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La represión a la católica que padeció España desde la guerra civil: “Franco mató en nombre de dios hasta el último día”

7 marzo, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Francisco Franco, y su mujer Carmen Polo, asisten a la celebración de la eucaristía en la Plaza de España de Sevilla en 1968
Francisco Franco, y su mujer Carmen Polo, asisten a la celebración de la eucaristía en la Plaza de España de Sevilla en 1968

Peio H. Riaño

29 de enero de 2023 22:04h

Actualizado el 30/01/2023 21:53h

“Detente enemigo que el corazón de Jesús va conmigo” (sic). El lema iba prendido al sombrero cordobés de uno de los grupos paramilitares más sangrientos que actuaron en la guerra civil española, en la represión de los pueblos del Aljarafe sevillano. El “detente” guiaba las barbaridades que cometió esta columna franquista, que controlaba el temido Ramón de Carranza. Con el corazón de Jesús estaban legitimados para “limpiar los pueblos de gente roja”, como indica el historiador Paco Espinosa, autor del libro Contra la República. Los “sucesos de Almonte” de 1932. Laicismo, integrismo católico y reforma agraria.«

Cuando los obispos se exhibían brazo en alto» o cómo la iglesia apoyó al franquismo

El grupo arrasó desde Huelva a Sevilla, entre agosto de 1936 y marzo de 1937, cuando la columna pasó a formar parte de la Falange. Estas “escuadras negras” participaron en la primera fase de la “limpieza política”. En Huelva, hasta el inicio de los tribunales militares, en marzo de 1937, fueron asesinados 2.376 hombres y 86 mujeres.

La historia de Atilano Coco es más conocida porque el director Alejandro Amenábar la recuperó para el cine en 2019, en la película Mientras dure la guerra. El pastor protestante, profesor, masón y amigo de Miguel de Unamuno fue secuestrado y asesinado por los franquistas en diciembre de 1936 en Salamanca. Había cometido el pecado de no creer en la religión católica.

Fue paseado en una de las sacas que conducían a los presos de la prisión provincial al monte de La Ordaba, en la carretera de Salamanca a Valladolid. Como tantos otros, fue asesinado sin causa judicial. Como en el caso de Andalucía, era la práctica propia de los falangistas y los miembros de la paramilitar Guardia Cívica, con la complicidad de los guardias civiles que vigilaban la cárcel.

“No verá usted a un católico matar en nombre de su religión. Otros pueblos tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”, aseguró el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este jueves para demostrar la supuesta superioridad de la religión católica sobre las demás tras el asesinato de un sacristán en Algeciras. El político gallego borró de un plumazo una parte de la historia española al ignorar la Inquisición o la Cruzada franquista, entre otros capítulos del pasado.

Las autoridades franquistas justificaron la sublevación contra la democracia como cruzada o guerra santa y la idea fue apoyada por la inmensa mayoría del episcopado español, a pesar de la repulsa de la Europa católica. “Franco estuvo matando en nombre de dios hasta el último día”, indica por teléfono el historiador y profesor de la Trent University de Ontario (Canadá) Antonio Cazorla. De esta manera responde a la polémica aseveración.

La santa cruzada

Cazorla rescató hace años las cartas que los españoles escribían a Franco y en las que se podía encontrar peticiones de clemencia y alabanzas por la causa que había iniciado. Durante el franquismo, “la mayoría de los españoles tenía que tener mucho cuidado con lo que decía, no fuese a ser que, siendo afectos, neutros u hostiles al régimen, lo dicho fuese o pareciese inconveniente a la autoridad”, explica Cazorla en el libro Cartas a Franco de los españoles de a pie (1936-1945).

El 2 de septiembre de 1937, la Asociación Española de Señoras de la Virgen del Pilar escribe al General Franco una carta en la que le manifiestan su “reconocimiento por esa gloriosa cruzada tan justamente emprendida y dirigida por V. E. para salvar a nuestra querida España de la Barbarie comunista y felicitándole también por las brillantes victorias obtenidas en esta santa cruzada”.

En esta correspondencia puede comprobarse la particularidad española en los fascismos europeos de los años treinta, con la participación de la Iglesia católica en la sublevación contra la República. Franco fue defendido como el Salvador de la España Católica. Cazorla indica que “a veces se simplifica el papel de la Iglesia y de los religiosos en este período”. “Mientras que no cabe duda de que la mayoría de los clérigos, y del mundo católico en general, apoyaban a Franco, también es cierto que algunos religiosos intentaron interceder por las víctimas de la dictadura”, asegura.

Aquella población adepta a Franco lo describía en sus cartas personales como “el jefe el alma del movimiento Católico y Nacional español”. La cruzada religiosa era conocida en el extranjero. El 1 de octubre de 1938 le escribe el ciudadano canadiense Arthur Blanchette: “Dándonos las gracias, querido Generalísimo, yo os deseo todas las posibilidades de un éxito rápido sobre sus adversarios Rojos y la restauración de las antiguas glorias y esplendores de la España Católica” [sic].

La espada contra los infieles

Desde Venezuela, un tal Antonio. J. C. S. escribe a Franco, en septiembre de 1937, una carta en la que incluye un poema revelador con el que le desea “buen término la gigantesca obra de regeneración” que está ejecutando: “Al libertador de España / El paladín de la Victoria / Con santo Amor y pasión / Es escogido por la Gloria / Para salvar a su Nación. / Puso su espada en su diestra / El Señor de los señores / Para herir a la siniestra / Cuadrilla de malhechores. / Fieras sin Patria ni hogar / Perversos desde la cuna / Engendros de Lupanar / Influenciados por la luna. / Satanás en forma humana / Cuya maldad inaudita / Persigue al alma cristiana / Para hacerla una maldita”.

El 25 de febrero de 1940, un tal José G. felicita al dictador desde Navarra por la nueva Ley [la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 9 de febrero de 1939], “que declara guerra sin cuartel a la Masonería y Sociedades secretas, que han sido la causa de los males, que durante muchos años han asolado a nuestra querida patria España y con ello ha dado V. E. una gran satisfacción y aliento a los que precisamos de querer ante todo a España y sobre España, solamente consideramos a DIOS, ya que DIOS y España son nuestros más grandes amores por los que tenemos que seguir sacrificándolo todo, incluso hasta la vida”.

En nombre del catolicismo se asesinó a los enemigos, pero también apelándolo podían librarse de la muerte. El 3 de junio de 1940, Amalia P. de A. escribe a Carmen Polo para que se apiade y evite que su marido masón sea fusilado. “Mi esposo José A. M., pertenecía a la Masonería; está detenido desde el 29 de Abril del 39, hizo su retractación a la Iglesia, en marzo del 39, en el Sanatorio de San José, como consta en este Obispado. Pues al estar en esa secta, hará tan solo como muchas veces se hacen las cosas, por los amigos” [SIC]. Y reclama: “Señora, por caridad, pídaselo a su esposo, que sea ese el obsequio para el día de su Santo, que se apiade de mis pobres hijos”.

Legitimar el castigo

Gutmaro Gómez Bravo es el historiador que más ha investigado el sistema de represión, con libros como La redención de penas: la formación del sistema penitenciario franquista, 1936-1950. Explica a este periódico que la represión en nombre de la fe se legitimó desde el mismo golpe de Estado. “No hay ninguna duda de la persecución y represión por motivos religiosos. Los judíos, los masones, los protestantes fueron homologados e identificados como el mal y legitimaron su castigo. La participación de la Iglesia es precisamente la particularidad del totalitarismo franquista comparado con el de Mussolini y Hitler”, sostiene Gutmaro Gómez Bravo.

En el centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca se conservan decenas de miles de expedientes clasificados por la Brigada Político-Social con denuncias contra los ciudadanos por sus creencias y que se mantuvo activa entre 1938 y 1977. Ahí están las pruebas que contradicen las creencias de Núñez Feijóo. La represión en nombre de dios estaba institucionalizada de tal manera que los censores literarios debían cumplimentar una ficha en la que se especificaba si el autor o autora “atacaba” al “dogma”, a la “moral”, “al Régimen y a sus instituciones” o a “la Iglesia o a sus Ministros”. Cualquiera de estos informes repletos de tachones en rojo muestran cómo la Iglesia católica también reprimió durante más de cuatro décadas las libertades de los españoles.

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Constantino II y la dictadura de los Coroneles

5 febrero, 2024

Fuente: http://www.infolibre.es

Julián Casanova

1 de febrero de 2023 20:50h. Actualizado el 02/02/2023 06:00h

@CasanovaHistory

Cuando António de Oliveira Salazar y Francisco Franco llevaban ya décadas en el poder como únicos ejemplos de dictaduras derechistas anticomunistas en Europa, un golpe de Estado en Grecia, en abril de 1967, inauguró un brutal período de siete años de persecución política, encarcelamientos y terror. Sus jefes eran los coroneles Georgios Papadopoulos, Nikolaos Makarezos y el general de brigada Stilianos Pattakos.

A esa dictadura se la llamó la Junta o el Régimen de los Coroneles. Sus principales miembros fueron oficiales procedentes de familias de clase baja que habían conseguido ascender a través de las fuerzas armadas. Muchos de ellos habían servido o eran en ese momento colaboradores activos de los servicios de inteligencia y algunos habían recibido entrenamiento en Estados Unidos. Y lo que parece más importante para comprender los resultados violentos de su asalto al poder, la mayoría de los golpistas habían participado en acciones derechistas paraestatales.

Papadopoulos, cabeza visible de la insurrección, había sido el líder de la Unión de Jóvenes Oficiales, un grupo nacionalista, anticomunista y antidemocrático. Varios grupos dentro del ejército —incluido el general Giorgios Spandakis— estaban conspirando con el rey Constantino II para echar abajo el sistema parlamentario democrático. Los coroneles formaban parte de ese grupo y, temerosos de perder el puesto si era descubierta su conspiración, golpearon ellos primero.

Tras el final de la última fase de la guerra civil y el levantamiento de la ley marcial, en Grecia se celebraron elecciones en marzo de 1952, donde incluso los socialistas tuvieron oportunidad de participar. La Grecia de posguerra se basó en una fuerte Monarquía, una Iglesia nacional respetada, un arcaico sistema educativo y una negación sistemática del comunismo. Sin embargo, la existencia de un sistema parlamentario “restringido” o un régimen “cuasiparlamentario”, como lo denomina Nicos P. Mouzelis, permitió al Partido Comunista Griego, aunque bajo acoso policial, bajo el nombre de Izquierda Democrática Unida, participar en elecciones parlamentarias desde 1951 e incluso obtener algunos diputados.

Impedir la inminente toma del poder comunista fue la excusa con la que los coroneles justificaron su golpe de Estado, anticipándose también a unas elecciones generales que debían celebrarse el 28 de mayo

Podía ser una democracia incierta, insegura, pero las diferencias con Portugal y España eran importantes. La Constitución de enero de 1952 garantizó las libertades democráticas básicas, entre ellas el derecho al voto a las mujeres, y permitió la estabilidad política necesaria para la reconstrucción posbélica, con la conmutación de casi todas las sentencias de muerte, la reducción de penas o el perdón de muchos de los 20.000 prisioneros condenados por subversión. Aun así, la legislación represiva de emergencia aprobada en los años de la guerra civil se mantuvo y fue usada sin titubeo para hostigar a izquierdistas y comunistas. Dos meses después de aprobada la Constitución, Nikos Beloyannis, condenado por organizar un grupo de espías comunistas, fue ejecutado.

Impedir la inminente toma del poder comunista fue la excusa con la que los coroneles justificaron su golpe de Estado, anticipándose también a unas elecciones generales que debían celebrarse el 28 de mayo. En la primera hora de la mañana del 21 de abril de 1967, los tanques salieron por las calles de Atenas, algunos de ellos desde la plaza Sintagma apuntaron al parlamento y cerraron las principales arterias de la ciudad. Los golpistas decretaron la ley marcial y suspendieron las garantías constitucionales. En unas horas, todas las principales figuras políticas habían sido detenidas y las Fuerzas de Ataque Helenas, entrenadas por la CIA, tomaron los principales centros militares y de defensa.

Aunque el rey Constantino II, en el trono desde marzo de 1964, no firmó el decreto de ley marcial, emitido en su nombre, rechazó la insistente petición del jefe de Gobierno, Panagiotis Kanellopoulos, de resistir a los insurrectos. Por el contrario, consintió la puesta en marcha de la dictadura y facilitó de esa forma la posición de los aliados democráticos occidentales de Grecia, que no retiraron a los embajadores con el argumento de que estaban acreditados ante el rey y no ante el gobierno.

Constantino intentó un contragolpe en diciembre de 1967, con algunos de los miembros de las fuerzas armadas leales a la corona, pero, mal organizado, fracasó y se fue con su familia a Roma y después a Londres. El 1 de junio de 1973, Papadopoulos, jefe de Gobierno y regente, lo destituyó, acusándolo de estar detrás de una conspiración abortada. Tras el final de la dictadura, el 69 por ciento de la población votó en un referéndum, el 8 de diciembre de 1974, contra la restauración de la monarquía. Fue el sexto referéndum en la historia de Grecia del siglo XX en el que se decidía sobre Monarquía o República.

El régimen de los Coroneles consolidó su poder desde el principio a través de la intimidación y el terror, activados fundamentalmente por la brutalidad de la policía militar (ESA) y de seguridad (Asphaleia). Las víctimas de la tortura fueron sobre todo estudiantes entre 18 y 25 años de edad y hubo numerosos casos de violencia y asaltos sexuales. Muchos izquierdistas fueron llevados al campo de prisión de la isla de Giaros para ser “reeducados” en el discurso de la continuidad nacional y cultural con el pasado heroico griego. Numerosos funcionarios y profesores de escuela y universidades fueron destituidos. Las reformas educativas de George Papandreu fueron desmanteladas y los libros de texto reescritos para reflejar la visión ideológica de la ultraderecha.

Los gobiernos de algunos países nórdicos europeos, ante las denuncias de tortura de los exiliados y las que procedían del interior de Grecia, elevaron quejas ante el Consejo de Europa, pero la dictadura recibió el apoyo de Estados Unidos, sobre todo desde la elección de Richard Nixon y de su vicepresidente Spiro Agnew, hijo de emigrantes griegos, que mantenía estrechos lazos de amistad con la poderosa comunidad de negocios greco-estadounidense. Grecia era también en esos años un lugar geoestratégico muy importante para Estados Unidos y la OTAN —organización en la que había sido admitida en 1951—, sobre todo tras la conquista del poder por parte de Muammar el Gadhafi en Libia en septiembre de 1969, el continuo conflicto árabe-israelí y la creciente presencia naval soviética en la región.

Pese a ese apoyo, la represión, la ausencia de una amplia base popular y la ineptitud de la Junta causaron su caída. En enero de 1973 los estudiantes universitarios comenzaron a desafiar a la autoridad de los Coroneles, organizaron manifestaciones masivas y, cuando ocuparon la Universidad Politécnica de Atenas, en noviembre, los militares aplastaron el movimiento con tanques y causaron al menos cuarenta víctimas mortales en la noche del 17. La protesta coincidió con la crisis económica internacional que sumergió a Grecia en una creciente agitación social y con un grave conflicto con Chipre, utilizado por la Junta como recurso nacionalista para atraer a la población.

Tras la masacre estudiantil, Papadopoulos fue derrocado por un golpe del sector más ultraderechista de su régimen. La Junta entró en bancarrota. Su sustituto, Dimitrios Ioannides, ex jefe de la policía secreta, se vio involucrado en el intento de asesinato de Makarios, Primado de la Iglesia Ortodoxa y presidente de Chipre. Cinco días después, el 20 de julio de 1974, Turquía invadió Chipre. Ioannides llamó a una movilización militar general, pero los jefes del ejército no respondieron. Ahí acabaron siete años de dictadura brutal e ineficaz.

Las publicaciones disidentes y de la oposición desde el exilio compararon al régimen de los Coroneles con el del general Ioannis Metaxas (1936-1941), para mostrar el cordón umbilical con el fascismo, o utilizaron la noción de “neofascismo” para subrayar el apoyo del imperialismo estadounidense, la actividad paraestatal y la conexión con las oligarquías económicas locales. Frente a ese argumento, se impuso desde el otro lado la visión de la Junta como un baluarte contra el comunismo y la expansión soviética. En ese momento crucial de la Guerra Fría, Occidente, Estados Unidos y la OTAN necesitaban a Grecia de forma especial para extender sus fuerzas en esa región caliente del Mediterráneo.

Lo cual nos conduce al tema fundamental de la persistencia de dictaduras originadas durante la era del fascismo y apoyadas por las democracias occidentales durante la Guerra Fría. Muertos Hitler y Mussolini, a las potencias democráticas vencedoras les importó muy poco que en los límites meridionales de la Europa libre, en dos países que poco contaban en la política exterior de aquellos años, se perpetuaran dictaduras represivas, criminales y torturadoras que incumplían las normas más elementales del llamado derecho internacional.

La revolución de abril de 1974 en Portugal, la caída, tres meses después de la dictadura de los Coroneles en Grecia y la proximidad de la muerte de Franco obligaron a cambiar la retórica y la estrategia internacional de los países democráticos que habían apoyado durante décadas las políticas autoritarias en el Sur de Europa. Portugal y España —y en menor medida Grecia— habían constituido una anomalía fundamental, muy útil en la lucha y alianza contra el comunismo, pero alejada de la supuesta superioridad política occidental. También los historiadores de esos países democráticos se olvidaron de la anomalía, porque durante mucho tiempo Portugal y España no fueron tenidas en cuenta en las explicaciones históricas de la posguerra en el continente.

La tiranía de los Coroneles, breve comparada con la de Franco, cayó a finales de julio de 1974, el 17 de noviembre hubo elecciones y el 8 de diciembre un referéndum sobre el futuro de la monarquía. En Portugal, donde el régimen dictatorial y colonial fue derribado el 25 de abril de 1974 por jóvenes e inexpertos oficiales, sin apenas un solo disparo, la Constitución se aprobó dos años después, poniendo fin a un período de aguda inestabilidad y conflictos sociales. En España, la construcción de una monarquía parlamentaria basada en una Constitución democrática tardó tres años, pero para consolidarse tuvo que superar, entre otros graves conflictos y tensiones, un golpe de Estado en febrero de 1981.

He repasado las crónicas de la muerte de Constantino II el pasado 10 de enero de 2023 y de su funeral, con la asistencia, entre más de 1.500 ilustres invitados, del rey Felipe VI, la reina Leticia y los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía, hermana de Constantino.

La mayoría de esas crónicas podría perfectamente representar a la prensa rosa o a las secciones ecos de sociedad. Lo cual muestra una vez más lo difícil que resulta para la mayoría de los medios de comunicación recordar los pasados traumáticos e infames, especialmente si en ellos están implicados reyes o reinas.

Es así como se alimentan los mitos y se sigue ocultando ese pasado a las generaciones más jóvenes, quienes, sin embargo, podrán seguir con todo detalle en esas crónicas el árbol genealógico de las familias reales europeas, las gestas de Constantino como deportista y sus romances. Descanse en paz.

_________________

Julián Casanova, historiador, Distinguished Professor en el Weiser Center for Europe and Eurasia de la University of Michigan.

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El 1 % más rico acumula casi dos tercios de la riqueza mundial producida desde 2020

7 enero, 2024

Fuente: http://www.lamarea.com

‘La ley del más rico’ es el nombre del último trabajo de Oxfam Intermón, que demuestra un aumento de la desigualdad global

Dani Domínguez

16 enero 2023 Una lectura de 4 minutos

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Hagamos un ejercicio matemático de imaginación. Pensemos en un mundo compuesto por 100 personas que ha conseguido generar una riqueza de 100 euros. Comienza el reparto de las ganancias y una persona de este centenar, el más rico, se queda con 62 euros. El resto, 99 personas, tienen que repartirse los 38 euros que sobran.

Esto es lo que ha sucedido a nivel mundial entre 2020 y 2021. Así lo revela hoy un nuevo informe de Oxfam Intermón, que denuncia que el 1 % más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza (valorada en 42 billones de dólares) generada durante el bienio, casi el doble que lo que se reparte la inmensa mayoría. «Por cada dólar de nueva riqueza global que recibe una persona del 90 % más pobre de la humanidad, un milmillonario se embolsa 1,7 millones de dólares», explica la organización.

La ley del más rico es el nombre de este trabajo y se publica el mismo día en que comienza el Foro Económico Mundial en Davos. Una reunión que se produce «en un contexto en el que la riqueza y la pobreza extremas en el mundo se han incrementado simultáneamente por primera vez en 25 años», ha criticado Franc Cortada, director de la organización.

Según el citado informe, la fortuna de los milmillonarios crece a un ritmo de 2.700 millones de dólares diarios. Todo ello tras una década de «ganancias históricas» en la que el número de milmillonarios y su riqueza se han duplicado. «Mientras los hogares más vulnerables sufren para llenar la nevera o mantener una temperatura adecuada, el extraordinario crecimiento de los beneficios empresariales en sectores como el de la energía y la alimentación ha disparado de nuevo los patrimonios de los más ricos», denuncia Oxfam Intermón.

Los datos también demuestran que los ricos tienen una mayor responsabilidad en la crisis climática«Un milmillonario emite un millón de veces más carbono que una persona corriente», detallan.

Según sus estimaciones, grandes empresas de energía y de alimentación han duplicado sus beneficios en el 2022. Esto se traduce en beneficios extraordinarios de 306.000 millones, de los cuales el 84 % (257.000 millones) se ha destinado a remunerar a sus accionistas. «Esta codicia alimenta la inflación. En Australia, Estados Unidos y el Reino Unido estos enormes beneficios empresariales han contribuido, como mínimo, al 50 % del crecimiento de la inflación». explican.

En el lado contrario, siempre según datos de Oxfam Intermón, al menos 1.700 millones de trabajadores viven en países en los que el crecimiento de la inflación ya se sitúa por encima del de los salarios, y más de 820 millones de personas en todo el mundo (casi un 10 % de la población mundial) pasan hambre.

El caso español

En España, el 1 % más rico ya controla casi 1 de cada 4 euros de riqueza neta total: un 23,1 % frente al 15,3 % que acaparaba en 2008 antes de la crisis. En 2021, el beneficio de las 35 empresas que componen el IBEX (75.496 millones de euros) fue un 63 % superior al de 2019 (46.262 millones de euros) y, según Oxfam, estuvieron un 55 % por encima de la media de los resultados de los cinco años que precedieron a la pandemia (2015-2019).

Por el contrario, los salarios han perdido peso y los trabajadores y trabajadoras capacidad de poder adquisitivo: entre enero y noviembre de 2022, la inflación ha menguado el poder de compra de los hogares que se encuentran en una situación más vulnerable. En cifras: hoy es un 26 % menor que el de aquellos que cuentan con mayores ingresos.

Recetas frente a la desigualdad

De acuerdo con los datos aportados por la organización, por cada dólar que se recauda en impuestos a nivel global, tan solo 4 centavos se obtienen a través de tributos sobre la riqueza. Asimismo, «la mitad de los milmillonarios del mundo vive en países donde no se aplica ningún impuesto de sucesiones a la riqueza que heredan sus descendientes».

Para reducir la desigualdad, Oxfam propone en su informe aplicar un impuesto a la riqueza de hasta el 5 % a los multimillonarios y milmillonarios. Gracias a ello podrían recaudarse 1,7 billones de dólares anualmente, «lo que permitiría a 2.000 millones de personas salir de la pobreza, además de financiar un plan mundial para acabar con el hambre».

Durante la pandemia de la COVID-19, varias decenas de millonarios han solicitados subidas de impuestos a las grandes fortunas para paliar los efectos de la crisis económica sobre los más vulnerables. En España, un 70 % de la ciudadanía apoya la creación de un nuevo tributo dirigido a los más ricos.

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La “extirpación metódica” del enemigo y los expolios culturales nazi y franquista

3 enero, 2024

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Es necesaria toda cautela a la hora de compararlos: la escala, la intensidad, los procedimientos, la diversidad de objetivos perseguidos y el alcance último difieren exponencialmente. Pero ambos compartieron su entronque con las políticas totalitarias dirigidas a refundar la sociedad.

Miguel Martorell

Catedrático de Historia en la UNED

Foto difundida por EFE en 1940 de la entrevista de Franco y Hitler en Hendaya.
Foto difundida por EFE en 1940 de la entrevista de Franco y Hitler en Hendaya. EFE

14 de enero de 2023 21:47h
Actualizado el 15/01/2023 10:44h 

“Arrancar de cuajo o de raíz”. Este es el significado que la RAE atribuye a la palabra extirpar en su primera acepción. Algo más brutal es la segunda: “Acabar del todo con algo, hasta que deje de existir”. Arrancar, acabar con algo hasta que deje de existir. No es casual que mediado el siglo XX este verbo o sus sinónimos apareciesen con frecuencia en prensa, panfletos u otros textos para describir qué estaba ocurriendo, o qué se deseaba que ocurriera, en la Europa totalitaria.

Manuel Chaves Nogales, por ejemplo, en una crónica escrita desde Alemania en 1933 consignó que el Tercer Reich perseguía la “extirpación metódica de los judíos”. Cinco años después, en el San Sebastián ocupado por los franquistas durante la Guerra Civil, Enrique Suñer escribió que urgía “una extirpación a fondo de nuestros enemigos”, afirmación relevante, pues en 1939 Suñer presidiría el Tribunal de Responsabilidades Políticas. Por supuesto, el modo en que se aplicó el verbo extirpar difirió en ambos casos, pero la intencionalidad era la misma: purgar el cuerpo nacional de elementos señalados como impuros, dañinos o peligrosos. 

Los expolios de bienes culturales llevados a cabo por la Alemania nazi y la España franquista difieren mucho, muchísimo. El componente racial del primero y su nexo con el Holocausto y las políticas de exterminio masivo ya bastarían para desaconsejar cualquier intento de comparación. También es distinta la escala, tanto en la extensión del territorio abarcado como en el volumen de obras de arte en movimiento, que se puede contar en centenares de miles en el primer caso y es muy inferior en España. Además, el saqueo llevado a cabo por el Tercer Reich fue mucho más metódico y sistemático que el franquista. 

Son tantas las divergencias que cualquier comparación formal entre estas dos campañas de pillaje o sus consecuencias últimas resulta fútil e improcedente. Pero sí cabe hallar un elemento común que no es menor: su entronque con la voluntad totalitaria de refundar radicalmente las sociedades española y alemana o europea conforme se expandió el Tercer Reich; el deseo de construir comunidades políticas homogéneas, expurgando del cuerpo social a los señalados como enemigos o disidentes.

Una parte destacable del saqueo de bienes culturales perpetrado por los nazis entronca con la voluntad de erradicar de Europa a los considerados como enemigos, y singularmente a los judíos. El Tercer Reich expurgó de la sociedad alemana a los ciudadanos de origen judío a través de un conjunto de leyes desplegadas entre 1933 y 1939. Lo mismo ocurrió en los territorios europeos que dominó a partir de 1938. Las medidas dirigidas a «arrancar de cuajo» a los judíos del cuerpo social precedieron a su exterminio, que fue sistemático a partir de 1941. 

Toda esta larga persecución vino acompañada del saqueo de sus propiedades: desde la ropa interior hasta las viviendas; de las vajillas o los juguetes a las bombillas, los coches o la ropa de cama. Las obras de arte y otros bienes culturales constituyen solo una parte de este programa de desposesión total, absoluta.

Esta voluntad de extirpar resultó asimismo patente en la campaña imperial del Tercer Reich en Europa del Este. En la cosmovisión nacionalsocialista, el Este era la tierra prometida para el imperio alemán y sus habitantes serían desplazados a la fuerza hacia Siberia o constituirían la futura mano de obra semiesclavizada. 

Mas para someter a los pueblos eslavos, los nazis debían acabar con cualquier símbolo que expresara su identidad. De ahí que, al tiempo que exterminaban a los judíos y masacraban cualquier forma de resistencia en su avance por Europa oriental, los invasores destruyeran aquellas creaciones culturales que encarnaban la conciencia nacional checa, polaca, rusa o, en general, la identidad eslava: museos, bibliotecas, estatuas, edificios conmemorativos, libros, partituras…

También diezmaron a los artistas, científicos e intelectuales en todo el territorio ocupado. Las culturas eslavas fueron proscritas, extirpadas, de las zonas incorporadas al Reich. Y de nuevo el pillaje acompañó a este brutal proceso de cirugía social, pues los nazis saquearon a su paso cuantos bienes artísticos y culturales quisieron. 

Volvamos a España y a Enrique Suñer. El Tribunal de Responsabilidades Políticas que presidió desde 1939 era parte de un vasto aparato represivo que encarnaba su deseo de “extirpar a fondo” de la comunidad nacional a los enemigos de la España franquista, de “arrancar de cuajo” todo aquello que tuviera algún vínculo, aún leve, con las culturas políticas que florecieron durante la Segunda República: desde las que insuflaban los principios del liberalismo democrático hasta las que alentaban las distintas corrientes del movimiento obrero, pasando por las que sustentaban a los nacionalismos que competían con el español. 

Este programa de erradicación total, absoluta, convergía con el totalitarismo fascista de nuevo cuño forjado en la Europa de entreguerras, pero al tiempo hundía sus raíces en el totalitarismo nacionalcatólico, en la reacción visceral de la Iglesia contra las desviaciones del mundo moderno, en la voluntad presente en el Syllabus de combatir “el funestísimo error del socialismo y el comunismo” y no reconciliarse jamás “con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización”.

Durante la guerra civil y la durísima posguerra, la dictadura franquista privó de libertad, torturó, asesinó o forzó a partir hacia el exilio a quienes habían participado de las culturas políticas proscritas, y estigmatizó y amedrentó a los supervivientes para que no cayeran de nuevo en el error de proclamar sus ideas. 

La dictadura castigó con graves penas económicas a quienes integraban las comunidades políticas extirpadas del cuerpo social. En algunos casos, incautó sus pertenencias sin que mediara una norma escrita; en otras, a través de órdenes o decretos, como los que confiscaron las propiedades de partidos y organizaciones proscritos. La Ley de Responsabilidades Políticas, de 1939, o la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, de 1940, también impusieron duras multas y dispusieron la requisa de bienes, cuya condición o valor variaba en función de la responsabilidad imputada: desde propiedades rústicas e inmuebles hasta enseres domésticos, vestidos o animales de carga. 

Es en este contexto en el que tuvo lugar el expolio cultural: la incautación de estos patrimonios conllevó la requisa de obras de arte, bibliotecas u otros bienes culturales en un volumen que aún no conocemos en su totalidad, ya pertenecieran a políticos, empresarios, militares, intelectuales o ciudadanos de muy diversas profesiones, o a organizaciones y asociaciones de diversa índole.

Conviene insistir de nuevo en que es necesaria toda cautela a la hora de comparar los expolios culturales nazi y franquista: la escala, la intensidad, los procedimientos, la diversidad de objetivos perseguidos y el alcance último difieren exponencialmente. Pero ambos compartieron su entronque con las políticas totalitarias dirigidas a refundar la sociedad, a purgar de cuerpos extraños a las comunidades nacionales, o imperiales; a extirpar “a fondo” o de forma “sistemática” a quienes fueron marcados como enemigos. 

La injusticia también deteriora los mercados y sube los precios: hay que hacerle frente

2 noviembre, 2023

Fuente: http://www.juantorreslopez.com

Publicado el 9 de diciembre de 2022

La aprobación de un nuevo paquete de medidas económicas del gobierno de Pedro Sánchez contra la subida de precios es una buena noticia, pues puede reforzar la mejor senda que lleva la economía española respecto a las demás de la Unión Europea en crecimiento, creación de empleo e inflación. Y las propuestas de las que ha hablado su vicepresidenta Yolanda Díaz, orientadas a lograr la mayor equidad posible, van en la orientación correcta.

Cada vez está más clara una doble evidencia. Una, el mal funcionamiento de los mercados y la gran asimetría con que están funcionando como causa de las actuales subidas de precios. Otra, el efecto mucho más dañino que la crisis que estamos viviendo produce sobre los hogares más pobres y las empresas más débiles. Organismos como la OCDE, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o el Consejo Fiscal Europeo lo han señalado, así como la necesidad de que los gobiernos adopten medidas especialmente dirigidas a proteger a los más vulnerables.

Tal y como ya comenzó a hacer el gobierno de Pedro Sánchez, es imprescindible continuar proporcionando ayudas directas para evitar que se extienda la pobreza y cierren miles de pymes, microempresas o el negocio de trabajadores autónomos.

En esta tarea, se comprobará de nuevo lo difícil que es acertar en el objetivo de proporcionarlas a quien realmente las necesita sin establecer mecanismos tan complicados o burocráticos que las hagan finalmente inaccesibles para demasiadas personas. Al cortísimo plazo en el que hay que actuar no habrá tiempo para experimentos ni será el momento de hacerlos, pero las experiencias anteriores deberían llevarnos a plantear ya para el futuro nuevas formas de intervención en este sentido. Las ayudas pretendidamente orientadas a ser más eficientes si se dirigen a individuos, hogares o empresas concretas están dando resultados muy malos en demasiadas ocasiones e incluso a veces aberrantes, como en los Países Bajos, en donde un error del algoritmo ha producido una verdadera catástrofe para miles de personas empobrecidas que venían percibiendo ayudas sociales. Es ya obligado enfrentarse al pensamiento convencional y ser valientes. No están los tiempos para dejar en la indigencia a los más vulnerables y encima tirar el dinero por conservadurismos burocráticos o prejuicios ideológicos. Esperemos que el gobierno sea capaz de avanzar con éxito y prudencia en este sentido.

En todo caso, también sabemos desde hace tiempo que combatir la carencia por la vía de las ayudas puede paliar los problemas, pero no es ni la mejor vía ni la más económica. Hay que lograr que la generación de ingresos primarios sea por sí misma suficiente pues esa es la única forma de conseguir la estabilidad de los mercados, la innovación y el gasto necesarios para que las empresas salgan adelante y las personas puedan satisfacer dignamente sus necesidades.

Hay que ser consciente de que en estos momentos a nadie le interesa que se produzca una espiral precios-salarios. Pero eso es una cosa y otro permitir que estos últimos disminuyan. Una caída del consumo por esa causa, añadida a la que van a provocar en otros segmentos de los mercados la subida de tipos de interés, hundiría la economía, empezando por el cierre de miles de empresas.

Parece mentira que haya todavía líderes empresariales que sigan confundiendo el todo con la parte y sigan pensando que la deflación salarial generalizada les conviene. No hay duda de que es beneficiosa para las empresas que tienen clientela cautiva (la que no tiene más remedio que comprar sus bienes o servicios básicos como luz, telefonía, alimentos, ropa infantil, hipotecas, etc.). Ese segmento de grandes empresas tiene poder de mercado y obtiene aún más beneficios si bajan los salarios, pero la inmensa mayoría de las empresas pierden ventas y ganancias cuando eso ocurre. El crecimiento de los beneficios empresariales siete veces mayor que el de los salarios que se viene produciendo en nuestro país, como acaba de mostrar el Banco de España, constituye un auténtico agujero negro en donde las primeras en desaparecer serán miles de pequeñas, medianas y microempresas y trabajadores autónomos. Es una auténtica desgracia para nuestra economía que sus dirigentes no lo entiendan.

Por eso resulta imprescindible llegar a pactos de rentas orientados a incrementar la productividad, lograr un reparto más equilibrado de sus ganancias y que la fiscalidad incentive la creación de actividad y penalice al capital improductivo.

Las tareas para el gobierno no pueden acabar aquí. Cada vez son más las investigaciones que ponen de relieve que la subida de los precios que se está produciendo tiene mucho que ver con comportamientos oportunistas de las empresas que controlan la producción y distribución en los mercados. Así lo han denunciado las autoridades francesas, alemanas o austriacas recientemente, mientras que España va muy por detrás en materia de defensa efectiva de la competencia.

Incluso una economista que forma parte del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo, Isabel Schnabel, señaló hace unos meses que un componente clave de la inflación actual son las ganancias de las empresas porque una parte de ellas tienen poder para fijar los precios y han repercutido sobre ellos sus costes (no salariales) más elevados: «Para decirlo de manera más provocativa, muchas empresas de la zona del euro, aunque no todas, se han beneficiado del reciente aumento de la inflación», dice esta economista (aquí).

La creciente asimetría de poder que permite que ocurra esto no se da solo entre las ganancias de esas grandes empresas que pueden fijar precios para beneficiarse de la inflación y los salarios, sino entre ellas y las docenas de miles de empresas que no lo tienen y a las que están situando al borde del precipicio.

Hacer frente a esa situación es fundamental y el gobierno español no debería tener miedo de afrontarla. No se trata, como dicen los burócratas de la patronal que defienden a ese segmento de empresas con poder de mercado, de querer atacar a las empresas sino justamente de todo lo contrario, de defenderlas de las depredadoras. La directora de la Autoridad Federal de Competencia de Austria, Natalie Harsdorf-Borsch, presentó el pasado mes de octubre un catálogo de equidad para empresas y anunció el inicio de una investigación en el sector alimentario de aquel país para tratar de determinar, entre otras cosas, a qué parte de la cadena de valor se destinó la mayoría de los aumentos de precios de los alimentos durante este año. Al hacerlo señaló: «La equidad en el mercado es un parámetro importante para garantizar mercados sostenibles en los que operan tanto pequeñas como grandes empresas».

No se trata, pues, de forzar a los mercados que funcionan bien para que proporcionen soluciones de reparto que nos parezcan satisfactorias. Es que hay mercados energéticos, bancarios y de la alimentación y otros productos de primera necesidad que están funcionando mal, muy injustamente, rompiendo las reglas de la competencia y permitiendo que unas pocas empresas fijen precios a su antojo, generando externalidades muy costosas para millones de empresas y consumidores y obligando a que los gobiernos tengan que realizar gastos extraordinarios, además de dejar en situación de extrema vulnerabilidad a una gran parte de la población. Los gobiernos tienen la obligación de intervenir, bien sean controlando esos abusos o generando canales alternativos que sorteen los mecanismos viciados en algunos mercados. Frente a la inequidad que eleva los precios y deteriora la economía, invertir en justicia es urgente, necesario, eficiente y rentable.

Medio centenar de curas gays italianos ‘salen del armario’ para denunciar la “homofobia interiorizada” en la Iglesia

30 octubre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco

LGTBI

Una pareja despliega una bandera arcoiris en San Pedro / Religióndigital.
Una pareja despliega una bandera arcoiris en San Pedro / Religióndigital.

Jesús Bastante

en religiondigital.com — 3 de diciembre de 2022 22:48h
Actualizado el 04/12/2022 15:28h 

“Hay sacerdotes homófobos gays, que descargan fuera el conflicto que llevan dentro; no expresan la paz, sino que viven un ministerio distónico sofocando su propio ser con el clericalismo”. Medio centenar de sacerdotes italianos han lanzado un alegato contra la “homofobia interiorizada” instalada en el interior de la Iglesia católica, en la que “el silencio parece ser la única forma de sobrevivir”.

La carta del Papa al ‘ministerio’ de los curas que trabajan con el colectivo LGTBIQ

En una carta abierta, desvelada esta semana por Domani, pero que lleva repartiéndose desde septiembre en distintos círculos eclesiásticos del país, los firmantes salen del armario para reivindicar un espacio propio en la institución y, al tiempo, denunciar las trabas para su mera existencia, tanto en el interior de la estructura como en la formación. Así, en Con tutto il cuore (Con todo el corazón), los firmantes revelan la existencia de planes para eliminar todo atisbo de homosexualidad en los seminarios y para fomentar una moral sexual vacía de contenido en los centros de formación de los futuros sacerdotes, en una postura muy alejada de la planteada por el papa Francisco pero que encuentra mucho eco en los países tradicionalmente cristianos, como Italia o España, donde además se produce un eje de colaboración entre la jerarquía eclesiástica y la extrema derecha política.

curas gays

Así, en su escrito, los clérigos hablan sin tapujos del odio al mundo gay que se inocula en los seminarios, y los “prejuicios sociales” que salpican incluso los últimos documentos vaticanos, con una cuasi obsesiva referencia a la “ideología de género”, que se ha multiplicado desde la llegada al poder de Giorgia Meloni.

“No podemos hablar abiertamente de nuestra orientación homosexual con nuestros familiares o amigos, mucho menos con otros sacerdotes, o laicos comprometidos”, lamentan estos curas en el escrito, que ha convulsionado el mundo católico italiano. “La Iglesia no es un contexto en el que podamos encontrar inmediatamente aceptación, especialmente para nosotros”, denuncian, señalando la “homofobia interiorizada” tanto en el seno de la jerarquía como en las estructuras diocesanas y en los centros de formación.

Sacerdotes ‘quemados’ y deprimidos

La realidad del clero italiano es similar a la que se vive en otros contextos, como el español, en el que distintos estudios (ninguno de ellos oficiales) apuntan a que al menos uno de cada diez sacerdotes y religiosos tengan una orientación sexual diferente a la definida como “normal” por la institución, y son muchos los que se sienten solos y abandonados, y no únicamente por su condición sexual. No hablamos de estudios oficiales porque únicamente la Conferencia Episcopal francesa se ha preocupado por analizar esta realidad. El pasado año, los obispos galos encargaron un informe sobre el estado de salud de su clero.

Con datos preocupantes, especialmente en lo tocante al síndrome del burnout o “sacerdotes quemados” en la Iglesia. Así, el 9 % del clero francés se confesaba deprimido, y hasta un 40 % declaraba tener conflicto con la jerarquía o una importante carga de trabajo. Y es que el riesgo del burnout es una realidad entre los sacerdotes y religiosos, especialmente europeos. El informe francés revelaba que dos de cada cinco sacerdotes abusan del alcohol, y que el 8 % son adictos.

“A menudo se obliga a las personas a negarse a sí mismas en nombre de una espiritualidad hipócrita con efectos devastadores. Hemos escuchado historias de hombres consagrados desgarrados por la culpa hasta el punto de dejar la vida sacerdotal y, en algunos casos, quitarse la vida: una tentación terrible, incluso para algunos de nosotros”, sostienen los curas italianos en su escrito, en el que reclaman que el camino sinodal en el que Francisco ha introducido a la Iglesia universal puede ser una “oportunidad de diálogo” frente a las “palabras duras” de la Iglesia oficial respecto al sexo y la homosexualidad.

No son los únicos que lo reclaman: en la mayor parte de las síntesis sinodales, en todo el mundo, el acercamiento al colectivo LGTBI es un clamor. Sin embargo, entre el clero, salvo contadas excepciones, todavía queda mucho por hacer. Todo ello pese a que Francisco ha avalado, en público y en privado, actuaciones como las del sacerdote jesuita James Martin y su pastoral de acogida e integración, en plano de igualdad, del colectivo LGTBI+ en la Iglesia. En agosto pasado, Bergoglio ‘bendijo’ el trabajo de Martin, animándole a “superar barreras” para “darnos cuenta que es más lo que nos une que lo que nos aleja”. Algo que, lamentablemente, todavía no pueden vivir con normalidad centenares de miles de católicos LGTBI+ en el mundo. Algunos de ellos, también sacerdotes. Muchos de ellos, desde el silencio y aguantando sin rechistar las soflamas contra la “ideología de género” auspiciadas desde púlpitos, sedes episcopales y seminarios.

Toda la informacion en www.religiondigital.org

Pico Reja, donde la tierra habla de nuestros muertos

20 octubre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • En el cementerio de Sevilla, ante la mayor fosa común abierta en Europa occidental, compruebo cómo las víctimas del franquismo nos resultan hoy más cercanas, más nuestras, que en las primeras décadas de democracia, cuando nos parecían mucho más lejanas en el tiempo que ahora.

Isaac Rosa

Dos cuerpos yacen boca abajo con las manos atadas a la espalda, en la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla. EFE/ Raúl Caro.
Dos cuerpos yacen boca abajo con las manos atadas a la espalda, en la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla. EFE/ Raúl Caro.

4 de diciembre de 2022 22:05h
Actualizado el 06/12/2022 11:27h 

Yo tenía veinte años cuando supe por primera vez de los maquis, los guerrilleros antifranquistas que prolongaron la guerra durante una década en los montes. Como tantos de mi generación, en los años noventa ese conocimiento del pasado reciente no te llegaba por la escuela o el instituto, ni por la inexistente memoria institucional, y a menudo tampoco en la familia, incluso si contaba con represaliados. Así que te alcanzaba por otras vías. De pronto caía en tus manos un libro, ni siquiera de historia: una novela. En mi caso fue La agonía del búho chico, del extremeño Justo Vila, mi primer contacto con lo que entonces todavía no se llamaba memoria histórica.

Recuerdo el impacto que me produjeron aquellas historias de hombres en el monte y mujeres en los pueblos, supervivientes todos: perseguidos y cazados como conejos ellos, aterrorizadas y humilladas con enorme crueldad ellas y sus hijos. Tan fascinantes como horribles, me provocaron el mismo asombro que otros personajes inverosímiles de aquella feroz posguerra: los topos, esos republicanos escondidos en sus casas, en un desván, tras un armario o una falsa pared, algunos más de veinte años recibiendo alimento por un hueco y viendo crecer a sus hijos como muertos en vida. Unos y otros, los guerrilleros pasando más de diez inviernos en la montaña, y los topos enterrados en sus casas, eran personajes increíbles, legendarios. Novelescos. A falta de otra memoria más que la ficticia, los veíamos con distancia, remotos: como si no hubiesen pasado cuarenta o cincuenta años sino varios siglos, personajes de un pasado mítico, alimento de cuentos y leyendas en los pueblos, carne de ficción, pura épica. La guerra civil era “nuestro western”, dijo un novelista, muy ingenioso él.

Se lo comentaba hace unos días a mi admirado Alfons Cervera, escritor valenciano que acaba de ver reeditada Maquisuna novela enorme que cumple veinticinco años. Le decía que, releída su novela en este 2022, las historias de esos hombres en el monte y mujeres en el pueblo me resultan hoy mucho más cercanas que cuando las leí por primera vez a finales del siglo pasado. Entonces estaban más cerca en el tiempo, incluso quedaban supervivientes, mientras que hoy apenas quedan hijos vivos. Y sin embargo en los años noventa, tras dos décadas de democracia, los maquis, topos y en general las víctimas del franquismo nos resultaban totalmente ajenas, no tenían que ver con nosotros, eran de otro tiempo, remoto, oscuro, inaccesible. Un western. Mientras que hoy, veinticinco años después, pese a estar cronológicamente más alejadas, las sentimos emocionalmente más cercanas, más vivas y dolorosas. Más nuestras.

Lo comentaba con Alfons hace unos días, mientras visitábamos los trabajos de exhumación en la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla. Allí fuimos en compañía de dos imprescindibles: la activista y familia de represaliados Paqui Maqueda y la novelista Rosario Izquierdo. Escuchamos de boca del director de la excavación, Juan Manuel Guijo, cómo Pico Reja es ya la mayor fosa común abierta en Europa occidental. Esperaban encontrar varios centenares de asesinados, y ya han aparecido más de 1.600. Ha habido que rescatarlos uno a uno, pues en su afán por ocultar los crímenes, durante años les arrojaron encima otros miles de cadáveres posteriores, tumbas vaciadas, osarios, restos de actividad funeraria. El equipo de arqueólogos y antropólogos que trabaja con la Sociedad de Ciencias Aranzadi llevan varios años desenterrando con paciencia, rigor y compromiso, para conseguir que “la tierra hable”, en expresión que repite Guijo.

Y vaya si ha hablado la tierra. A gritos, atronadora. Gritos de dolor, se oyen con solo ver las fotos que han ido tomando. Cuerpos amontonados con desprecio, boca abajo para negarles hasta el enterramiento digno, profanados a mayor ensañamiento. Hombres con las manos atadas a la espalda con grilletes, con alambres, formando cuerdas de presos. Mujeres, muchas más mujeres de las que estimaban encontrar. Señales de tortura, cráneos con varios disparos. Series de cadáveres todos con el agujero en el mismo punto del hueso parietal: los alineaban y el verdugo iba pasando y disparando. Un extermino industrial, mecánico, no por ello menos sádico. 

En algunos casos han tenido que unir fragmentos óseos como un imposible puzzle. No basta con sacar una caja llena de huesos: hay que recomponer en lo posible el esqueleto completo, y poder fotografiarlo así, para que las familias recuperen a su desaparecido en toda su humanidad, no un montón de costillas y tibias. Y todos aquellos objetos personales que transmiten más emoción que los huesos: gafas, botones, medallas, monedas. Y proyectiles, muchos alojados todavía en cerebros momificados. Rascando, cepillando la tierra, con extremo cuidado porque están recogiendo pruebas de crímenes contra la humanidad, pero también por respeto: porque, cumpliendo todos los protocolos forenses, la prioridad han sido siempre las familias.

Familias para las que la exhumación de Pico Reja -como la que comenzará en los próximos días en el Valle de Cuelgamuros, después de mil triquiñuelas para frenarla- ofrece una mínima reparación. Que llega tarde, cuarenta democráticos años tarde para muchos hijos que murieron sin encontrar a sus padres. El hijo del alcalde republicano de Sevilla, por ejemplo: Horacio Hermoso, que acaba de morir sin llegar a encontrarlo, pero al menos se ha ido sabiendo que su esfuerzo de años por recuperar la memoria de su padre culminaron en una exhumación histórica como la de Pico Reja. Histórica y ejemplar, por su rigor y transparencia, y por su pedagogía democrática, presentando periódicamente el avance de los trabajos en los centros cívicos de los barrios. Hay que reconocer el compromiso del Ayuntamiento de Sevilla, que además de colaborar y financiar, acaba de presentar un proyecto monumental en el mismo emplazamiento, para cuando terminen los trabajos.

Al ver aquellos huesos, cráneos reventados, fémures y caderas que no solo cuentan el sexo y edad, también la vida de penurias que llevaron, obreros la mayoría -los mineros fueron reconocidos por los restos de metales en su osamenta-; al ver aquellos huesos, sentí lo mismo que al releer Maquis: qué cercanos hoy, qué nuestros. Si hubiese visto esos mismos esqueletos veinticinco años atrás, en aquella España desmemoriada, me habrían parecido antiquísimos. Pompeyanos. Prehistóricos. Y sin embargo hoy, sobrecogido ante las cientos de cajas con fémures y vértebras que llenan el almacén del cementerio, siento propios todos esos hombres y mujeres. Son también nuestras abuelas y abuelos, nuestros compañeros. “Son mis muertos, aunque no tengan mi sangre ni mi apellido”, como dice Lucía Sócam en el documental Pico Reja, la verdad que la tierra esconde.

“Hay otra memoria que es la memoria maltrecha de los vencidos, la que ha ido creciendo frente a los paredones inmensos del silencio”, escribe Alfons en su novela. Esa memoria maltrecha es la que cuenta la tierra en Pico Reja, la que seguirá contando cuando hablen las otras fosas por abrir en el mismo cementerio -incluida la de los guerrilleros, que habrá que buscar en la zona conocida como de “los disidentes”-, y las que seguirán hablando en otros lugares. “Pico Reja es solo una de las setecientas fosas de Andalucía”, recuerda en el mismo documental Cecilio Gordillo, otro imprescindible.

Al volver del cementerio para recoger a mi hija, en la puerta del colegio, me encuentro a una madre amiga, Inés. Le hablo de Pico Reja, y me cuenta que ella acaba de descubrir, por un primo lejano, que su bisabuela fue asesinada por las tropas de Queipo. Lo descubre ahora, tantos años después, silenciado en su familia. No es la única: Lourdes, otra madre del colegio, lleva años luchando por la memoria de su abuelo Joaquín Farratell, director de un periódico y también asesinado. Porque antes mencioné al alcalde republicano, y hay que recordar que en Sevilla, del alcalde hacia abajo, los golpistas aplicaron un plan de exterminio absoluto: dirigentes políticos y sindicales, obreros, maestros, intelectuales, militares leales al gobierno legítimo. Y sus mujeres y madres en muchos casos, como Isabel Atienza, que fue llevada noche tras noche al paredón, y cuando ya se creía a salvo, al bajar del camión cerca de su casa, la asesinaron en mitad de la plaza y allí quedó su cadáver tres días, para luego ser arrojado a la fosa. Su bisnieta lo cuenta en el documental. Asesinados todos sin guerra. No piensen en combates, bombardeos, milicianos capturados, represalias de retaguardia. En Sevilla no dio tiempo, no hubo guerra. Fue un exterminio pacífico.

No sé si a ustedes también les pasa que todos esos muertos, los de Pico Reja, los republicanos de Cuelgamuros -llevados contra la voluntad de sus familias-, los maquis y topos que creíamos legendarios, los miles de desaparecidos por toda España, les resultan como a mí tan cercanos, tan propios, tan nuestros. Y el paso de los años no los aleja, no nos los vuelve extraños ni los deja atrás, sino que al contrario los acerca más. Esa distancia menguante, ese tiempo plegado sobre sí mismo para volverse inmediato, esa cercanía emocional, se la debemos a tantas mujeres y hombres que llevan más de dos décadas construyendo memoria democrática en España. Gracias.

¿Se repetirá la historia y los bancos centrales provocarán otra recesión?

4 octubre, 2023

Fuente: http://www.juantorreslopez.com

Publicado el 3 de noviembre de 2022 en Público.es

El pasado mes de julio, una economista de una agencia federal independiente creada por el Congreso de Estados Unidos, Haelim  Anderson, y otro vinculado a la Reserva Federal, Jin-Woo Chang, publicaron una investigación en la que demuestran que la Reserva Federal «calculó mal los tiempos» cuando subió los tipos de interés en 1920, en una situación macroeconómica «similar a la actual». Como resultado de ese error fue la propia Reserva Federal quien produjo la depresión (aquí).

En septiembre del año pasado, otro economista de la Reserva Federal, Jeremy Rudd, publicó otra investigación en la que demostraba que el presupuesto fundamental de la actuación de los bancos centrales se basa en presupuestos equivocados y que sostenerlo «podría conducir a graves errores de política» (aquí).

Se refiere Rudd a la idea de que las expectativas de los sujetos son las que determinan las tasas futuras de inflación real, una creencia que lleva a que los bancos centrales traten de actuar con mucha determinación, subiendo los tipos de interés, para ganar credibilidad y mostrar que están dispuesto a cualquier cosa para combatir la inflación, de modo que se corten de raíz las expectativas alcistas.

Dice este economista de la Reserva Federal que «la economía está repleta de ideas que ‘todo el mundo sabe’ que son ciertas, pero que en realidad son puras tonterías» y que la suposición de los bancos centrales sobre las expectativas es una de esas proposiciones que no «tienen ningún tipo de fundamento empírico» y es «seriamente deficiente en términos teóricos».

Son solo dos ejemplos de los muchos que se podrían poner para demostrar que los bancos centrales vienen utilizando una arquitectura teórica defectuosa para combatir la inflación. Algo que no ha sido muy relevante cuando los precios se han mantenido estables en las últimas décadas como consecuencia de la globalización o de la pérdida de poder negociador de sindicatos y trabajadores, pero que ha resultado fatal en cuanto la inflación ha vuelto a aparecer.

La prueba de lo que digo es evidente. Los bancos centrales disponen de todos los medios posibles y de total independencia para actuar con el principal objetivo (o el único, en el caso del Banco Central Europeo) de combatir la inflación. Sin embargo, fueron absolutamente incapaces de prever la que comenzó en 2021, a pesar de que muchos economistas advertimos previamente de que iba a desencadenarse.

Cuando la inflación ya había estallado de manera indisimulable, los bancos centrales se equivocaron de nuevo al asegurar que se trataba de un problema momentáneo.

Jerome Powell (Reserva Federal) afirmó en junio de 2021: «La inflación es transitoria», «está relacionada con factores temporales», «espero que baje en los próximos meses» (aquí).

Christine Lagarde (BCE) dijo en diciembre de 2021: «La inflación actual es coyuntural (…) Tengo la firme convicción de que la inflación caerá en 2022» (aquí).

Ahora, esos mismos gobernadores de los bancos centrales reconocen que la inflación actual se debe a factores de oferta, como la crisis energética, los bloqueos en los suministros o incluso el cambio climático. No lo pueden negar porque es evidente y está ante los ojos de cualquiera. Pero hacen caso omiso de esa evidencia y se dedican a subir los tipos de interés como si la inflación fuese de demanda. Y lo hacen, además, con contumacia.

El gobernador del Bundesbank decía el pasado día 2 de noviembre que «la inflación es obstinada y, si queremos vencerla, la política monetaria tiene que ser más obstinada todavía» (aquí).

¿Se imaginan los lectores a un médico que tratara a un paciente con gripe y se empeñara en no utilizar más que el bisturí diciendo «la gripe es obstinada y si queremos vencerla hay que utilizar el bisturí con más obstinación todavía»?

Pues eso es más o menos lo que están haciendo los bancos centrales, cortar por lo sano sin miramiento alguno.

Lo hacen solamente para generar credibilidad porque, como he dicho, creen que la inflación se combate abortando las expectativas alcistas.

Las consecuencias de esa búsqueda de credibilidad las conocemos bien. Las expuso con toda claridad Michael Mussa, miembro del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Ronald Reagan y luego economista jefe del Fondo Monetario Internacional, la última vez que la Reserva Federal hizo lo que están haciendo ahora todos los bancos centrales, en 1979: «Para establecer su credibilidad, la Reserva Federal tuvo que demostrar su voluntad de derramar sangre, mucha sangre, sangre ajena» (aquí).

Los bancos centrales no vieron venir el peligro, actúan con modelos teóricos equivocados, han calculado mal los tiempos y se empeñan en utilizar un remedio para estabilizar los precios que es peor que la enfermedad. Su único resultado será, otra vez, la recesión, acabar con docenas de miles de empresas, crear paro y eso último, hacer que corra la sangre.

Greta mal, las del museo mal, protestar contra el cambio climático siempre mal

21 septiembre, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Conclusión: no protesten. O háganlo sin molestar, que nadie tiene la culpa: ni Goya, ni los turistas del museo, ni los gobiernos en la cumbre, ni las empresas comprometidas con reducir emisiones y plantar árboles.

Isaac Rosa

Activistas ecológicas se pegan al marco de los cuadros de 'Las Majas' de Goya en el Museo del Prado.
Activistas ecológicas se pegan al marco de los cuadros de ‘Las Majas’ de Goya en el Museo del Prado. FUTURO VEGETAL

6 de noviembre de 2022 22:25h
Actualizado el 07/11/2022 08:52h 

“Atentan en el Prado contra Las Majas de Goya”, titulaba un diario español. Atentan. Atentado. La palabra no se ha caído ahí, está escogida con toda intención. Ya saben cómo se llama a quienes comenten atentados. No hace falta ni que lo escriban, nos sale sola en cuanto leemos “Atentado”: terroristas. Daba igual que la acción fuese más una performance que un atentado, sin intención de dañar, solo llamar la atención: un atentado.

Curiosamente, graciosamente, ese mismo periódico que tan bien escoge las palabras, se mofaba hace tres años de otra activista, la joven sueca Greta Thunberg, que no echaba puré sobre cristales protectores ni se pegaba al marco de un cuadro. “El show de Greta”, titulaba entonces al informar de la llegada de la activista a la cumbre de Madrid. Durante meses ese mismo periódico, y otros similares que también condenan hoy con dureza lo del Prado, pusieron la lupa sobre Thunberg para desvelarnos que en realidad no era tan ecologista como decía, que sus viajes también contaminaban, que era una niña consentida, que tenía problemas mentales, que acabaría siendo una muñeca rota, que su familia era esto o lo otro, mientras sus columnistas, tan graciosos siempre ellos, hacían juegos de palabras y rimas simpatiquísimas con la muchacha. “Ecolojeta”, la llamaba uno. “La profeta loca”, decía otro. “La niña de la curva ecológica”, remataba el más ocurrente.

Conclusión: si protestas como Greta, haciendo huelga frente a tu instituto los viernes, viajando en tren a una cumbre y pronunciando discursos, mal. Si protestas como las activistas del Prado, que no causaron ningún daño pero consiguieron sobresaltarnos, mal también. Niñata una, terroristas otras. Inofensiva una, peligrosas otras. Todas mal. Tampoco es que esos mismos periódicos aplaudan cuando las activistas cortan carreteras, irrumpen en actos públicos, arrojan pintura en la puerta de una empresa o señalan una industria contaminante. En el mejor de los casos las ignoran, las invisibilizan. Todo mal.

Conclusión: no protesten, niñas. O háganlo sin molestar, que nadie tiene la culpa del cambio climático: ni las Majas de Goya, ni los turistas interrumpidos en su disfrute del museo, ni los conductores atascados por su inoportuna sentada en mitad de la calle, ni los gobernantes que ya se reúnen en cumbres para arreglarlo, ni las empresas que mira tú cómo se comprometen con reducir emisiones, plantar árboles y usar correo electrónico en vez de cartas de papel. No protesten, no hagan el ridículo, no cometan atentados.

En el mismo periódico, en cualquiera de esos periódicos que llaman terroristas a unas y niñatas ecolojetas a otras, pasas la página y te encuentras con la noticia de que los últimos ocho años han sido los más cálidos de la historia, el aumento del nivel del mar se ha duplicado en treinta años, y las palabras del secretario general de la ONU avisando de que el cambio climático “a velocidad catastrófica está devastando vidas y formas de vida en todos los continentes”.

Y ahí, en ese pasar la página, a un lado lo del museo, al otro el último informe, en ese pasar una simple página es cuando algo nos hace clic, o quizás crac. Una de las dos cosas no puede ser verdad: o las activistas, lo mismo Greta que las del museo, se equivocan; o la ONU y los expertos se equivocan. Porque si el cada vez más amplio consenso científico está en lo cierto, y estamos entrando en una zona incierta e incontrolable, que va a tener (que ya está teniendo) consecuencias terribles sobre la parte más vulnerable de la humanidad y compromete nuestra vida futura en el planeta, entonces lo criticable no es que manchen el cristal protector o el marco de un cuadro, sino que no hagan algo más, mucho más que una pintadita en un museo. Que no hagamos algo más, mucho más, nosotros que nos indignamos tanto (yo el primero) al ver el arte, el Arte, amenazado y profanado, y lo rechazamos y nos burlamos y nos ponemos estupendos y les damos lecciones de activismo, como antes nos tomamos a coña (yo el primero) a la cría sueca; pero nos indignaremos un poquito menos (yo el primero) cuando dentro de diez días la cumbre de Egipto se cierre con otro fiasco.

¿Mi opinión sobre lo del museo? Muy mal, claro. Todo mal, siempre mal.

Los horrores de Rogelio, el preso del franquismo convertido en zapatero en un campo de concentración

7 septiembre, 2023

Fuene: http://www.eldiario.es

Foco

MEMORIA HISTÓRICA

Postal escrita a Rogelio Fernández por una de sus hijas, emborronada por las lágrimas
Postal escrita a Rogelio Fernández por una de sus hijas, emborronada por las lágrimas Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas

Esther Ballesteros

Mallorca — 28 de octubre de 2022 22:29h
Actualizado el 29/10/2022 05:30h 

Dos hombres aporrean la puerta de una vivienda situada en la calle Aragón de Palma. El estrépito sobresalta a Francisca Puigserver, quien se encuentra con su hijo Rafael, el quinto de siete hermanos, que ese día no ha ido al colegio ante las noticias que llegan de Madrid: ‘España está en guerra’, rezan los periódicos. Es el 19 de julio de 1936. Al abrir la puerta, dos guardias civiles le preguntan dónde se encuentran su marido, Rogelio, y su hermano, Miguel. Como no están en casa, le indican que, cuando regresen, se dirijan al cuartel. En solo un instante, el día se ha tornado pesadilla para Francisca, a quien un torbellino de pensamientos comienza a abordarla, preguntándose qué puede haber hecho Rogelio, un zapatero que, a sus 41 años, se ha convertido en el encargado de la fábrica de zapatos Minerva, en el barrio palmesano de Santa Catalina.

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Junto a su cuñado, Rogelio Fernández Aguiló se dirige a las dependencias de la Benemérita tras recibir el mensaje de su mujer. Está tranquilo y convencido de que todo aquello es un malentendido. Sin embargo, ese día ninguno de los dos regresará a casa. Ni al siguiente, ni al otro. Un compañero de Rogelio que anhelaba su puesto de encargado, Antonio Timoner, lo ha acusado en falso de difundir noticias alarmantes de corte izquierdista, unos hechos por los que, durante los siguientes 18 meses, permanecerá encerrado en el navío Jaume I, en el almacén de maderas reconvertido en cárcel franquista Can Mir y en los campos de concentración de S’Àguila y Son Granada, en Llucmajor (Mallorca), a pesar de que su caso será archivado mucho antes por los tribunales.

Más de ochenta años después, su bisnieto, Antoni J. Escanellas, ha recuperado la historia de Rogelio y, junto a ella, las numerosas postales que escribió y recibió durante su cautiverio y que, desde entonces, su familia ha mantenido guardadas como oro en paño. Las ha dado a conocer en el libro Ficha nº 15. Postales contra el olvido, recientemente publicado por Dolmen Editorial. Junto a las misivas, el zapatero elaboró con sus manos agujas, cajas de alfileres, anillos, pipas, colgantes y otros objetos que hacía llegar a sus familiares por correo.

En Mallorca, convertida en punto estratégico para los intereses de las fuerzas fascistas, la represión fue especialmente dura y, de hecho, fue uno de los primeros lugares de España donde comenzaron a instalarse campos de trabajo forzados para los prisioneros, como aquellos en los que Rogelio permaneció encerrado. Pero, sobre todo, la actividad más intensa se centró en los hombres encarcelados en Can Mir, tras cuyos muros también fue prisionero y donde se implementó y normalizó la práctica de las ‘sacas’: los presos eran ‘liberados’ y, conducidos bajo engaño por grupos de falangistas, acababan asesinados en las cunetas de las carreteras.

Una de las pocas imágenes existentes del interior de la prisión de Can Mir Fotografía cedida por el historiador Manel Suárez

Detenidos “por rojos”

En el cuartel de la Guardia Civil, adonde ha acudido Rogelio, uno de los detenidos pregunta por qué se encuentran retenidos. Sin titubeos, uno de los agentes responde: “¡Por rojos!”. Y, desde ahí, los conducen hasta el barco Jaume I, buque de Trasmediterránea que cubre de forma habitual la ruta entre Palma y Barcelona y que ha acabado convertido en cárcel flotante. Como explica Escanellas, fue ahí donde su bisabuelo supo que los golpistas lo habían militarizado todo. Los detenidos, confinados en las bodegas con las compuertas cerradas a cal y canto, pasaban las horas esperando a que alguien acudiera a darles una explicación, “alguien a quien contar que eran solo gente normal que trabajaba en la industria zapatera de la isla y que Rogelio había ganado un premio al zapato mejor elaborado y diseñado”.

No en vano, Rogelio estaba convencido de que el golpe de Estado finalizaría en unas horas. Días, quizás. “Ese era el pensamiento general, lo que la mayor parte de los detenidos pensaba. Que era una rabieta de los militares, pero que llegarían a un acuerdo rápidamente. Pero nunca llegaron a un acuerdo, nadie habló con nadie. Y pasaron las semanas, y los meses…”, relata Escanellas, periodista y filósofo.

Tinta borrada por las lágrimas

Mientras tanto, desde ese 19 de julio, Francisca pasa las horas en soledad. Permanece siempre callada, en una esquina, cabizbaja, mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas, como aquellas que se derramarían sobre una de las numerosas postales enviadas a Rogelio. Se encontraba ya prisionero, bajo la inscripción Ficha 15, en el campamento de Son Granada, en Llucmajor. Con la tinta borrada por las gotas saladas, Isabel, una de sus hijas, transcribe lo que Francisca le va dictando: “Apreciado esposo y padre, sirva la presente para manifestarte nuestro buen estado de salud, deseando que la suya igual, por lo que damos gracias a Dios…”.

Sin embargo, antes de que Rogelio recale en la antigua posesión de Son Granada, son numerosas las vicisitudes que vivirá y las postales que recibirá. Desde el cuartel de la Guardia Civil lo han conducido a Can Mir, ubicado en el mismo solar donde en la actualidad se levanta el popular cine Augusta, tras cuyos muros los prisioneros pasan los días entre chinches, ratas y humedad, esperando la muerte, llegue o no. Las cartas son el único modo de comunicarse con las familias y, por ello, Rogelio enseña a escribir a quienes no saben mientras manipula pequeñas maderas con las manos. “Era la única forma de no volverse loco allí”, relata su bisnieto. La nave, de unos mil metros cuadrados, llegó a confinar al mismo tiempo, en un “ambiente nauseabundo”, a 1.004 prisioneros “dando incesantes vueltas por aquel antro”, como dejó constancia otro de los internos que permaneció tras sus rejas, el músico, escritor y político Lambert Juncosa.

Lateral de una de las postales remitidas por Rogelio Fernández a su familia, con la Catedral de Palma al fondo Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas, autor de ‘Ficha 15. Postales contra el olvido’

Meses después hacía su aparición en Can Mir el padre Atanasio de Palafrugell, quien acompaña a los presos antes de morir y, en determinados casos, la única persona a la que pueden ver antes de ser asesinados. El cura, explica Escanellas, aprovechaba “todos los minutos para intentar conseguir, por todos los medios, que confesaran que se habían equivocado creyendo en sus convicciones y que pidieran perdón a Dios”. Como documentó el investigador Manel Suárez Salvà, autor del libro La presó de Can Mir. Un exemple de la repressió franquista durant la Guerra Civil a Mallorca (editorial Lleonard Muntaner), el eclesiástico obligaba a los presos a besar la cruz que portaba colgada de un cordón atado a la cintura. En uno de los casos en el que el detenido, Miquel Òleo, se negó a ello, el ‘padre Santanasio’ -como se le conocía en Can Mir- lo agarró del cabello y le restregó el crucifijo por los labios hasta hacerle sangrar. 

Rezos al Crist de la Sang

Uno de aquellos días, Francisca, devota, había ido a rezar al Crist de la Sang. De repente, escuchó alboroto en la entrada de la iglesia. “Se quedó completamente paralizada al ver a unos veinte presos, con el mismo aspecto que su marido, que subían cansados las escaleras escoltados por soldados con sus fusiles al hombro. Apartaron a Francisca con un grito seco de ‘cuidado’ y los obligaron a besar el cristo a golpe de culata. Era una parada obligatoria antes de escuchar el último estruendo de su vida: una descarga de pólvora y metal”, relata Escanellas. “Solo cuando pasó el último y estuvo convencida de que ninguno de ellos era Rogelio, soltó el aliento”, añade. Pocas semanas después, Mallorca y Eivissa ya se habían entregado a los fascistas.

La Navidad está próxima. Entre la algarabía que llega del exterior, culatas y porras en mano, Rogelio piensa en su familia, y decide escribir una postal. Se dirige de inmediato al escritorio -una tabla sobre la que se puede apoyar el papel y el lápiz- y coge la pluma entre sus manos. Las palabras comienzan a brotar sobre el papel: “En la Navidad florida, Navidad de pavos y hornazos, acercaos vidas mías, quiero daros unos abrazos”. Enmarcando estas líneas, en verde y rojo, flores y una paloma. Después le da la vuelta a la postal y escribe: “Sra. Dña. Francisca Puigserver. Apreciada esposa, hijitos y madrina, cuñados y cuñadas, madre y hermanos, a todos me dirijo en tan memorable día de Navidad, que para mí es muy triste al no poder cumplir como buen padre, de llevar a mis hijitos el pavo…”. Y, en un hueco vacío que aún queda, añade: “Si yo fuese palomita en tan memorable día, os haría una visita en nuestra casa o casita bendita”. Es el 22 de diciembre de 1936.

Postal navideña escrita por Rogelio a su familia Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas

Casi dos meses después, Rafael, de diez años y el quinto hijo de Rogelio y Francisca, le envía una carta a su padre en la que le cuenta que “todos los días yo y mi madrecita vamos a la iglesia de San Antonio de Padua. Mi madrecita le reza y me hace decir: ‘San Antonio bendito, mandarás a casita a nuestro padrecito, que era tan bueno para todos, y devolverás la alegría a nuestra casita’. Confío que San Antonio hará este milagro, porque yo soy muy bueno…”.

“Rogelio se olvidará de la política si eso significa continuar vivo”

Francisca intenta, mientras tanto, reunirse con el padre Atanasio. La acompañan sus hijos. Le explica -relata el periodista- que son una familia creyente, que nunca han faltado a misa, que Rogelio es un buen hombre y que “es cierto que se hizo del partido socialista que prometía una mejora para las clases bajas, y que ellos eran clase baja”. En ese instante, la mirada del capellán se enturbia. No quiere oír nada más ni escuchar cómo le dice la mujer que su marido se olvidará de la política si eso significa continuar vivo. Atanasio les conduce hasta la salida para que se marchen y cierra la puerta a sus espaldas.

En Can Mir, Rogelio puede recibir de su familia cestas de mimbre con pequeños utensilios, ropa y enseres de higiene personal, porque Francisca y sus hijos viven muy próximos a la prisión. Sin embargo, pronto dejarán de estar tan cerca de él porque el antiguo almacén de maderas comienza a estar atestado de presos y hay que buscar una solución. Coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de Mallorca, las autoridades deciden trasladar a los detenidos a los campos de concentración itinerantes que comienzan a instalarse a lo largo de la costa de Mallorca. Allí son obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña. Rogelio y su cuñado, Miguel, son dos de ellos.

Nuevo destino: s’Àguila de Llucmajor

En este contexto, en mayo de 1937 las autoridades deciden enviarlos a la finca de s’Àguila, una posesión situada en la marina de Llucmajor. En el tren viajan junto a otros ocho prisioneros. A su llegada a la estación, un camión los conduce a su nuevo destino, un solar de 1.750 ‘cuarteradas’ (7.103 metros) dedicado esencialmente a la cría de pastos y ovejas y a la producción de lana y queso. Ellos dormirán en el suelo de unos barracones. Pero, pese a las pésimas condiciones, señala Escanellas, a su bisabuelo s’Àguila le parece “un remanso de paz, cerca del mar y en medio del campo”. Allí trabajarán construyendo muros y paredes y arreglando calles y carreteras. Rogelio tampoco se librará de las advertencias de los guardias, quienes le aperciben de la presencia de un pozo que se convertirá en el nuevo cementerio de la finca. “Allí lanzaban a los problemáticos”, asevera el autor de Ficha 15.

En mayo de 1937, Rogelio es trasladado junto a otros presos al campo de concentración de s’Àguila, finca dedicada a la cría de pastos y ovejas y a la producción de lana y queso. Dormirán en el suelo de unos barracones y trabajarán arreglando carreteras

Las postales, de nuevo, no cesan. Con el sello de la censura militar, el 12 de mayo recibe noticias de su familia: “Queridísimo y nunca olvidado esposo y padre, sirva la presente para manifestarte nuestro buen estado de salud, deseando de todo corazón que tú goces de igual beneficio, que es lo principal y por lo cual damos gracias a Dios”. Unos días antes, Rogelio les había escrito para saber de ellos y encargarles varios enseres para sobrevivir en el campamento. Francisca le responde: “Sabrás que ya tenemos el colchón en nuestro poder, por lo tanto no pases pena. Esperamos por aquí que te gustará. A la primera ocasión te mandaremos todo lo que pides. Ya nos mandarás a decir los días que te podemos escribir y mandar la ropa, si es que lo sabes. Recibirás muchos recuerdos de la padrineta, de tu madre, hermanos, tíos, y de todos tus queridos hijitos millones de besos, como de tu querida esposa que nunca te olvida”.

En poco tiempo le llega el colchón prometido y ya no tiene que dormir en el suelo. Escanellas explica que en s’Àguila, Rogelio es considerado como un preso que no da problemas y, por ello, no le castigan más allá del trato de esclavitud del trabajo forzado. “Tiene tiempo para descansar, para escribir postales y para pensar, al hacer, con trozos de madera y otros materiales, pequeños objetos, pequeños materiales para enviarlos a la familia”, narra su bisnieto, quien subraya que todo eso es, para Rogelio, “la máxima expresión de amor desde que le encerraron aquel fatídico 19 de julio de 1936”. Nunca habían podido enviarse tantas cosas y tantas postales.

Uno de los anillos elaborados por Rogelio Fernández para su familia Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas

“Yo soy zapatero”

Uno de esos días, Rogelio observa que uno de los guardias lleva la bota rota. Al preguntarle por qué, le responde que allí no hay quien se la arregle y que tampoco tiene tiempo de llevarlas a ninguna parte. Mirándole a los ojos, de tú a tú, el prisionero se estira y da una calada al pitillo: “Yo soy zapatero”, le dice. A partir de ese momento, comenzará a trabajar más arreglando calzado que como obrero de carreteras. “Lo hace tan bien que pronto se corre la voz de que los zapatos que arregla no vuelven a romperse, porque trabaja a conciencia. Siempre lo ha hecho, por eso era el encargado de la fábrica”, recuerda su bisnieto. Hilo, trozos de piel, cola y agujas es todo lo que necesita. Los soldados son sus clientes más numerosos. Por la noche elabora anillos para sus familiares: “Francisquita mía, ya me dirás si los anillos os han venido bien porque veo que os han gustado”, le escribe a su mujer.

El 11 de julio de 1937, Francisca envía una nueva postal, pero esta vez le viene devuelta. Teme lo peor. Como señala Escanellas, s’Àguila tiene fama de ser un cementerio, sobre todo “por su terrorífico pozo”. Por eso, acompañada de los pequeños, de inmediato acude a Can Mir para preguntar por su marido. Un administrativo le informa de que lo han enviado a Son Granada, una posesión próxima a s’Àguila. Miguel, el hermano de Francisca, también está con él.

Los días de verano se hacen eternos en Son Granada. Es agosto y la guerra atraviesa su fase más cruda. Tras el paso del otoño y con la llegada del invierno, Rogelio hace todo lo posible por preparar una visita con su familia, aunque la burocracia para ello se hace interminable y las autoridades son implacables. “Cada negativa al permiso de ver a su familia es un golpe duro para la moral de un hombre que ya lleva más de un año encerrado. Necesita ver una cara familiar”, subraya su bisnieto.

Cada negativa al permiso de ver a su familia es un golpe duro para la moral de un hombre que ya lleva más de un año encerrado. Necesita ver una cara familiar

Antoni J. Escanellas — Autor de ‘Ficha 15. Postales contra el olvido’ y bisnieto de Rogelio Fernández

Pero un día, llega la gran noticia. Y, de inmediato, coge papel y lápiz: “Apreciadísima esposa, hijita e hijitos, padrineta y toda la familia. Yo bien, igual deseo para vosotros gracias a Dios. Francisca, lo del permiso ya lo tengo, podéis venir el domingo como me indicáis, y así me lo ha concedido mi señor teniente en jefe del campamento. El domingo os espero con los brazos abiertos, si Dios quiere”. Es el 14 de noviembre de 1937. Poco después, con las manos temblorosas, su hija Isabel se dispone a responderle mientras Francisca le indica las palabras: “Apreciado padre. Todos estamos bien, igual para vos deseamos, a Dios gracias. El domingo 21 vendremos a abrazaros por fin, Dios nos lo ha concedido. Recuerdos de todos, besos de vuestra hija, hijitos y el corazón de tu esposa, Francisca”.

El reencuentro

Los nervios comienzan a contagiarse. Hay que decidir quién acude hasta Son Granada. Creen que es mejor que Francisca vaya sola, pero al momento descartan la idea. Finalmente, irá con su hermano Paco. Dos días después, ambos ya van montados en el tren con destino a Santanyí, que les apea en la parada de s’Arenal de Llucmajor. Tras caminar un buen trecho hasta el campo de concentración, la visión es dantesca: “Gente por aquí y por allá, algunos volvían reventados de trabajar, sucios y acompañados siempre por un par de soldados imberbes a quienes los presos duplicaban la edad”, explica el periodista. Un soldado va a buscar a Rogelio. Cuando el guardia regresa con él, el recluso observa un perfil de traje negro que asoma tras el militar: es Francisca.

“Tienen un par de minutos”, les indica. Francisca encuentra ante ella a un hombre muy delgado y tapado -hace mucho frío- y que ha perdido pelo, ya blanco. A su alrededor, colchones por el suelo y mantas viejas y raídas que arropan a enfermos y heridos. Se abrazan tímida y temerosamente, con la emoción contenida, y, sin dejar de mirarse, comienzan a hablar. Él le cuenta que está bien de salud, que trabaja como zapatero y que tienen a un cocinero que prepara guisos de verduras y poco más, con algún hueso… Pero por lo menos no es aquel caldo de boniato que les daban de rancho en Can Mir. Ella le explica qué tal está la familia. Se encuentran en el auge de su conversación cuando, de repente, se escucha: “¡Se acabó el tiempo!”. Ella se levanta enseguida y se va. Rogelio se queda con un palmo de narices porque, con los nervios y el miedo, Francisca ni siquiera se ha despedido de él.

Días después, el 7 de diciembre, Rogelio se levanta con un fuerte dolor de estómago, un “malestar de nervios”, como señala Escanellas. Horas más tarde escucha un fuerte estruendo, el de una escuadra de aviones que llega desde el mar. Alguno por detrás susurra: “Son de los nuestros”. Después, truenos de fondo, revuelo de alarmas y mucho humo. Al llegar la calma, Francisca sale a la calle. Solo ve a gente correr y la imagen que se le presenta no la olvidará en la vida. Cerca de su casa, el suelo de las Avenidas ha sido bombardeado y la porta de Sant Antoni está completamente destruida. Los periódicos hablan al día siguiente de siete muertos y más de cuarenta heridos.

Estado en que quedó la Porta de Sant Antoni de Palma tras ser bombardeada el 7 de diciembre de 1937 Fotos Antiguas de Mallorca (FAM) / Colección José Carlos Tous

“Es usted libre”

Apenas unas semanas después llegan las Navidades, las segundas que Rogelio pasará encerrado. No sabe si lo podrá soportar. “Está convencido de que no le soltarán, y eso que el nuevo nacionalcatolicismo es muy de aprovechar fiestas religiosas para hacer ‘buenas obras’, pero todavía es tiempo de guerra y nada hace pensar que lo tratarán de manera especial. Él nota que allí no le importa a nadie”, relata su bisnieto. “[…] Os pido de corazón que os conforméis, que los hay que están peor, y confiad en Dios, que pronto ha de volvernos a dar la dicha, como vivíamos antes […]”, escribe Rogelio a su familia. Con la catedral de Palma en el reverso del papel, no sabe, sin embargo, que será la última postal que enviará.

Ese mismo fin de semana, Francisca acude a rezar al Crist de la Sang y piensa en ir de nuevo a hablar con el padre Atanasio. Una vez delante del eclesiástico, le pregunta sin tapujos por qué su marido, sin haber sido sometido a juicio alguno, lleva tanto tiempo encerrado. Le implora que haga algo mientras le recuerda que ella y su familia son creyentes de toda la vida. Unos días más tarde, el cura habla con el director de Son Granada. Las distintas personas a las que se les pregunta coinciden en resaltar su buena actitud de Rogelio, padre de familia y gran trabajador. El jueves 6 de enero de 1938, su nombre suena por boca de uno de los soldados. Junto a otros presos, es empujado al interior de un camión con un macuto a la espalda y un hatillo al hombro. Algunos lloran, sabedores de que el vehículo se dirige al cementerio de Llucmajor. Rogelio acepta el destino, sea el que sea. Al pasar por la estación de tren de s’Arenal, el camión frena y un soldado se dirige a uno de los reclusos. “Es usted libre”. Es Rogelio Fernández, quien ese mismo día regresará a casa.

«Rogelio está convencido de que no le soltarán, y eso que el nuevo nacionalcatolicismo es muy de aprovechar fiestas religiosas para hacer ‘buenas obras’, pero todavía es tiempo de guerra y nada hace pensar que lo tratarán de manera especial»

Antoni J. Escanellas — Autor de ‘Ficha 15. Postales contra el olvido’ y bisnieto de Rogelio Fernández

Horas más tarde, unos nudillos tocan la puerta mientras Francisca y los demás se encuentran absortos con los preparativos de la noche de reyes. Quien sale a abrir es Paco, uno de sus hermanos, que no reconoce al hombre que tiene delante, delgado, con el cabello corto y barba de tres días, enfundado en ropa vieja. Francisca se queda sin aliento y aferra a su marido por el cuello. El ya exrecluso ya no volverá a trabajar en Minerva y montará su propio taller en casa, en el que “siempre cobró poco a quienes tenían poco, mucho a quienes tenían más, y nada a quienes lo necesitaron”, recuerda Escanellas. Nunca volverá a hablar en público de política. Por la noche, al terminar de cenar, sube a su habitación y coge con sigilo un pequeño transistor: “Aquí Radio España Independiente, estación Pirenaica, la única emisora sin censura de Franco…”, anuncian las ondas. Al cabo de un rato se queda dormido.

No hace mucho, la madre de Escanellas le enseñó a su hijo una caja muy antigua en la que custodiaba una extensa colección de postales. Son las que se enviaron Francisca y Rogelio, quienes permanecieron juntos hasta el final, y las que dieron pie a esta historia. El periodista asevera que, una vez cerradas las galeradas de su libro, se produjo un hecho singular: la causa judicial contra su bisabuelo y otros cinco acusados fue desclasificada. El periodista pudo tener acceso así a interrogatorios y demás documentos, uno de los cuales le dejó sin palabras: Rogelio había sido absuelto por falta de pruebas el 21 de abril de 1937. Sin embargo, aún permaneció encerrado nueve meses más, hasta el día de reyes de 1938, sin poder volver junto a su familia.

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