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Las mujeres también bajaron a la mina: tres libros recuperan la historia de ‘las mujeres del carbón’

8 May, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

Imagen del libro '¿Dónde está nuestro pan?', de Abel Aparicio
Imagen del libro ‘¿Dónde está nuestro pan?’, de Abel Aparicio

Carmen López 17 de diciembre de 2020 22:51h 

@Carmenlopezalv

Ellas se ocupaban de manejar el dinero que entraba en casa para llegar a final de mes, cuidaron de los hijos e hijas, formaron piquetes durante las huelgas, crearon redes de apoyo y se mancharon las manos del carbón que también respiraron. Los verbos se conjugan en pasado porque la industria de la minería en España está a punto de desaparecer, pero las mujeres tuvieron y aún tienen un papel en la historia de la extracción de ese mineral aunque haya pasado más desapercibido que el de los hombres. Aitana Castaño y Alfonso Zapico han sido dos de los autores que han orientado el foco de atención a ese colectivo en su libro Carboneras, que acaba de publicar la editorial Pez de plata. 

No han sido los únicos. Casi a la vez se han lanzado varios trabajos que, cada uno a su manera, también tocan el tema, como Hijos del Carbón (Alfaguara, 2020) de Noemí Sabugal o ¿Dónde está nuestro pan? (Marciano Sonoro) de Abel Aparicio. Todos los autores conocen bien el terreno en el que se desarrollan sus historias, no son meros visitantes.

Castaño y Zapico nacieron en la cuenca minera asturiana (en Sama de Langreo ella, en Blimea él) a principio de los 80. Son Los niños de humo, una figura que da título al primer tomo de estas memorias sentimentales de la minería que publicaron hace dos años en la misma editorial. Su biografía está irremediablemente ligada al carbón. En aquel relato se les habían quedado fuera o en un plano secundario algunas figuras vitales para la vida en las cuencas mineras y tenían esa espina clavada.

«Uno de ellos era el de las mujeres», explica Castaño a elDiario.es. «La carbonera es la figura literaria, es la parte por el todo. Pero esas carboneras son un homenaje en realidad a todas las mujeres de las cuencas. Están vinculadas a la mina desde un punto de vista profesional pero también representan a nuestras abuelas, a nuestras madres, a las novias, amantes, hermanas y tías, que vivieron aquí».

La vida en las zonas mineras ha sido muy dura a lo largo de toda su historia y lo sigue siendo porque la muerte planea sobre cada jornada laboral. Mejoró con los años, aunque a base de una lucha laboral férrea y de soportar una represión muy violenta. Sobrevivir a todo eso no habría sido posible sin esas otras figuras que aparecen en el libro, como la del tendero y la del cura obrero. También hay un recuerdo a los emigrantes españoles «que se fueron por motivos políticos pero también por trabajo. Aunque aquí había de sobra, como decía mi abuelo Antonio, para estar en la mina tenías que ser pobre como una rata, porque si no, no entrabas ahí», desarrolla Castaño.

Portada de ‘Carboneras’

Las experiencias de los personajes se entrelazan para explicar qué pasó en los pueblos mineros asturianos en la década de los 60 del siglo pasado. Montecorvo del Camino no existía hasta que Alfonso Zapico lo inventó en la ficción para emplazar la Revolución de Octubre del 34 en su serie de libros La balada del Norte y sirve también de escenario de Carboneras. «Hay muchas historias basadas en la realidad. Por ejemplo, se habla de las torturas que sufrían las presas en el franquismo, en los cuarteles de aquí. Había una represión muy fuerte, casi toda vinculada a la política y en especial al Partido Comunista. Esas mujeres tienen nombre y apellido, como la archiconocida Anita Sirgo, a la que todos en estas cuencas adoramos o deberíamos, porque es la memoria viva de lo que pasó en esas décadas o Tina la de la Joécara», sostiene Aitana Castaño. 

En Carboneras esos castigos los infligía un general de la Benemérita conocido como Trujillo. «Está basado en una persona que también existió, era Guardia Civil aquí en Sama. Tiene en su haber algo tan indigno como ponerse el bañador para dar palizas a los que tenía detenidos para así no mancharse el traje de sangre. Y todavía existe gente que las recibió. Hay que contar esas cosas, aunque cambié los nombres porque al final no deja de ser una narrativa inventada», declara la escritora.

Dicha violencia se conoció a nivel nacional después de la gran huelga de 1962 y suscitaron gestos de denuncia y solidaridad entre la comunidad intelectual del país. Carmen Matín Gaite, Nuria Espert o Dolores Medio asistieron a una manifestación en la Plaza del Sol de Madrid en defensa de los represaliados, por ejemplo. Y Manuel Fraga, por entonces Ministro de Cultura y Turismo del franquismo, recibió la famosa carta de los 102 intelectuales, pidiendo una investigación acerca de los actos perpetrados por Fernando Caro Leiva, general de la Guardia Civil, entre las que se incluían el maltrato y rapado de pelo o las patadas en el vientre a una embarazada.

La escritora Noemí Sabugal, que acaba de publicar el ensayo Hijos del Carbón (Alfaguara, 2020), también considera que es importante visibilizar ese papel de las mujeres en la historia de la minería. «No todo el mundo conoce el papel que tuvieron en la huelga del 62 cuando se manifestaban en Asturias, que tiraban maíz a los pies de los esquiroles para llamarles gallinas. O esas mujeres que fueron rapadas y que el pintor Eduardo Arrollo dejó plasmadas en unos cuadros que a día de hoy todavía son muy impactantes. Es necesario recuperarlo y recordarlo sobre todo porque su papel ha llegado hasta el final. En el año 2012, cuando se hizo la gran manifestación a Madrid se creó la asociación de las Mujeres del Carbón, de todas las cuencas mineras de España y fue muy importante», comenta a elDiario.es.

Con las manos tiznadas

La presencia femenina en la minería no solo fue periférica, sino que también formaron parte de la plantilla de las minas. Aunque durante mucho tiempo fue de manera solapada, según la actividad que desarrollasen. Sabugal, natural de León y de familia minera, explica que «durante muchas décadas la limpieza y el escogido del carbón dependía de las mujeres. El trabajo por ejemplo en las líneas de baldes también era un trabajo muy feminizado, entre digamos mediados del siglo XX incluso un poquito más hacia atrás, incluso años 30, años 20».

Esos eran trabajos de exterior pero hubo momentos en los que ellas también entraron en el pozo. Cuando el Estado las necesitó, básicamente. «Cuando la guerra aún estaba acabando y en los años de la inmediata posguerra, como muchos mineros habían sido represaliados y estaban en la cárcel las mujeres entraron en el interior de las minas. Lo que pasa que el franquismo siempre reservaba el papel de la mujer al de esposa y madre. No solo en las cuencas mineras sino a nivel nacional. Así que quiso encubrir esa circunstancia y las llamaba ‘productoras’, no mineras», aclara la escritora. También cuenta que «en una presentación se acercó una señora de la zona de El Bierzo y me contó que su madre había estado cinco años trabajando en el interior de la mina porque tenía cinco hijos y el padre estaba preso. Había entrado más o menos en el año 38 o 39».

Abel Aparicio conoció a Libertad Aurora en uno de sus caminos en bicicleta por la zona del Tremor, en El Bierzo. Esa mujer le sorprendió al contarle durante dos horas la historia de su vida. «Me dijo que ellas estaban fuera de la mina porque en teoría y solo en teoría, no podían entrar. En verano de siete y media de la mañana a diez de la noche con media hora para comer. Ellas cobraban seis pesetas y media al día y los hombres justo el doble, 13 pesetas. Cuando una minera se casaba la echaban de la mina por ley porque su labor era la de estar en casa haciendo las labores ‘propias de su sexo'», asegura a elDiario.es.

Abel Aparicio posa junto a su libro ‘¿Dónde está nuestro pan?’ Pablo Batalla

Esta historia, el paisaje industrial minero y la orografía de la tierra fueron los tres factores que impulsaron la escritura de su libro ¿Dónde está nuestro pan?, tres relatos sobre la vida en la posguerra y sus miserias. En un principio, Aurora –que fue bautizada como Libertad Aurora, aunque con la victoria de Franco perdió su primer nombre– no quería contar nada de protestas, pero finalmente se abrió. «Eran cinco en la línea de baldes y siempre que llegaba el jefe quitaba a una diciendo que sobraba. Hasta que un día se plantaron, se cruzaron de brazos y dijeron que hasta que no estuviesen cinco fijas no trabajaban más. Y el encargado se puso loco, pero acabó accediendo», relata. 

Conseguir un trabajo en la mina en la misma categoría que un hombre se logró poco antes de que empezase el declive de la industria. Como recuerda Noemí Sabugal, «el paso de la mujer a la mina no fue franco sino que se hizo a través de una sentencia judicial del Tribunal Constitucional en 1995. Concepción Rodríguez denunció la evidente discriminación que significaba que no hubieran cogido a ninguna de las ocho mujeres que superaron las pruebas para el millar de puestos que había sacado Hunosa en el año 85. Ahí la mujer volvió a la mina ya como minera, digamos».

«Si tu padre se mataba en la mina, si eras hombre entrabas a trabajar en Hunosa automáticamente pero si eras mujer, no», afirma Aitana Castaño, que también recuerda que «las mujeres tenían también enfermedades derivadas de la mina. Por las carboneras pasaba todo el carbón porque eran las que estaban en el rete eligiéndolo y sufrían muchísimo de silicosis, pero no se les reconocía. A la vulnerabilidad del sector de la minería en los años 40, se le unía la de ser mujer. Además, estaba muy mal visto que trabajasen allí. Las carboneras solían ser viudas o jóvenes sin casar».

¿Era la minería un sector especialmente machista? Noemí Sabugal explica que «esto ya no es que lo diga yo, lo dicen las mujeres que se incorporaron en esos momentos. Al principio muchos mineros no lo entendieron ni lo apoyaron. Pero el machismo en este sector es como el de otros sectores. No quiero pensar cómo pudo ser el primer juicio con una mujer jueza, cuando un hombre tuvo que admitir que esa mujer que estaba delante de él iba a poner la pena». 

Las mineras con las que habló Sabugal cuentan que la primera reacción solía ser la ridiculización, pero ahora «aunque el número de mineras siempre ha sido muy inferior al de hombres, en lugares como Asturias, donde siempre ha habido más, ya nadie se sorprende demasiado. Y eso ya es un logro, pero creo que fue tan difícil como en cualquier otra profesión». Según Castaño, «las burradas que se le pueden decir a una mujer en el pozo seguramente son más que en el despacho de abogados. Pero ellas también las sabían devolver, allí no se quedaba parado nadie. Hubo compañeros que les hicieron la vida imposible fijísimo, pero ellas aguantaron el tipo y ahí están. Ellos duros, pero ellas más». 

¿Por qué ahora?

Ilustraciones de Aitana Castaño y Alfonso Zapico, autores de ‘Carboneras’

Los tres libros han tenido buena acogida. Pero Aparicio, como explica, no esperaba nada de esto: «Hicimos la primera edición y estamos a punto de sacar la segunda. No sé por qué. Entiendo que en León o en Asturias la cosa funcione, pero me están pidiendo libros en el País Vasco, en Madrid, en Extremadura, en Valencia. Soy un autor al que no conoce nadie. Y por ejemplo la editorial Elkar, que distribuye en el País Vasco, Navarra y el País Vasco francés, me ha pedido un montón de libros».

Aitana Castaño, que también ha percibido el notable interés que Carboneras suscita fuera de las zonas mineras, considera que «las generaciones que nos criamos en los años 80 o los 90, cuando empezaba el declive de la minería, nos vemos capacitadas para contarlo ahora, de mejor o peor manera, porque en el fondo creemos que tenemos una especie de deuda con las cuencas». Sabugal comenta que «en el libro utilizo una frase de Novalis que dice que todo el recuerdo es el presente. Si recordamos esas cosas que han ocurrido será nuestro presente, tendremos claro que no hemos llegado aquí a conseguir ciertas cosas por magia ni de repente, sino que ha habido muchas y muchas peleas por conseguir derechos laborales y derechos sociales». 

Además, hay que tener en cuenta que el final de la minería tiene una carga simbólica muy importante. Como explica Castaño, «los mineros ya, de per se, están bastante mitificados, son como los toreros pero en versión obrera. Hay una imagen que a mucha gente joven le llegó muy cerca del corazón, que fue la entrada de los mineros y mineras en agosto del 2012 por la Gran Vía de Madrid en la última marcha del carbón. A esa generación que estaba dando puñetazos sociales y políticos encima de la mesa porque no se sentían identificados, aquellas luces fueron como el mito que necesitaban. No deja de ser el fin de una época, la de la minería pero también de muchas cosas. Es un fin un poco ligado a la cultura pop».

Publicado el 17 de diciembre de 2020 – 22:51 h

La columna minera que plantó cara a Queipo de Llano

3 septiembre, 2013

Fuente: http://www.ecorepublicano.es

Día 29.7.13
 
El 19 de julio de 1936, un grupo de mineros de la provincia de Huelva, prácticamente indefensos, se desplazaron hasta Sevilla para defender el orden constitucional de la República. La Guardia Civil les tendió una emboscada asesinando a 25 de ellos. 68 más fueron ejecutados tras un Consejo de Guerra.
 
Esta es la historia de un grupo de mineros que sacrificó su vida por la República. Pero también es la historia de una traición. La del comandante de la Guardia Civil Gregorio Haro Lumbreras, que condujo hasta la muerte a una columna formada por alrededor de 500 mineros. Una columna que se había formado espontáneamente durante el 18 de julio y que decidió sin más medios que las escasas armas que habían confiscado y la dinamita de sus almacenes ir a defender a la República hasta Sevilla, donde las tropas de Queipo de Llano habían entrado a sangre y fuego. Es la historia de la columna minera que entregó su vida en La Pañoleta (Camas, Sevilla).
 
«La reacción de los mineros de la provincia de Huelva en defensa de la República tiene una importancia enorme. Fueron los únicos que consiguieron inquietar los planes de Queipo de Llano. Quizá por ello la venganza fue brutal. 25 personas murieron en el momento, 68 fueron fusilados tras un Consejo de Guerra y 6.000 personas fueron asesinadas en toda la provincia de Huelva», narra a Público Francisco Espinosa, historiador y autor de la obra La justicia de Queipo.
 
Cuando el 18 de julio de 1936 el golpe militar llega a España, un grupo de mineros de la cuenca minera de Huelva (Nerva, Río Tinto, Valverde, Peña de Hierro, Mesa de los Pinos, San Juan del Puerto, Zalamea la Real, Campillo, entre otros) requisó coches, camiones, maquinaria agrícola, dinamita y todas las escopetas de caza y se organizó en milicias para defender al Gobierno republicano salido de las elecciones de febrero de 1936.
 
Con Sevilla ya tomada por las fuerzas de Queipo de Llano, el inspector general de la Guardia Civil Sebastián Pozas (ministro de Gobernación de la época) ordenó a un grupo de guardias civiles, comandado por Gregorio Haro Lumbreras, sofocar la rebelión y luchar contra las tropas de los golpistas. Por detrás, una columna civil, formada en un 90% por mineros y encabezada por los diputados Luis Cordero Bell y Gutiérrez Prieto, intentaría ayudar en la medida de lo posible.
 
Gregoria Haro ya había participado en el golpe del general Sanjurjo en agosto de 1932 y había destacado en la fallida revolución de Octubre de 1934 por su dureza en la represión. Sin embargo, acató las órdenes de Madrid y juró fidelidad a la República. Fidelidad que ya había traicionado.»Cuando Haro y sus hombres llegan a Sevilla, se presentaron ante Queipo de Llano, quien los manda a la entrada de la ciudad, en el barrio de La Pañoleta en Camas, a esperar a la columna minera. Fue una encerrona terrible», señala Espinosa.
 
La llegada de la columna minera se produjo a las 11 de la mañana. En Camas esperaban cientos de hombres de Haro y Queipo de Llano. El ABC de Sevilla habló de cerca de 1.000. «Cuando llega el primer coche de la columna, los que esperaban abrieron fuego. En ese primer momento, explotó la dinamita que llevaban y murieron 25 de ellos inmediata», prosigue Espinosa.
 
Los camiones más atrasados, al oír la explosión pudieron dar marcha atrás y regresar. Otros, sin embargo, «se vieron apresados entre el camión explosionado que encabezaba la columna por un lado y por otro la barrera del tren que había sido bajada para impedirles la salida», según recoge la instrucción judicial. 25 personas murieron en el acto y 71 fueron apresados por las fuerzas golpistas.
 
El 31 de agosto de 1936, 68 de ellos fueron ejecutados en seis sacas diferentes tras un Consejo de Guerra celebrado en la Plaza San Francisco (Sevilla). Sólo se libró un menor de edad y dos hombres que en ese momento pasaban por allí pero que no tenían nada que ver con el enfrentamiento. «Esperaron hasta que el ejército golpista hubiera conquistado Huelva para ejecutarlos. De esta manera, se aseguraban que no habría venganza con la población reclusa en las localidades donde no había triunfado el Golpe», asegura Espinosa, que relata que las ejecuciones se repartieron por toda la ciudad «para darle un tono de ejemplaridad».
 
Cuando se cumplen 77 años del suceso, las familias siguen buscando a las víctimas. Actualmente, la Junta de Andalucía, en colaboración el Ayuntamiento de Camas y la Asociación Memoria, Libertad y Cultura Democrática está desarrollando un proyecto de indagación y localización de la fosa común donde se enterraron nueve de las víctimas del enfrentamiento.»Creemos que la fosa común debe existir en el antiguo cementerio municipal de Camas, que actualmente es el Parque de Educación Vial», asegura a Público Andrés Fernández, arqueólogo del proyecto.
 
Este proyecto nació de la fuerza e insistencia de María del Pilar Comendeiro y Nélida Bravo, sobrinas de José Palma Pedrero, quien formaba parte de la columna minera tiroteada en el Barrio de la Pañoleta y cuyos restos descansan, supuestamente, en la señalada fosa común. Estas dos mujeres conocieron a través de internet la obra de Espinosa y entre sus páginas encontraron el nombre de su tío. Desde entonces han movido cielo y tierra para poder enterrar dignamente a su tío. Su deseo está más cerca que nunca.
 
«Cuando ya era una niña con edad de entender un poco mejor las cosas, le pregunté a mi madre cómo habían muerto sus padres y sus hermanos y ahí fue cuando, en lo que respecta a la muerte de su hermano, dijo lo que siempre escuchamos mi prima Nelly y yo: «El día que estalló la Guerra, Joselito salió con otros del pueblo a detener a Franco y lo mataron camino a Sevilla. Y eso era todo, nunca mencionó la Columna Minera ni La Pañoleta», narra María del Pilar Comendeiro a Público, que señala que su único deseo es el de poder encontrar y exhumar los restos de los «nueve mineros sepultados» para enterrarlos en Camas con «una placa que lleve su nombre».

El fin del carbón. De nuevo gracias al gobierno.

18 febrero, 2013

José A. Otero | 15/02/2013 – 19:45h

“Queda irse de España, acaban con todo”. La sentencia demoledora es de Plácido Álvarez Agra, minero y en la calle desde octubre. Es uno de aquel puñado de mineros de la Marcha Negra que entró a pie en Madrid en julio al grito ciudadano de ‘Esta es nuestra selección’ tras 19 días a pie desde Bemibre. Hoy es uno de los seis millones de parados.

Placi, como se le conoce en Matarrosa del Sil, donde reside, nació hace 38 años en Santa Cruz del Sil. Es el pueblo que se hizo célebre el verano pasado porque ocho compañeros permanecían encerrados en un pozo. Quería defender “el futuro de la zona y del país, porque esto es de todos”.  Pero aquel grito de ‘Sí se puede’ con el que cruzaron entre miles de personas no paró la política de acelerar la liquidación del sector por parte del Gobierno del PP –ya lo intentó en 1996–, ni prácticas empresariales decimonónicas. Como víctima, narra la desunión del sector y un desgarro en el país.

Hizo la Marcha Negra y ahora está en la calle.

La realidad es que se hizo todo lo que se hizo para otros, para el politiqueo. Fue acabar la marcha, llegar aquí, con la gente encerrada en Santa Cruz y desconvocar la huelga… No contaron con nadie para hacerlo. Y esos que dicen que apoyan, los alcaldes, han chupado fondos del plan del carbón. Tanto que apoyan, que dimitan. Están callando, nadie sabe nada, pero están echando gente y no pasa nada.

¿Qué fue de la mítica fuerza de los mineros?

Había unión, pero eso se ha ido perdiendo. No sé muy bien por qué. Igual es por la corrupción que hay, empezando por sindicatos, alcaldes, el Gobierno… es lo que explica que se haya perdido la unión.

Ya participó en una marcha minera en 2010. ¿Cómo se llega a este punto?

Yo hace dos años estaba trabajando en una mina, con Victorino (en referencia a Alonso, el mayor empresario minero privado de España) en Santa Cruz. Estaba en una subcontrata. Cuando las eléctricas dejan de quemar carbón, en 2010, hacemos la huelga, nos hacen hacer la marcha, llegamos a León… Logramos lo que queríamos. Pero los de las subcontratas quedamos en la calle. En mi caso, 30 compañeros. Estuve en ERE tres meses y en la calle un año. Me busqué la vida y logré volver a la mina en el Grupo Viloria, en Alto Bierzo. Allí estaba contento.

Cuando parecía todo estabilizado, llega el cambio de Gobierno de Rajoy y…

Sí, y los recortes. Se pasaron por el forro todo lo que estaba firmado. Tendrían que haberlo cumplido. Entonces volvemos a las calles. Empieza la Marcha Negra, llegamos a Madrid, cuando vuelvo trabajo un mes y medio, pero como el Gobierno no suelta la pasta, nos largaron. Nos dijeron que nos volverían a llamar cuando esto tomará rumbo. Llevo en el paro seis meses.

¿Hasta dónde estaba dispuesto a seguir tras la marcha?

Cuando llegué a casa de vuelta de Madrid me enteré que se desconvocó la huelga y aún había compañeros encerrados. Yo hubiera seguido lo que hiciera falta. Y ahora igual. Ya no miro solo por nosotros: ¿qué queda a los que vienen por detrás?

¿Cuál es la razón de la falta de unidad, de la inacción cuando están en la calle?

La lograron el empresario y el Gobierno. Unos cobraban, otros no… hubo muchos factores. Al que cobra no le interesa ir a la huelga.

¿Qué diría a los que dicen que en la mina se gana un sueldo astronómico?

Eso es todo mentira. Eso era antiguamente. En los ochenta, sí se cobraba bien. Yo he estado siete años dentro, en varias etapas, y no he pasado de 1.400 euros al mes haciendo diez y doce horas diarias. Que me lo expliquen. Y como yo muchísima gente, casi todo el mundo. Nunca he trabajado seguido siquiera. Hay la misma precariedad que en cualquier otro sector. Solo que no se puede estar mucho tiempo. En la mina estamos como las ratas, quienes dicen que somos unos privilegiados que entren allí.

¿Cómo explicaría la evolución de su trabajo desde que empezó?

No ha cambiado en nada. Ni en sueldo, ni en condiciones: sigo igual que entonces. Solo ha cundido la desunión y el hartazgo.

Madrid les recibió como a la selección de fútbol, como líderes obreros. ¿Cómo cree que se tenía que haber aprovechado?

Tendríamos que haber seguido hacia adelante. Sin pacto ninguno: las huelgas no se pactan. Yo me hubiera quedado en Madrid hasta lograr algo claro. Tendríamos que haber ido más allá, coger al empresario o al político y encerrarlo en la mina. ¿Acampar? No, porque no se puede estar molestando. Hay que ir a por quien hay que ir.

Pero, ahora van unos mil despidos en seis meses, los que quedan en la minería privada no cobran hace dos, las eléctricas no compran carbón, el Gobierno incumple…

Movilizaciones ya hay, pero no serán como antes. Estamos la mitad en la calle y no van ni los de las plantillas propias de las empresas, que ni cobran hace dos meses o los están echando.

¿Qué le pediría al Gobierno, qué le diría a Mariano Rajoy si se lo cruzase?

Que la están cagando, pero bien. El carbón no es de ahora, ha hecho mucho por este país. Que apuesten por él, que dentro de unos años será necesario. Le recordaría que Endesa nació en el valle del Sil. O que Ciuden, la planta de captura CO2, está a punto de cargársela y van a tirar muchos millones y futuro.

¿Y a las personas que les recibieron en Madrid como héroes?

Se lo agradeceré toda la vida y nunca lo olvidaré. Ahí me hicieron sentir que estábamos haciendo algo, algo importante.

¿Cómo explicaría que ahora en cambio no hagan nada, por el momento al menos?

Hay que salir a la calle y echar al Gobierno. Si nosotros les pusimos ahí, también les podemos echar. Ya está bien de aguantar que nos asfixien poco a poco. Mientras, ellos siguen igual.

¿Rajoy y Soria enterrarán la minería?

Yo creo que todos están poniendo de su parte. Pero sí, Rajoy puede poner el punto y final al carbón, cada vez creo más que no quedará nada.

¿Qué espera del futuro?

Tengo un niño de cuatro años al que tengo que dar una educación y una vida. Acabo el paro en un par de meses. La perspectiva que tengo es marchar, como todo el mundo. Los que queden aquí les va a tocar pagar lo que nos han robado. Y con marchar me refiero de España: aquí que paguen los que se han llenado los bolsillos. Porque no esperarán que cojamos trabajos precarios por 500 euros y arreglar todo lo que ellos han estropeado. Conmigo que no cuenten: antes prefiero robar.

¿A dónde se irá? ¿Busca trabajo como minero?

No necesariamente. De lo que salga: tendremos que adaptarnos a lo que haya e irnos a donde sea.