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El historiador en tiempos de redes

22 abril, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Los “hechos alternativos” han llegado para quedarse, envueltos además en ropaje “seudocientífico”. Nunca ha sido más necesaria, en mi opinión, la buena historia que en los momentos actuales.

Ángel Viñas

@angelvinashist

El expresidente de EEUU Donald Trump, en una fotografía de archivo. EFE/Jim Bourg/Pool
El expresidente de EEUU Donald Trump, en una fotografía de archivo. EFE/Jim Bourg/Pool

28 de marzo de 2023 22:26h

Actualizado el 29/03/2023 16:14h

Hubo una época, no tan lejana en el tiempo, en la que no existían dudas acerca de lo que era el pasado. Se reflejaba más o menos nítidamente en documentos, periódicos, memorias, monumentos etc. Era deber del historiador interpretar dicho pasado ateniéndose a evidencias. Algo que venía haciéndose desde la más remota antigüedad. ¿Cómo, si no, hubiese escrito Edward Gibbon su historia sobre la decadencia y caída del Imperio romano? 

Sin embargo, si hay una cosa que no es estática es el pasado. La gran historiadora canadiense Margaret MacMillan lo explicaba con un viejo chiste de los tiempos soviéticos: “No hay cosa que cambie tanto como el pasado”. Hacía referencia a la costumbre de que, cuando ciertos protagonistas de este caían en desgracia, sus nombres desaparecían de fotos, de artículos e incluso de sesudos ensayos en la Enciclopedia Soviética. Luego, algunos volvieron a reaparecer como si no hubiera pasado nada. 

Reconozco que, en tales condiciones, la tarea del historiador se hacía un poco más complicada de lo que es en realidad. 

Ahora las circunstancias son diferentes. Mucho de lo que se escribe sobre el pasado fluye de alguna manera hacia un repositorio, una biblioteca. Incluso se digitaliza y perenniza. Por lo menos mientras existan los instrumentos técnicos que permitan leer tales versiones. 

Sin embargo, la profesión de historiador, academizada a lo largo de los decenios positivistas y racionalistas del XIX cuando la historia aspiró a tener consistencia científica, se ha devaluado. Hoy, cualquier hijo de vecino con acceso a un ordenador se cree en el derecho de opinar y de difundir sus conocimientos, sea cual sea su procedencia, en el amplio mundo digital. Las redes han democratizado hasta límites insospechados la capacidad de intervenir en un debate con opiniones que otrora no hubieran salido del entorno de una tertulia de café.

Es vano quejarse de ello. Los avances tecnológicos son irreversibles e imparables. Continuarán y se acentuarán. Solo el cielo es el límite. Además, la acumulación y democratización del conocimiento no es de por sí algo negativo. Antes al contrario. Es -y en mi modesta opinión debe ser- una pieza fundamental de cualquier concepción acerca de los avances deseables en un sistema democrático. La educación para todos fue siempre una aspiración de los pensadores más razonables del pasado (aunque hubo excepciones). Es una conquista de la civilización a defender por todos los medios.

Con todo, parece evidente que esa difusión del conocimiento, pero también de lo que servidor se permitiría denominar “anticonocimiento”, no está exenta de riesgos o, por lo menos, de trampantojos. No todas las opiniones valen. A algunas se llega mediante procesos exigentes de investigación, reflexión y contrastación inter pares. Otras se lanzan alegremente a la red basándose en suposiciones, cuentos chinos (con perdón) o meras ganas de provocar. Las redes son también un instrumento de manipulación. 

Este es el caso de uno de los países más tecnológicamente avanzados del mundo, Estados Unidos. Como es obvio, ha sufrido durante años. Tal vez sufra algunos más en el próximo futuro. Hemos visto las consecuencias de la manipulación de las redes desde la mismísima Casa Blanca. También desde un partido político otrora responsable. En todo caso, potenciados por una caterva de opinadores sin freno sobre todo lo divino y humano. Un expresidente consiguió la proeza de diseñar, mantener y propagar una realidad paralela, basada en no hechos, rebautizados como “hechos alternativos”. ¡Un hallazgo!

Servidor no tiene ni la varita mágica ni la bola de cristal necesarias para enseñar cómo abordar tales “hechos alternativos”. Sesudos tecnólogos, politólogos, sociólogos, periodistas, teóricos del conocimiento, etc. están en la tarea. 

Mi experiencia es mucho más prosaica. El pasado ha quedado reflejado de diversas maneras en huellas materiales (documentos, monumentos, campos de batalla, fosas, residuos de campos de concentración y de exterminio). Si estas huellas pueden afrontar las inclemencias del tiempo y los efectos del cambio climático no todo está perdido. 

A la “ciencia” de los hechos alternativos hay que oponer las ciencias de la realidad, tanto de cara al presente como de cara al pasado. Ciertamente, hoy no estamos como en los tiempos de Gibbon. Él se basó en historiadores romanos, estableció un método y una forma de crítica. Se trata de un clásico porque, aunque sus contenidos han quedado ampliamente superados, su enfoque respondía a un tipo de racionalidad que no se ha agotado. 

Hoy incluso se habla de historia en casos en los que en el pasado no se hubiera utilizado. Historia de la tierra. Historia del tiempo. Historia del clima. Son, en mi modesta opinión, extrapolaciones sin base real. 

La historia no es simplemente evolución. Exige la agencia humana. Hombres y mujeres que actúan, viven y mueren en condiciones dadas. No las crean conscientemente. Les vienen transmitidas desde el pasado y/o son productos de los esfuerzos de generaciones anteriores por modificarlo. 

Para el investigador es una disciplina: una forma de pensar. No aleatoria. Se basa en una metodología, en un savoir faire. Las afirmaciones que hace el historiador genuino (no los cantamañanas) no son gratuitas. Deben tener una referencia íntima y directa a realidades pasadas, aprehendidas con toda la panoplia de instrumentos técnicos disponibles en una época y en un tiempo determinados. 

Son de muy diversos tipos y sometidos a constante proceso de cambio. Los testimonios personales, si no están fijados en algún soporte material, se evaporan. Si están fijados, se convierten en “evidencia”. Compete al historiador enjuiciar su mayor o menor adecuación como materiales explicativos de alguna parcela de la realidad pasada. 

Una forma de entrar en materia estriba, para mí, en leer y releer Montaillou. La historia y tragedia de una diminuta aldehuela occitana interpretada por el gran historiador francés Emmanuel Le Roy Ladurie. Con base en documentación de la Inquisición (Santa Inquisición habría, para algunos, que decir) reconstruyó una gran parte de la vida, amores, rencillas, pugnas y peleas de los habitantes del pueblecito. De no haberse conservado, no hubiera sido posible sacar aquel diminuto panel del pasado occitano a la luz de nuestra contemporaneidad. 

O, en el otro extremo, leer y releer El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg. Microhistoria en estado puro, como eran las creencias de un molinero italiano, víctima también de la “Santa” Inquisición, sobre el origen del mundo, la relación del hombre con la divinidad en una especie de teogonía en trazo grueso. 

¿Y para qué? No solo para explicar la sed de conocimiento inherente en el ser humano. También para indagar en nuestros orígenes. Ya remotos, ya más próximos. Porque los “hechos alternativos” han llegado para quedarse, envueltos además en ropaje “seudocientífico”. Nunca ha sido más necesaria, en mi opinión, la buena historia que en los momentos actuales. 

Qué es el Donbás y qué ha pasado hasta ahora

2 julio, 2022

Fuente: http://www.eldiario.es

Ilustración Donbás.

Icíar Gutiérrez

22 de febrero de 2022 23:00 h. Actualizado el 23/02/2022 13:19 h. 

El presidente ruso, Vladímir Putin, ha anunciado que reconoce como independientes los territorios separatistas de Donetsk y Lugansk, en el este de Ucrania. Estas son algunas preguntas y respuestas para entender la crisis:

EEUU y la UE aprueban las primeras sanciones contra Rusia por el reconocimiento de las repúblicas del Donbás SABER MÁS

¿En qué consiste el anuncio de Putin?

Después de meses de tensión en Europa tras la concentración de más de 100.000 soldados cerca de la frontera con Ucrania y reiteradas advertencias por parte de Occidente de una invasión “inminente”, Putin ha avivado la crisis tras anunciar, este lunes, el reconocimiento de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y de Lugansk, en el Donbás, al este de Ucrania. Lo hizo tras un largo discurso televisado en el que aseguró que la situación en esta región es “crítica, grave”.

En virtud de los acuerdos con Donetsk y Lugansk que prevén “la defensa común contra la agresión externa y el derecho a utilizar la infraestructura militar de cada uno”, Putin ha ordenado a su Ministerio de Defensa que se ocupe del “mantenimiento de paz” en la región. Es decir, mandar tropas al este de Ucrania, lo que puede ser de facto la ocupación de parte del país. Aunque, a diferencia de Crimea en 2014, en este caso Rusia no se ha anexionado los territorios. El Senado ruso ha dado permiso este martes a Putin para usar la fuerza militar fuera del país.

¿Qué ha respondido Ucrania?

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ha acusado a Rusia de violar “la soberanía e integridad territorial” de su país con el reconocimiento. Al mismo tiempo, ha subrayado que “las declaraciones y acciones de Rusia” no lograrán modificar las fronteras internacionalmente reconocidas de Ucrania. Además, ha asegurado que, con la decisión “Rusia legaliza sus tropas, que se encontraban en los territorios ocupados del Donbás desde 2014”. Zelenski también ha declarado que estudiará la posibilidad de una ruptura de las relaciones diplomáticas con Moscú.

¿Cómo han reaccionado la ONU y Occidente?

La decisión de Rusia ha desatado una condena internacional. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha afirmado que el reconocimiento de las regiones separatistas es una “violación de la integridad territorial y la soberanía” ucraniana. Varios líderes occidentales han acusado a Putin de violar los acuerdos de Minsk, el frágil proceso de paz para el mantenimiento del alto el fuego en el Donbás.

La Casa Blanca ha dicho que la acción rusa es “el inicio de una invasión sobre Ucrania”. El Gobierno británico también cree que la “invasión ya ha comenzado”. “Es una nueva invasión de un país ya invadido”, dice el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. Moscú siempre ha negado tener planes para invadir Ucrania.

Este martes se esperaba una cascada de sanciones, aunque su severidad será objeto de debate. Reino Unido ha anunciado las primeras a cinco bancos rusos y tres individuos de alto poder adquisitivo. La UE ha acordado un primer paquete de medidas que afecta a 27 individuos o entidades –entre los que no figura Putin– que “desempeñan un papel en socavar o amenazar la integridad territorial” de Ucrania. El presidente de EEUU, Joe Biden, ha anunciado sanciones a instituciones financieras rusas, la deuda soberana y élites del país y sus familiares. EEUU y la UE han asegurado que las sanciones pueden endurecerse si sigue la escalada.

En uno de los movimientos más contundentes hasta ahora, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha anunciado el bloqueo de la certificación del polémico gasoducto Nord Stream 2, destinado a transportar directamente gas desde Rusia al oeste de la UE con entrada por territorio de Alemania sin pasar por Ucrania.

Los países occidentales han dejado claro que no enviarán tropas de combate a Ucrania y dicen seguir abiertos a una solución diplomática –algo que también ha expresado el embajador ruso ante la ONU–. “Nadie en la UE se prepara para ningún conflicto bélico. Lo que queremos es el diálogo y la diplomacia”, ha dicho el ministro español de Exteriores, José Manuel Albares.

¿Qué es el Donbás y qué pasa allí?

El llamado Donbás incluye las regiones de Donetsk y Lugansk. Desde 2014, las repúblicas separatistas reconocidas este lunes por Moscú son el núcleo de la discordia entre Rusia y Ucrania. El Donbás, zona conocida históricamente por sus minas de carbón, es una región limítrofe con Rusia y que está poblada en su mayoría por rusoparlantes desde la creación de la Unión Soviética.

Este territorio vive un conflicto armado desde abril de 2014 entre las milicias prorrusas y el Ejército ucraniano, que, según la ONU, ha causado más de 14.000 muertos en ambos bandos, tanto militares como civiles. En la ciudad de Donetsk había un aeropuerto internacional y se jugaron partidos de fútbol durante la Eurocopa de 2012. Los combates han destruido el aeropuerto y aislado al territorio del resto de Ucrania. Su situación económica actual es precaria.

El conflicto se ha recrudecido en estos últimos días en el marco de las tensiones entre Rusia y Occidente, pero siempre ha estado latente pese a la firma en febrero de 2015 de los acuerdos de paz de Minsk entre Ucrania, Rusia, Francia y Alemania. Los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) han informado este lunes de más de 3.000 violaciones del alto el fuego en el este del país, una cifra muy superior a la media de incidentes registrados en los últimos siete días. Las autoproclamadas repúblicas separatistas anunciaron el viernes el comienzo de una evacuación “masiva” de la población a territorio ruso, ante el temor a un eventual ataque de las fuerzas del Estado ucraniano, que ha negado que tenga planes de este tipo.

¿Y las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk?

Los dos territorios están dirigidos por gobiernos separatistas, generalmente considerados como representantes de Rusia dentro de Ucrania. Desde 2014, están en conflicto con Kiev, que se refiere a ellos de la misma forma que a Crimea, es decir, “territorios temporalmente ocupados”. Desde que proclamaron su existencia, han recibido apoyo militar y financiero de Moscú. Rusia ha negado ser parte en el conflicto.

Aunque lo reclaman, los separatistas no controlan toda la región de Donetsk y Lugansk, sino aproximadamente un tercio, unos 16.000 kilómetros cuadrados, según algunas estimaciones, a lo largo de la frontera con Rusia –Ucrania cuenta con una superficie de aproximadamente 600.000 kilómetros cuadrados–.

No estaba claro si Putin ampliaría su reconocimiento territorial a las partes de Donetsk y Lugansk que no están en manos de los separatistas. El presidente ruso ha aclarado este martes que la decisión implica reconocer las “constituciones” de las repúblicas en las que “están inscritas las fronteras de las regiones de Donetsk y Lugansk cuando eran parte de Ucrania”, lo que supone un reconocimiento también de las zonas controladas actualmente por el Ejército ucraniano, lo que para algunos analistas eleva el potencial de una confrontación con Kiev.

Hasta ahora, Moscú los consideraba oficialmente como parte de Ucrania, pero el Gobierno ruso mantenía relaciones con los dirigentes de los dos autoproclamados Estados. Extraoficialmente, se considera que las dos regiones han estado controladas por Moscú, que da subvenciones a estas zonas y cuyo Ejército proporciona armas y protección. Rusia ha entregado pasaportes rusos a centenares de miles de ciudadanos del Donbás.

¿Quién vive en estas zonas?

Por documentos que han sido filtrados, se entiende que hay poco menos de tres millones de personas en los territorios, de los que un 38 % son pensionistas. Eso significa menos de la mitad de la población que había antes de la guerra. Según explicaba hace unos días The Guardian, la evidencia anecdótica es que muchos de los que se quedaron son los que se oponían frontalmente a las movilizaciones de 2014 que derrocaron al entonces líder de Ucrania Víktor Yanukóvich (su ciudad natal forma parte de las regiones controladas por los separatistas). También los que simplemente eran demasiado pobres, o los que no lograron huir cuando estallaron los combates.

En los territorios no hay prácticamente ninguna oposición visible. A los periodistas independientes les resulta muy difícil ir a la región.

¿Por qué Putin tiene como objetivo Ucrania?

En primer lugar, Putin ha asegurado que Ucrania “nunca ha tenido una tradición verdadera como Estado”, calificando a la Ucrania moderna como una construcción artificial de la Unión Soviética. Según sus palabras, también considera que rusos y ucranianos son “un solo pueblo” y, según algunos analistas, quiere demostrar que las movilizaciones como las de Kiev en 2014 no tienen éxito a largo plazo. Putin cree que una Ucrania de tendencia occidental es peligrosa para Rusia. Ha calificado la posibilidad de que Ucrania entre en la OTAN como una “línea roja” para el Kremlin.

Este martes, el presidente ruso ha insistido en que la “mejor decisión que podría tomar Ucrania sería renunciar a sus ambiciones de pertenecer a la OTAN”. Putin ha exigido también a Kiev que se “desmilitarice”, reconozca la anexión rusa de la península de Crimea en 2014, prometa neutralidad y negocie con los separatistas del Donbás.

¿Qué significa el reconocimiento ruso?

Como explica Reuters, el reconocimiento ruso puede allanar el camino para que Moscú envíe fuerzas militares a las zonas separatistas abiertamente, utilizando el argumento de que está interviniendo como aliado para protegerlas contra Ucrania. En los tratados con los líderes separatistas, las partes se comprometen a defenderse mutuamente y firman acuerdos sobre cooperación militar. La agencia recoge que Alexander Borodai, miembro del Parlamento ruso y exlíder político de Donetsk, dijo el mes pasado que los separatistas buscarían entonces la ayuda de Rusia para hacerse con el control de las partes de las regiones de Donetsk y Lugansk que aún están bajo el control de las fuerzas ucranianas. Si eso ocurriera, se cree que podría desembocar en un conflicto militar abierto entre Rusia y Ucrania. Putin ha asegurado este martes que “espera” que “todos los temas en disputa se resuelvan en conversaciones entre las actuales autoridades de Kiev y los líderes de estas repúblicas”.

¿Qué pasa con los acuerdos de Minsk?

Ante las posturas irreconciliables sobre la ampliación de la OTAN, los acuerdos de Minsk de hace siete años, que nunca han llegado a cumplirse, habían vuelto a surgir en las últimas semanas como una vía alternativa –y la principal esperanza de Francia y Alemania– para la desescalada con Rusia. Tras el reconocimiento, Putin ha sido acusado por Occidente de saltarse la que era la teórica hoja de ruta para resolver, por la vía de la negociación, la guerra en el Donbás. El presidente ruso ha dicho más tarde este martes que el acuerdo de paz “ya no existe” y que “murió mucho antes” del reconocimiento ruso.

El pacto sentó las bases para una solución política del conflicto. El alto el fuego inmediato impuesto en el Donbás ha permitido reducir la violencia, pero la misión de observación de la OSCE informa a diario de violaciones del mismo. Los elementos políticos, como la descentralización y la autonomía de las zonas rebeldes, han sido los más difíciles de solucionar.

Los acuerdos están promovidos por el denominado Cuarteto de Normandía: Rusia, Ucrania, Francia y Alemania. Tanto Rusia como Ucrania se han acusado el uno al otro de impedir el cumplimiento de los mismos. Moscú ha denunciado que Ucrania no ha cumplido los compromisos de autogobierno para Lugansk y Donetsk, y Kiev ha argumentado que Rusia apoya a las milicias independentistas con tropas y armamento. Rusia ha alegado que no es parte en el conflicto, que solo era un mero observador como Francia y Alemania, y que esas cuestiones las tiene que resolver Ucrania con los líderes separatistas.

El secretario general de la ONU ha pedido una “resolución pacífica del conflicto del este de Ucrania, en concordancia con los acuerdos de Minsk”. “La prioridad debe ser evitar una nueva escalada y evitar las víctimas civiles, los desplazamientos y la destrucción de las infraestructuras civiles. Hago un llamamiento a todas las partes para que cesen las hostilidades y allanen el camino del diálogo en lugar de preparar el terreno para más violencia”, ha dicho la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet.

¿Ha reconocido Rusia áreas separatistas antes?

La presidenta de Georgia, Salomé Zurabishvili, ha comparado la situación actual de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk con la que se vivió en territorio georgiano hace 14 años, cuando Rusia invadió Georgia en agosto de 2008 y reconoció la independencia de las secesionistas Abjasia y Osetia del Sur, informa EFE. Desde entonces, Moscú les ha proporcionado un amplio apoyo presupuestario, ha extendido la ciudadanía rusa a sus poblaciones y ha destinado miles de tropas allí. Igual que en el caso de Ucrania, Rusia pretende que Georgia no entre en la OTAN y aduce para ello motivos de seguridad.