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¿Qué fueron los Pactos de la Moncloa de los que tanto se habla estos días?

15 agosto, 2020

Fuente: http://www.eldiario.es

<img class="lazy loaded" src="data:;base64,» alt=»Se firman los Pactos de la Moncloa. Los representantes de los grupos parlamentarios proceden a firmar en el Palacio de la Moncloa el documento de medidas económicas. De iz a dcha: Enrique Tierno Galván (PSP), Santiago Carrillo (PCE), José María Triginer (Federación catalana PSOE), Joan Raventos (PSC), Felipe González (PSOE), Juan Ajuriaguerra (PNV), Adolfo Suárez (UCD), Manuel Fraga (AP), Leopoldo Calvo Sotelo(UCD) y Miguel Roca (Minoría Catalana), el 25 de octubre de 1977.» width=»401″ height=»225″ data-was-processed=»true» />

 

«Deberemos pasar a una unidad sin duda alguna más fuerte y más compacta». Es la idea con la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, asumió el sábado la propuesta de reeditar «los Pactos de la Moncloa», que «lograron conjurar gravísimas amenazas» para la «economía y democracia». En 1977, se trataba de transitar desde el franquismo en medio de una crisis económica. Ahora, existe una crisis económica causada por la pandemia del coronavirus, cuya dimensión aún no se conoce, si bien no hay tránsito desde ninguna dictadura.

<img class="lazy loaded" src="data:;base64,» alt=»Casado rechaza unos nuevos Pactos de la Moncloa y plantea rebajas fiscales para los familiares de muertos por coronavirus» width=»399″ height=»225″ data-was-processed=»true» />Casado rechaza unos nuevos Pactos de la Moncloa y plantea rebajas fiscales para los familiares de muertos por coronavirus

Pero, ¿qué fueron los Pactos de La Moncloa? Pues fueron, básicamente, unos acuerdos entre los partidos –apoyados por los sindicatos– para asegurar la paz social en tiempos de crisis económica y gran conflictividad laboral, y sentar las bases para el pacto de la Constitución de 1978. Es decir, constituyeron el puente para transitar de la dictadura a la democracia, a un régimen político y económico liberal con normas políticas y económicas homologables con el resto de países europeos.

La matanza de Atocha había sido en enero de 1977; la legalización del PCE, en abril; y las elecciones, en junio… El paro llegó a alcanzar el 25 %, la devaluación de la peseta, un 25 %; los tipos de interés, entre el 10 % y el 20 % y la inflación, al 26,5 %.

Así, los pactos llegaban en plena crisis económica y tras una primera contienda electoral tras la restauración democrática que repartió, como dijo Manuel Vázquez Montalbán, una correlación de debilidades que impedía una hegemonía a derecha o izquierda.

El escritor, en una entrevista emitida después de su fallecimiento en el programa Epílogo, de Canal +, en 2003, afirmaba: «En política las únicas consecuencias reales vienen de lo que se llama la correlación de fuerzas. Cuando Franco desaparece, en España no se pudo establecer una correlación de fuerzas sino una correlación de debilidades. Ninguno de los implicados estaba en condiciones de imponer su potencialidad sino de que respetasen su debilidad».

«Todos los partidos políticos, con independencia de su ideología, vamos a trabajar en unos Pactos, unos nuevos Pactos de La Moncloa para relanzar y reconstruir nuestra economía y también el tejido social que lógicamente se va a ver resentido durante estas semanas tan duras como consecuencia del confinamiento y su impacto económico y social», decía Sánchez el sábado.

Tras las elecciones de junio de 1977, «en todas las fuerzas políticas en litigio predominaba la idea de que el más urgente problema político era la situación económica: España estaba en suspensión de pagos, el paro no hacía más que aumentar y la inflación rondaba en los meses centrales de 1977 el 30 %», escribía Joaquín Estefanía en El País: «Se repetía la pesadilla de los años de la Segunda República con la Gran Depresión: un cambio de régimen (de la dictadura a la democracia) inmerso en una gigantesca crisis económica. Uno de los hombres fuertes de Suárez, su vicepresidente económico, Enrique Fuentes Quintana, dijo: ‘La experiencia de 1931-1936 demuestra que una crisis económica grave y no resuelta es un pasivo que complica, hasta hacerla imposible, la construcción de la democracia. Un político español dijo en 1932: o los demócratas acaban con la crisis o la crisis acaba con la democracia».

¿Y en qué consistieron, fundamentalmente? Fueron dos, uno sobre la economía, que sentó las bases del sistema económico español tras la dictadura –y buscaba contener el desempleo, rebajar la inflación y favorecer la recuperación del país–; y otro sobre «la actuación jurídica y política», preludio de los marcos legislativos que vinieron después, incluida la Constitución.

Los acuerdos fueron impulsados por el Ejecutivo de UCD presidido por Adolfo Suárez, exsecretario general del Movimiento Nacional devenido en presidente del Gobierno, que gobernaba sin mayoría absoluta desde las elecciones de junio, y contaron con el apoyo del PSOE, los socialistas catalanes, el PCE, los nacionalistas catalanes y vascos y la Alianza Popular de Manuel Fraga, que rechazó en cambio firmar el documento político de estos pactos.

El documento político garantizaba el derecho a la libertad de expresión, y se recogía la reforma del derecho de reunión y de asociación política, así como la modificación de la ley de Orden Público y del Código Penal en lo referido a la mujer y las libertades públicas –despenalizaron el adulterio de la mujer y la legalización de los anticonceptivos–.

El ex ministro de Franco sí firmó el documento económico junto a Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo (UCD), Felipe González (PSOE), Santiago Carrillo (PCE), Josep María Triginer (Federación Catalana del PSOE), Joan Raventós (PSC), Enrique Tierno Galván (PSP), Miquel Roca (Minoría Catalana del Congreso) y Juan Ajuriaguerra (PNV).

Los firmantes apoyaban la reforma del sistema fiscal y financiero y de la Seguridad Social, así como mayores grados de competencia en muchos sectores, e impulsaron medidas para reducir el déficit de la balanza de pagos y rebajar la inflación hasta un nivel del 15 % en 1978 y del 12 % en 1979. En materia de salarios, firmaron que el incremento no superara al del Índice de Precios al Consumo (IPC) en 1978.

«Los pactos fueron dos y complementarios», recuerda Joan Coscubiela, ex dirigente de CCOO, en eldiario.es: «Uno, del que más se habla, tuvo como objetivo la estabilización económica; se dibujó el actual sistema de Seguridad Social; se acordaron los cimientos de un sistema fiscal que hasta entonces era prácticamente inexistente y se afirmaba que las plusvalías obtenidas del suelo urbano deben de ser mayoritariamente en favor de la colectividad».

«El segundo Pacto», prosigue Coscubiela, «del que se habla menos pero que fue determinante para consolidar la Transición, reforzó la libertad de expresión y específicamente la de prensa, amplió el derecho de reunión y manifestación y consolidó el de asociación política».

«La idea era un ajuste general para luego abordar una Constitución para todos y no que estuviera partida, ése era el sentido profundo de aquellos pactos», decía José Luis Leal en El País. Quien luego fue ministro de Economía con UCD participó en la redacción del documento base con Manuel Lagares, subsecretario de Economía; Luis Ángel Rojo, director del Servicio de Estudios del Banco de España, y Blas Calzada, director general de Estadística.

«Los Pactos de la Moncloa se hicieron porque los sindicatos nos negamos a hacer el pacto social que nos proponía Suárez», recordaba Nicolás Sartorius en El País, dirigente entonces de Comisiones Obreras y del PCE; «le sugerimos que lo importante era alcanzar un acuerdo económico y político. Si hubiera alcanzado un pacto social con nosotros, probablemente habría pasado de buscar acuerdos tan amplios con los partidos como los que dieron lugar a los Pactos de la Moncloa».

«Los Pactos de la Moncloa duraron poco», recuerda Estefanía, «apenas un año, pero fueron eficaces en la corrección de los principales desequilibrios de la economía española. Y sobre todo, crearon una moral ciudadana basada en que el acuerdo era mejor que el disenso y el ordeno y mando en tiempo de dificultades excepcionales, y lograron el tiempo necesario para llegar sin dificultades económicas insuperables a la firma de la Constitución en diciembre de 1978».

¿Que hay en común y qué de diferente entre 1977 y 2020? «Aquellos pactos no se dirigieron contra nadie, ni en el Gobierno ni en la oposición», escribe Javier Pérez Royo en eldiario.es: «Fue una convocatoria integradora de verdad. Así fue entendida por quienes participaron en la misma y por el conjunto de la sociedad. Por eso, tuvieron el éxito que tuvieron».

«Estos Segundos Pactos de la Moncloa se reclaman porque se cuestiona la legitimidad del Gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez», afirma Pérez Royo en relación a algunas voces que los piden: «Ciudadanos, acompañado de todos los medios de comunicación de la derecha española, con el añadido de algunos antiguos dirigentes socialistas».

«Diálogo social, sí, pero cambio de régimen, no», ha asegurado el líder del PP, Pablo Casado: «Los Pactos de la Moncloa fueron un cambio de régimen» para «superar un régimen intervencionista hacia una democracia europea». Y es que, realmente, los Pactos de 1977 sentaron las bases para transitar de régimen, pero no es algo que parezca estar ahora encima de la mesa, sino la lucha contra una pandemia desconocida que está teniendo repercusiones mundiales sin precedentes. «Si la dimensión social de la Constitución es el mínimo común denominador, ese gran acuerdo es necesario», ha dicho el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, en una entrevista en eldiario.es.

La unidad «se tiene que dar en todos los frentes», insistía Sánchez el sábado: «En el ámbito social, en el ámbito institucional, en el ámbito de las fuerzas políticas y sin duda alguna, también en el ámbito europeo. Y a esa unidad, pues apelaré también cuando llegue la reconstrucción, sin duda alguna, en el ámbito nacional con esos Pactos de La Moncloa».

 

Publicado el 6 de abril de 2020 – 22:22 h

El espíritu de la Transición

19 junio, 2017

Fuente: http://www.elpais.com

Quienes más alaban sus virtudes son herederos de AP, partido que colaboró en dinamitar la UCD.

Julián Casanova, 10 de febrero de 2016.

La Transición española atrajo la atención de historiadores, científicos sociales y dirigentes políticos de otros países porque fue tomada como un modelo exitoso del que podían extraerse claras lecciones.

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Han pasado ya cuatro décadas desde que comenzó, forma parte de la historia, pero en los últimos años se ha convertido también en objeto de controversia política para examinar y enjuiciar los defectos de nuestra democracia. Hay lecturas para todos los gustos, desde las que plantean la necesidad de una “segunda Transición” a quienes, ante la crisis actual y las dificultades para formar gobierno, reivindican su supuesto “espíritu” de convivencia y reconciliación. Suelen ser lecturas sesgadas, alejadas del conocimiento histórico y puestas al servicio de los proyectos políticos del presente.

Vistas las cosas desde su fruto final, todo parece, efectivamente, feliz. Porque aunque hubo que superar numerosos conflictos y obstáculos como montañas, desde una larguísima dictadura se pasó en tan sólo unos años a una democracia plena. Nada que ver con la traumática historia de España hasta entonces. Pero, ¿fue ese milagro consecuencia del llamado “espíritu de la Transición”?.

Poco espíritu de convivencia y reconciliación tenía el presidente del primer Gobierno de la Monarquía, Carlos Arias Navarro, nombrado por Franco, ratificado por el nuevo Rey, enemigo de cualquier cambio que amenazara la perpetuación en el poder de la élite política de la dictadura. Y es verdad que otros ministros de ese Gobierno, viejos servidores de Franco, presentaban un perfil más reformista, pero prescindieron de la oposición para su proyecto de reforma política y basaron su autoridad en el control del aparato represivo y de la Administración del Estado franquistas. Ante el aluvión de protestas, conflictos y demandas de todo tipo, la política de orden público de Manuel Fraga Iribarne seguía basada en la represión, la cárcel, las sanciones administrativas, las multas y la censura.

Será difícil encontrar las virtudes de su supuesto espíritu de pacto, y de superación de los intereses partidistas, en los Gobiernos de Suárez.

Con esos protagonistas, la reforma no podía ir más lejos. El Rey exigió a Arias su dimisión el 1 de julio de 1976 y nombró a Adolfo Suárez, un joven falangista católico que había pasado por la secretaría general del Movimiento.

Suárez tomó la iniciativa y en menos de un año puso en marcha un proyecto de Ley para la Reforma Política, que sirvió de guía hasta las elecciones generales de junio de 1977, en un escenario sembrado de miedo, terrorismo, recuerdos constantes al pasado traumático y llamadas a la paz, al orden y a la estabilidad. La Unión de Centro Democrático (UCD) de Suárez, constituida cinco semanas antes por grupos de origen muy distinto, ganó las elecciones con el 34,4% de votos y 165 escaños, pero para gobernar no tuvo que pactar con la oposición, el PSOE, 29,3% de los votos y 119 diputados, sino que le bastó el apoyo de los 16 diputados de AP, 13 de los cuales habían sido ministros de Franco.

Y aunque Suárez volvió a ganar en las elecciones de marzo de 1979, las que siguieron a la aprobación de la Constitución, de nuevo sin mayoría absoluta, su figura se deterioró con la misma rapidez con la que había brillado y tuvo que dimitir menos de dos años después, el 29 de enero de 1981, en medio de una profunda división en su partido, de enfrentamientos personales y de presiones de sus principales dirigentes. Cuando se celebraron las siguientes elecciones, en octubre de 1982, UCD, ese conglomerado de facciones y dirigentes procedentes la mayoría del franquismo, apenas sobrevivió con un 7% de los votos y Suárez había creado un nuevo partido, de escasa y corta vida política.

Resulta curioso que quienes más apelan ahora a ese “espíritu de la Transición” sean los herederos directos de AP, el partido que ni siquiera votó unánimemente la Constitución —cinco de sus 16 diputados los hicieron en contra—, y que con la “mayoría natural” que reclamaba Fraga contribuyó a dinamitar a la UCD para recoger después los restos de su naufragio.

La Transición, conducida desde arriba por las élites políticas procedentes de la dictadura, empujada desde abajo por la oposición democrática y una amplia movilización social, puede ser modelo de muchas o pocas cosas, dependiendo del relato, pero será difícil encontrar las virtudes de su supuesto espíritu de pacto, y de superación de los intereses partidistas, en aquellos Gobiernos. A no ser que se defienda la leyenda rosa del pasado ejemplar.

Julián Casanova es, junto con Carlos Gil Andrés, autor de Historia de España en el siglo XX (Ariel).