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“El referéndum debilita la democracia”

16 febrero, 2018

Fuente: http://www.elpais.com

El autor conversa con el historiador Michael Ignatieff sobre el descrédito de la democracia. El canadiense, que durante un tiempo cambió la universidad por la política, sentencia: “El Estado es la solución, no el problema”.

Michael Ignatieff.
Michael Ignatieff. DANIEL VEGEL

Michael Ignatieff (Toronto, 1947), historiador, profesor universitario, intelectual comprometido, cosmopolita, que cambió durante un tiempo la universidad por la política, y volvió a la academia, es el nuevo Rector de la Central European University (CEU) de Budapest. La CEU es una institución académica de posgrado en inglés, de investigación y enseñanza avanzadas, cuyos rasgos distintivos, basados en las mejores tradiciones intelectuales de Norteamérica y Centroeuropa, son la diversidad internacional de sus estudiantes y profesores y el pensamiento crítico. Sus casi 1.500 estudiantes de máster y doctorado proceden de 110 países diferentes y hay profesores visitantes de 39 nacionalidades, entre los que me encuentro. Fundada por George Soros en 1991, es un modelo de educación internacional, de conocimiento en humanidades y ciencias sociales, y de compromiso con la construcción de sociedades libres y democráticas.

«Tras mi experiencia, hacer política y no solo pensar en ella, he acabado respetando a los políticos mucho más de lo que creía.»

Del enfoque interdisciplinario de la institución y su perspectiva global, sin olvidar las raíces nacionales, de la democracia, de la pasión por el conocimiento, de la crisis política y del compromiso de los intelectuales conversé con Ignatieff en su despacho en la mañana del pasado 24 de octubre.

PREGUNTA. Como historiadores, echamos la vista atrás y comprobamos que el consenso social democrático que funcionó en Europa durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial —y después de la caída del comunismo, del fin del apartheid, de las dictaduras en Latinoamérica…— se ha roto. Todas las certezas que teníamos a finales del siglo XX en torno al Estado benefactor, el empleo, el futuro sólido y estable para los jóvenes, han sido sustituidas por el miedo, el descontento y la indignación frente a los políticos, la crisis de valores democráticos básicos, el surgimiento de nuevos populismos. En Europa hay abundantes ejemplos de eso y parecen revivir algunos de los fragmentos más negros de su historia en el siglo XX.

Michael Ignatieff (izquierda) y Julián Casanova, durante la charla.
Michael Ignatieff (izquierda) y Julián Casanova, durante la charla. DANIEL VEGEL

RESPUESTA. Estamos confundidos y alarmados porque la narración o exposición de los hechos que funcionó hasta 1989 se ha ido quebrando en diferentes fases. Era la narración de Francis Fukuyama y el fin de la historia, de las transiciones a las democracias modélicas, de la cultura de un bienestar irreversible. Funcionó en Europa. España era el mejor ejemplo, pero también Portugal, Grecia y los países del centro y este de Europa que salían del comunismo. Había algo de ingenuo y simple en esa narración, que comenzó a romperse en Yugoslavia, cuando la democracia llegó en forma de guerra étnica. Además, la prosperidad de los noventa fue acompañada de profundas desigualdades. El 11 de septiembre de 2001 marcó un punto de inflexión y forzó otra narración, frente al islam. A partir de 2007, el miedo ya no se debía sólo al terrorismo, sino a la quiebra del sistema financiero, a la desconfianza frente a políticos corruptos que robaban y se burlaban de la gente. Y en los últimos años, después de los atentados terroristas en Europa Occidental, organizados y perpetrados desde dentro de las sociedades democráticas, el miedo al otro, al extraño, se ha hecho más profundo. Porque el fundamento del Estado democrático liberal era: “No os preo­cupéis; os protegemos”. Pero ya no protege, ni de los ataques desde fuera, ni de la quiebra del sistema desde dentro. Es una crisis del Estado, de las élites y de la narración que los sostenía.

P. La crítica a la política y a los políticos está clara, pero la desconfianza se extiende también hacia los intelectuales, o a los encargados de generar explicaciones o nuevas narraciones para los políticos y la sociedad. Max Weber pensaba que ciertas profesiones no eran aptas para dar el salto desde ellas a la política, aprender de la política haciéndola y no pensándola, y una de ellas era la de profesor de universidad. La historia, desde Maquiavelo hasta el presente, aporta excelentes ejemplos de pensadores y profesores universitarios que intentaron hacer carrera política y fracasaron. Tú eras profesor universitario, intelectual, y decidiste lanzarte a la política, pasar desde Harvard primero al liderazgo en el Partido Liberal de Canadá y competir después por la presidencia del país. Saliste derrotado y escribiste una sincera y admirable narración sobre esa experiencia traumática: Fire and Ashes: Success and Failure in Politics (2013), que fue editado al año siguiente en español (en Taurus) y muchos lectores conocen. ¿Cómo ves ahora, tras volver a la universidad, más allá de esa reflexión sobre el fracaso ya escrita, la relación entre el intelectual y la política?

«La desconfianza se extiende también hacia los intelectuales, o a los encargados de generar nuevas narraciones para la sociedad.»

R. Es un lugar común entre los intelectuales despreciar a los políticos: no tienen ideas, no piensan, son corruptos… El problema es que los intelectuales nos interesamos mucho por las ideas, seguimos ideas, y un buen político se preocupa del poder (el “fuego” del poder). Es verdad que la función de los intelectuales es producir narraciones que expliquen los hechos, guiar a la sociedad para escoger las opciones y alternativas apropiadas. Pero algunos políticos tienen un increíble talento para hacer eso, son brillantes narradores. Barack Obama es un buen ejemplo. Tras mi experiencia, hacer política y no sólo pensar sobre ella, he acabado respetando a los políticos mucho más de lo que creía. Uno puede, como pensador, tener una idea maravillosa, pero el político de una pequeña comunidad o provincia le recuerda que eso no va a funcionar allí. Algunos políticos poseen una destreza para el oficio que yo nunca tuve. Tienen oído, olfato, la capacidad para decirte: tú te crees un gran intelectual, pero en Cádiz, en Sevilla, en el País Vasco eso no va a resultar bien. La democracia no puede funcionar sin esa clase de conocimiento, de juicio político, y los intelectuales no suelen respetarlo. Puede ser que Angela Merkel no sea una gran pensadora, pero acumula más conocimiento de Alemania en uno de sus dedos pequeños que todos lo intelectuales en sus dos manos. Tenemos que respetar eso. Es verdad que muchos son corruptos, ladrones, no tienen ninguna sensibilidad hacia la gente que sufre. Pero a los buenos hay que decirles: gracias.

P. Pero en un momento en el que una parte de la sociedad ha perdido la fe en la vieja política y en sus representantes, el discurso de fortalecer las instituciones democráticas, apelar al sentido de responsabilidad, a nuevas formas de hacer política, con nuevas virtudes, es muy difícil de transmitir. El sistema, dicen, está podrido, la democracia burguesa no es la auténtica democracia. Donald Trump ha basado una buena parte de su campaña en hacer creer a la gente que el sistema político estadounidense está amañado, es fraudulento, algo que siembre un montón de dudas e incertidumbres y que puede tener consecuencias notables, tanto si gana las elecciones como si las pierde. Siguiendo con tu argumento, ¿cómo explicas todo eso a los jóvenes, muchos de ellos representados por quienes acuden a estudiar, desde muy diferentes lugares del mundo, a la Central European University?

«La gente volvería a confiar en el Estado si este cuidara de ellos y no fuera patrimonio de las élites. No hay solución fuera de ese marco legal.»

R. Tenemos que ser críticos con los políticos, pero no proyectar toda la sombra de la duda sobre la democracia representativa. Existe una clara polarización en la política, en polos, izquierda y derecha, que parecen irreconciliables, pero esa polarización es parlamentaria, democrática, no se manifiesta en una violencia armada, paramilitar, fuera del Parlamento, como en los años veinte y treinta del siglo pasado. Yo soy un liberal socialdemócrata que cree que el Estado es la solución y no el problema, que puede y debe proteger a los ciudadanos. La gente volvería a confiar si el Estado cuidara de ellos y no fuera el patrimonio de las élites. No hay solución fuera de ese marco legal democrático, y los populismos, de derecha o izquierda, no lo son. Soy un enérgico defensor de la democracia representativa y me opongo a los referendos. Se elige a los políticos y se les da la oportunidad de que tomen las decisiones en el Parlamento. No se puede dejar el futuro de un país en manos de un referéndum. El referéndum debilita la democracia. La gente no está harta de elegir a políticos/élites, sino a políticos irresponsables, que roban. El horizonte de la democracia está ahí, ahora, no en un supuesto futuro radiante al que hay que llegar. No hay un mañana radiante, sin democracia, y sin una constante lucha por ser más justos, generosos, solidarios. No vamos a alcanzar nunca Jerusalén, la ciudad celestial.

La conversación acaba con una idea que compartimos sobre la función de la universidad: llevar la razón, los argumentos, la ciencia y el conocimiento a los asuntos cotidianos de la vida democrática. Eso es lo que nos mueve a enseñar, investigar, viajar, comprometernos frente a las mentiras, la propaganda y la manipulación, el constante desprecio del conocimiento. En palabras de Ignatieff en el discurso de toma de posesión como rector, “si nos preocupamos del conocimiento, si de verdad estamos interesados en separar el grano del conocimiento de la paja de la ideología, del partidismo (…) estaremos cumpliendo con la parte que le corresponde a la universidad de llevar el orden de la razón a nuestras vidas”.

Julián Casanova es historiador.

Sofistas de museo

25 enero, 2017

Fuente: EL PAÍS SEMANAL

Pronto no habrá nombre que no esté prohibido. Hay gordos que prefieren ser llamados “personas de tamaño distinto”.

JAVIER MARÍAS31 ENE 2016 – 00:00 CET

La noticia mereció portada en este diario: “La corrección política asalta el museo”, rezaba el titular, y el reportaje de Isabel Ferrer se iniciaba con una cita falseadora y sofista de la responsable del Departamento de Historia del célebre Rijksmuseum de Ámsterdam. “Imagínese un cuadro titulado Franchute vestido de gala. O, si no, Gabacho montado a caballo. Sonaría ofensivo, ¿no?”, decía Martine Gosselink, y añadía: “Pues lo que intentamos es evitar términos de este tipo, que ya no encajan en nuestra sociedad”. Gosselink y su equipo han decidido, por tanto, desterrar de los rótulos de los cuadros nada menos que veintitrés vocablos, entre ellos “negro”, “cafre”, “indio”, “enano”, “esquimal”, “moro” o “mahometano”, “considerados despectivos”. (¿Cuáles serán los otros dieciséis?)

La pregunta no se me hace esperar: ¿considerados por quiénes? Si he tachado de sofistas las declaraciones de esta señora es porque empieza por equiparar términos que sí tienen voluntad ofensiva por parte de quien los emplea con otros que son meramente descriptivos y que, si acaso, sirven a la economía del lenguaje y a la comprensión entre las personas. En todos los idiomas, supongo, existen acuñaciones hechas con ánimo denigratorio, como –en español– las mencionadas “franchute” y “gabacho”, o en francés “boche” para menospreciar a un alemán.

«¿Quiénes han pasado a considerarlos despectivos? Tal vez los propios interesados.»

En el inglés de los Estados Unidos lo son “Polack” para referirse a un polaco (en vez de la neutra “Pole”) o “Spic” para denominar a un hispano, “Wop” y “Dago” para un italiano o “Limey” para un británico. “Nigger” para un negro tenía la misma intención, no así “Negro” en su origen, que no era sino la trasposición del vocablo español, por tanto un extranjerismo con función más bien eufemística. Quien utiliza esas expresiones lo suele hacer a mala idea, para provocar o humillar. Pero este no es el caso de las que Gosselink se dispone a suprimir. Se han usado siempre, como digo, para entenderse, porque no se puede pretender que el conjunto de la población sepa distinguir con precisión entre las distintas tribus nativas de América o entre los miembros de los diferentes países árabes, entre las etnias del África o entre los nacionales de lo que solía conocerse por “Lejano Oriente”.

Por eso, durante mucho tiempo, a estos últimos se los llamó “orientales” en Occidente y todo el mundo se entendía, hasta que en los Estados Unidos (pioneros de todas las quisquillosidades y bobadas) se dictaminó que eso era “ofensivo” y se sustituyó por “asiáticos”. Nunca he comprendido por qué esta denominación les parece mejor y aceptable, cuando tan asiáticos son, además, los indios de la India y los pakistaníes como los japoneses y los chinos, y me temo que los dos primeros grupos quedan excluidos del término, al menos en el habla normal y común a todos.

Uno de los ejemplos que aparecen en el reportaje da idea de la ­ridiculez del asunto. “Esquimal”, señala Isabel Ferrer, “es el nombre ­genérico para los distintos pueblos indígenas de zonas árticas y de Siberia. En cuanto se identifique el grupo étnico al que pertenecen” (los esquimales pintados en cuadros, deduzco), “se puede cambiar por inuit, yupik, kalaallit, inuvialuit, inupiat, aluutiq, chaplinos, naucanos o sireniki, sus diversas comunidades”. Y explica Gosselink muy ufana: “Primero hay que encontrar la rama concreta del poblador. No nos podemos equivocar …” Si mi entendimiento no me engaña, me imagino la surrealista y conmovedora escena: un grupo de expertos y fisonomistas escrutando el cuadro en el que aparece un esquimal y tratando de discernirlo (eso en el supuesto de que el pintor fuera bueno, y realista, y fidedigno, y no inventara ni adornada nada). “Yo me inclino por un aluutiq”, diría uno. “No sé yo”, respondería otro, “le veo rasgos de inuvialuit, aunque la zamarra es más propia de chaplino”. Jamás he oído como negativo el término “esquimal”, ni “moro” tiene nada malo en sí (otra cosa sería “moraco”), ni “enano”.

«Hay sordos que detestan ser conocidos por ese nombre y ciegos que por el suyo.»

¿Quiénes han pasado a considerarlos despectivos? Tal vez los propios interesados, no sé. Es sabido que desde hace decenios hay gordos que exigen ser llamados cosas tan antieconómicas e incomprensibles como “personas de tamaño distinto”, entre las que cabrían también los gigantes, los niños, por supuesto los enanos y acaso los anoréxicos. Hay sordos que detestan ser conocidos por ese nombre y ciegos que por el suyo, y hace siglos que fueron condenados vocablos como “tullido”, “lisiado”, “paralítico” o “minusválido”. Supongo que “discapacitado” correrá la misma suerte, y que pronto serán desterrados “cojo”, “manco”, “miope” y “bizco”. Creo que quienes demonizan estas palabras son los verdaderos racistas, xenófobos y discriminadores, porque lo que en verdad demonizan es lo que significan (el significado y no el significante, dicho con pedantería). Si yo digo “ese negro” para referirme a alguien no tiene peor intención que si digo “ese rubio” o “ese con pecas”, es una manera de identificar, nada más. Y si se me habla del cuadro Cabeza de hombre, me será más difícil reconocer la pintura en cuestión que si se siguiera titulando Cabeza de negro, como hasta hace poco. Si nos atenemos y plegamos a la subjetividad y el capricho de cada uno, y a la extrema susceptibilidad de nuestros días, pronto no habrá nombre que no esté estigmatizado y prohibido, y entonces no nos entenderemos. “Te veo con tamaño distinto”, me esforzaré en decirle al próximo amigo al que vea muy engordado.

elpaissemanal@elpais.es

Giner de los Ríos: más que un maestro

29 May, 2016

Fuente: http://www.cultura.elpais.com

Homenaje al fundador de la Institución Libre de Enseñanza, fallecido hace un siglo

Madrid18 FEB 2015 – 23:33 CET

Clases al aire libre en el Instituto-Escuela, en Madrid, hacia 1933.
Clases al aire libre en el Instituto-Escuela, en Madrid, hacia 1933. FUNDACIÓN FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS (ILE)

En el verano de 1883, durante cinco semanas, caminando o, en su modalidad más cómoda, en asiento de tren de tercera, Francisco Giner de los Ríos recorrió media España junto a alumnos y profesores de la Institución Libre de Enseñanza(ILE). “Sin saberlo nosotros, íbamos buscando por estos montes, no a la serrana del Arcipreste, sino la nueva España del porvenir”, relataría posteriormente el socialista Julián Besteiro, uno de aquellos excursionistas. La ILE, un fogonazo que duró seis décadas, expandió una renovadora fe laica, que veneraba la cultura y la ciencia, sacaba los libros al monte y sacudía la pelusa del retraso con el envío de talentos al exterior y la invitación a España de quienquiera que tuviese algo notable que aportar: Marie Curie, Albert Einstein, Alexander Calder o John Dos Passos.

Fundada en 1876 y defenestrada (y vilipendiada) tras la Guerra Civil por la dictadura, la ILE fue una de las criaturas más innovadoras alumbradas en España. Sin ella no se entiende la generación de luciérnagas que puso patas arriba la cultura española en los años treinta. “Lo iniciado por Giner de los Ríos con la ILE en 1876 sólo se pudo apreciar cabalmente 40 años después, tras su muerte”, sostiene José García-Velasco, secretario de la Fundación Giner de los Ríos, en la obra de tres volúmenes dedicada a la institución y a su fundador, publicada en 2014.

Francisco Giner de los Ríos (Ronda, 1839-Madrid, 1915), hijo de un funcionario de Hacienda, fue un inusual visionario, que no quedó atrapado en la telaraña de la teoría ni en la nostalgia del fracaso. En 1875 le apartaron de su cátedra de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional de la Universidad Central por negarse a acatar la norma que impedía las críticas a la religión católica o a la monarquía —el mismo destino que sufrió Nicolás Salmerón, también krausista y cómplice en la aventura de la ILE—. Ese mismo año Giner de los Ríos fue encarcelado en Cádiz, donde comenzó a mascar su futuro proyecto. En julio escribe: “Mi plan, para el año próximo, es abrir en Madrid dos clases privadas, a ver si puedo vivir de mi trabajo por este camino. Si se realizan algunos ofrecimientos que nos hacen, tal vez organicemos modestamente una pequeña institución de enseñanza superior libre, con una escuela de Derecho”.

La Institución nació al año siguiente como un electrón libre en lo institucional, “completamente ajena a todo espíritu e interés de comunidad religiosa, escuela filosófica o partido político, proclamando tan sólo el principio de la libertad e inviolabilidad de la ciencia”, según sus estatutos. Su primera vocación —universidad privada y laica, a semejanza de la Universidad Libre de Bruselas, fundada por masones belgas— no cuajó, “pero esto lejos de desanimar a Giner y sus compañeros, les llevó a adoptar la opción estratégica que 30 años después se revelaría como una inversión muy productiva”, recuerda García-Velasco. Se volcaron en la enseñanza primaria y secundaria —Antonio Machado sería uno de sus alumnos— y, sobre todo, iniciaron una estrategia de ramificación de su filosofía en una serie de organismos públicos y autónomos —el Museo Pedagógico, la Junta de Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes o el Instituto-Escuela— que contribuirían a formar brillantes científicos, intelectuales y políticos. Y aunque menos de lo que sus enemigos proclamaban, el espíritu institucionista caló en numerosos ámbitos. “Con el tiempo”, señalan los historiadores Javier Moreno Luzón y Fernando Martínez López, “las dimensiones políticas de este organismo libre tuvieron un gran alcance”. Tanto por las generaciones de intelectuales crecida bajo su paraguas como por el hecho de que sus políticas permearon las iniciativas de algunos gobiernos.

En la misma casa donde Francisco Giner de los Ríos murió hace justo un siglo —y que acaba de ser rehabilitada tras 10 años de trabajo— se reunieron ayer para recordarle personas vinculadas a la Fundación que lleva su nombre, heredera del espíritu ILE, entre ellas Salvador Giner, Laura García-Lorca, José Manuel Sánchez Ron, Isabel de Azcárate Gómez o Nicolás Sánchez Albornoz. La actriz Ariadna Gil, cuyos abuelos se conocieron en la Residencia de Estudiantes, recitó el poema que Antonio Machado le dedicó a su antiguo profesor: “Allí el maestro un día / soñaba un nuevo florecer de España”.

Bélgica hace examen de conciencia

25 diciembre, 2014

Fuente: diario EL PAÍS

TEREIXA CONSTENLA MALINAS (Bélgica) 15 DIC 2012 – 17:06

«Querido Henri: estamos bien, en un vagón de ferrocarril que probablemente nos lleve a Holanda”. Blanche Zybert tenía 13 años y la letra, y la esperanza, aún infantiles. Escribió a lápiz sobre un papel rudimentario una nota tranquilizadora y, el 21 de septiembre de 1943, la arrojó desde el tren que le llevaba desde Malinas (Bélgica) a Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio montado por los nazis en territorio polaco. Alguien la recogió y la envió a una dirección de Bruselas, atendiendo al ruego de la niña. Hoy puede leerse en el Kazerne Dossin, el museo sobre el Holocausto y los Derechos Humanos que se ha inaugurado hace unas semanas en Malinas y que se complementa con un centro de documentación y un memorial situados en el antiguo cuartel que sirvió como estación hacia el último viaje.

¿Otro museo sobre la Shoah? Sí y no. El Kazerne Dossin destripa el caso belga: el papel de colaboracionistas y resistentes a los invasores nazis, la persecución de judíos y gitanos y el lugar central que desempeñaron las dependencias militares de Dossin en la deportación de 25.836 personas. Todas con el mismo destino que Blanche: Auschwitz. Casi todas con el mismo final: apenas sobrevivieron 1.250 (el 4,8%).

La industria del exterminio fue patrimonio alemán, pero algunos países ocupados actuaron con siniestra complicidad, germinada sobre el odio a los judíos. En Federico Sánchez se despide de ustedes, Jorge Semprún recuerda que en el cementerio judío de Pinkas, en Praga, están enterrados restos de los perros que los cristianos arrojaron durante siglos para profanar el lugar de los muertos. En Bélgica también echó raíces el antisemitismo, aunque la comunidad judía no era tan amplia como en otros países del este. Malinas, equidistante entre Bruselas y Amberes, donde residían casi todos, fue elegida por los alemanes como punto de partida de los trenes de la muerte. Tenían la infraestructura perfecta junto a las vías: un cuartel construido por orden de la emperatriz María Teresa de Austria.

Lo de los gitanos fue cosa belga. En el museo puede leerse este texto anónimo enviado el 21 de abril de 1940 a la policía: “Una banda de gitanos de lengua alemana se ha instalado en Stembert. Son una banda de ladrones y sucios repulsivos. La situación es intolerable. La policía debería ponerlos en un campo de concentración”. Según Herman Van Goethem, conservador del Kazerne Dossin y profesor de Historia contemporánea en la Universidad de Amberes, formaban pequeños grupos de extrema pobreza que procedían de otros países. Cuando la vida comenzó a depender del racionamiento se agrandó el rechazo a los gitanos, bocas extranjeras que rivalizaban por los alimentos. “En 1941 fue la administración belga la que tomó la iniciativa de deportarlos y ordenó a la policía que los arrestase”, explica Van Goethem, que lleva 30 años investigando sobre la Segunda Guerra Mundial en su país y que ha trasladado su conocimiento a este museo (“es mi libro”), financiado por el Gobierno de Flandes.

El Kazerne Dossin, nuevo Museo del Holocausto y los Derechos Humanos en Malinas (Bélgica). / STIJN BOLLAERT
La diferenciación étnica, que no existía en Bélgica hasta que los alemanes introdujeron el concepto para identificar a los judíos, se aplicó a partir de entonces a los gypsies, que se registran como “raza”. Del cuartel de Dossin parten 352 gitanos hacia Auschwitz, entre ellos la numerosa familia de Joseph Karoli y Elisabeth Warsha, noruegos asentados en Flandes desde 1922. De los 11 hijos deportados, se salvaron dos.

De carnés antropomórficos y tarjetas de nómadas se han extraído las fotos de los gitanos que se han integrado en un gigantesco mural, que trepa por cada planta del museo, donde figuran 19.000 fotos de las 25.836 víctimas que pasaron por Malinas. “Es una respuesta contra la deshumanización del Holocausto”, advierte Marjan Verplancke, responsable de educación del centro, que no renuncia a contar en el futuro con imágenes e identidades de todos.

Poner cara y nombre al dolor, al valor y a la crueldad, a la Bélgica obeïssante y a la rebelde, es un acto de justicia y una lección de humildad. “Nos diferenciamos de otros museos porque también analizamos a los perpetradores, quiénes fueron y por qué pudieron hacerlo. No son retratados como demonios, estamos de acuerdo en que fueron malas personas, pero lo que nos interesaba era analizar por qué personas normales como usted o como yo pueden cometer esa violencia”, señala Herman Van Goethem.

Empezando por el rey Leopoldo III, colaboracionista durante la ocupación entre 1940 y 1944. Casi nadie pagó por la complicidad con los alemanes, excepto doce personas ejecutadas al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hasta 1942 la indiferencia hacia la suerte de los judíos fue generalizada entre la sociedad belga, alentada por el hecho de que la población estaba convencida de que Alemania ganaría la guerra y de que los judíos estaban siendo expulsados de Europa. “La participación belga fue una especie de realpolitik. Aunque la colaboración de Flandes con los alemanes fue muchísimo más notable que la de los valones”, puntualiza el historiador.

Con excepciones. Leo Claeys, policía de Amberes, se negó a practicar detenciones de judíos en su distrito. En lugar de ello, avisaba a las familias que figuraban en la lista para que pudieran esconderse. En junio de 1942 Jules Coelst, alcalde de Bruselas, protestó contra la distribución de las estrellas de David porque atentaban contra “la dignidad de cada persona, quienquiera que sea”. “Sus ejemplos ponen el punto de esperanza en el museo, demuestran que en estos contextos también hay posibilidades de negarse”, precisa Marjan Verplancke. Las familias belgas escondieron a 30.000 perseguidos durante los años de plomo. A veces las estadísticas llevan un relato endiablado dentro: al finalizar la guerra seguían vivos el 55% de los judíos de Bélgica. En Holanda, apenas lo hicieron el 25%.

La excelencia de la purria

30 septiembre, 2013

Fuente: EL PAÍS SEMANAL

JAVIER MARÍAS 14 JUL 2013 – 00:00 CET

Lo que uno ve desde que nace le parece “lo normal” durante años, o por lo menos normal, hasta que se asoma al mundo y comprueba su variedad infinita, lo que se ha perdido u otros se pierden, las pautas tan diferentes por las que se rigen los individuos. Sería ingenuo o fanático dar por bueno cuanto aprendió uno en su casa, pero hay conductas que, sometidas a la comparación más tarde, y sopesadas con la razón –no con la mera costumbre–, sigue encontrando recomendables o incluso obligadas. Una de ellas es la de no favorecer a un hijo, a un progenitor, a un hermano, a un cuñado o a un cónyuge si se ejerce un cargo público –y por tanto se maneja dinero de los contribuyentes– o si se goza de una posición de poder o influencia en un campo determinado, o de una tribuna en prensa como la de esta página. O por lo menos debe uno advertir, en este último caso, de la vinculación existente. Las veces en que he hablado aquí, o en otro sitio, del libro o la pelícu­la de un amigo, creo haber confesado de antemano lo que nos unía, para que el lector tuviera todos los datos y supiera que mi opinión podía ser parcial, aunque fuera sincera o así yo lo creyera. Cuando he hablado de mi padre, he solido disculparme por ello y casi siempre me he limitado a hablar de la persona y de su biografía, no del escritor que fue, sobre el cual difícilmente podría ser objetivo. Mientras vivió, los dos procuramos evitar al máximo opinar públicamente sobre la obra del otro, aunque, ante la insistencia de periodistas, quizá no siempre lo conseguimos. Nos resultaba empalagoso que un padre elogiara a un hijo o un hijo a un padre: no como individuos particu­lares, lo cual es más o menos aceptable, sino como “profesionales”, ya que eso nos podía reportar “beneficios”. Pero no era sólo una cuestión de buen o mal gusto: también nos parecía que no era algo muy recto, y que era mejor abstenerse.

Lo he recordado recientemente en una entrevista: hace casi veinte años una de mis novelas fue candidata al Premio Fastenrath, que otorgaba la Real Academia Española. En la sesión deliberatoria, mi padre se ausentó del pleno para que sus compañeros opinaran con entera libertad, y no participó en la votación, como es lógico. En su día expliqué que durante doce años –desde la primera vez que se me “tanteó”– no quise ni oír hablar de mi posible candidatura a esa misma institución: mientras mi padre viviera y perteneciera a ella, lo juzgaba improcedente. Nada más ser nombrado mi hermano Miguel Director General de Cinematografía, bajo el Ministro Semprún, entregó un escrito en el que más o menos decía: “El director de cine Jesús Franco es tío mío; el también cineasta Ricardo Franco es primo mío; el novelista Javier Marías es hermano mío. Ante cualquier proyecto en el que estén involucrados cualquiera de ellos, me abstendré de opinar y de influir a favor o en contra de posibles ayudas del Ministerio”.

Nada de esto me parecía digno de elogio ni de mérito, sino algo de cajón, obligado. Por eso me cuesta comprender que en España la norma sea más bien la contraria. Da lo mismo que mi cuñado sea un profesional competentísimo, e idóneo para tal puesto que de mí o de mi partido depende: precisamente por ser mi cuñado, no puede ocuparlo. ¿Salimos perjudicados? Muy posible. Pero así deberían ser las reglas: a veces se ha de ser perjudicado para que no quepa duda de que no se ha sido favorecido. Desde los tiempos del hermano de Alfonso Guerra hasta hoy, la tendencia de nuestros políticos ha sido la opuesta: colocan a sus cónyuges, a sus vástagos y a la parentela al completo. Privatizan empresas públicas y se las entregan a sus compañeros de colegio, cuando no a sí mismos mediante la “puerta giratoria”: quien fue consejero de Sanidad y privatizó hospitales pasa, al cabo de un ridículo lapso de tiempo que la ley exige, a tener un importante cargo en la empresa que los explota ahora. Sólo siete años después de ser nadie en política, la mujer de Aznar ya fue alcaldesa de Madrid (no elegida como tal por los votantes). Un tal Baltar, cacique gallego, ha colocado a decenas de personas con las que tenía parentesco o amistad y ha dejado de delfín a su hijo, como Pujol casi al suyo. La familia de Carlos Fabra lleva generaciones repartiéndose o pasándose cargos, no es raro que su hija Andrea les gritara “¡Que se jodan!” a los parados, en el mismísimo Parlamento. Y así hasta la náusea.

Hace poco vi cómo tres periodistas opinaban, en la televisión pública, sobre la política de becas del Ministro Wert, calificada por casi todo el mundo de injusta, discriminatoria y clasista. Una de esas periodistas era su actual pareja o cónyuge o lo que sea. Para mi sorpresa –sí, aún me sorprendo por estas cosas–, no se retiró de la mesa, ni se excusó de hacer su comentario (favorable al Ministro, claro está); que yo sepa (no vi todo el programa), ni siquiera advirtió a los espectadores de que su visión del asunto podía estar comprensiblemente sesgada. No: con entero ­desahogo habló de “críticas demagógicas” y de “aversión al mérito y a la excelencia” (cito de memoria). A los políticos del PP y periodistas afines se les llena la boca con esta última palabra. No se miran. No ven lo mediocres e ineptos que son la mayoría, ni su falta de mérito para desempeñar sus cargos. Ni su corrupción de nepotismo y amiguismo. No ven que en demasiados de ellos la palabra “excelencia” suena a chiste cruel. Como si se la aplicara a sí misma la purria que retrata en sus novelas Eduardo Mendoza. Que, dicho sea de paso, es amigo mío.

elpaissemanal@elpais.es

El gran descalabro del consumo cultural

10 abril, 2013

Jesús Ruiz Mantilla 9 ENE 2013 – 21:00  

Una cliente en la librería ‘Tres rosas amarillas’, de Madrid. / CARLOS ROSILLO

Hay términos que según los contextos suenan exagerados. Pero ya acabado 2012, año de nieves pero no de bienes, hablar de descalabro en el consumo cultural no lo es. La asistencia a espectáculos en vivo desciende, la compra de libros, películas, música, videojuegos se hunde en torno al 20% en total desde 2008. Y en muchos casos lo hace de golpe. Si esto no se puede definir como un descalabro, ¿de qué estamos hablando?

Una caída continuada, vertiginosa en la que nadie ve la red, un constante y machacón recorrido por las tinieblas, el vapuleo por parte del Gobierno con el aumento del IVA al 21% —el doble de la media europea, que está en torno al 10%— y el recorte continuado de las aportaciones públicas al sector.

Todo apunta al violento despertar de un dulce sueño en medio de una pesadilla donde nos encontramos varias crisis en una: la general y la de los modelos industriales, de negocio y gerenciales en la cultura, el fin de un espejismo que ojalá dé paso a un nuevo realismo, la reordenación a la fuerza de ciertas estructuras o la falta de compromiso muy patente en algunos casos de un público que demanda cultura, pero en muchos casos se resiste a pagar por ella…

Son demasiadas las razones que explican las escalofriantes cifras de los más recientes estudios. Todas apuntan desde hace cuatro años un descenso medio del 20% en el consumo de los productos culturales, pero si bien algunos resisten más, aunque nadie baja del 9%, otros superan llegan casi al 70%. En cualquier entorno donde se pregunte la respuesta es la misma. En el ámbito editorial, el de las artes escénicas, el audiovisual, la música, las nuevas tecnologías… La caída tiende a aumentar.

Aunque desde el Gobierno, Teresa Lizaranzu, directora general de Industrias Culturales y del Libro, reclama moderación y quiere ser cauta hasta ver los datos cerrados de 2012, la desolación general se desprende sobre todo del último Anuario de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) que ha analizado punto por punto cada ámbito de su competencia.

Fuente: SGAE.

La conclusión es fría, pero contundente: “En algunos sectores, como los de las artes escénicas, el cambio de tendencia se adscribe principalmente a los efectos de la crisis económica. En otros, como el cine, el vídeo, la música grabada, los descensos se deben a otros factores: los efectos del cambio de paradigma tecnológico, con la sustitución de soportes, la aparición de nuevas alternativas de ocio y el consumo de música y películas en Internet, consumo en su mayor parte realizado infringiendo las leyes de propiedad intelectual”.

Lo miren como lo miren, el terror escénico impera: “La tendencia es muy difícil de parar”, asegura Anton Reixa, presidente de la SGAE. El líder de los gestores y editores cree que en este momento, más que nunca, es cuando desde el Gobierno se debería mostrar un claro compromiso con la cultura. Pero no hay gestos en ese sentido. Ni hechos.

Los datos cantan y los ánimos se calientan. Cuando la crisis azuza, la ideología apunta en una u otra dirección y entonces chirrían los discursos amables. “Todos entendemos el contexto y tratamos de gestionarlo en la medida de nuestras posibilidades, pero nuestro sentir es claro. La incidencia fiscal que traerá el IVA y el recorte de las ayudas públicas responde a una opción política. El Gobierno cree que la cultura no es un bien a proteger y nosotros sí”.

A partir de esa percepción, lo que más se da en las reuniones que tienen lugar entre los creadores y sus representantes y el Gobierno muchas veces no pasa del diálogo de besugos, según Reixa. “Todo es muy cordial, pero hablamos idiomas diferentes. Por más que queramos transmitir que, aparte de encauzar nuestra autoestima y reforzar la identidad como sociedad, la cultura en nuestro país produce riqueza y puestos de trabajo, no comprenden el discurso. Hablamos idiomas diferentes. Nosotros creemos que en vez de recortar por la sanidad y nuestro ámbito, deberían hacerlo en otros capítulos, como el militar, por ejemplo. Nosotros hablamos de protección y ellos de mecenazgo. Y así. Para ellos, la cultura tiene un valor ornamental”.

Pero es que ni siquiera el mecenazgo —una opción legislativa más que razonable en estos tiempos de crisis— acaba de concretarse. Y en ese aspecto, aunque los responsables de la política cultural no se cansan de repetir que esa batalla la están dando, se encuentran con el frente dentro del mismo Gobierno de un responsable de Hacienda al que le han salido en los ojos las marcas del tío Gilito, obsesionado como está con recaudar. ¿Cambiar ahora una legislación que reduce en torno al 30% y al 35% los impuestos de los mecenas por otra que contemple el 70%, como ocurre en Francia? Ni a tiros. He ahí el lío interno dentro del Gobierno.

Para los responsables culturales del PP eso sería una salida, si no inmediata, posible a medio plazo. Pero no toca, según los que mandan en el área económica con Cristóbal Montoro al frente de esa batalla. Lizaranzu se limita a asegurar que de Cultura salen las propuestas, pero que las decisiones que exceden sus ámbitos y tocan aspectos industriales o económicos, “se toman en el Consejo de Ministros”.

Mientras, si los datos, publicados solo hasta 2011, han sido demoledores, para los siguientes ejercicios se prevén variaciones a peor. En este periodo de 2012 no está medida la incidencia del IVA. Más si se insiste en futuros recortes, una política que desde 2008 ha ahogado las iniciativas de varias instituciones, pero no ha provocado sino rebeliones entre bambalinas. “Es una contradicción injustificable la subida del IVA. La política cultural necesita de inversiones. Pero no puedes argumentar nuevos recortes por parte del Estado y a la vez decirle a los espectadores que de cada 100 euros que se gastan, 21 son para las cuentas públicas y después escatimarlos. No sale la cuenta”, añade Reixa.

Y en medio, crece la impotencia ante eso que pocos se atreven a denominar por su nombre: el descalabro. Si repasamos, comprobamos que nadie se salva de la quema. En artes escénicas, el número de espectadores ha descendido desde 2008 en un 24,3% y la recaudación por entradas en un 13,24%. Los que más castigo han sufrido han sido los bailarines. La danza sufre un 29% de pérdida de público y un 38% de ingresos en taquilla.

Pero eso es un aperitivo. Si entramos en la música grabada, el descenso de las ventas desde 2008 alcanza el 41,6%. Y eso que el negocio en el entorno digital ha crecido un 58,6%, pero no es suficiente para que la sustitución del modelo de industria logre un balance equilibrado que le haga respirar con tranquilidad respecto al futuro.

En el vídeo, la desazón impera también: si comparamos las cifras de ventas con respecto a 2007 —un año antes del habitual cuando se mide el parámetro de la crisis— el descenso de ventas alcanza el 69,6%. Ahí ya entraba a saco el pirateo y la copia ilegal. Sin embargo, el cine salva un poco más los muebles. Desde 2008, el descenso de espectadores es del 9%, aunque desde 2007 es del 16,3%, siendo el único sector que incrementa sus cifras en un 2,2% de recaudación. ¿La razón? El aumento del precio de las entradas, que es especialmente sensible con la entrada en liza de nuevas tecnologías como el 3-D.

El cine ha dado alguna señal importante en este último trimestre. El triunfo de Lo imposible —la película de J. J Bayona que no solo se convirtió en la española más taquillera, sino en la que más ha logrado recaudar de la historia en España— ha servido para que su éxito se utilice en beneficio de todos. El sector, para justificar su propia autoestima y el Gobierno, para demostrar que lo del aumento del IVA no ha sido para tanto.

Pero Enrique González Macho, productor, exhibidor, distribuidor y presidente de la Academia de Cine, no quiere llamarse a engaño: “Los primeros ocho meses de 2012 hemos experimentado una bajada fortísima que ahora se ha atenuado con tres estrenos: Las aventuras de Tadeo Jones, Lo imposible y el último James Bond. Pero es un espejismo. Sin la subida del IVA, el aumento hubiese sido mucho mayor”, advierte. ¿Seguro? “Ciertamente, esto no es una suposición, es una certeza. Si analizamos lo que ha ocurrido en Canarias nos damos cuenta. Allí, que no repercute el IVA, la subida ha sido mayor”. Cree González Macho que el impacto de esa medida todavía está por definir, pero que las cifras globales del año que acaba de terminar no aumentarán y quedarán en términos parecidos a las de 2011.

Desde el Gobierno, en cuanto a lo que el cine se refiere, Lizaranzu aclara que se han empezado a considerar nuevas formas de financiación. “Es necesario buscarlas para cambiar la dependencia que tenía el sector de las ayudas públicas”, asegura. Pero es pronto para definirlas. “Estamos en negociaciones y abiertos a propuestas”.

El sector del libro iguala la media, aunque proporciona aún sus alegrías. En dicho ámbito, la caída fue mucho más lenta, pero ha resultado igualmente traumática. Con una excepción… América Latina. El poder de la lengua y una más que acertada política de implantación en aquellos países donde se habla el mismo idioma o donde resulta obligatorio aprenderlo —caso de Brasil—, los editores han encontrado su dorado particular. Así lo certifica Javier Cortés, presidente de la Federación de Gremios de Editores de España. “América para nosotros es muy importante”.

Cortés apunta varias razones: “Primero, considero que no se ha conseguido crear una conciencia del consumo digital responsable. A diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, por ejemplo, donde el comportamiento del consumo cultural en la red es muy claro”. Pero también Cortés anota una autocrítica: “Los editores tampoco hemos estado muy espabilados para redefinir nuestras ofertas en ese ámbito”. De cualquier manera, la moral en el mundo del libro es baja. Solo el aliento de un satisfactorio aumento de las exportaciones —alrededor de un 5% este año—, les proporciona su respiro.

También, a tenor de algunas cifras que ha dejado 2011, el editorial es un mercado con perspectivas. Según el Observatorio de la Lectura y el Libro, un estudio del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 367 nuevas empresas de publicaciones en todos los soportes iniciaron su actividad el pasado año para sumar un total de 3.474, que sacan al mercado 117.000 títulos al año. El sector editorial hispano es la cuarta potencia a nivel mundial y abarca el 40,3% del conjunto de las actividades culturales en España.

En mitad de las quejas y los análisis catastrofistas del sector, las cifras oficiales ofrecen otro panorama menos negro. Si tomamos como referencia el Anuario de estadísticas culturales 2012, otro análisis del ministerio, el signo cambia. Según los datos del Gobierno, el sector cultural sigue proporcionando riqueza, creando más empleo —452.700 personas trabajan en él, un 2,6% del total en el país equivalente al empleo en agricultura, ganadería y pesca o al energético— y llenando el ocio de los españoles con un lugar destacado para el cine, con una asistencia del 49,1% de la población a las salas.

El anuario contempla otros ámbitos como el de los museos, las bibliotecas y la riqueza del patrimonio. Eso le permite destacar la incidencia del turismo cultural en España. Un 19,7% de los visitantes acuden por motivos culturales. Muchos de ellos cayeron por los museos, cuyas visitas arrojaron en 2010 una cifra de 57,5 millones de personas. Teresa Lizaranzu insiste en la cautela y en que las caídas que se prevén para 2012 de algunos sectores como el editorial no son tan fuertes, estima.

Pero lo cierto es que el mundo de la cultura no está sirviendo de refugio ni de consuelo en estos tiempos de crisis para una población que imita la tendencia general a la parálisis.

El mapa del horror nazi se ensancha

26 marzo, 2013

Fuente: diario EL PAÍS

Yolanda Monge  Washington 5 MAR 2013 – 01:42       

Existen los grandes e infames nombres que siempre conformaron la cartografía del horror: Auschwitz, Dachau, Treblinka, Varsovia. Y luego viene el vasto e interminable universo de grandes, medianos o pequeños campos de concentración y guetos que formaron el corazón del régimen nazi. Ahora, un estudio elaborado por investigadores del Museo del Holocausto de Estados Unidos en Washington ha cifrado en 42.500 los centros de la tortura, el sufrimiento y la muerte pensados y puestos en marcha por los nazis.

El total es tan inmensamente superior al que se creía hasta ahora que puede que la historia del Holocausto esté a punto de ser reescrita. De hecho, el hallazgo realizado por Geoffrey Megargee y Martin Dean —principales responsables del proyecto— es de tal envergadura en los números que aporta que ha caído como una auténtica bomba entre los especialistas del horror nazi y la solución final.

Según Megargee y Dean, entre 15 y 20 millones de personas murieron o fueron prisioneras en algunas de las instalaciones que el régimen nazi creó en Alemania o en sus países ocupados desde Francia a Rumanía, y que ahora se identifican en una gran enciclopedia cuyo último volumen está previsto que vea la luz en 2025. Los lugares ahora documentados no solo incluyen centros de la muerte, sino también 30.000 campos de trabajo forzado, 1.150 guetos judíos, 980 campos de concentración, 1.000 campos de prisioneros de guerra, 500 burdeles repletos de esclavas sexuales para los militares alemanes y miles de otros campos cuyo uso era practicar la eutanasia en los ancianos y enfermos, practicar abortos y germanizar a los prisioneros.

Hartmut Berghoff, director del Instituto Histórico Alemán en Washington, explica que cuando el Museo del Holocausto comenzó esta meticulosa investigación, “se creía que el número de campos y guetos estaba en los 7.000”. Partes enteras de la Europa en guerra se convirtieron en agujeros negros de muerte, tortura y esclavismo con la creación de campos y guetos durante el reinado de brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945. “Ahora sabemos cómo de densa fue esa red, a pesar de que muchos campos fueran pequeños y tuvieran una vida corta”, explica.

Partes enteras de la Europa en guerra se convirtieron en agujeros negros de muerte, tortura y esclavismo con la creación de campos y guetos durante el reinado de brutalidad de Hitler entre 1933 y 1945

En un principio, los campos se construyeron para encerrar a los oponentes políticos del régimen, pero a medida que el nazismo se extendía como un cáncer por Europa, no solo se dio caza a los judíos sino también a gitanos, homosexuales, polacos, rusos, comunistas, republicanos españoles… Dependiendo de las necesidades de los nazis, los campos y los guetos variaban de tamaño y de organización, concluye el estudio.

El mayor gueto de triste fama es el de Varsovia, que durante su mayor ocupación albergó a 500.000 personas. El campo más pequeño identificado ahora por los investigadores del Museo del Holocausto tenía a una docena de personas realizando trabajos forzados en München-Schwabing (Alemania).

La investigación se ha alargado 13 años, a lo largo de los cuales las cifras del horror fueron creciendo sin parar a manos de los especialistas… hasta llegar a esos 42.500. El mapa que dibujan estos números ofrece una fotografía en la que literalmente no se podía ir a ningún lugar de Alemania sin encontrarse con un campo de trabajo o de concentración.

Durante años, muchos investigadores han centrado su trabajo en sacar a la luz a todas las víctimas del Holocausto, que muchos consideraban que era muy superior a la que se cita en los libros de texto. El número de judíos víctimas del nazismo se cifra en seis millones.

La investigación no solo abre la puerta a un nuevo capítulo de lo que la terminología nazi denominó la solución final, sino que posibilitará a los supervivientes del Holocausto presentar demandas o recuperar propiedades que les fueron robadas. Hasta la fecha, muchas peticiones a las compañías de seguro eran rechazadas porque las víctimas decían haber estado en un campo del que no se tenía registro. Eso acaba de cambiar. Aunque en opinión del profesor Berghoff, decir que la historia se va a reescribir sería “una exageración”. “La historia del Holocausto y su dimensión ya se conoce de sobra. Pero estamos sabiendo nuevos detalles, lo que es muy importante y deja los contornos mucho más claros”, apunta.

El trabajo ha recopilado documentación aportada por más de 400 investigadores e incluye también relatos de primera mano de las víctimas que describen con precisión cómo funcionaba el sistema y cuál era su propósito. Para algunos analistas, el hallazgo no solo es una herramienta fundamental para estudiosos y supervivientes sino un argumento más para combatir a los revisionistas y negacionistas del Holocausto.

El caso personal de Henry Greenbaum, superviviente del Holocausto, de 84 años y que vive a las afueras de Washington, queda recogido en la investigación del Museo. Es un claro ejemplo de la amplia variedad de sitios que los nazis utilizaron para aniquilar a los que consideraban enemigos de su doctrina. Greenbaum pasa hoy sus días mostrando el Museo del Holocausto a los visitantes. En su brazo está tatuado el número que el régimen le asignó: A188991. Su primera reclusión fue en el gueto de Starachowice (en su Polonia natal), donde los alemanes le encerraron a él y a su familia junto a otros habitantes judíos en 1940. Greenbaum tenía entonces 12 años.

Su familia fue enviada a morir en el campo de Treblinka, mientras él y su hermana fueron destinados a un campo de trabajos forzados. Su siguiente destino fue Auschwitz, de donde fue sacado para trabajar en una fábrica —también en Polonia— y después enviado a otro campo de trabajo en Flossenbürg, cerca de la frontera checa. Con 17 años, Henry Greenbaum había pasado por cinco encierros distintos e iba camino del sexto campo cuando fue liberado por los soldados norteamericanos en 1945.