran las especies y el carbono de los bosques tropicales, ofrecer los frutos de su duro trabajo sin una inversión justa no reduciría las desigualdades, las aumentaría.

Una persona con un arnés asciende por el tronco de un árbol tropical.
Un colega colombiano mide un árbol Dipteryx gigante en la selva tropical del Chocó. Zorayda Restrepo Correa, Author provided

Esto se debe a que quienes recopilan los datos en los bosques tropicales están en desventaja en comparación con los investigadores y los encargados de formular políticas que utilizan estos datos. Aquellos que trabajan sobre el terreno a menudo arriesgan sus vidas al hacer las mediciones que logran expandir el conocimiento mundial de uno de nuestros mejores baluartes contra el cambio climático y el mayor depósito de biodiversidad mundial. Por su trabajo, reciben poca protección y escasa compensación.

Valorar a estos trabajadores es fundamental para aprovechar al máximo lo que la naturaleza puede ofrecer para hacer frente a la pérdida de biodiversidad y la crisis climática. Por ejemplo, los bosques tropicales tienen una capacidad sin igual para absorber carbono de la atmósfera. Pero sin el trabajo de la gente que los estudia, la gran contribución de los bosques tropicales para frenar el cambio climático se pasará por alto, se subestimará y se pagará de manera inadecuada.

Hoy en día, 25 investigadores destacados en la ciencia de los bosques tropicales de África, Asia, Europa, América del Norte y del Sur exigen el fin de la explotación que socava la sostenibilidad de los bosques.

Precario, peligroso y sin fondos suficientes

Medir la biodiversidad y el carbono de una sola hectárea de bosque amazónico –lo que mide un campo de fútbol– requiere medir e identificar hasta diez veces el número de especies de árboles presentes en los 24 millones de hectáreas del Reino Unido. La habilidad, los riesgos y los costos involucrados en la recopilación de esta información son ignorados por aquellos que la esperan de forma gratuita.

Dos mapas del mundo coloreados por separado para indicar el PIB nacional y el área de bosque tropical.
Cómo (a) el PIB per cápita nacional promedio de 2008–2018 se compara con (b) el área de bosque tropical. Lima et al. (2022), Author provided

Aquellos que trabajan sobre el terreno arriesgan sus vidas para medir e identificar árboles tropicales lejanos. Muchos se enfrentan a la amenaza de secuestro y asesinato, sin mencionar los peligros naturales, como las mordeduras de serpientes, ataques de elefantes, inundaciones e incendios. Sin olvidar la posibilidad de sufrir enfermedades infecciosas como la malaria y la fiebre tifoidea, así como el transporte en condiciones precarias y el riesgo de violencia de género.

Además, estos profesionales pueden quedarse sin trabajo tan pronto como se recopilen los datos. ¿Cuántos de los que utilizan sus resultados para calibrar instrumentos satelitales o escribir informes de alto nivel, como el reciente informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, se enfrentan a condiciones similares?

Medir cuánto carbono secuestran los bosques tropicales vírgenes cuesta alrededor de 7 millones de dólares al año. Esta cifra supera las pequeñas donaciones proporcionadas por un puñado de organizaciones benéficas y consejos de investigación. Puesto que la inversión en investigación de campo es tan limitada, las naciones tropicales no saben cómo está afectando el cambio climático a sus propios bosques. No les es posible decir qué bosques están frenando el cambio climático y carecen del poder de negociación para recaudar la financiación necesaria para protegerlos.

Mientras tanto, los Estados Unidos gastan más de 90 millones de dólares al año en su inventario forestal nacional. Los países ricos tienen una buena comprensión de los balances de carbono de sus bosques y no tienen problema en demostrar al mundo la contribución que hacen sus bosques para frenar el cambio climático.

Un trato justo para los que trabajan sobre el terreno

Un nuevo enfoque debería poner las necesidades de aquellos que recolectan los datos in situ en primer lugar y exigir que aquellos que se benefician de sus esfuerzos aporten fondos y otro tipo de apoyo. La colaboración equitativa debería ser el objetivo de los financiadores, productores y usuarios de la ciencia forestal tropical.

Estudiantes se reúnen con una cinta métrica alrededor del tronco de un árbol.
El botánico Moses Sainge instruye a estudiantes universitarios en la recolección de datos, Sierra Leona. Moses N. Sainge, Author provided

Para que esto suceda, la financiación de la investigación debe cubrir no solo los costos de adquisición de datos, sino también los de formación continua de los trabajadores forestales en el campo, y a la vez ofrecer un trabajo estable y seguro para estos. Después del trabajo de campo, debe haber financiación para las labores de seleccionar, gestionar y compartir la información. Y no hay que olvidar la importancia de la participación de las comunidades locales: a menudo son propietarias de los bosques y necesitan oportunidades económicas.

Los autores y las revistas que publican estudios científicos sobre los bosques tropicales podrían ayudar incluyendo siempre a las personas que recopilan los datos como coautores en los estudios científicos, así como publicar en sus correspondientes idiomas, en lugar de asumir que el inglés es suficiente.

Eventualmente todos podríamos beneficiarnos del intercambio abierto de datos. Al fin y al cabo, el árbol del conocimiento da muchos frutos. Pero a menos que cuidemos de sus raíces, tendremos pocos frutos que recoger.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés

La exploración de Zelandia, el continente sumergido

25 septiembre, 2022

Fuente: http://www.theconversation.com

Publicado: 18 abril 2022 20:58 CEST

Autoría

  1. Laia Alegret. Professor in Paleontology, Universidad de Zaragoza

Cláusula de Divulgación

La investigadora Laia Alegret participó en la expedición a Zelandia, el continente sumergido que fue descrito en 2017 y del que se ignora casi todo. Zelandia es el séptimo continente de la Tierra. Con un tamaño de unos cinco millones de kilómetros cuadrados, abarca una extensión unas 10 veces mayor que España. El 94 % de todo su territorio está sumergido bajo el océano Pacífico y solo emergen sus partes más altas: Nueva Zelanda y Nueva Caledonia

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Zelandia es todo un continente oculto bajo las aguas del Pacífico, del que únicamente aflora una mínima parte: las islas de Nueva Zelanda y Nueva Caledonia.

El séptimo continente, que aún no figura en los libros de texto, se separó de Australia y de la Antártida hace unos 80 millones de años. Tras aquella separación sufrió importantes movimientos verticales, con momentos en los que estuvo sumergido a miles de metros de profundidad y otros en los que ascendió hasta la superficie. En la actualidad está escondido bajo el mar en un 94 %.

En 2017 se reconoció oficialmente como un continente, y ese mismo año España participó en una expedición internacional para explorarlo en detalle.

Entonces recibí una carta aceptando mi solicitud para participar como científica en una expedición internacional para explorar ¡un continente!

Nuestra misión es compartir el conocimiento y enriquecer el debate.

¿Quiénes somos?

Zelandia, el séptimo continente, en gris en el mapa, está casi en su totalidad sumergido bajo las aguas del Pacífico. Sólo afloran sus montañas más altas: las islas de Nueva Zelanda y Nueva Caledonia. Laia Alegret, modificado de Mortimer et al. (2017).

En pleno siglo XXI, cuando la atención general está puesta en las misiones espaciales, parecía impensable que todavía quedara un continente prácticamente desconocido: Zelandia.

La razón por la que no se conocía es que se encuentra sumergido, casi por completo, a más de 1 000 m de profundidad bajo las aguas del Pacífico. Sólo afloran sus montañas más altas, las islas de Nueva Zelanda y Nueva Caledonia, que apenas constituyen un 6 % de su superficie.

px Zealandia topography. World Data Center for Geophysics & Marine Geology (Boulder, CO), National Geophysical Data Center, NOAA, Public domain, via Wikimedia Commons
Extensión de Zelandia (delimitada por una línea rosa), y su topografía. La mayor parte del continente se encuentra sumergido a profundidades de entre 1 000 m y 3 000 m. World Data Center for Geophysics & Marine Geology (Boulder, CO), National Geophysical Data Center, NOAA, Public domain, via Wikimedia Commons

Como geóloga, la participación en esta expedición era una oportunidad única, comparable a las gestas de los descubridores de siglos pasados cuando exploraban mares y tierras desconocidos.

Pero en aquel momento quizás no fui consciente de la gran suerte que tuve de ser aceptada en el equipo como investigadora española. Algo que no podrá volver a repetirse. En 2022, la participación de España en el consorcio que financia estas expediciones de perforación submarina ha sido suspendida, tras 5 años sin abonar su cuota. Esto frena nuestra participación en un mar de descubrimientos.

La expedición a bordo del Joides Resolution

El 27 de julio de 2017 el buque Joides Resolution partía del puerto de Towsnville (Australia) para extraer sondeos del fondo marino y estudiar en detalle el séptimo continente. Los otros seis, desde el punto de vista geológico, son Eurasia, África, Norteamérica, Sudamérica, Australia y la Antártida. A bordo, 32 científicos de 12 países diferentes, técnicos de laboratorio, sondistas, el personal y la tripulación del barco… hasta un total de 146 personas.

Participantes de la expedición a Zelandia, en la proa del buque Joides Resolution. Tim Fulton, IODP/JRSO

Durante dos meses navegamos por el mar de Tasmania perforando sondeos, lanzando cilindros huecos al fondo marino y recuperándolos rellenos del sedimento depositado a lo largo de 70 millones de años. Trabajamos en turnos de 12 horas, los 7 días de la semana, haciendo frente a los fenómenos meteorológicos y a los problemas técnicos derivados de una campaña que fue pura exploración.

Técnicos de laboratorio, introduciendo en el barco uno de los sondeos extraídos del fondo del océano. IODP

Cada científico estudiaba un aspecto de las muestras en los laboratorios del barco. Los paleontólogos estudiábamos los miles de fósiles microscópicos que aparecían, mientras reforzábamos los abdominales al tratar de mantenernos erguidos frente al microscopio con el fuerte oleaje del mar de Tasmania. Pero siempre con la convicción de que estábamos haciendo un nuevo descubrimiento con cada núcleo de sedimento que llegaba al barco.

Laia Alegret, observando fósiles microscópicos en el laboratorio de Paleontología del buque Joides Resolution, durante la expedición a Zelandia. Debra Beamish

Recuperamos más de 3 kilómetros de sondeos y llegamos a perforar a casi 5 kilómetros de profundidad bajo la columna de agua.

El 26 de septiembre de 2017 desembarcamos en Hobart (Tasmania). Aún recuerdo las bromas sobre la novedad de volver a caminar y vivir en tierra firme. Desde entonces, los 32 científicos hemos seguido colaborando en el estudio de Zelandia.

Los análisis del sedimento depositado a lo largo de millones de años en los fondos marinos han permitido reescribir la historia geológica de un continente, Zelandia, y entender su relación con los movimientos de las placas tectónicas, los riesgos geológicos y el cambio climático.

Reescribiendo la historia de un continente

Al contrario de lo que se pensaba, hemos demostrado que, desde que Zelandia se separó de Australia y de la Antártida hace 80 millones de años, ha sufrido grandes movimientos verticales, con momentos en los que hubo tierra firme y otros en los que se hundió a miles de metros de profundidad.

Esto lo hemos deducido a partir de los fósiles microscópicos encontrados. El grupo estrella para reconstruir la profundidad de las aguas es el de los foraminíferos bentónicos, unos organismos unicelulares que protegen su única célula mediante una concha. Ocupan el mayor hábitat del planeta, los fondos marinos desde las playas hasta las llanuras abisales, y sus miles de especies son diagnósticas de la profundidad. Algunas de las muestras de Zelandia contienen especies típicas de medios profundos, mientras que en otras muestras predominan las especies características de playas someras, e incluso otros fósiles procedentes de tierra firme como restos de plantas, polen, esporas e insectos.

Conchas fosilizadas de foraminíferos bentónicos de Zelandia. Fotografías tomadas mediante microscopía electrónica de barrido (Servicio General de Apoyo a la Investigación-SAI, Universidad de Zaragoza). Las barras de escala corresponden a 100 micras. Laia Alegret

Estos movimientos se han relacionado con la subducción de la corteza oceánica del Pacífico por debajo de la corteza continental, un proceso que genera fricción de materiales, calor, riesgos geológicos como terremotos, maremotos y vulcanismo, y que también conduce a la formación de recursos minerales.

El océano Pacífico está prácticamente rodeado por zonas de subducción, que conforman el Anillo de Fuego del Pacífico. Los procesos de subducción se producen hoy en día en multitud de lugares del planeta, incluido el Mediterráneo, y el estudio de Zelandia ha sido fundamental para conocer mejor cómo se desarrollan.

En Zelandia encontramos también sedimentos clave para la investigación sobre el cambio climático. En los sondeos hemos identificado eventos de calentamiento global ocurridos en el pasado y que pueden ser empleados para mejorar los modelos predictivos del actual cambio climático. Estos y otros resultados se están publicado en revistas científicas de primer nivel y han propiciado el desarrollo de más proyectos y colaboraciones internacionales. La investigación de las muestras de Zelandia sigue en marcha, y dará lugar a muchos más descubrimientos.

Punto final a la participación de España

Desde 1968, los programas internacionales de perforación oceánica han recuperado sondeos de los fondos oceánicos para dar respuesta a preguntas fundamentales sobre el funcionamiento de nuestro planeta, las fuerzas que lo gobiernan, los cambios climáticos, la vida y la evolución.

La colaboración internacional contribuye no sólo a financiar las expediciones, sino también a formar grupos multidisciplinares de científicos que trabajan con objetivos comunes. Dicen que la unión hace la fuerza, y estos programas benefician a la comunidad global, a los países que participan y a los científicos, que establecen lazos de colaboración muy estrechos en redes internacionales.

España participa en los programas internacionales de perforación oceánica a través del consorcio europeo ECORD, que recibe aportaciones económicas de cada uno de sus países integrantes. La contribución española era de las más modestas del consorcio, pero permitía que científicos de centros españoles participaran en las expediciones y en los comités científicos asesores.

En 2017 dejó de contribuir al programa y desde entonces el Ministerio de Ciencia e Innovación no ha solventado la situación, por lo que la participación de España ha sido finalmente suspendida en marzo de 2022. Sería deseable que el Gobierno de España llegara pronto a un acuerdo que nos permita volver a participar en todo un mar de descubrimientos.

¿Ha pasado Wikipedia de ser una maldición al gran milagro del conocimiento?

6 noviembre, 2021

Fuente: http://www.theconversation.com

24 junio 2021 07:05 CEST

Autoría

  1. Tomas Saorín.Coordinador del grado en Gestión de información y contenidos digitales, Universidad de Murcia.
  2. Florencia Claes. Profesora de Periodismo Multimedia, Universidad Rey Juan Carlos.

Algunas de las cosas que razonablemente pensábamos resulta que a lo mejor son al revés. A lo mejor la tolerancia es la pasión de los inquisidores y la ignorancia es la fuerza. El caso es que cada vez que los medios se preguntan por Wikipedia tienden a hacer las preguntas equivocadas. ¿Es Wikipedia fiable? ¿Qué calidad tienen los artículos de Wikipedia?

Y aquí podríamos, en unas pocas palabras, recordarnos que esa enciclopedia en línea que tenemos al alcance de la mano y al precio que queremos pagar por ella resulta ser un “milagro imprevisto” y un ecosistema delicado pero que nos sorprende con 20 años de resistencia llena de respuestas a preguntas que nadie se había hecho.

Por arriba, Wikipedia es algo en el fondo convencional, una enciclopedia, la página que el usuario experimenta, encuentra y lee. Pero, por detrás, hay un proceso basado en una idea innovadora, la “confianza radical” que pone en marcha los incentivos intangibles para que muchas personas creen y editen.

Wikipedia es un contenido y una comunidad. Además de información relevante para la red, es un monumental experimento de producción de un cierto tipo de conocimiento, cultivado a mano, con la humildad y convicción del artesano.

Sin ayuda de instituciones educativas y culturales

Wikipedia se ha hecho sin el diseño ni la participación de las instituciones educativas y culturales en las que habíamos confiado. Mientras algunos académicos se ajustaban el nudo de la pajarita, miles de irregulares, donando su excedente cognitivo, estaban cambiando las reglas de las enciclopedias, del aprendizaje y del conocimiento compartido.

Para este exhorto tomamos prestada la fórmula que ingenió Umberto Eco en su artículo de 1974 sobre la televisión, en el que nos ponía ante el espejo de la responsabilidad individual del espectador en la construcción de un universo televisivo degradado y abogaba por una guerra de guerrillas.

Algo así ocurrió con la Wikipedia. Si nadie desde el poder constituido venía a hacerlo, si los derechos de autor impedían reutilizar para el bien común el conocimiento que ya estaba sistematizado en obras de referencia solventes, pues habría que empezarlo desde cero, como en la edad media, aunque se tarde unos años.

Total, en lugar de estar colocado en un monasterio copiando a mano el legado cultural del mundo antiguo, está uno echando un rato una noche en la que no ha conseguido quedar por Tinder escribiendo con placer sobre un asunto por el que siente entusiasmo, y hasta luego cocodrilo, que donde yo lo dejo vendrá otro a continuarlo.

Entrada de la Wikipedia en la Wikipedia en español. Wikipedia

Prohibido usar Wikipedia

El discurso más frecuente en la enseñanza se resume en “prohibido usar Wikipedia”. En ella se encarnan todos los males de las tareas mal realizadas, trabajos sin investigación bibliográfica, plagio, textos hechos de remiendos y un largo etcétera.

Sin embargo, ningún docente se encontraría cómodo diciendo “prohibido usar una enciclopedia”. Tampoco haciendo autocrítica de por qué enseñamos tan poco el uso de las fuentes de información adecuadas para contextualizar un tema, que es el lugar que ocupan las enciclopedias generalistas y especializadas en la cadena trófica del proceso de investigación.

Pero lo bonito está al otro lado, cuando en el marco de la enseñanza formal se introducen actividades para escribir y usar Wikipedia. Las iniciativas de educación impulsadas por la Fundación WikimediaWikiEdu, y otras organizaciones aglutinan esta vertiente de conectar la enseñanza formal con la aventura de aprender haciendo la Wikipedia.

Ahí se produce una transformación reveladora. Cuando un grupo de estudiantes recibe el encargo de mejorar un artículo sobre un tema de su especialidad o interés, se coloca en un laboratorio real de alfabetización informacional.

Aquí encuentra sentido e incentivos para realizar una escritura objetiva, cuidadosa en la realización de afirmaciones que han de estar sustentadas en citas de fuentes fiables. Porque está aportando contenido a un sitio web que será consultado en un futuro por miles de personas.

Ya no es un trabajo de aula invisible, circunscrito a la evaluación del profesor. Se trata de un trabajo con repercusiones del que hacerse responsable. Sobre él se aplicarán las exigentes normas de estilo, cita, verificabilidad y punto de vista neutral que la comunidad de wikipedistas se encarga de hacer cumplir. Los contenidos no surgen solos ni aislados, sino fruto de una dinámica editorial sostenida por personas, la comunidad.

Un sugerente estudio, liderado por Eduard Aibar, concluyó que el profesorado cree que sus colegas valoran negativamente la Wikipedia. Entonces, ¿es que usamos Wikipedia en la intimidad? ¿Existe sentimiento de culpa y solo se sale del armario a partir del momento en que un miembro de prestigio del equipo docente o de investigación asume públicamente que Wikipedia es una fuente de valor?

Wikipedia hace años que se ha convertido en objeto de investigación, en un nuevo continente del que cartografiar sus accidentes, su fauna, flora y costumbres, y está permitiendo generar un amplio corpus de investigaciones académicas desde casi todas las áreas de conocimiento.

Creció de espaldas a la Universidad

Nadie en las altas esferas se planteará que mejorar Wikipedia también puntúa en esos anhelados sexenios de transferencia ¿o sí? O que ostentar una biografía nos acercará a una mayor visibilidad científica. Wikipedia ha crecido a espaldas de la universidad, como un hijo no reconocido, un vigoroso fruto del amor.

Conviene que aquellos que poseen un conocimiento especializado y están en la tarea de extenderlo y compartirlo se impliquen aportando su capacidad para crear una mejor enciclopedia y entiendan cómo y por qué se hace precisamente así, entre todos. El conocimiento es contagioso, y la enciclopedia es un buen foco de transmisión.

Robles y encinas nos dan lecciones de cooperación para afrontar el cambio climático

8 septiembre, 2021

Fuente: http://www.theconversation.com

La sindemia de la covid-19 ha hecho patente el éxito del trabajo conjunto y la colaboración internacional entre científicos con diferentes competencias y conocimientos.

Ahora, más que nunca, la suma de inteligencias múltiples es imprescindible para hacer frente a otra de las grandes, si no la más importante, de las amenazas que se ciernen sobre la humanidad: la pandemia ambiental.

El cambio climático es el enorme riesgo ambiental de nuestros tiempos que causa y potencia los retos sociales. Entre ellos, la respuesta de la ciencia y la sociedad para hacerle frente.

Éxito evolutivo del género Quercus

El pasado 21 de marzo, el Día Internacional de los Bosques hizo que retomásemos la lectura de un artículo de octubre de 2020 de Investigación y Ciencia (nº 529), titulado Los Reyes del Bosque. En él se muestran, gracias a la genómica, las claves del éxito evolutivo de los robles y las encinas, árboles de los que podemos extraer alguna lección.

Nuestra misión es compartir el conocimiento y enriquecer el debate.

¿Quiénes somos?

Hace 50 millones de años, en los albores del Eoceno, en una Tierra más cálida y húmeda, comenzó la dispersión y diversificación de uno de los géneros de plantas leñosas de mayor importancia ecológica y económica del planeta: los árboles del género Quercus, que incluye los conocidos robles, encinas y alcornoques.

La carrasca milenaria de Lecina (Quercus ilex) en Lecina-Bárcabo (Huesca, España), árbol europeo del año 2021. Ayuntamiento de Lecina / Wikimedia Commons, CC BY-SA

Desde entonces, la evolución de los representantes de este género a partir de una única población indiferenciada ha resultado en más de 400 especies que se extienden en la actualidad por los cinco continentes. Este gran número de especies ha ofrecido un gran reto de clasificación a los botánicos, ya que el género Quercus presenta problemas taxonómicos y nomenclaturales. Esto es debido a lo frecuente de las hibridaciones e introgresiones, así como al dimorfismo foliar intraespecífico, dependiendo de la edad del individuo, la zona del árbol o la estación del año.

Hasta los avances de la genómica, apenas se podía especular acerca de su historia evolutiva, a consecuencia de los huecos en los registros fósiles y las dificultades para deducir los episodios evolutivos de las especies actuales.

Cuando se desciende a nivel de especie, las variaciones hacen difícil distinguir a los Quercus emparentados. Existe casi tanta variación intraespecífica, resultado de las respuestas plásticas al entorno y de la variación genética entre individuos, como variación interespecífica. Además, solo se hibridan con los de su mismo grupo. Todo ello dificulta su clasificación.

A la vez, las variedades manifiestan una gran capacidad para hibridarse con otras muchas: son promiscuas. El genoma de estos árboles es un mosaico modelado por dos grandes mecanismos evolutivos: especiación e hibridación.

Ejemplar del género Quercus en Roblelacasa (Guadalajara, España). Imagen cortesía de César Ullastres, Author provided

Las aproximaciones genómicas han permitido reconstruir el origen y la diversificación del género Quercus. Hay dos linajes que se distinguen morfológicamente por sus hojas: los rojos (sección Lobatae) tienen las hojas con lóbulos puntiagudos, mientras que los blancos (sección Quercus) poseen hojas con lóbulos redondeados. Presentan, además, diferencias en el periodo de maduración y la composición de nutrientes del fruto (glande o bellota).

En términos evolutivos y de su relación con los ecosistemas, existen adaptaciones a estos linajes. Así, los insectos fitófagos reconocen las diferencias y la mayoría forman grupos adaptados a uno u otro tipo. Incluso las micorrizas, hongos que conectan las raíces vegetales con los nutrientes del suelo, parecen ser capaces de distinguir con qué linaje quieren establecer la relación simbiótica.

Por otro lado, los árboles de los linajes rojo y blanco suelen compartir el hábitat. Y han elaborado, de modo independiente, soluciones para los mismos problemas ecológicos: la disponibilidad de agua y la intensidad del régimen de incendios.

Ambos linajes coexisten, con una peculiaridad muy interesante: los parientes lejanos acostumbran a crecer juntos, mientras que los miembros del mismo linaje no suelen hacerlo. Parece que el factor determinante de este patrón de convivencia es que ninguna especie es capaz de dominar todos los hábitats.

Se observan procesos de cooperación primitiva, como el hecho de que puedan crecer juntos por su vulnerabilidad diferente a las enfermedades. Incluso existen indicios de que se prestan ayuda en los delicados momentos de brotar y enraizar.

Melojar (bosque de roble melojo o rebollo, Quercus pirenaica). Esetena / Wikimedia CommonsCC BY-SA

Todas estas particularidades se han descubierto gracias a que se ha podido dilucidar el proceso de especiación del género hasta llegar a la misma base del árbol familiar, como resultado de la colaboración de investigadores de diferentes disciplinas y varios países.

Esto es una prueba de que la ciencia, en biología, alcanza ya la estrategia y las dimensiones de colaboración científica de lo que se llama, en política científica, big science (gran ciencia). Esta habitualmente se ejemplifica con la investigación en física de altas energías, astrofísica o fusión nuclear.

La historia de estos árboles es un relato de notable éxito evolutivo que ha de contar a la hora de predecir la respuesta ante el cambio climático y elaborar planes de gestión que aseguren su supervivencia.

Lecciones del éxito evolutivo del género Quercus

Esta historia de los robles es atractiva por lo que cuenta sobre la cooperación, pero también por el mero hecho de ser historia, en el doble sentido de algo que ha acontecido y de su relato (res gestae e historia rerum gestarum, en términos clásicos). Las ciencias nos revelan las relaciones sistemáticas que conforman nuestro entorno, y las ciencias evolutivas también nos enseñan su historia.

El avance de las estrategias de big science no puede más que darnos esperanzas de que juntos podemos avanzar en el conocimiento y solución de uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos como especie dominadora de este planeta. Se trata del cambio climático, causado por nuestras acciones y para cuya solución solo caben la cooperación y el altruismo.

Es fundamental ser capaces de entender que las medidas necesarias para frenar esta amenaza tienen que venir de lo colectivo, olvidándonos de nacionalismos o intereses cortoplacistas. Pero también de lo individual, de nuestras pequeñas acciones, que sumadas contribuirán a retrasar y mitigar los efectos sobre la vida en nuestro planeta.

La respuesta a la pandemia de covid-19 constituye otro ejemplo de big science, aplicado a la virología y cimentado en la investigación básica realizada en años anteriores, en la experiencia y conocimiento acumulado por los grupos de investigación. Pero también, y es relevante señalarlo, en una estrategia de colaboración científica, con el apoyo de la estrategia económica y de política científica.

La historia de los árboles del género Quercus nos enseña que la fragilidad disminuye con la cooperación y una cierta diversidad. También que cualquier especie tiene un impacto en su mudable entorno, y no solo la nuestra. Esta, nuestra especie, que a través de las ciencias vislumbra el funcionamiento sistemático y la historia de todas las demás, tiene, por eso, una especial capacidad de acción sobre ellas.

Esta capacidad implica una gran responsabilidad, lo que significa una magnífica oportunidad de cuidar la biodiversidad de nuestro planeta, frenando el cambio climático, y de escribir un siguiente capítulo de la historia natural más luminoso que el presente.


Una versión ampliada de este artículo ha sido publicada en el blog de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia Diálogos entre ciencia y democracia.

Aniversarios

11 May, 2015

Fuente: http://www.elpais.com

Celebremos 1939, el año en que la ciencia fue barrida de España, el año en que tuvo que hacerse católica como todo lo demás.

JORGE M. REVERTE 4 SEP 2014 – 00:00 CEST

Hace apenas cuatro años se celebró el centenario de la Residencia de Estudiantes, una de las puntas de lanza de la Junta de Ampliación de Estudios, la JAE, que fue una herramienta milagrosa para poner al día la Ciencia en España. Se vivió lo que no había forma de exagerar: la edad de plata de la cultura española.

En 1939, la JAE y todo lo que tenía que ver con ella fue desarbolado. Hombres y mujeres, los mejores que había en el país, fueron expulsados al exilio, emparedados, o fusilados contra las tapias de los más diversos cementerios.

La tarea se hizo con eficiencia. La encabezó un tipo llamado José Ibáñez Martín, entonces ministro de Educación, que asumió la responsabilidad de presidir el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que agrupó todo lo que la JAE había supuesto. Con una máxima de hierro: la ciencia española tenía que ser católica. Algo difícil para explicárselo a un átomo, por ejemplo. Pero así eran las cosas. Mientras Ibáñez atendía su hercúlea tarea, que complementaba con la depuración de los maestros no franquistas (casi todos), en el CSIC crecían los meapilas del Opus Dei y se hacían con todo.

Hace 75 años de eso. Y resulta que lo vamos a celebrar. No a conmemorar, sino a celebrar. Como algunos celebran el inicio del golpe de Estado franquista, y su victoria de 1939, de la que es parte esto. Ya está en ello el presidente, Emilio Lora Tamayo, un físico que está administrando la agonía terminal de la institución, que ha vuelto a ser colonizada por hombres y mujeres que piensan que el átomo debe ser católico.

Celebremos 1939, el año en que la ciencia fue barrida de España, el año en que tuvo que hacerse católica como todo lo demás. Un milagro.

Los presupuestos en ciencia y fútbol

3 julio, 2012

Leo hoy una noticia que me hace pensar sobre el mundo en el que vivimos y la avaricia humana. Es una comparación entre lo invertido en fútbol (con los equipos de la Liga BBVA) y lo que se invierte en ciencia. Los datos son escandalosos y reflejan que cuando enfermemos gravemente no habrá remedio porque no hay presupuesto pero en cambio podrás ver el fútbol en la televisión hasta que te mueras.

«Un pequeño club de fútbol como el Villarreal, que este año no ha conseguido siquiera mantenerse en primera división, cuenta con un presupuesto anual superior al del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), el gran laboratorio de la lucha contra el cáncer en España. Y con lo que gana una estrella como Leo Messi, que ronda los 33 millones de euros, sería posible mantener durante un año el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), el “hermano” del CNIO dedicado al estudio de la otra gran causa de mortalidad en el mundo occidental, las enfermedades cardiovasculares.

Los ocho centros incluidos en la comparación no son necesariamente los que tienen el mayor presupuesto de España. Se eligieron por haber sido distinguidos con el Severo Ochoa, un programa creado el año pasado por el Ministerio de Ciencia e Innovación para destacar a los centros españoles más competitivos a nivel internacional.

En esta lista faltarían algunas instituciones como el Centro de Regulación Genómica, con más de 30 millones de euros de presupuesto es uno de los mejores centros de investigación de España y su exclusión de los Severo Ochoa fue muy polémica. No obstante, la clasificación puede servir como ejemplo de los recursos dedicados a la excelencia científica frente a la excelencia futbolística.

Los clubes de fútbol, al contrario que los grandes centros de investigación, son empresas privadas. Pero eso es cierto a medias. Los poderes públicos siempre ofrecen un trato de favor a los clubes. Los equipos de primera división, por ejemplo, le deben a Hacienda 489 millones de euros, 165 millones más que lo dedicado al programa de ayudas del Plan Nacional de I+D+i y no son extraños los casos en los que los ayuntamientos avalan créditos para salvar al equipo de la ciudad.

Una última muestra de lo que son las prioridades y de cómo ven los políticos la ciencia y el fútbol es la comparecencia en el Congreso pedida el año pasado para que el Gobierno explicase el sueldo de 131.000 euros del director del Consorcio de Apoyo a la Investigación Biomédica en Red (CAIBER), Joaquín Casariego. Entonces, el diputado Miguel Barrachina calificó este sueldo de “disparatado”.»

Fuente: http://esmateria.com/2012/07/02/futbol-frente-a-ciencia/