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Reino Unido entierra ahora el símbolo de un país que ya no existe

16 junio, 2023

Fuente: http://www.eldiario.es

Nesrine Malik

Columnista de The Guardian

La entonces princesa Isabel con su primogénito Carlos, en el verano de 1949.
La entonces princesa Isabel con su primogénito Carlos, en el verano de 1949. PA England

12 de septiembre de 2022 22:22h
Actualizado el 13/09/2022 05:30h 

En Reino Unido ha habido un tufillo de decadencia en el aire durante mucho tiempo, temporalmente enmascarado por el aroma sintético y barato del Gobierno de pandereta de Boris Johnson. Sin embargo, ahora es evidente. Cuando la gente decía que Isabel II era admirable porque “hace muy bien su trabajo”, nunca entendí muy bien esta afirmación. Para mí, su trabajo consistía simplemente en estar presente, seguir los protocolos y no salirse del guion. Sin embargo, lo cierto es que lo que los demás vieron fue una muestra de confianza, coherencia y continuidad de la que carecía el país que reinaba. La suya fue una presencia impecable en un contexto de guerras, crisis económicas, Brexit y la pandemia de COVID-19.

En teoría, eso es lo que se supone que debe hacer un buen jefe de Estado: estar ahí y dar apoyo moral en los momentos de emergencia nacional y mantenerse al margen en los momentos de agitación política. Pero cuanto menos decía, o cuanto más callaba, más envolvía al país en un somnoliento y cálido abrazo de irrealidad. Ahora, esto ha terminado.

Hay una razón por la que, en cualquier parte del mundo o en cualquier punto de la historia, personas diferentes que nunca han estado en contacto entre sí llegan a tener el mismo concepto de una fuerza superior. Tanto si se trata de un dios espiritual como de animistas de distinta naturaleza, los seres humanos necesitan imponer un sentido de lógica y un propósito superior a su existencia, que de otro modo sería escuálida.

La casi deificación de la reina se intensificó a medida que el país se ha ido fragmentando. El papel más importante de Isabel II, el que la cimentó como menos humana y más deidad, fue el de suavizar los golpes de la pérdida del imperio, de las banderas arriadas, los administradores coloniales evacuados y las tropas derrotadas. Ella era Britannia, todavía imperiosa, y no los políticos grises de la posguerra que lidiaban con las medidas de austeridad en el país y la pérdida del estatus de superpotencia de Reino Unido en el extranjero. En la riqueza, la pompa y la grandeza de la familia real británica quedaban suficientes residuos de ese estatus, tan vital para la identidad nacional. La joya permanecía en su corona, aunque no en el imperio.

Símbolo ficticio

Cuanto más se deshacía ese estatus, más protegía la reina la identidad del país. En realidad, no había un imperio pacífico y una Commonwealth agradecida: eso siempre fue una ficción. El sol no se puso en el imperio: la ocupación fue expulsada, a menudo en guerras sangrientas. Un relato totalmente diferente de la colonización comenzó a surgir cuando la gente de las colonias llegó a Reino Unido con los legados económicos, raciales y políticos del imperio. Cuando los países de la Commonwealth empezaron a prescindir de la reina como su jefe de Estado, cuando los llamamientos a abordar el pasado colonial con honestidad empezaron a ser más fuertes. Y cuando se empezó a hablar de la familia real como un símbolo de las causas de las desigualdades arraigadas en el país: una vasta riqueza heredada de dudosa procedencia, en parte vinculada a la trata de esclavos, una deferencia de clase chirriante, el derecho a la línea de sangre y la imposibilidad de rendir cuentas.

Pero cuanto más el cambio en el país de la cultura, la estructura de clases y el perfil económico exigía confrontaciones con la realidad, más se convertía la reina en un refugio. Un símbolo de un tiempo ficticio en el que todo era más sencillo: cuando la imagen del país quedaba representaba por Shakespeare, la escritora Enid Blyton, el espíritu de la resistencia frente a los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial, la lucha contra el fascismo, los benefactores, la clase obrera descarada, el estado del bienestar, los años 60 y los rostros negros y marrones que limpiaban los pisos y atendían los pabellones. Mientras Isabel II reinó y existió, también existió ese país.

La realidad es que, junto con el noble imperio, ese país nunca existió realmente. Y, durante el reinado de Isabel II, la visión que la nación tenía de sí misma también se cuestionaba cada vez que la política del país escupía sobre los derechos de personas marginadas. Cada vez que se cerraba una mina, una zona desfavorecida se amotinaba contra la policía, se invadía ilegalmente un país extranjero o se recortaba una prestación, se ponía a prueba el relato del “gran” país. Pero estos desafíos nunca se impusieron sobre ese imaginario. Y tener a la reina siempre fue un gran consuelo, con su sonrisa, su ropa, sus broches y su ritual, todo congelado en ámbar, inalterable a pesar de todo.

La reina sagrada

Para desempeñar este papel estabilizador, había que protegerla a toda costa, ya que en ella residían todos los complejos no resueltos del país -la nostalgia de un pasado mejor, el anhelo de autoridad, la necesidad de un punto de referencia fijo- mientras Reino Unido se lanzaba a lo desconocido sin una constitución escrita y con poco más que su pasado para definirla. Mediante una combinación de mutismo y longevidad, la reina satisfizo estas necesidades.

Ha sido una presencia constante en la vida de casi toda la población británica ya que ha reinado durante los últimos 70 años. A partir de la familiaridad se formaron vínculos imaginarios, una conexión que no se tambaleó por haber descubierto algo real sobre ella, reforzada por lo que se sentía como una dirección personal anual para cada uno de nosotros, y que se hizo falsamente íntima por el hecho de que los detalles de la vida de su familia -nacimientos, matrimonios, divorcios y muertes- fueron, y seguirán siendo, informados por la prensa con gran alegría, ofensa enfurecida y profunda tristeza, como si estas personas fueran nuestra propia familia.

También se convirtió, en un país con una cultura jerárquica bastante conservadora, en una especie de línea roja justificada y satisfactoriamente aplicable. Esto será especialmente cierto en los próximos días, cuando llegue a Londres desde Balmoral para ser enterrada y las exigencias y el control del luto público no serán tan diferentes a las impuestas en una monarquía absoluta.

Cuando se trata de la reina, se te puede llamar la atención de forma amenazante de una manera que parece tener muy poco que ver con ella. Puede que los británicos no tengamos la extraña deferencia por nuestros políticos que tienen los estadounidenses, pero nos encanta decirle a la gente que se deje de tonterías y muestre algo de respeto cuando se le da la oportunidad. Cuando tus políticos son unos mentirosos y necesitas desesperadamente creer en tus superiores, cuando tus referentes culturales comunes están segmentados en un millón de proveedores de contenidos y cuando tus familias extensas están fracturadas, la gente necesita un elemento sagrado en sus vidas. Quiere la certeza y la confianza para increparte y decir, sí, todo lo demás en el Reino Unido moderno es cuestionable, pero no esto.

Hora de despertar

Lo cierto es que nada es sagrado. Ni la reina, ni su familia, que en los últimos años se ha visto sacudida por acusaciones, firmemente desmentidas, de la implicación de uno de sus hijos, el príncipe Andrés, con una víctima menor de edad de tráfico sexual, y de inversiones patrimoniales en fondos dudosos. Tampoco es sagrado el país para el que ella proporcionó no un puente, sino una coartada durante demasiado tiempo. Ese fue el trabajo que la reina vino a cumplir en sus últimos años: el de una mujer que apareció cuando nuestra infraestructura de salud pública se estaba desmoronando y tapó el hueco de un Gobierno ausente. Hay una delgada línea entre levantar la moral de la ciudadanía y absolver los actos del hombre tratándolos como actos de Dios.

Algunos lectores en Reino Unido se estremecerán con mis palabras. Lo comprendo. Algunos pensarán que es demasiado pronto para hablar de imperfección. Pero, con la muerte de la reina, estamos a punto de entrar en un nuevo capítulo en el que la única esperanza que tenemos de un país más seguro y coherente es hablar más de nuestras imperfecciones. La reina se ha ido, y con ella debería irse la nación británica imaginada. Es hora de que la reina descanse en paz. Y más que hora de que el país despierte.

Traducción de Emma Reverter

La ministra de Exteriores de Nueva Zelanda: maorí, activista y defensora de la reconciliación con los pueblos indígenas

25 octubre, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Nanaia Mahuta cree que su país puede ser un ejemplo para otros mientras lucha por afianzar su independencia de los aliados tradicionales de Nueva Zelanda y refuerza las relaciones comerciales con China
La ministra de Exteriores de Nueva Zelanda, Nanaia Mahuta.
La ministra de Exteriores de Nueva Zelanda, Nanaia Mahuta. AP Photo / Nick Perry

Tess McClureWellington — 13 de junio de 2021 23:14h 

Nanaia Mahuta está sentada en su oficina, situada en los pisos superiores del parlamento de Nueva Zelanda. Es un día ventoso de otoño, pero el sol brilla del otro lado de su ventana. El estante a sus espaldas está lleno de objetos y recuerdos, muchos son regalos de distintas partes de Nueva Zelanda y del Pacífico. «Pregúnteme por cualquiera de ellos», dice. «Cada uno tiene una historia».

En el estante inferior descansa el bastón tallado que perteneció a su difunto padre, Sir Robert Mahuta. Fue de él, y de su madre, de quienes Mahuta aprendió a practicar la política. Sus recuerdos más tempranos sobre esto son de cuando su padre luchaba contra la construcción de la monolítica estación eléctrica en Huntly, cuando ella tenía tan solo ocho años. «Crecí y fui criada en un ambiente donde la política y las aspiraciones tribales por desarrollarse y acceder a oportunidades a través del desarrollo económico eran la norma», dice Mahuta. «Era la conversación que teníamos dentro de nuestra casa, alrededor de la mesa».

Era una lucha entre David y Goliat – una de las muchas que Mahuta atestiguó. Más tarde, su familia estuvo al frente cuando los maoríes lucharon para que el gobierno de Nueva Zelanda pagara indemnizaciones por la confiscación masiva de tierras indígenas. Su padre fue el negociador encargado por la tribu Waikato Tainui en la búsqueda de reparaciones por las tierras robadas y las atrocidades cometidas durante la colonización. Su éxito se tradujo en ser el primer acuerdo de estas características en la historia de Nueva Zelanda: 170 millones de dólares por las tierras robadas, y una disculpa formal de la reina.

Siendo todavía una joven adolescente, Mahuta estaba tras bambalinas, observando y ayudando con la investigación. «Hacíamos tazas de té», dice, «y veíamos cómo sucedían las reuniones a nuestro alrededor, y escuchábamos, empezamos a socializar con los desafíos de nuestra época».

Un escenario global más difícil

Ahora, Nueva Zelanda lucha en el paisaje global contra una buena cantidad de Goliats. Los años que pasó en esas negociaciones han preparado a Mahuta para la tarea de representar al pequeño país insular en un escenario mundial cada vez más difícil.

A seis meses de haber asumido su papel como ministra de Exteriores de Nueva Zelanda, Mahuta se enfrenta a un ecosistema político lleno de desafíos. Su país está intentando mantenerse por encima de la disputa entre China, de quien depende comercialmente, y sus aliados tradicionales diplomáticos y militares – Australia, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos.

La posición actual de Nueva Zelanda, de mantener una relación comercial fuerte con China, mientras se permite un margen para criticar sus violaciones de derechos humanos, se vuelve cada vez más difícil de mantener. También hay turbulencias más cerca de casa. La relación del país con Australia, su aliado más próximo y antiguo, se ha vuelto tensa por los conflictos en torno a la deportación de residentes nacidos en Nueva Zelanda. En el Pacífico, la crisis climática amenaza el futuro de los pequeños países insulares. Y, por doquier, la COVID-19 ha interrumpido las formas tradicionales, cara a cara, de llevar las relaciones de política exterior.

Es un terreno difícil de vadear. Y el Gobierno de Nueva Zelanda depende de que las habilidades que Mahuta ha practicado durante varias décadas – una política de negociación, reconciliación y reconocimiento de desequilibrio del poder – le sirvan al país internacionalmente.

Una perspectiva indígena para la política exterior

Como una de las legisladoras más experimentadas del Gobierno laborista, Mahuta tiene conexiones profundas con el movimiento Kingitanga -la monarquía maorí-, y una trayectoria en la negociación de arreglos entre los maoríes y la corona. «Ella está acostumbrada a negociar, y no suele hacerlo desde una posición de fuerza abrumadora», dice Ben Thomas, columnista político y antiguo consejero nacional del ministro a cargo de acordar los tratados. «Eso está obviamente alineado con la posición de Nueva Zelanda en el orden internacional: no somos un país que pueda ejercer mucho poder a través de la política real o de nuestros poderes militar o económico. La nuestra ha sido, casi por definición, una diplomacia blanda».

El columnista y antiguo director de campaña laborista Shane Te Pou lo describe como «un tipo de negociación donde no se trata de que gane yo o que ganes tú, se trata de que ganemos nosotros. Y es una forma de diplomacia que la ha llevado a donde está».

Siendo la primera mujer indígena en ocupar el cargo ministerial en Exteriores, la designación de Mahuta llegó a los titulares internacionales. Cuando aceptó el puesto, dijo que traería una perspectiva indígena a la política exterior: «Nadie debería subestimar el significado que tiene para otros pueblos indígenas del mundo verla en esa posición», dice Annabelle Lee-Mather, productora ejecutiva de The Hui, que documenta la política y los acontecimientos recientes para los maoríes. «Una wāhine [mujer maoríi] con un moko kauae [tatuaje facial sagrado] – es algo poderoso para todos los pueblos indígenas».

En los últimos seis meses ha construido una imagen más clara de cómo será esa perspectiva indígena a la política exterior. Mahuta optó por pronunciar su primer gran discurso como ministra de Exteriores en Waitangi, el sitio donde fue firmado el tratado fundacional entre los maoríes y los colonos británicos. Allí delineó cómo esa alianza – y el largo camino a la reconciliación que vino después – daría forma a la aproximación que el país tomaría en el escenario mundial.

Mahuta contó a The Guardian que Nueva Zelanda puede ofrecer a otros algo de ese acercamiento a la reconciliación. «Creo que podemos ofrecer esa experiencia a otros países que tengan poblaciones indígenas – no como un patrón, sino como una forma de pensar cómo realizar la autodeterminación, pero también sabiendo que no hay nada que temer».

Esa experiencia, dice ella, también ofrece un punto de vista para abordar las tensiones internacionales de una manera más amplia. «Son desafíos a largo plazo. No vamos a resolver estos asuntos de un día para el otro. Pero, ¿cómo podemos trabajar juntos? En esa asociación discursiva es donde estamos actualmente. Y creo que eso es algo bueno».

«Ha leído los informes»

En la política neozelandesa, Mahuta ha cultivado la reputación de ser una trabajadora tenaz y una triunfadora silenciosa.

«Creo que Nanaia – y no lo digo en un sentido peyorativo – es una fanática del diseño de políticas», dice Te Pou. «Comprende los problemas, ha leído los informes».

Te Pou tuvo esa impresión hace ya 26 años, cuando estaba en el panel de selección para la primera candidatura política de Mahuta. Prefirieron a un candidato mayor y más experimentado para el puesto, pero Mahuta hizo una presentación pulida y profundamente fundamentada. «Tuvo un gran efecto en el panel de selección, y nos conquistó con la robustez de su intelecto y su oratoria,» dijo. En las décadas que pasaron desde entonces, esa impresión se ha asentado.

«Nanaia me da la impresión de ser alguien absolutamente dedicada a su trabajo,» dice Lee-Mather. «Alguien que no está allí con la actitud de ‘fingir hasta lograrlo’ con la cual muchos políticos llegan al parlamento. Está muy enfocada en su mahi [trabajo], es atenta al detalle, tiene expectativas muy claras sobre lo que quiere alcanzar.

«A la vez, tiene una convicción férrea y nadie podrá obligarla a resignarse».

Esa convicción puede resultar necesaria en el intento de Nueva Zelanda de establecer su independencia de actores internacionales poderosos.

En marzo, Nueva Zelanda fue criticada por los miembros del Parlamento británico por decir que al país le resultaba «incómoda» la expansión de las competencias de la alianza con Reino Unido, Australia, Canadá y EEUU a cuestiones más amplias en la política exterior – un comentario que algunos vieron como una «retirada» de la alianza. Después, los comentarios de Mahuta sobre China causaron revuelo en Pekín: dijo a The Guardian que Nueva Zelanda podría encontrarse en el centro de una «tormenta» de enfado en China, y que los exportadores deberían diversificar sus destinos para transitar seguros una relación menos prometedora con el gigante asiático.

En su primer discurso sobre la relación entre ambas naciones, Mahuta comparó a China con el dragón y a Nueva Zelanda con el taniwha – criatura sobrenatural de la tradición maorí, que suelen ser guardiana del agua. Estas criaturas, dijo ella, eran los símbolos de los valores y tradiciones de las dos naciones – distintas una de la otra, pero igualmente merecedoras de respeto.

«El taniwha, como el dragón, tiene la habilidad de comprender la esencia de su entorno y de sus condiciones cambiantes – así como la habilidad de adaptarse y sobrevivir,» dijo. «Después de todo, como custodios y kaitaki, los taniwha están intrínsecamente vinculados al bienestar y a la resiliencia de los pueblos».

Desde la ventana de la oficina de Mahuta en el Parlamento se ve el resplandor del agua en el puerto Te Whanganui a Tara. Según la tradición maorí, el puerto comenzó siendo un lago. Uno de los taniwha que vivía allí, Ngake, sintió que había crecido demasiado para su antiguo hogar. Hizo grandes olas y eventualmente derribó la pared de piedra que lo separaba del mar. Desde los pisos superiores del Parlamento se ve la cresta de las olas.

Hasta ahora la política exterior de Nueva Zelanda ha estado orientada a provocar marejadas innecesarias. Todavía está por ver si el taniwha de la metáfora de Mahuta provocará las suyas.

Traducción de Ignacio Rial-Schies

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Publicado el 13 de junio de 2021 – 23:14 h

La tribu que asesinó al misionero de EEUU acumula siglos de razones para temer a los extranjeros

11 octubre, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

  • Desde la historia del exiliado rey de Bélgica hasta la del carguero Primrose en 1981, los forasteros han lamentado el contacto con los habitantes de la isla Sentinel
  • Los miembros de la tribu, también.
John Allen Chau, en una foto de su cuenta de Instagram
John Allen Chau, en una foto de su cuenta de Instagram INSTAGRAM

Michael Safi Delhi — 4 de diciembre de 2018 20:11h

En 1981, un carguero llamado Primrose encalló en un arrecife de coral de la Bahía de Bengala. El viento soplaba fuerte y las olas se agitaban en torno al desafortunado barco. Esas horribles condiciones probablemente salvaron la vida de los 28 tripulantes.

Tras varios días atrapados en el arrecife, un vigilante dijo haber visto a un grupo de personas en la isla, saliendo de la jungla a pocos cientos de metros allí. El alivio que sintió por la posibilidad de un rescate se desvaneció en cuanto distinguió a los hombres, prácticamente desnudos, agitando sus lanzas, arcos y flechas en dirección al barco.

«Hombres salvajes, en un número estimado superior a 50, llevan varias armas caseras y están armando dos o tres barcos de madera», dijo el capitán del Primrose en un mensaje de radio a su central de Hong Kong. «Preocupados por un posible abordaje al atardecer. La vida de ningún miembro de la tripulación está garantizada».

Fue esa misma tribu la que el pasado 17 de noviembre terminó con la vida del misionero estadounidense John Allen ChauSegún un relato del historiador y escritor Adam Goodheart, la tripulación del Primrose sobrevivió gracias a las olas, que rechazaron las barcas de la tribu, y a los fuertes vientos, que alejaron las flechas de sus objetivos. Después de tres días aterradores, un barco de la marina india rescató a los marineros varados y los puso a salvo. Entre otras armas improvisadas, la tripulación se había defendido con tuberías y bengalas. El Primrose aún descansa en el mismo lugar en que encalló hace 37 años.

El misionero Chau debió de ver los restos del Primrose en la tarde del 14 de noviembre, cuando circunnavegaba la isla de Sentinel del Norte en una embarcación con cinco pescadores. La policía informó que Chau les pagó 25.000 rupias (unos 313 euros) para que lo llevaran de contrabando hasta allí.

Como ocurrió con el incidente del Primrose, el aparente asesinato de Chau mientras trataba de predicar entre los pobladores de Sentinel del Norte (en contra de la legislación de la India y de la advertencia de que la exposición a patógenos foráneos pueden terminar con ellos) ha alimentado el interés por una de las comunidades más aisladas del mundo. Según los pocos historiadores y antropólogos que los han estudiado, se trata también de una de las más incomprendidas.

La historia de los encuentros entre el mundo exterior y la tribu, compuesta por unas 100 personas, es una sucesión de episodios violentos. En 1974, un miembro del equipo de National Geographic que rodaba un documental sobre la isla fue alcanzado en la pierna por una flecha. Un año después, se dice que el rey exiliado de Bélgica abortó una visita a la isla cuando un miembro armado de la tribu salió de la jungla en solitario y agitando su arco en dirección al barco. En 2006, dos hombres que buscaban restos de naufragios en Sentinel del Norte encallaron en un banco de arena y fueron despedazados con hachas. La policía comunicó esta semana que sus cuerpos habían sido colgados desde palos de bambú y expuestos frente al océano «como espantapájaros».

Pero las personas con experiencia en Sentinel del Norte rechazan la idea de que sea una tribu intrínsecamente agresiva. «Son un pueblo pacífico», dijo esta semana a un medio de India el antropólogo TN Pandit. En 1991, Pandit fue el responsable de uno de los primeros encuentros exitosos con la tribu. En su opinión, la enorme desconfianza que siente la tribu hacia los forasteros (muchas veces descrita como una especie de barbarie irracional) está perfectamente fundamentada y «se ha transmitido de generación en generación».

Son unas 100 personas

Como confirmó Vivek Rae, exadministrador de las islas Andamán y Nicobar (el territorio indio que incluye a Sentinel del Norte), «su hostilidad es señal de una gran inseguridad». Hace siglos, las Islas Andamán eran un imán para los birmanos que traficaban con esclavos: se apoderaban de los miembros de las cuatro tribus cazadoras-recolectoras de las islas y los vendían en el sudeste asiático.

A partir de 1857, las Andamán pasaron a ser colonia británica permanente y usadas como prisión para los participantes de la Rebelión de la India que tuvo lugar ese mismo año (el mayor levantamiento armado contra el dominio colonial del subcontinente). Según Clare Anderson, profesora de historia en la Universidad de Leicester, «los británicos se entregaron a una política que oscilaba entre la asimilación, la contención y la aniquilación».

Secuestros y muerte

Una práctica habitual era secuestrar a miembros de la tribu y retenerlos durante semanas con el objetivo de demostrar las ventajas de la civilización británica. En 1880, el comandante de la Marina Real británica Maurice Vidal Portman empleó esa estrategia en Sentinel del Norte: capturó a dos ancianos y a cuatro niños de la tribu que se habían refugiado en un asentamiento del interior. Aparentemente, eran los únicos pobladores que no habían podido huir. Los cautivos «se enfermaron rápidamente y el anciano y su esposa murieron, por lo que los cuatro hijos fueron enviados de vuelta a su casa con una gran cantidad de regalos», escribió Portman después.

Las tribus que sí cedieron al dominio británico fueron devastadas por las enfermedades y machacadas por el alcohol, el tabaco y el azúcar, entre otros vicios del asentamiento europeo. Según un recuento de los británicos, la población de las Islas Andamán estaba compuesta por al menos 5.000 personas en 1858. En 1931, el número había caído hasta 460.

La razón era evidente incluso para el comandante Portman: «La relación [de las tribus] con los extranjeros no les ha causado sino daño», dijo a la Royal Society de Londres. «Me remuerde la conciencia que una raza tan agradable se esté extinguiendo de forma tan veloz».

Durante la Segunda Guerra Mundial, las Islas Andamán fueron escenario de feroces combates y bombardeos. Según PC Joshi, profesor de antropología de la Universidad de Delhi, eso puede haber impactado en los habitantes de Sentinel del Norte. «Esos recuerdos deben pesar», dijo.

Desde 1967, los antropólogos del Gobierno indio se han propuesto ganarse poco a poco la confianza de la tribu, dejándoles cocos, plátanos e hierro forjado como regalo. El hierro ha aparecido después en la punta de las flechas que la tribu dispara periódicamente contra los académicos exploradores. Es un rasgo de que la tribu, con al menos 30.000 años de antigüedad, no es una reliquia de la era neolítica. Su estilo de vida puede evolucionar como el de cualquier otra comunidad humana.

En los últimos veinte años dejó de haber expediciones de entrega de regalos. La política del actual Gobierno indio es sencillamente dejar en paz a los habitantes de Sentinel del Norte. Una decisión que, en parte, tiene que ver con la experiencia vivida con los jarawa, otra tribu de las Andamán.

En 1996, un niño jarawa se rompió la pierna mientras intentaba robar fruta de un asentamiento moderno. Lo llevaron al hospital y pasó cinco meses de recuperación antes de regresar a su tribu habiendo descubierto la televisión y aprendido algo de hindi. Un año después, aproximadamente, el niño llevó a un grupo de jarawas fuera del bosque. Tras siglos de hostilidades, era una oferta formal de paz por parte de la comunidad.

Pero la experiencia Jarawa dejó de considerarse como un triunfo en cuanto enfermedades como el sarampión devastaron a la comunidad y hasta las autoridades se implicaron en «safaris humanos» por el territorio Jarawa.

Los antropólogos temen que la experiencia Jarawa termine replicando la de otras tribus Andamán contactadas. Como dice Kanchan Mukhopadhyay, exoficial del servicio antropológico de la India con experiencia en las islas, hay que recordar «la horrible experiencia de la tribu de los Grandes Andamaneses»: «Murieron de forma masiva. Y la tribu Onge ya no caza ni pesca. Dependen totalmente de los alimentos suministrados por las autoridades».

La desgracia de Chau en Sentinel del Norte ha despertado indignación en India y reafirmado la postura del Gobierno. Esta semana, un antropólogo involucrado en el caso del estadounidense confirmó al periódico The Guardian que no había planes de ir a Sentinel del Norte para recuperar el cuerpo. «Disparan flechas ante cualquier invasor», dijo. «Su mensaje es ‘no vengan a la isla’ y lo respetamos».

Traducido por Francisco de Zárate

Publicado el 4 de diciembre de 2018 – 20:11 h

Claudette Colvin: la mujer que se negó a ceder su asiento en el autobús nueve meses antes que Rosa Parks

19 julio, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

Foco RACISMO

Claudette Colvin, en una foto de febrero de 2009 en Nueva York.
Claudette Colvin, en una foto de febrero de 2009 en Nueva York. AP Photo/Julie Jacobson

Oliver Laughland 6 de marzo de 2021 22:19 h 

Era el 2 de marzo de 1955, un día de primavera inusualmente húmedo, y los estudiantes del instituto Booker T Washington, una escuela segregada en el corazón del sur de la discriminación racial, salieron antes para volver a casa. Un grupo subió a un autobús público en el que blancos y negros estaban separados y que recorría barrios en los que blancos y negros también estaban separados. Poco a poco el autobús fue llenándose de pasajeros.

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Una estudiante negra de 15 años, que soñaba con convertirse en una abogada defensora de los derechos civiles, ocupó un asiento de ventanilla, cerca de la salida. Se quedó absorta mirando el horizonte hasta que el conductor blanco le indicó que cediera su asiento a un pasajero blanco que estaba cerca. Claudette Colvin se negó.

Han pasado 65 años. Sin embargo, Colvin recuerda ese instante con detalle, y prácticamente puede recrear la escena con sus palabras y sus gestos. «La historia fue lo que me dejó pegada al asiento», afirma con un movimiento de hombros. «Sentía como si la mano de Harriet Tubman (que luchó por la libertad de los afroamericanos esclavizados en Estados Unidos) me empujara hacia abajo en un hombro, y la mano de Sojourner Truth (abolicionista y activista por los derechos de la mujer) me empujara hacia abajo en el otro. Conocer la labor de activismo de estas dos mujeres me dio el valor necesario para permanecer sentada».

Mientras dos policías blancos la sacaban del autobús a rastras, le flaqueaban las fuerzas. Gritó una y otra vez: «Es mi derecho constitucional». La esposaron, la llevaron a comisaría y la acusaron de infringir las leyes de segregación, alterar el orden público y agredir a un agente de policía. Se declaró inocente, pero fue condenada (dos de los cargos fueron retirados tras la apelación).

El inesperado acto de valentía de Colvin estuvo a punto de desaparecer de la historia de la lucha en defensa de los derechos civiles. Según la historia, el boicot a los autobuses de Montgomery comenzó nueve meses después de su arresto, alentado por la detención de Rosa Parks en un incidente casi idéntico. Eso fue hasta que hace unos veinte años historiadores revisionistas, unos cuantos periodistas (especialmente Gary Younge) y la biografía de Colvin, ganadora del National Book Award, corrigieron el relato de qué pasó. En realidad, lo que hizo Colvin aquel caluroso día de marzo sembraron la semilla del boicot y, sobre todo, los fundamentos legales para desafiar en los tribunales federales las leyes de segregación en el transporte. Fue una heroína olvidada del movimiento, torpemente etiquetada como «la Rosa Parks original».

El peso de la opresión racial

Quedamos una soleada tarde de febrero en una residencia de ancianos situada en Birmingham, Alabama, su ciudad natal, con mascarilla y respetando las distancias. Colvin se presenta impecable a la cita, con una americana gris y un jersey rojo, y el pelo recogido en rizos cortos y prietos. Es una mujer franca y de trato amable, y cuenta con gran detalle las historias que marcaron su infancia.

Creció en un entorno rural, en la localidad de Pine Level, en Alabama, a unos 50 kilómetros de Montgomery, en una granja regentada por su tía abuela y su tío. Sin embargo, ya de pequeña, rodeada de animales de granja, dos perros y un paisaje idílico, empezó a sentir el peso de la opresión racial.

«No lo entendía, pero veía las diferencias», recuerda. «Solo me relacionaba con los blancos cuando salía de la granja e iba a la tienda a comprar provisiones. Ahí fue donde tuve contacto con el racismo”. Tendría unos seis años y esperaba su turno en la cola, cuando un grupo de niños blancos empezó a señalarla y a reírse. «Un niño blanco se acercó a mí y me dijo: ‘Déjame ver tus manos’. Así que levanté las manos, y entonces él se acercó a mí y me tocó las manos». Casi de inmediato, la madre de Claudette le dio una bofetada a ella en la boca; sus manos vuelven a representar el golpe y aún puede recordar lo mucho que le dolió. «Me puse a llorar y me di cuenta de que no debíamos tocarnos».

A los ocho años, se mudó a Montgomery, al barrio negro de bajos ingresos de King Hill. Allí, ya adolescente, vivió las experiencias que la prepararon para la reacción que tuvo en 1955.

Su hermana Delphine murió de poliomielitis pocos días antes de que ella empezara el instituto. En su biografía Twice Toward Justice, recuerda cómo la experiencia la sacudió: «Una cosa me molestaba especialmente: los estudiantes negros nos menospreciábamos constantemente… Y ‘la palabra N’ («nigger«, negro utilizado en tono despectivo)… nos la decíamos unos a otros, para insultarnos. Oía esa palabra y me ponía a llorar. No dejaba que la gente la usara en mi presencia».

El vecino condenado a muerte

La brutalidad de los supremacistas blancos subió de tono ese mismo año. Su vecino Jeremiah Reeves, alumno de Booker T Washington, que solo tenía 16 años, fue condenado a muerte por un jurado totalmente blanco por la violación de una mujer blanca. Reeves se había retractado de una confesión, hecha bajo coacción, lo que provocó la intervención de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP).

Colvin sigue pensando en su antiguo compañero de clase hasta el día de hoy. Fue ejecutado en la silla eléctrica poco después de cumplir 22 años. Recuerda su buen aspecto, sus impolutas camisas blancas y zapatillas de deporte y su especial talento como batería de jazz. A menudo le veía tocar en el centro comunitario de King Hill. «Todo el mundo veía la injusticia, el doble rasero», recuerda.

«En la época en que Jeremiah estaba en el corredor de la muerte, los hombres negros decían: ‘No mires a una mujer blanca que veas caminando por la calle… cruza la calle y finge que tienes que atarte los cordones. No mantengas contacto visual con las mujeres blancas'».

El caso de Reeves fue la primera vez que Colvin vio a la NAACP en acción. En la escuela, la animaron a cultivar el pensamiento crítico y comprometido con la difícil situación de los ciudadanos negros. Aprendió sobre el levantamiento Mau Mau en Kenia; le enseñaron literatura, desde Edgar Allan Poe (su autor favorito) hasta poetas negros como Paul Laurence Dunbar.

En los días previos a que se negara a dejar su asiento, su profesor pidió a los alumnos que escribieran una redacción durante lo que se llamaba entonces «semana de la historia de los negros». El tema de la redacción era «¿Cómo te sientes como estadounidense?»

El título de la tarea le causó una profunda impresión. «No nos consideraban estadounidenses», dice, con una voz que todavía se corta de rabia. «Nos consideraban negros. Y la clase dirigente nos trataba como ciudadanos de segunda clase». Escribió sobre la injusticia del caso de Jeremiah Reeves.

El asalto al Capitolio «es una muestra del miedo de los blancos»

Todavía hoy Colvin recuerda el sonido de la puerta de la celda cerrándose tras ella después de su reacción en el autobús. El miedo que sintió sola dentro de la cárcel. Las oraciones que recitó antes de ser puesta en libertad.

Los acontecimientos del 2 de marzo de 1955 siguen siendo motivo de gran orgullo, pero también de un trauma para ella. Ya no sueña directamente con sus experiencias de aquel día, pero después de todos estos años sigue teniendo sueños recurrentes de ansiedad: de quedarse fuera, tratando de encontrar una dirección o un código de entrada a un edificio que ha olvidado. «Creo que está relacionado con el cierre de las puertas, pero también con el hecho de no poder entrar en los sitios [durante la segregación]».

Aunque ahora está acostumbrada a que los periodistas le pidan que recuerde los detalles, rara vez habla de ello con sus amigos de la época. Pero habla habitualmente con su prima Aileen, que visitó a Reeves en el corredor de la muerte. «No hablamos de todas las penurias», dice. «Intentamos hablar de las cosas de la adolescencia: su primer novio; quién se convirtió en la reina del campus; quién tenía dinero. No pensamos en todos esos blancos». Pero la última vez que Aileen la llamó fue para hablar del asalto al Capitolio del 6 de enero, tras la victoria electoral de Biden. «Estaba muy dolida», recuerda Colvin. «Dijo: ‘Sabía que los blancos estaban enfadados, que estaban enfadados en los años 60. Pero nunca pensé que fueran tan salvajes'».

¿La turba de simpatizantes de Donald Trump le recordó a la discriminación que vivió durante la época de los derechos civiles? «Para mí, es una muestra del miedo de los blancos. Ira y miedo», dice, argumentando que la proliferación de tecnología e información accesibles ha cambiado fundamentalmente la dinámica del poder en Estados Unidos y en todo el mundo. «Los blancos se han salido con la suya por el color de su piel, y ya no van a poder salirse con la suya. Por eso dijo: ‘Make America Great Again’; ese día ha terminado. Ese día se lo llevó el viento. Ese día nunca volverá. Porque la gente, incluso en la parte más pobre de África… ahora ha tomado consciencia».

La amistad con Rosa Parks

Aunque la detención de Colvin causó un gran revuelo en los medios de comunicación locales en 1955, la campaña local por los derechos civiles, dirigida por un pastor de Montgomery entonces poco conocido llamado Martin Luther King Jr, la marginó. Esto lo atribuye a una combinación de factores: su edad, su género, su tono de piel más oscuro y el hecho de que unos meses después se quedara embarazada sin estar casada.

Pero inmediatamente después de su detención, Colvin fue abordada por Parks, secretaria de la NAACP de Montgomery y costurera. Fueron amigas brevemente. Colvin se quedaba de vez en cuando en casa de Parks y servía de maniquí para los vestidos de novia que esta cosía. «Rosa era igual que su nombre, de voz suave, de tono suave», describe, imitando a Parks y alargando cada palabra: «‘Claudette… conocí a tu madre, Mary Jane. Y cuando recibí la noticia de que te habían detenido, me dolió mucho. Te metieron en una cárcel en vez de en un centro de menores'».

En aquel momento, a Colvin no le importó que Parks se convirtiera en el rostro del boicot a los autobuses nueve meses después. Se alegró de que los adultos de su comunidad siguieran sus pasos y se plantaran. Pero el recuerdo también la lleva en una dirección diferente.

«Ellos [los líderes locales de los derechos civiles] querían a alguien, creo, que impresionara a los blancos, y que fuera un icono. ¿Sabe a qué me refiero? Como la gran estrella. Y no pensaron que una adolescente de piel oscura, de bajos ingresos y sin el graduado pudiera contribuir», dice. «Es como leer una vieja novela inglesa cuando eres el campesino, y no te reconocen».

La demanda civil que llegó al Supremo

Cuando llevaban dos meses de boicot, su abogado, Fred Gray, le planteó una demanda civil que se convertiría en el caso Browder contra Gayle. La sentencia, que llegó hasta el Tribunal Supremo, determinó que la segregación en los autobuses era inconstitucional según la 14ª enmienda a la Constitución.

Colvin fue una de las cuatro demandantes y testificó ante el tribunal pocos meses después de dar a luz a su hijo, Raymond. Como otros episodios de esa época, lo recuerda todo con claridad. El olor del café, la oración que rezó con su familia antes de ir al tribunal. Se enfrentó a un interrogatorio hostil por parte del fiscal blanco de la ciudad, Walter Knabe, pero se convirtió en la testigo estrella entre los cuatro principales demandantes.

La estrategia legal de la ciudad había consistido esencialmente en presentar el boicot a los autobuses como un acto orquestado de subversión dirigido por influencias externas, en concreto por Martin Luther King, y argumentaron que los residentes negros de Montgomery estaban satisfechos con las leyes de transporte público. Colvin tenía sólo 16 años cuando subió al estrado, y en su biografía recuerda cómo rebatió el interrogatorio de Knabe. «¿Por qué dejaste de viajar en los autobuses el 5 de diciembre?», le preguntó. «Porque nos trataron mal, de forma grosera y desagradable», respondió ella.

Lo recuerda ahora con una sonrisa. «Era un poco como si estuviera en el escenario y tuviera que hacer mi mejor actuación, como si estuviera representando una obra de Shakespeare», recuerda. No obstante, cuando se emitió el veredicto, en junio de 1956, ninguno de los abogados con los que había trabajado se lo comunicó. Se enteró por las noticias.

Su historia, silenciada durante décadas

Colvin siguió buscando una oportunidad en Montgomery, todavía condenada al ostracismo por los líderes locales de la comunidad negra, mientras soportaba el racismo del sur. Abandonó sus sueños de convertirse en abogada de derechos civiles y a los 20 años se mudó a Nueva York y se convirtió en auxiliar de enfermería.

Durante décadas, su historia no se contó. No quiso hablar de ella con la comunidad en la que trabajaba, por miedo a que no la entendieran. Hasta que se jubiló no empezó a abrirse en público.

Hoy en día, se alegra de los sacrificios que hizo en su adolescencia. «Es como decía mi madre. Todo está escrito. Tu destino ya está escrito, planeado por Dios». Señala los éxitos de sus cinco nietos repartidos por todo el país. «Estoy viviendo los frutos de mi trabajo a través de ellos», dice.

Finalmente, Colvin ha reclamado con razón su lugar como protagonista de la lucha por la igualdad racial durante la era de los derechos civiles. Hay calles con su nombre en Nueva York y Montgomery. Antes de la pandemia, recorrió las escuelas para contar su historia.

«La historia de Claudette Colvin es un ejemplo universal de coraje», dice el alcalde de Montgomery, Steven Reed, que fue elegido en 2019, convirtiéndose en el primer alcalde negro de la ciudad. «Sigue siendo actual. A través de Claudette Colvin, tenemos la rara oportunidad de celebrar la tenacidad y la valentía poco comunes en alguien que era muy joven.»

Traducido por Emma Reverter

Publicado el 6 de marzo de 2021 – 22:19 h

Martín Villa y la justicia argentina

17 enero, 2021

Fuente: http://www.eldiario.es

  • En España se ha rechazado cualquier posibilidad de investigación y reparación para las víctimas. La querella ante la justicia argentina está siendo la vía, por el momento.
Concentración en Pamplona contra la impunidad del franquismo y por un juicio a Martín Villa

Javier Pérez Royo

3 de septiembre de 2020 22:23 h 

La casualidad ha querido que el mismo día que está previsto que Rodolfo Martín Villa tenga que declarar ante la jueza María de Servini desde la Embajada de Argentina en España, “The Guardian» haya publicado un pequeño ensayo en su sección Longreads firmado por Giles Tremlett con el título «Operation Condor», en el que analiza en qué consistió dicha operación de liquidación de militantes de izquierda en diversos países latinoamericanos con la utilización de torturas, secuestros, asesinatos y desapariciones. Analiza las dificultades con que se han encontrado las víctimas o sus familiares para conseguir el procesamiento de los autores de dichas prácticas que conseguían identificar, ya que en todos los países implicados en la Operación Cóndor se dictaron leyes de amnistía, que hacían inicialmente imposible su persecución ante los tribunales de justicia. Y describe el proceso tan difícil a través del cual se consiguió derribar el muro de la amnistía e iniciar el procesamiento de los implicados en dicha operación, proceso en el que ocupan un lugar destacado un juez y un fiscal españoles, Baltasar Garzón y Carlos Castresana. Todavía queda mucho camino por recorrer, pero el muro de la impunidad ha sido derribado. Excepto en Brasil.

Quien haya leído “El Holocausto Español” de Paul Preston, por mantenernos dentro del marco de referencia británico, y compare lo que en ese libro se desvela con la información que transmite Giles Tremlett en su pequeño ensayo en The Guardian, comprobará inmediatamente que la Operación Cóndor queda muy lejos del genocidio que se produjo en España como consecuencia de la rebelión militar liderada por el General Franco contra el Gobierno democráticamente constituido de la Segunda República, que conduciría a una guerra civil y a una dictadura de cerca de 40 años. La diferencia en magnitud de la Operación Cóndor respecto del holocausto español es enorme. Tanta que lo cuantitativo se convierte en cualitativo. No son comparables las dictaduras argentina o chilena con lo que fue el Régimen del General Franco.

Tanto es así, que en España el muro de la impunidad sigue en pie. No se ha residenciado ninguna conducta de los autores del genocidio ante los tribunales de justicia, porque en España la ley de amnistía sí les ha proporcionado protección efectiva. La justicia española se ha negado reiteradamente a considerar que podía iniciarse siquiera una investigación. Como subrayó el relator de Naciones Unidas, Pablo de Greiff, la actitud omisiva de la justicia española carece de cualquier justificación objetiva y razonable. Pero en esas seguimos.

Parece que empiezan a abrirse grietas en ese muro. Y si la justicia española tuvo un papel clave en la quiebra del muro de la impunidad en Argentina y Chile fundamentalmente (la italiana en Uruguay), ahora es la justicia argentina la que puede ocupar ese lugar respecto de la impunidad en España.

Es obvio que no es esta la mejor manera de enfrentarse con un problema de la magnitud del holocausto franquista. Lo suyo hubiera sido que se hubiera hecho un ajuste de cuentas como el que se hizo en la República Federal de Alemania con el pasado nazi. Pero esto en España ha resultado inimaginable. En España se ha rechazado cualquier posibilidad de investigación y de reparación para las víctimas. El poder judicial en bloque se ha negado a contemplar siquiera esta posibilidad.

En tales circunstancias, la necesidad de buscar justicia y reparación se ha tenido que abrir camino como ha podido. La querella ante la justicia argentina está siendo, por el momento, la vía. Y en una querella hay que individualizar conductas y acumular pruebas sobre el carácter delictivo de dichas conductas. Es a través de «rendijas» como ha tenido que atacarse el muro, porque de frente ha resultado imposible hacerlo.

La consecuencia de ello es que la persona procesada puede no ser la que mejor ejemplificaría lo que fue la operación de genocidio que se activó en España con la rebelión militar de julio de 1936. Es verdad que la Transición no fue una operación de genocidio, pero también lo es que un componente importante de la Transición fue el encubrimiento y exención de responsabilidad de la operación de genocidio que practicó el Régimen del General Franco. Y en esa tarea de encubrimiento y exención de responsabilidad, Martín Villa sí tuvo un papel destacado. Si se hubiera seguido la senda indicada por Pablo de Greiff, posiblemente Martín Villa no tendría que declarar hoy ante la jueza María de Servini.

También Iñaki Urdangarín ha sido el único miembro de la Casa Real procesado y condenado por corrupción. Por lo que se va sabiendo, incluso a través de Comunicados de la Casa Real, la conducta corrupta de Iñaki Urdangarín es incomparablemente menor que la presunta conducta corrupta de Juan Carlos I. Y sin embargo, el primero está condenado y respecto del segundo se está intentando levantar un muro de impunidad, que le exima de toda responsabilidad. Si respecto de la conducta del Rey Juan Carlos I los poderes públicos y los medios de comunicación se hubieran comportado de otra manera, Iñaki Urdangarín no estaría en la cárcel.

Si no se hubiera interpuesto el muro de la ley de amnistía, de manera, además, anticonstitucional, ya que con el «mandato interpretativo» del artículo 10.2 de la Constitución, no cabe la interpretación que se ha hecho de la misma por el poder judicial español, estaríamos en otro escenario.

Pero estamos en el que estamos. Con manifiestos a favor del Rey emérito y con cartas de los expresidentes del Gobierno (ahora entiendo por qué no han firmado el Manifiesto de exministros) a la jueza María de Servini en defensa de Martín Villa.

La Transición fue “»inmaculada». Esto tiene que mantenerse a toda costa, porque en dicho carácter inmaculado descansa la legitimidad del sistema político articulado mediante la Constitución de 1978. Que ello comporte extender la inviolabilidad a conductas presuntamente delictivas en la Jefatura del Estado, que no tienen nada que ver con la función constitucionalmente atribuida a la misma o convertir la ley de amnistía en una «ley de punto final», es una consecuencia insoslayable. El carácter inmaculado de la Transición no se puede poner en duda.

El riesgo de esa opción salta a la vista. En este país tan taurino, sería recomendable que se recordara la primera ley de la tauromaquia.

Sobre este blog

Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.

Publicado el 3 de septiembre de 2020 – 22:23 h

La sobreexplotación de Venecia demuestra por qué el turismo debe cambiar en la era pos-COVID

5 noviembre, 2020

Fuente: http://www.eldiario.es

Neal E Robbins

Periodista independiente y escritor — 21 de junio de 2020 20:58h 

Antes de la aparición de la COVID-19, la industria turística era el sector que generaba más empleo en todo el planeta, dándole trabajo a una de cada once personas. Y seguramente la industria se recupere cuando termine la emergencia sanitaria, ¿pero debería volver a ser todo como antes? Quizás ahora sea por fin el momento de repensar cómo debería ser el turismo.

Antes del brote de coronavirus, se calculaba que en 2030 la cifra de turistas a nivel mundial alcanzaría las 1.800 millones de llegadas internacionales. En 1950, la cantidad era de 25 millones. Ese impresionante aumento tiene dos caras. Por un lado, el turismo genera empleo y a menudo ofrece una forma de sustento económico a sitios alejados o históricos. Sin embargo, la sobreexplotación turística se ha convertido en un verdadero problema para destinos más delicados, como Machu Picchu en Perú, y muchos centros históricos urbanos, como el de Nueva Orleans o el de Dubrovnik. También es el caso de la ciudad que más conozco: Venecia. Allí, los 30 millones de visitantes anuales suponen una gran presión para los residentes, el patrimonio histórico y el medio ambiente. Así, el turismo se convierte en una fuerza corrosiva.

En los años previos al brote de coronavirus, pasé muchos meses en la ciudad de los canales entrevistando a los venecianos sobre su vida y su cultura. En todos los casos, lo primero que querían contarme era cómo el turismo masivo había afectado a su estilo de vida: desde los años 90, el turismo fue expulsando a los vecinos, las calles y las plazas se fueron abarrotando hasta un punto peligroso, los precios de los alquileres residenciales se pusieron por las nubes y los pequeños negocios locales se destruyeron.

Ahora, los únicos comercios que funcionan son los que venden bocadillos, recuerdos turísticos y poco más. Los turistas arrogantes se atreven a meterse en sitios religiosos mientras se están llevando a cabo bodas, bautismos y funerales. Los lazos sociales que alguna vez existieron en Venecia, su ritmo de vida, incluso su vibrante actividad artesanal, ahora son prácticamente imagen del pasado.

Además de todo eso, los millones de turistas que visitan Venecia suponen una enorme presión para el medio ambiente, ya que generan montañas de desechos y provocan un uso excesivo de los vaporetti (autobuses y taxis acuáticos). También suponen un tránsito desmedido por los edificios históricos, con la gente humedeciendo con su respiración las obras de arte. Los cientos de cruceros –barcos de turismo masivo que llegan a alojar hasta a 4.000 pasajeros– contribuyen a la contaminación del aire y generan un impacto en el delicado medio ambiente acuático.

La población de Venecia, que se calculaba en 170.000 personas después de la Segunda Guerra Mundial, ha caído a los 52.000 habitantes actuales. Los residentes que quedan se siguen sintiendo afortunados por vivir en una ciudad con tanta belleza y muchos creen que su cultura subsiste, a pesar de los embates que ha sufrido. Pero también se lamentan por todo lo que han perdido y muchos eligen marcharse a hogares en el continente, unos 1.000 residentes al año. Se calcula que en 2030, Venecia se habrá quedado sin venecianos, es decir, sin una cantidad significativa de residentes permanentes.

No es exagerado decir que el turismo masivo –sumado a otros problemas que existen en la ciudad, como el mal manejo de las cuestiones medioambientales, la corrupción, el inmovilismo política y ahora la emergencia climática– está llevando a esta comunidad, la laguna y el fabuloso patrimonio histórico al borde del colapso.

Para Venecia, el turismo era una forma benigna de sustento económico hasta que el mundo dio un giro hace unos 30 años, cuando un nuevo orden económico favoreció los vuelos de bajo coste, las comunicaciones y aceleró la globalización. Cuando se le cedió el control de la ciudad al mercado, con pocos controles, Venecia se convirtió en un activo que explotar. En los años 90, cambios regionales en las leyes italianas permitieron un desenfrenado comercio inmobiliario que profundizó los efectos del turismo masivo.

Sin embargo, los venecianos todavía creen que pueden salvar su ciudad y muchos luchan por ella, reclamándole a los políticos más acciones. Quieren que se controle la cantidad de turistas y que se aprueben leyes sobre las operaciones inmobiliarias y los alquileres para poner fin al dominio de los alquileres temporales como los de la plataforma Airbnb, que expulsan a los vecinos de la ciudad. Quieren que se priorice el alquiler residencial a precios sostenibles y que se generen más empleos mediante la diversificación económica. Quieren medidas ecológicas, especialmente la prohibición de los cruceros de gran tamaño y un mejor tratamiento de las aguas de la laguna, algo vital para la vida de la ciudad.

Durante los meses de respiro que ha dado el brote de COVID-19 a la ciudad, cuando las calles de pronto se vieron vacías, los vecinos recuperaron su tranquilidad perdida, y los peces, cisnes y cormoranes regresaron a los canales, estas cuestiones quedaron en primer plano. Sobre todo prendió la esperanza de que este momento tan difícil para el mundo pudiera convertirse en un punto de inflexión.

Lo que necesita Venecia, y muchos otros destinos turísticos, es un nuevo turismo, uno que beneficie a los residentes, no uno organizado según las exigencias de los especuladores, los comerciantes y los turistas. Los visitantes debemos dejar de pensar el turismo como un derecho incuestionable y verlo como parte de nuestra responsabilidad de sostener la vida en nuestro planeta. Para esto, se tiene que poder poner límite a la cantidad de turistas.

Hace falta una nueva mentalidad para pensar el turismo en la era poscoronavirus. Quizá ya no podremos visitar sitios de manera tan informal. Quizás tendremos que sacrificar la libertad de llegar en cualquier momento y visitar todo lo más rápido posible o por los medios que más nos convienen. Tendremos que aceptar vivir –y hacer turismo– a menor velocidad.

Más allá de eso, tenemos que poner fin a nuestra pasividad como turistas y ver cada sitio como nuestro hogar, no solo como atracciones turísticas. Deberemos adaptarnos a las costumbres locales y no visitar lugares cuyas autoridades solo respondan a intereses económicos y no protejan los medios de vida locales y el medio ambiente. Una perspectiva ecológica ayudará a que destinos delicados sobrevivan y permitirá que obras maestras como Venecia subsistan por muchas generaciones más.

*Neal E Robbins es autor de ‘Venecia, una Odisea: Esperanza e Indignación en la icónica ciudad’, que será publicado este próximo julio.

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La distancia social: lecciones de la pandemia de 1918

17 septiembre, 2020

Fuente: http://www.eldiario.es

Nancy K. Bristow 2 de mayo de 2020 21:47 h 

En Estados Unidos, manifestantes armados han exigido que se pongan fin a las medidas de distanciamiento social. En Brasil, donde el presidente del país se ha unido a las protestas en contra de las medidas, algunos centros comerciales han reiniciado su actividad. A lo largo y ancho del mundo, se han oído voces que piden a las autoridades un menor control y que flexibilicen las medidas tan pronto como sea posible.Lecciones de la pandemia de gripe de 1918 sobre la búsqueda de un medicamento eficaz para el coronavirus.

Sin embargo, tal vez nos conviene fijarnos en otro momento parecido de nuestra Historia. En los últimos días, se han publicado en las redes sociales unas sorprendentes imágenes de tablas y gráficos científicos de la pandemia de gripe de 1918. Aunque estos diagramas dibujados a mano puedan parecernos arcaicos, son una jarra de agua fría para los partidarios de una desescalada demasiado rápida y de levantar unas medidas que afectan a muchas personas de muchos países del mundo.

En 1918, una pandemia de gripe azotó al mundo entero, en distintas oleadas. En Estados Unidos, es probable que el brote se iniciara en los estados del medio oeste, y luego se expandiera por el resto de un país en guerra. Rápidamete, los soldados llevaron la enfermedad a Europa. Primero, se contagiaron los soldados europeos y más tarde todo el continente.

Sin embargo, la pandemia solo había comenzado. A finales de agosto de ese año, un segundo brote, mucho más letal, sacudió prácticamente de forma simultánea al litoral de Estados Unidos, Francia y Sierra Leona, y desde esos lugares se expandió por el mundo entero. A este segundo brote le siguió un tercero. Cuando el virus empezó a perder intensidad en 1920, había golpeado a unos 500 millones de personas y había matado entre 50 y 100 millones de personas. Estados Unidos registró unas 675.000 muertes.

Cuando en 1918 los científicos se enfrentaron a esta plaga, carecían de la tecnología necesaria que les permitiera ver el virus que lo causaba. Sin embargo, la revolución bacteriológica del siglo XIX proporcionó a las autoridades médicas y sanitarias de Estados Unidos la confianza suficiente para llegar a la conclusión de que se trataba de una enfermedad contagiosa.

En el ámbito nacional, el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos fomentó campañas educativas e impulsó, cuando lo creyó necesario, medidas de control sobre la población. Era competencia de las autoridades de los estados, del condado y de los municipios tomar las decisiones sobre cómo gestionar la pandemia. Las elecciones que tomaron fueron determinantes.

Las autoridades sanitarias tenían a su disposición una serie de medios para gestionar esta crisis de salud pública. Comenzaron por formar a la población sobre hábitos básicos de higiene, como lavarse las manos y cubrirse la boca al toser y estornudar.

El servicio de salud pública imprimió millones de folletos con información sobre la enfermedad y recomendó una serie de medidas para evitar y tratar la enfermedad. La Cruz Roja de Estados Unidos publicó su propia circular en ocho idiomas diferentes. Muchas comunidades aprobaron leyes que prohibían a los ciudadanos escupir en la calle, así como compartir tazas en espacios públicos como aulas y estaciones de tren, una costumbre que todavía existía en la época.

Estas fueron las medidas fáciles de impulsar. Siguieron otras, como la que fomentó una mejor ventilación en los tranvías. Para evitar grandes concentraciones de personas, algunas ciudades impulsaron unos horarios escalonados de trabajo y en los comercios. Pero la gripe siguió golpeando con fuerza y se establecieron controles más estrictos. A menudo se prohibieron las reuniones públicas y se ordenó el cierre de todos los negocios y actividades, incluso bodas y funerales, excepto los más esenciales. Algunas ciudades intentaron exigir el uso de mascarillas. Otras, obligaron a los enfermos a hacer cuarentena. En algunas ciudades incluso se probaron vacunas nuevas que todavía estaban en fase experimental.

Los modelos de gestión de Filadelfia y Seattle

Sin embargo, la lección que nos resulta más útil surge de la comparación de la gestión de las ciudades de Filadelfia y Seattle. Filadelfia, a pesar de tener alguna advertencia de que la pandemia se avecinaba, prácticamente no se preparó. Aunque la vecina Boston estaba sitiada a finales de septiembre, Filadelfia mantuvo su actividad. El 28 de septiembre organizó un desfile para celebrar el lanzamiento del Cuarto Préstamo de la Libertad; una campaña de emisión de bonos para apoyar los gastos bélicos de Estados Unidos.

Tres días más tarde, la ciudad registró 635 nuevos casos de gripe, y la situación empeoró. Aunque entonces intentó impulsar medidas para frenar la pandemia, la ciudad quedó desbordada. Las instalaciones sanitarias, que ya estaban al límite debido a la guerra, quedaron sobrepasadas. Las morgues se desbordaron, no se pudo suministrar esa elevada cantidad de ataúdes y las autoridades tuvieron que recurrir a las fosas comunes. Filadelfia registró una de las tasas de mortalidad más altas del país.

En cambio, la gestión de Seattle fue completamente distinta. El 20 de septiembre, el responsable de salud, el doctor J.S McBride, reconoció que «no era improbable» que la gripe llegara a la ciudad y advirtió a la ciudadanía que, si esto pasaba, sería necesario aislar a los enfermos. Cuando los soldados del cercano Campamento Lewis contrajeron la gripe, el campamento fue puesto en cuarentena. El 4 de octubre, se supo que un gran número de estudiantes de la escuela naval de la Universidad de Washington había contraído la gripe. En dos días, la ciudad, a pesar de la gran oposición en contra de estas medidas, cerró las escuelas, prohibió los servicios religiosos y cerró muchos espectáculos públicos. Se prohibieron las aglomeraciones en los negocios que seguían abiertos.

En los días siguientes, se impulsaron otras medidas. Las autoridades decidieron transformar un hotel de la ciudad en un hospital de emergencia. Escupir en público pasó a ser un acto castigado con penas de cárcel y mal visto por la sociedad. Era obligatorio el uso de mascarillas, se redujeron las horas de apertura de los negocios, y se establecieron nuevas restricciones para aquellos negocios que seguían abiertos.

Aunque en un inicio McBride había previsto que la pandemia perdiera fuerza en menos de una semana, mantuvo las restricciones, incluso cuando la cifra de contagios comenzó a disminuir. Finalmente, el 11 de noviembre, la ciudad y el estado Washington anunciaron que los negocios podían reiniciar la actividad y que ya no era necesario el uso de mascarillas. La ciudad pronto tuvo que hacer frente a un nuevo brote de gripe. Una vez más Seattle actuó, esta vez poniendo en cuarentena a los enfermos. Como resultado de estas acciones, Seattle registró una de las tasas de mortalidad más bajas de la Costa Oeste, sustancialmente inferior a la de Filadelfia.

Obviamente, muchos se opusieron a las medidas impuestas por las autoridades estadounidenses durante la pandemia de gripe de 1918. Los líderes religiosos indicaron una y otra vez que, en el contexto de una pandemia, eran necesarios los servicios de culto para atender a las necesidades de sus feligreses.

Por otra parte, los propietarios de negocios también lucharon con uñas y dientes para poder permanecer abiertos. Los propietarios de teatros cuestionaron la legalidad de los cierres y fueron muchos los que se opusieron al cierre de las escuelas. En San Francisco incluso surgió una «liga antimascarillas».

Las autoridades que no se doblegaron son las que obtuvieron mejores resultados. Estudios de académicos del Centro de la Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan y de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades evidencian que la imposición «temprana, sostenida y estratificada» de intervenciones no farmacológicas como el distanciamiento social funcionó en 1918, ralentizando el ritmo de la pandemia y reduciendo las tasas de mortalidad.

Y Seattle y Filadelfia ofrecen una dura lección: la imposición de medidas de confinamiento, así como la obligatoriedad de las mascarillas y la cuarentena de las personas contagiadas, tanto enfermas como asintomáticas, salva vidas. Pueden hacerlo de nuevo, si encontramos el valor y los recursos para mantenerlas.

Nancy K. Bristow es profesora de Historia en la Universidad de Puget Sound y es la autora de American Pandemic: The Lost Worlds of the 1918 Influenza Epidemic and Steeped in the Blood of Racism [La pandemia estadounidense: Los mundos perdidos de la epidemia de gripe de 1918 y Empapados en la sangre del racismo (publicado en julio de 2020).The Lost Worlds of the 1918 Influenza Epidemic and Steeped in the Blood of Racism

Traducido por Emma Reverter

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Publicado el 2 de mayo de 2020 – 21:47 h

Cuatro lecciones de la gripe de 1918 que se pueden aplicar al brote de coronavirus

5 agosto, 2020

Fuente: http://www.eldiario.es

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Hannah Devlin

Se calcula que la (mal) llamada ‘gripe española’ mató a entre 50 y 100 millones de personas durante su implacable paso por el mundo entre 1918 y 1919, una cifra que duplica las víctimas mortales de la primera guerra mundial. Dos tercios de las víctimas murieron en un solo trimestre y la mayoría tenían entre 18 y 49 años.

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¿Qué lecciones podemos extraer de la pandemia más mortífera del mundo ahora que el mundo trata de contener la enfermedad causada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2?

1. Cómo no nombrar una pandemia

En la primavera de 1918, los soldados que luchaban en Europa en ambos frentes empezaron a enfermar de un nuevo tipo de gripe. La enfermedad parecía peor que la gripe estacional, y se culpó a las condiciones miserables de las trincheras. (En EEUU ya se habían producido muertes en la base militar de Camp Fuston, en Kansas). Con el objetivo de no mostrar ninguna debilidad al adversario, Gran Bretaña, Francia y Alemania mantuvieron el brote en secreto. Solo cuando la enfermedad golpeó a España, un país neutral, surgieron las primeras informaciones sobre la enfermedad con precisión. Por este motivo, la pandemia fue bautizada como «la gripe española».

De hecho, es bastante frecuente caer en el error de identificar a las enfermedades como procedentes de un país o de un grupo étnico –el brote de gripe porcina de 2009 se denominó en un primer momento «gripe mexicana»– y esta denominación suele generar estigmas y racismo. En España, «el nombre fue ofensivo durante mucho tiempo», explica la profesora Julia Gog, una matemática que investiga las dinámicas de la gripe en la Universidad de Cambridge.

«Cuando damos conferencias sobre esa pandemia, somos muy cuidadosos y siempre hablamos de la gripe de 1918. Es imposible que esa gripe se originara en España. De hecho, se suele decir en broma que cuando se cree que una epidemia ha surgido de un lugar concreto lo más probable es que no sea así, salvo en el caso del coronavirus y Wuhan, que podría ser cierto». Cuando la OMS bautizó la enfermedad causada por el nuevo coronavirus como COVID-19, lo hizo intencionadamente, para no hacer referencia a ninguna persona, lugar o animal y con el objetivo de evitar el estigma.

2. Decir la verdad a la población

El azote de la gripe de 1918 coincidió con la Primera Guerra Mundial, por lo que las autoridades se mostraron inusualmente interesadas en evitar más alteraciones en la sociedad o golpes a la moral nacional. Durante la mayor parte de la crisis, las autoridades aseguraron a la población que la enfermedad no revestía gran importancia.

En junio de 1918, después de que esta enfermedad sacudiera a la población de Reino Unido, el Daily Mail explicó a sus lectores que la gripe no era peor que un simple resfriado, que la población no «tenía nada que temer» y que debía mantener una «actitud alegre ante la vida». Por su parte, en un inicio el periódico The Times no solo habló de forma casual sino también jocosa sobre la crisis, hasta que empezó a criticar la pasividad de las autoridades.

«Todas las epidemias siguen este patrón inicial en el que se niega o se resta importancia a la amenaza, hasta que llega un momento en el que es imposible seguir ignorando la gravedad de la situación», señala Mark Honigsbaum, historiador médico de City, Universidad de Londres. Cree que es preocupante la forma en la que algunos líderes políticos han minimizado la gravedad del coronavirus ya que esta actitud puede sentar las bases de la respuesta del público y el hecho de que se sigan o ignoren los consejos de las autoridades sanitarias. «Tenemos que tomarnos esto un poco más en serio. Estoy sorprendido por la actitud complaciente de los políticos».

3. Los efectos del movimiento descontrolado

Las inusuales circunstancias de la Primera Guerra Mundial invirtieron el patrón normal de movimiento humano en una pandemia. Las personas más enfermas no permanecieron en el hospital donde habían sido diagnosticadas, sino que muchas fueron enviadas a casa desde el frente, lo que pudo haber contribuido a la rápida propagación de la enfermedad. Y muchos países se esforzaron por buscar un equilibrio entre el interés nacional en tiempos de guerra y la salud pública.

En Nueva Zelanda, que tardó en tomar medidas drásticas contra los buques que entraban y salían de sus puertos, a finales de 1918 casi el 1 % de la población murió en un plazo de dos meses, lo que provocó brotes aún peores en territorios del Pacífico como Samoa Occidental, donde murieron el 30 % de los hombres, el 22 % de las mujeres y el 10 % de los niños.

En cambio, el brote de coronavirus ha dado lugar a medidas draconianas en el día a día de la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha aplaudido la respuesta de las autoridades de China, un país que ha optado por cerrar ciudades enteras y suspender la actividad en empresas y centros de enseñanza. Se cree que estas medidas han evitado que se den cientos de miles de nuevos casos de COVID-19.

4. La posibilidad de un segundo brote

El primer brote de gripe en la primavera de 1918 no fue tan malo. Pero en agosto de 1918, cuando se extendió un segundo brote desde Francia por toda Europa, Estados Unidos y gran parte del mundo, el virus había mutado a una forma mucho más mortal y golpeó con más fuerza a la población de aquellas regiones que no habían estado expuestas y en las que, por tanto, la población tenía menos defensas contra el virus.

Los virus de la gripe se diferencian de los coronavirus por el hecho de que cambian constantemente sus genomas. Se transforman rápidamente de una cepa a otra, por lo que todos los años se necesita una vacuna distinta contra la gripe. Los coronavirus tienden a ser genéticamente bastante estables, por lo que los científicos no esperan un cambio repentino en la tasa de mortalidad de la enfermedad COVID-19. Pero la pregunta de si el coronavirus desaparecerá, reaparecerá en oleadas o se mantendrá como una enfermedad endémica aún no tiene respuesta.

Los virus cuya transmisión se ve fuertemente afectada por la temperatura y la humedad suelen aparecer en oleadas e inicialmente se esperaba que el nuevo coronavirus pudiera desaparecer en primavera y reaparecer el próximo invierno. Sin embargo, el patrón de propagación geográfica ha cuestionado esta primera suposición.

«En estos momentos, tanto Irán como Italia tienen temperaturas más altas que Reino Unido así que el argumento de que estaremos más protegidos frente al virus a medida que se acerque el verano no tiene sentido», indica Julia Gog. «Se desconoce cómo la temperatura y la humedad afectan a la transmisión pero es posible que no sea un virus intermitente, al menos no debido al clima».

La desaparición del virus y la posible reaparición dependerá también de si las personas que han sido infectadas quedan inmunizadas a largo plazo, lo que evitaría que el virus volviera en su comunidad. Una japonesa contrajo el virus en dos ocasiones, lo que plantea la posibilidad de que la inmunidad disminuya en las semanas o meses posteriores a la recuperación. Algunos expertos indican que, si este es el caso, la posibilidad de un segundo brote es más alta. Es algo que siguen de cerca a medida que el número de casos aumenta.

Traducido por Emma Reverter

Publicado el 6 de marzo de 2020 – 21:01 h

Un estudio internacional demuestra el vínculo entre la destrucción del medio ambiente y la violencia contra las mujeres

16 junio, 2020

Fuente: http://www.eldiario.es

El colapso climático y la degradación del medio ambiente a escala mundial propician un aumento de la violencia contra las mujeres y las niñas. La explotación obstaculiza a su vez los esfuerzos por combatir la crisis, de acuerdo con un informe global publicado recientemente.

Los esfuerzos por reparar el deterioro del medio ambiente y adaptarse a la crisis climática, en particular en los países más empobrecidos, están fracasando, y se están desperdiciando recursos porque no se tienen en cuenta la desigualdad de género y el impacto negativo del cambio climático sobre las mujeres y las niñas.

En este sentido, los activistas reclaman a los Gobiernos y a las instituciones a que aborden la crisis climática desde una perspectiva de género e indican que cualquier estrategia sobre protección del medio ambiente debe tener en cuenta las consecuencias del cambio climático sobre las mujeres y las niñas.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) integrada por organizaciones ecologistas e instituciones oficiales– ha elaborado el que se considera el estudio más ambicioso y exhaustivo sobre esta cuestión hasta la fecha. Para la investigación, que ha durado dos años, se han consultado más de 1.000 fuentes distintas.

«Del estudio se desprende que la violencia de género es omnipresente, y se constata que el cambio climático intensifica la violencia de género», señala Cate Owren, una de las principales autoras del informe. «A medida que aumenta la degradación ambiental y la presión sobre los ecosistemas, se generan problemas de escasez y de presión para las personas, y la evidencia muestra que, donde las presiones ambientales aumentan, la violencia de género también aumenta».

Seis de cada 10 personas que respondieron a una encuesta de la UICN, con más de 300 respuestas de organizaciones de todo el mundo, reconocieron haber constatado episodios de violencia de género contra defensoras de los derechos ambientales, las migrantes y refugiadas ambientales, y en zonas donde se estaban produciendo delitos ambientales y degradación del medio ambiente. La investigación ha dejado al descubierto más de 80 estudios de caso que muestran claramente esos vínculos.

«Es una barrera omnipresente en la lucha climática»

La violencia de género incluye la violencia doméstica, la agresión sexual y la violación, la prostitución forzada, el matrimonio forzado e infantil, así como otras formas de explotación de la mujer. El estudio constata que la trata de personas aumenta en las zonas en que el medio ambiente natural está sometido a tensiones, y que existen vínculos entre la violencia de género y los delitos ambientales, como la caza furtiva de animales salvajes y la extracción ilegal de recursos.

«La violencia de género es una de las barreras más omnipresentes, pero de las que menos se habla, a las que nos enfrentamos en el trabajo de protección del medio ambiente y lucha contra el cambio climático», señala Owren. «Tenemos que abrir los ojos y prestar una mayor atención a este problema».

En el transcurso de la investigación, Owren halló abundantes casos que demuestran el estrecho vínculo entre la violencia de género y la explotación de las mujeres y las niñas, y la competencia por los recursos generada por los impactos del calentamiento global y la destrucción del medio ambiente natural por parte del hombre.

Uno de los ejemplos citados es el abuso sexual en la industria pesquera ilegal en el Sudeste asiático y en el África oriental y meridional los pescadores se negaban a vender pescado a las mujeres si no mantenían relaciones sexuales. La tala ilegal y el comercio de carbón vegetal en la República Democrática del Congo están vinculados a la explotación sexual, y en Colombia y Perú las minas ilegales guardan una estrecha relación con el aumento de la trata con fines de explotación sexual.

Mujeres trabajando en el campo en Uganda.
Mujeres trabajando en el campo en Uganda. MAGGIE ROTH PARA IUCN

También se han documentado numerosos ejemplos de violencia por motivos de género dirigida contra las defensoras y activistas del medio ambiente, que tratan de poner fin a la destrucción o degradación de las tierras, los recursos naturales y las comunidades. En este caso, los agresores utilizan la violencia sexual para reprimirlas, socavar su condición dentro de la comunidad y disuadir a otras activistas a levantar la voz.

El informe señala que, pese al estrecho vínculo entre crisis climática y violencia de género, son pocos los proyectos de protección y mejora del medio ambiente que abordan esta cuestión.

El calentamiento global ejerce presión sobre los recursos, ya que las condiciones meteorológicas extremas, incluidas las olas de calor, las sequías, las inundaciones y las tormentas más violentas, son cada vez más frecuentes y devastadoras. En la mayor parte del mundo, las mujeres ya están en desventaja y carecen de derechos sobre la tierra y de otros derechos, por lo que son vulnerables a la explotación. Es por ello que cuando a su situación de vulnerabilidad se suman las tensiones adicionales causadas por las crisis climática, son las primeras en verse afectadas.

Por ejemplo, en algunas comunidades, cuando la familia se enfrenta a dificultades agravadas por el clima, las jóvenes tienden a casarse a muy temprana edad. A nivel mundial, se cree que unos 12 millones más de niñas se han visto obligadas a casarse después de los crecientes desastres naturales, y se ha demostrado que los desastres relacionados con el clima aumentan la trata con fines de explotación sexual entre un 20 y un 30%.

Las mujeres y las niñas también soportan la carga de tareas como extraer agua y encontrar leña, bienes que cada vez son más escasos en muchas zonas debido al impacto ecológico de la lucha del ser humano por los recursos, lo que las expone a un mayor riesgo de violencia.

«La degradación del medio ambiente tiene una serie de consecuencias negativas sobre nuestra vida que es imposible ignorar, ya que afecta desde los alimentos hasta los empleos y la seguridad», dice Grethel Aguilar, directora general en funciones de la UICN. «Este estudio muestra que el daño que la humanidad está infligiendo a la naturaleza también está alimentando la violencia contra las mujeres en todo el mundo, un vínculo que hasta ahora se ha ignorado».

Un punto clave en las negociaciones climáticas

En la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima (COP) celebrada en Madrid el pasado mes de diciembre, activistas acusaron a los gobiernos de ignorar la difícil situación de las mujeres y los niños y las amenazas a las que se enfrentan.

Algunos gobiernos están empezando a incluir en sus políticas de protección del medio ambiente y desarrollo medidas de protección a las mujeres y las niñas, y en el transcurso de la conferencia celebrada en Madrid, la ONU presentó un plan de acción de género como parte de las negociaciones sobre el clima. Los activistas y algunos países esperan que se preste aún más atención a esta cuestión en las cruciales conversaciones sobre el clima que se celebrarán en noviembre en Glasgow, Reino Unido.

«El estudio pone de relieve el complejo pero claro vínculo entre los crecientes impactos del cambio climático y la violencia contra las mujeres y las niñas», afirma Bob Ward, director de política y comunicaciones del Instituto de Investigación Grantham sobre el cambio climático y el medio ambiente de la Escuela de Economía de Londres, que no ha participado en el informe.

Asimismo, destaca el papel que desempeñan las activistas para conseguir sensibilizar a la opinión pública mundial sobre estos problemas. «Ante el liderazgo ejemplar de mujeres activistas como Greta Thunberg, debemos reconocer que las vidas y los medios de vida de las mujeres y las niñas de todo el mundo se ven especialmente amenazados por el cambio climático», afirma Ward.

«En el proceso de transición hacia sociedades que generen cero emisiones de CO2 y sean resilientes al cambio climático, las mujeres y las niñas deben ser una prioridad de la estrategia que se lleve a cabo, y también debe ser prioritario protegerlas de las consecuencias directas e indirectas del cambio climático», prosigue.

El estudio también recuerda que «la acción conjunta para abordar las desigualdades de género puede brindar nuevas oportunidades para la lucha contra el cambio climático y el empoderamiento de la mujer», señala Mary Robinson, presidenta de la organización internacional The Elders y expresidenta de Irlanda.

«Debemos reconocer los efectos desiguales de la crisis climática en las mujeres, pero también que la participación de las mujeres trae consigo soluciones creativas y sostenibles tanto para la emergencia climática como para las injusticias sociales», indica Robinson. «Las medidas que intenten abordar el cambio climático y la degradación del medio ambiente sin la plena inclusión de las mujeres está condenada al fracaso: la igualdad de género es un prerequisito en el esfuerzo colectivo que se necesita para luchar contra la emergencia climática».

Traducido por Emma Reverter

La arriesgada apuesta de un museo alemán para desactivar a la extrema derecha local

27 May, 2020

Fuente: http://www.eldiario.es

Cuando Hilke Wagner, directora del museo Albertinum, caminaba rumbo a la inauguración de una exposición en la plaza del mercado en Dresde, esperaba encontrarse con un distendido encuentro de amantes de la cultura. No sucedió. En su lugar, ella y el resto de asistentes se vieron rodeados por un grupo de manifestantes de extrema derecha armados de megáfonos insultando a los organizadores de la muestra de escultura y a su autor, un artista alemán de origen sirio. Los llamaban traidores. Al regresar a la oficina hubo lágrimas. «No sabíamos qué hacer».

El sector cultural de Dresde vive en tensión debido al auge de la extrema derecha más radical. Wagner llegó en noviembre de 2014 a su puesto, la dirección del Museo Albertinum, una de las colecciones de arte más importantes de Europa cuando se trata de la obra que nace del romanticismo y llega a la contemporaneidad. Un mes antes de su incorporación al puesto había aparecido en las calles de la ciudad un movimiento de protesta antislámico, Pegida, que desde entonces no ha dejado de crecer en tamaño y extremismo hasta el punto de que el pasado mes de noviembre, el ayuntamiento de Dresde decidió declarar de manera oficial una «emergencia por nazismo».

En un clima político tan polarizado como el de hoy, los promotores culturales se enfrentan a una difícil elección. ¿Deben dialogar con las voces reaccionarias y asumir el riesgo de normalizarlas o, al contrario, boicotearlas y arriesgarse así a que se alejen más de los principios compartidos por la mayor parte de la ciudadanía?

Al frente del Albertinum, Wagner ha optado por una tercera vía: han convertido el problema en caso de estudio sobre el mejor modo en que las organizaciones artísticas pueden ganarse a esa porción hostil del público sin renunciar a sus ideales.

Desde su nombramiento, Wagner ha tratado de imprimir dinamismo a la escena del arte contemporáneo de Dresde y ha hecho hincapié en el pluralismo que destilan las colecciones del Albertinum. En una entrevista con Die Welt poco después de asumir el puesto explicó su intención: «dejar claro que nuestra cultura es resultado de una mezcla de culturas».

Pero más allá de los muros de arenisca del Albertinum, esa extrema derecha que no deja de crecer tenía otros planes. Del mismo modo que el movimiento Pegida mutó de una masa de pensionistas de abrigos color beis a otra de jóvenes identitarios vestidos de negro, el partido Alternativa por Alemania y (AfD) pegó un bandazo desde su inicial oposición al Euro para transformarse en un partido etnoreligioso en toda regla.

Muy centrado en el arte y su impacto social, AfD se ha manifestado contra cualquier programación multicultural y en defensa de una «cultura alemana predominante». Sobre todo en Dresde, el partido se comprometió a conservar el arte clásico alemán y a oponerse a los proyectos que considera «marginales y dirigidos a las minorías».

A medida que Wagner se asentaba en el puesto, la retórica en las calles de Dresde empeoraba. Recuerda un caso concreto. El momento en que Pegida decidió protestar contra los rescates de refugiados al grito de «¡que se hundan, que se hundan!». «Claro, en esa situación, una se desespera», dice.

Transformar el odio en diálogo

En septiembre de 2017, la guerra cultural se volvió personal. El detonante, un artículo de opinión en un periódico regional, el Sächsische Zeitung, en el que se criticaba a Wagner, que creció en la antigua República Federal, por su tratamiento del arte de la antigua Alemania del Este. Wagner señala que el artículo planteaba «cuestiones importantes y que llegaban con cierto retraso». Tres décadas después de la unificación alemana, alrededor del 98 % de los puestos de liderazgo del país los ocupan personas que crecieron en la antigua República Federal, en el Oeste. Para muchos, esa tendencia se refleja también en el tratamiento de la historia del arte alemán.

Pero a Wagner también le sorprendía lo subrepticio y vicioso de la manipulación con la que la extrema derecha se incorporó al debate. Dos días después de que se publicara el artículo, un miembro de AfD pidió en el parlamento una lista de las pinturas en exhibición en el Albertinum discriminadas por su origen. Quería saber cuántas venían del Este del país y cuántas del Oeste. También cuestiones relativas al nombramiento de Wagner y sus intenciones respecto a la expansión de la colección de arte contemporáneo del museo.

Lo que siguió fue una oleada de mensajes de odio pidiendo la salida inmediata de Wagner. Mucha gente comenzó a reconocerla y confrontarla en la calle. «Fueron demasiado odio y agresividad de golpe», recuerda Wagner. «Durante dos semanas, casi no salí de casa, me invadió la paranoia».

Wagner se cuida de las generalizaciones. No cree que todos los que la contactaron fueran simpatizantes de la extrema derecha. Pero también reconoce la incómoda proximidad entre la defensa de la herencia cultural local y la agenda de AfD. «Está claro que AfD se agarra a esto desde el populismo. Que quieren incrementar la división entre el este y el oeste de Alemania».

La reacción inicial fue poner distancia. «Al principio pensé que no podía quedarme», cuenta. Pero cuando levantó el teléfono y llamó a una de las personas que la atacaba «creí honestamente que ese primer contacto era producto del odio, que se trataba de una cuestión egoísta y quería dejar las cosas claras. Pero tuve una conversación realmente positiva. Me di cuenta de cuanto bien hacía. Me lo hacía a mí y a la otra persona».

Wagner se sintió reforzada y decidió llamar una por una a cada persona que había llamado o escrito cargada de odio. Menos una, todas eran hombres. «No había un sexismo explícito», señala «pero estoy segura de que es parte de la situación».

Esas conversaciones siguieron siendo constructivas. Quienes recibían esas llamadas se sorprendían cuando era ella quien iniciaba el contacto. Hablaron y escucharon. Se dieron pasos en dirección a una comprensión mutua. «No es que llegáramos a puntos de acuerdo pero limamos malentendidos. Entendí algunos de sus agravios», reconoce Wagner.

Otras instituciones del arte alemán han adoptado una política de puertas cerradas ante la extrema derecha. En Leipzig, un artista que simpatiza con AfD fue excluido de una exhibición anual de pintura. En Berlín, el director del teatro Friedrichstadt-Palast declaró que los votantes de AfD no son bienvenidos en sus actividades.

Pero en Dresde, donde la pertenencia a la extrema derecha es transversal, Wagner entiende que la obligación de una institución pública es diferente. Cree que «los votantes de Pegida y AfD están por todas partes. Son parte de las familias, son compañeros de trabajo, están en nuestra red de financiadores. ¿Dónde nos ubicamos si nos limitamos a decir que no nos hablamos?»

Vista del Albertinum Museum
Vista del Albertinum Museum WIKIMEDIA COMMONS

Wagner desarrolló una serie de diálogos y una estrategia en torno al Albertinum. El primer paso fue una invitación abierta a una serie de discusiones. En el atrio central del museo y al aire libre, pidió colocar mesas alargadas y a su alrededor varias filas de asientos. Participaron más de 600 personas entre las que había miembros de Pegida y se encontraban también muchos de quienes la habían atacado.

Dice que «al principio fue muy difícil» y que «hubo gritos, portazos, discusiones, y acusaciones pero evolucionó en la dirección correcta». Uno de los hombres que había enviado un mensaje de odio a Wagner se puso en pie y pidió disculpas. Otro dijo que se había sentido en el Albertinum como «si estuvieran en su sala de estar».

Ese ambiente de cercanía era fundamental para Wagner, que tituló la serie de debate Necesitamos hablar y explicó que encontró «importante establecer la sensación de que entablaban relaciones personales. Tuvimos participantes de todo el espectro político y con actitudes bien diferentes. Aprendimos mucho unas de otros».

Luego pasó a las estrategias de programación. Como muchos lugares, porosos al extremismo de la extrema derecha, la identidad de Dresde está marcada por experiencias traumáticas. Capital de Sajonia, fue una vez un importante polo económico que bullía entre el comercio y su arquitectura barroca. Pero en febrero de 1945 el 90% del centro de la ciudad fue destruido por bombardeos aliados que dejaron 25.000 personas muertas, la mayor parte de ellas mujeres y niños. Después, y tras una vuelta a la vida, tanto arquitectónica como industrial, liderada por el gobierno de la Alemania socialista, la reunificación alemana fue testigo de la pérdida de gran parte del empleo en la ciudad y de la enajenación entre gran parte de su juventud y el oeste del país.

Wagner quiere que de entre la serie de pérdidas que ha vivido la ciudad nazcan momentos de energía artística similares, por ejemplo, a los vividos durante el período abstracto del período de entreguerras, tan creativo. Y menciona nombres. «Kandinsky, Mondrian, Lissitzky fueron muy activos en la década de los 20. Quiero que los habitantes de Dresde recuerden aquella historia modernista y así alimentar apertura y orgullo hacia lo que sucedió aquí».

A lo largo de las series de diálogo, quedó claro que su público quería ver más obra de Alemania del este y piezas que reprodujeran la destrucción que la ciudad sufrió durante la guerra. Eso presentaba un dilema: Ambas temáticas han sido utilizadas por AfD para alimentar el victimismo del que se sirve.

La solución de Wagner no ha sido negarse a los derechos de quienes visitan el museo sino retar cualquier narrativa simplificadora o victimista aportando matices y contexto. Ha mostrado obras que reproducen la destrucción de Dresde junto a obras contra la guerra de autores de otros países como Maria Lassnig y Marlene Dumas. Una instalación de Wolfang Tillmans mostraba la destrucción de Dresde junto a la de Coventry. «Quería estar segura de que no aislábamos las obras, de que las mostrábamos al mismo nivel que otras perspectivas»

Wagner también respondió positivamente a quienes pedían más arte de la Alemania del este pero no aceptó el discurso patriarcal de la AfD y decidió enfatizar a las mujeres artistas. Una muestra seleccionado por Susanne Altmann mostró obras de 36 mujeres de Alemania del este y otros países del antiguo bloque soviético. Un año después, otra muestra va a centrarse en los ideales inclusivos de la Alemania del este y explicar sus vínculos con Sudáfrica, Mozambique y la India.

No todos están de acuerdo con las decisiones de Wagner. Poco antes de navidad asistió a un recital ofrecido en el atrio del museo por una organización de migrantes y refugiadas. Se emocionó. Mientras disfrutaba del concierto desde las galerías superiores, uno de los asistentes, un alemán, hacía gestos de desaprobación ante el coro multiétnico y decía «pobre Alemania».

Fue un recordatorio deprimente de los retos que enfrenta. Pero Wagner no tira la toalla. Para ella, es justo ese tipo de exposición pública lo que podría aportar a la consecución de una mejor cohesión social. «Como museo», dice «somos uno de los pocos lugares en los que aún pueden suceder este tipo de encuentros cara a cara».

Ya se detectan algunas muestras de que su determinación comienza a dar resultado. Wagner no ha recibido mensajes de odio desde enero. Hace poco se encontró en la calle con uno de los que la criticaban. «Dijo que me debía una carta bonita».

Traducido por Alberto Arce